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Colombia

Cómo los músicos colombianos pierden millones por culpa de los intermediarios, las leyes y el mercado: un análisis sobre recaudadoras, tiqueteras y nuevos monopolios.

Con la compra de Páramo Presenta por parte de Live Nation se complica aun más el panorama de la industria para los músicos nacionales.

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Los músicos son uno de los colectivos más afectados por la falta de una ley de derechos de autor acorde con la realidad actual, no solo tienen que enfrentar las dificultades normales que enfrentan los artistas en ascenso como la competencia, la informalidad, la falta de apoyo, las escenas toxicas o incluso todos los cambios que causó la crisis sanitaria, sino que también tienen que lidiar con un sistema de gestión colectiva que no les garantiza una remuneración justa y equitativa por el uso de sus obras.

En Colombia, la entidad encargada de recaudar y distribuir los derechos de autor por la comunicación pública de las obras musicales es la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (SAYCO), una empresa privada que fue fundada en 1945 y ellos dicen representa a más de 9.000 compositores nacionales y extranjeros y tiene convenios con más de 100 sociedades homólogas en el mundo.

Sin embargo, SAYCO ha sido objeto de múltiples críticas y denuncias por parte de los músicos, los usuarios y las autoridades, debido a su falta de transparencia, eficiencia y legalidad, ha sido una entidad llena de escándalos y deshonestidad, algunas de las acciones que se le han comprobado son:

-El cobro excesivo e indiscriminado por concepto de derechos de autor a establecimientos comerciales, eventos públicos o privados y plataformas digitales que utilizan música.
-El reparto injusto o tardío de las regalías a los compositores, sin tener en cuenta el uso real o potencial de sus obras.
-La falta de información o rendición de cuentas sobre el recaudo y la distribución de los derechos de autor.
-El abuso de posición dominante y el impedimento a la libre competencia en el mercado de la gestión colectiva.
-Los escándalos por corrupción, malversación, fraude y evasión fiscal que han involucrado a sus directivos y empleados.

Estos problemas han generado un descontento generalizado entre los músicos, que se sienten desprotegidos y vulnerables frente a SAYCO y muchos de ellos han optado por desafiliarse o buscar otras alternativas para gestionar sus derechos de autor, como otras entidades colectivas o licencias directas, pero se han encontrado con obstáculos legales, administrativos y culturales que dificultan su ejercicio y por otra parte también están los músicos y políticos que comen de Sayco desde hace daño y quienes defienden a muerte el monopolio legal amparado por el estado así como defienden otras políticas culturales corruptas.

En el caso del rock, este es uno de los géneros más marginados y estigmatizados por el sistema de gestión colectiva, los rockeros han denunciado en varias ocasiones que SAYCO no les reconoce ni les paga adecuadamente sus derechos de autor, ya que no tiene en cuenta sus particularidades ni sus necesidades. Por ejemplo, SAYCO no tiene un sistema eficaz para monitorear el uso real de las obras musicales en las diferentes plataformas digitales o medios masivos, tampoco tiene un criterio claro para asignar las tarifas o las cuotas por concepto de derechos de autor a los eventos o establecimientos donde se toca rock, no respeta ni promueve la diversidad musical ni cultural del país, sino que privilegia a ciertos géneros o artistas sobre otros. Por estas razones, muchos músicos rockeros han decidido desvincularse o no afiliarse a SAYCO y han buscado otras formas para proteger y gestionar sus derechos de autor.

¿Quién controla los espectáculos y los boletos en Colombia?

Los espectáculos musicales son una de las principales fuentes de ingresos para los artistas pero también son una de las actividades más reguladas y gravadas por el Estado y por las entidades privadas que intervienen en su organización y realización, esto incluye a los promotores, los productores, los recintos, las tiqueteras, las recaudadoras de derechos de autor y otros agentes que influyen en el precio, la calidad y la disponibilidad de los boletos y los eventos.

En Colombia, el mercado de los espectáculos y los boletos ha experimentado una serie de cambios y movimientos en los últimos años, que han generado preocupación e inconformidad entre los músicos, los usuarios y las autoridades. Estos cambios tienen que ver con la concentración, la competencia y la transparencia de las entidades que controlan este mercado, así como con los cobros excesivos e injustificados que se realizan por concepto de derechos de autor, impuestos, comisiones y otros conceptos, es increíble, pero Colombia todo lo corrompe, absolutamente todo hasta la música.

Para entender mejor la situación del mercado de los espectáculos y los boletos en Colombia, es necesario examinar algunos casos que muestran los problemas y las posibles soluciones.
Live Nation es la empresa más grande del mundo en cuanto a shows en vivo, con presencia en más de 40 países y una facturación anual de más de 11.000 millones de dólares. En 2021, Live Nation adquirió el 51% de Ocesa, la principal compañía de eventos y espectáculos en América Latina, con sede en México. A su vez, Ocesa compró el 51% de Páramo Presenta, una empresa colombiana fundada en 2008, que organiza eventos como el Festival Estéreo Picnic, el Festival Cordillera y conciertos de artistas nacionales e internacionales.

Esta operación ha generado una gran controversia en el sector cultural colombiano, pues implica la creación de un monopolio o un duopolio en el mercado de los espectáculos y los boletos, según algunos expertos y críticos, esta concentración puede tener efectos negativos para la diversidad musical, la competencia leal, la calidad del servicio y el precio justo para los consumidores.

Con este movimiento, Live Nation puede imponer sus condiciones a los artistas, a los recintos y a las tiqueteras que quieran trabajar con ellos, limitando sus opciones y su margen de negociación, puede favorecer a ciertos géneros o artistas sobre otros, según sus intereses comerciales o estratégicos, afectando la oferta musical disponible para el público, podrá aumentar el precio de las entradas o cobrar cargos adicionales por concepto de servicio, manejo o conveniencia, sin justificación ni transparencia, también restringir o dificultar el acceso a las entradas o a los eventos a ciertos segmentos del público, según sus criterios o políticas.

Pero cuando alguien habla o se levanta en contra de esto se es vetado, excluido, ridiculizado e incluso atacado, es impresionante como la impunidad se toma todas las áreas de la sociedad mientras no exista nadie que ejecute las leyes o que defienda a los ciudadanos.
Hablemos de otro problema, las tiqueteras son las empresas encargadas de vender y distribuir las entradas para los eventos y espectáculos musicales. En Colombia, existen varias tiqueteras que operan en el mercado, como Tu Boleta, Primera Fila, Ticket Express, Colboletos, entre otras. Sin embargo, algunas de estas tiqueteras han sido objeto de múltiples críticas y denuncias por parte de los usuarios y las autoridades, debido a su falta de eficiencia, transparencia y legalidad.

Estas tiqueteras de un momento a otro comenzaron con el cobro excesivo e injustificado por concepto de servicio, manejo o conveniencia, que puede llegar a representar hasta el 30% del valor de la entrada y el problema más grave es la falta de información o claridad sobre el precio final, la disponibilidad, la ubicación o las condiciones de las entradas o los eventos y la falta de atención o solución a las quejas, reclamos o solicitudes de los usuarios.

Entonces tenemos monopolios y mafias por todas partes en el negocio de la música y los espectáculos en vivo, mafias oficiales y no oficiales, tenemos poca claridad y control en las recaudadoras de derechos, en las tiqueteras, en los precios de los eventos, poca igualdad para con los emergentes e independientes.

Ya es hora de actualizar las leyes de derechos de autor y de controlar todas estas irregularidades que solo sirven para algunos pocos y voltear las cartas de lado de los artistas, los derechos de autor son una forma de proteger la creatividad y el trabajo intelectual de los autores de obras literarias, científicas y artísticas, les otorgan a los autores el control exclusivo sobre el uso y la explotación de sus obras, así como el reconocimiento de su autoría y el respeto a su integridad. Pero necesitamos una ley nueva, unas leyes nuevas, propuestas nuevas, pero nadie escucha.

En Colombia, la ley que regula los derechos de autor es la Ley 23 de 1982, que fue promulgada hace casi 40 años. Esta ley establece las condiciones, los límites y las excepciones para el ejercicio de los derechos de autor, así como las sanciones por su violación. También protege los derechos conexos de los intérpretes, los productores de fonogramas y los organismos de radiodifusión.

Pero desde 1982, el mundo ha cambiado mucho, especialmente en lo que se refiere al desarrollo tecnológico y al mercado global de la cultura, la aparición y el auge de internet, las plataformas digitales, los servicios de streaming y las redes sociales han transformado la forma de crear, distribuir y consumir obras musicales, audiovisuales y artísticas en general, estos cambios plantean nuevos desafíos y oportunidades para los autores y los usuarios de las obras protegidas por el derecho de autor, por un lado, se abren nuevas posibilidades de difusión, acceso y remuneración para los creadores, pero por otro lado, se generan nuevas formas de infracción, piratería y competencia desleal que afectan sus intereses legítimos.

En este contexto, surge la pregunta: ¿es suficiente y adecuada la Ley 23 de 1982 para regular los derechos de autor en Colombia en el siglo XXI? ¿Qué aspectos deberían modificarse o actualizarse para adaptarse a la realidad actual? ¿Qué experiencias o modelos se podrían tomar como referencia de otros países que han modernizado sus leyes de derechos de autor?
Hay problemas muy graves como la falta de claridad sobre el alcance y la aplicación de la licencia obligatoria para las obras musicales la cual permite a los usuarios obtener el derecho a reproducir o distribuir una obra musical previo pago al titular del derecho o a una entidad colectiva que lo represente, esta la ley no define con precisión qué tipo de usos están sujetos a esta licencia, ni cómo se debe calcular y pagar la remuneración correspondiente. Esto genera incertidumbre jurídica e inequidad entre los autores y los usuarios.

La falta de un sistema eficiente y transparente para la gestión colectiva de los derechos de autor. La gestión colectiva consiste en que una entidad autorizada por el Estado recauda y distribuye las regalías por el uso de las obras protegidas entre sus asociados o representados. En Colombia, existen varias entidades colectivas que operan en diferentes ámbitos (música, audiovisual, artes plásticas, etc.), pero no hay una coordinación ni una supervisión adecuada por parte del Estado. Esto genera problemas como la doble cobranza, el reparto injusto o tardío, la falta de información o rendición de cuentas y el abuso de posición dominante.
La falta de adaptación a las nuevas modalidades y formatos digitales. La ley no contempla expresamente las obras creadas o difundidas por medios digitales, como las obras multimedia, las bases de datos, los videojuegos o los podcasts. Tampoco regula adecuadamente los servicios en línea que ofrecen música o contenidos audiovisuales bajo demanda o por suscripción (streaming). Esto implica que no hay una seguridad jurídica ni una remuneración justa para los autores que utilizan estos medios o cuyas obras son explotadas por estos servicios.

La falta de equilibrio entre los derechos de los autores y los intereses de la sociedad. La ley no establece con claridad las limitaciones y excepciones al derecho de autor, es decir, los casos en los que se puede usar una obra protegida sin necesidad de autorización ni pago al titular. Estos casos suelen estar relacionados con fines educativos, culturales, informativos o de investigación. La ley tampoco reconoce el derecho de cita, el uso justo o el dominio público como mecanismos para fomentar la creatividad, el acceso y la difusión de la cultura.
Muy duro, tras el fracaso anunciado de políticas como “la economía naranja” de la cuál todo el mundo advirtió pero nadie escuchó, desde los abusos de Sayco y otras entidades, desde la creación de monopolios a micro mafias de círculos de amistades que se reparten las oportunidades y los dineros, hasta la inocencia del músico que solo quiere hacer música, Colombia es sencillamente un nido de mafiosos que usan a los artistas para lucrarse y generar imperios en donde el único perdedor siempre ha sido precisamente el artista.

Pero qué podemos hacer en un país en donde el vivo vive del bobo, a papaya puesta papaya partida, hecha la ley hecha la trampa y tantos dichos más por el estilo. ¿Díganme que podemos hacer al respecto en un país en donde ser un hampón es ser una abeja y no una rata? Nada, solamente torcerse o emigrar.

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Devasted lanzó “Siniestro” un disco que desafía la corrupción desde el thrash metal colombiano

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Devasted

Devasted es reconocida como una de las propuestas más sólidas e innovadoras del metal nacional en la actualidad, recientemente presentaron su nuevo álbum conceptual “Siniestro”. La banda fue fundada en Palmira en 2008 y actualmente radica en Bogotá y ha construido una identidad sonora y escénica que se distingue por la agresividad y coherencia de su mensaje.

“Siniestro” es un trabajo que gira en torno a un personaje corrupto, símbolo de la decadencia y el caos que afectan a la sociedad. Este ser, que mueve los hilos desde las sombras, representa a quienes perpetúan la injusticia y el sufrimiento a través de decisiones que impactan todos los ámbitos, lo político, social, mediático, lafuerza pública y el crimen organizado. El álbum, producido por César Molina y Ricardo Gámez de Colapso Records, entre 2022 y 2025, aborda la corrupción desde diferentes perspectivas y propone una reflexión crítica sobre la realidad contemporánea.

El diseño visual de “Siniestro” estuvo a cargo del artista bogotano David Zambrano también conocido como David ArtWorks, quien logró plasmar en la portada la esencia oscura y perturbadora del concepto central, además, el disco cuenta con colaboraciones destacadas de Mauricio Obregón de Victimized y Briam Moreno de SwampTales en “Insanidad”, Adrian Manrique de Cobra y Andrés Triana en “Sociopatía” y Maximiliano Rincón en “Trampa Mortal”.

La puesta en escena de la banda es otro de sus sellos distintivos, en sus conciertos incorporan personajes como el Maniático Thrasher, un antihéroe sin ley y el propio Siniestro, esencia corrupta y amo del mal, quienes protagonizan la narrativa visual y musical del grupo. Esta teatralidad refuerza el mensaje de denuncia y confrontación que caracteriza a Devasted.

Con una discografía que incluye “Worst Than Ever” (2010), “Infierno” (2011), “Planeta Guerra” (2018) y “Demencia y Caos” (2021), han participado en los principales festivales de rock y metal del país, como Rock al Parque, Palmira Metal Fest, Rock INC Festival y Tunja Metal Fest, consolidándose como referente de la escena colombiana.

“Siniestro” es un disco que no solo reafirma la potencia musical de la banda, sino que también invita a la reflexión sobre las estructuras de poder y corrupción que marcan la vida social, demostrando nuevamente por qué es considerada una de las más relevantes e imprescindibles del metal colombiano actual.

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Rock al Parque 2025 balance final: Tres días que confirman lo ganado y evidencian lo pendiente.

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Culmina una nueva edición de Rock al Parque y tras tres días de programación, queda claro que el evento sigue siendo una estructura sólida, pero rodeada por un ecosistema que no necesariamente evoluciona con la misma solidez. Fue una edición de contrastes, de aciertos técnicos y cuestionamientos estructurales. Una edición donde lo musical se sostuvo pero no alcanzó a elevarse, en la que como cada año se evidenció que producir un evento de esta magnitud es un reto mayor que simplemente asistir, tomar nota y opinar.

Hay que decirlo, hacer un festival gratuito con múltiples escenarios, decenas de artistas y una afluencia masiva en un país como Colombia no es sencillo, la producción requiere sincronía, experiencia, atención al detalle. Lo fácil es lo que hacemos desde los medios… ir, cubrir, criticar lo que no nos gusta y aplaudir lo que sí, el ejercicio de análisis es necesario, pero también lo es reconocer que lo que ocurre detrás del telón implica un grado de dificultad que merece respeto.

Idartes que lleva muchos años ya al frente del festival, ha logrado avances que hace una década eran impensables como la inclusión de zonas de consumo legal de licor, los patrocinios explícitos en pantalla, la apertura de espacios para emprendimientos culturales y sellos alternativos, son señales de que hay una comprensión más amplia sobre lo que debe ser un festival en el siglo XXI. La gestión de Héctor Mora ha sido clave para este reordenamiento, con años de compromiso con el rock colombiano y siendo parte de él, Mora regresó al festival en un momento complejo, tras una curaduría anterior que dejó grietas irreparables. En dos años, ha intentado redireccionar una estructura muy pesada, y eso dentro de todo, es positivo para la escena local.

Como lo anticipamos en Subterránica antes del festival, el punto más alto estuvo en las bandas nacionales, con escenarios medio vacíos, es cierto, pero con propuestas valiosas, especialmente dentro del metal, el punk, el ska y el rock clásico. Hay buenos sonidos y buenas agrupaciones, pero el riesgo sigue siendo el mismo, que muchas bandas desaparecen o se diluyen después de tocar en el festival, Rock al Parque debería ser un trampolín, no un techo. El reto está en convertir esa fecha en un punto de partida real para las agrupaciones locales y no en una meta simbólica que agota el impulso de una banda ¿ahora qué hacemos? Y ahí viene el momento complejo.

El festival, en términos generales funcionó. Sonido, pantallas, tiempos, accesos, todo fluyó dentro de lo esperado, pero hay dos puntos que no pueden obviarse… El primero es el público que dejó claro una vez más que el rock nacional no convoca como debería. El grueso de asistentes apareció únicamente para ver a Don Tetto y al Cuarteto de Nos el último día. El escenario Plaza, eje del festival, estuvo la mayor parte del tiempo vacío y la conclusión es incómoda pero evidente e innegable, hay una gran masa que solo consume lo consagrado o lo internacional, un público que no siembra, que solo cosecha, que se enorgullece de ser “rockero” cuando el éxito ya está garantizado, de resto, bares vacíos, venues vacíos y un Rock al Parque que salvo por unas franjas específicas también lo está. El público rockero colombiano podría aprender algo de los hinchas de la selección, apoyar en las buenas y en las malas incluso cuando jamás se ha ganado nada, porque apoyar una banda en su inicio es más revolucionario que corearla en su punto alto.

El segundo punto crítico tiene nombre propio: GSP, la empresa logística. Su historial es largo y no por esta edición en particular, esta empresa siempre ha mostrado fallas estructurales. Cuando se empodera a personajes sin formación, solo porque portan un chaleco, se habilita el abuso. El trato que muchos periodistas y fotógrafos recibieron en esta edición fue lamentable. El caso de una fotógrafa de 24 años agredida en el escenario Bio por parte del personal de seguridad no es algo aislado, en el escrito anterior habíamos denunciado el maltrato a los periodistas y ya antes, en otros contextos como Hard Rock Café de Bogotá, esta empresa ha protagonizado situaciones que terminaron en disculpas institucionales. Empresas que crecen con dinero público deberían pasar por auditorías reales y rendir cuentas, especialmente cuando se trata de eventos culturales, estos contratos deben revisarse, las personas a cargo deben tener criterios, no poder arbitrario.

En contraste, el escenario Bio fue el más sólido de todo el festival, siempre lleno, activo y con un público participativo. Irónicamente, lo que demuestra que el público sigue prefiriendo los lenguajes reconocibles, los clásicos, lo que entra fácil.

Bandas como Piangua o Los de Abajo —excelentes en lo que hacen— se sintieron fuera de lugar en un festival de rock, no por calidad, sino por contexto. Piangua es un proyecto con enorme proyección, pero quizás en escenarios distintos. Lo mismo sucede con apuestas como Silvestre y La Naranja o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba que son sonidos de nicho, con una estética de culto, celebrados en su círculo cercano pero lejos de convocar masivamente en espacios abiertos. La sensación es clara, hay una desconexión entre lo que se quiere impulsar desde la curaduría y lo que realmente ocurre en el parque. Hay mérito en la diversidad, pero también se necesita estrategia

En un artículo posterior publicaremos nuestro top 10 de presentaciones destacadas, por ahora queda claro que el balance es bueno aunque complejo. El festival sigue siendo un bastión para el rock colombiano pero necesita más que logística, tal vez más personas involucradas que en realidad conozcan la escena nacional a profundidad y no de manera superficial, más expertos y menos bookers y dueños de festivales rondando como chulos y las bandas deben entender que conectar con el público no es una consecuencia automática del talento, hay que volver a seducir a las audiencias y el público también tiene que asumir que no se puede exigir sin involucrarse. Muchos prefieren pagar millón y medio para asistir a Estéreo Picnic que caminar a Rock al Parque gratis. Tal vez el problema es de percepción, tal vez la imagen del festival se distorsionó para las nuevas generaciones.

En 2026 Rock al Parque celebrará 30 años. Será una edición simbólica. Ojalá también sea una edición consciente. En Subterránica seguiremos insistiendo en lo mismo: apoyar el rock nacional los 365 días del año. Asistir a los conciertos, estar en los circuitos, escribir, grabar, documentar. Que no se vuelva a llenar el festival para ver lo de siempre mientras lo nuevo queda en el olvido. No porque falte talento, sino porque falta voluntad.

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Colombia

Cuando el ruido no alcanza y el silencio dice más: Una asesoría gratuita a Idartes para el trato de medios en Rock al Parque. Reflexiones del segundo día de festival.

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El segundo día de Rock al Parque 2025 fue en términos musicales, prescindible… No hubo una sola banda que merezca una mención destacada, es incómodo decirlo, pero necesario, el cartel fue una mezcla de agrupaciones que repiten fórmulas agotadas y nombres que a pesar de tener historia, no tienen presente. Fue una jornada dominada por bandas de personas cincuentonas cantando sobre romances adolescentes, sonidos domesticados disfrazados de rebeldía, colaboraciones forzadas para justificar la presencia de artistas eternos en cartel y géneros que poco tienen que ver con la identidad del festival, como el bolero y la cumbia, presentados sin ningún contexto que justifique su inclusión. A pesar de pequeños nichos de fervientes seguidores de algunos nombres del cartel a los cuales se les justificaba la presencia, estuvo aburrido.

Ni propuesta, ni narrativa, ni emoción, fue un evento programado en piloto automático. Una jornada construida con nombres y no con ideas como si el único objetivo fuera llenar las franjas horarias para cumplir con un deber administrativo y no con una visión cultural, de nuevo el público ausente y la lluvia no ayudó. A falta de música que valga la pena destacar, este texto se convierte en una asesoría gratuita para quienes organizan el festival, sin ánimo de lucro y con la firme intención de darles una clase sobre cómo se debe tratarse a los medios de comunicación y su importancia para el festival. Si no pueden defender artísticamente lo que programan, al menos escuchen lo que se está haciendo mal en lo técnico, lo logístico y sobre todo, en la relación con los medios.

Porque si hay algo que quedó claro este domingo, es que Idartes no entiende el papel de la prensa musical, no sabe quiénes somos, no sabe cómo se trabaja con medios y mucho menos le importa establecer relaciones serias con quienes llevamos años cubriendo el movimiento. Es absurdo que un medio como Subterránica y otros con mucha experiencia, con más de dos décadas de trabajo continuo, reciba únicamente dos acreditaciones para cubrir tres escenarios durante tres días pero a Caracol que nisiquiera nombra el Rock nacional le entreguen 50, es absurdo que no haya conectividad en el parque, que no haya internet para poder hacer reportajes en vivo, es absurdo que los periodistas deban resolver todo por su cuenta mientras personas acreditadas sin un medio verificable revenden manillas o simplemente entran al foso a tomarse fotos y es absurdo que medios independiente nuevos que están 100% dedicados al rock no sean acreditados pero si personas que solamente va a ver a los nombres extranjeros, todo esto se resume en una sola cosa… falta de preparación y desconocimiento profundo de la escena.

El diseño del foso de prensa en el escenario Plaza es ridículo. No es que los periodistas estén lejos, es el público el que ha sido desplazado, el foso es innecesariamente enorme, tanto que coloca a los músicos a más de cien metros del público, creando un vacío físico y emocional imposible de justificar. Los periodistas no necesitamos más de cinco metros para hacer nuestro trabajo, tomar fotos, escuchar con atención y registrar lo que ocurre, lo que se ha construido ahí no es un espacio para la prensa, es una barrera absurda que desconecta al festival de su razón de ser: el público.

Pero lo más grotesco es el trato indigno de parte del equipo logístico contratado por Idartes, GLS Logística. Gente sin experiencia en el manejo de prensa, que trata a los periodistas como intrusos, que ignora por completo cómo opera un medio y que parece más interesada en “controlar” que en facilitar el trabajo. La reventa de manillas, los múltiples colores que nadie entiende, los retenes innecesarios, la información mal transmitida y el constante irrespeto a quienes cubrimos el evento, son síntomas de una administración que funciona sin criterios claros y sin profesionales reales al frente, es de quinta categoría que una persona de prensa vaya preguntando a cada persona que entra al foso de qué medio es o a que medio pertenece porque la incapacidad para controlar las manillas se les sale de las manos, es ofensivo para nosotros que vamos a cubrir el festival con pasión y sin un pago solamente por cubrir y mantener el espíritu del rock vivo, es decir por hacer el trabajo que muchas veces los equipos oficiales son incapaces de hacer.

Y todo esto impacta directamente al festival. Porque sin periodistas en campo, no hay memoria. No hay crítica. No hay conversación. No hay relato. Quedando solo la dictadura cultural, las cifras infladas, las frases de autoelogio, las cuentas oficiales, las fotos vacías y la ilusión de que todo está bien cuando claramente no lo está. Las bandas que sí hacen el esfuerzo de crear algo nuevo no tienen quién las narre. El público no sabe a quién seguir. Y los medios que podrían generar contenido valioso, se ven reducidos a pelear por una manilla o a quedarse en casa.

Acá cubriendo…

También hay que decirlo, parte de la culpa la tiene la prensa misma. Muchos de los que reciben acreditaciones nunca aparecen durante el evento, otros llegan al final, toman tres fotos, suben un carrusel y publican una columna de elogios vacíos. Columnas que modelan una verdad que no existe. Que adornan un evento que no necesita aplausos, sino preguntas. No se puede seguir validando un modelo de cubrimiento donde el periodismo musical se reduce a posar como influencer y mucho menos se puede seguir aceptando que desde el Estado se elijan medios con base en popularidad y no en trabajo comprobable.

La prensa es necesaria no porque decore el festival, sino porque le da sentido. Porque lo observa desde afuera, lo traduce, lo analiza, lo conecta con la historia. Si Rock al Parque quiere seguir existiendo como algo más que un evento gratuito masivo, necesita con urgencia contratar personas que sepan de periodismo cultural, de escena local, de producción real. No se trata de cumplir un requisito, se trata de saber qué hacer con él. Porque cuando los músicos no proponen, y la organización tampoco permite narrar lo que pasa, el silencio comienza a sonar más fuerte que el volumen de las tarimas.

Y eso, para un festival de rock, es imperdonable.

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