La mirada Subterránica
¿Por qué fracasa comercialmente el rock colombiano? Y fracasará siempre…

Dejemos atrás de entrada que el rock ahora es un nicho, porque hay cientos de escenas de nicho que siguen siendo exitosas: La Salsa, la música clásica, etc. Que el rock haya dejado de ser la primera opción es una historia vieja, el rock comenzó a decaer a finales de los 90 con Woodstock 99 y lo que vimos en la primera década del siglo fue el crepúsculo de las grandes bandas. Pero hoy el rock sigue siendo exitoso, el tour de estadios de Motley Crue está llenando cada asiento, bandas como Coldplay, Foo Fighters (Esperemos continúen activos) y muchas más llenan cualquier arena, de hecho, el concierto más rentable que ha tenido Bogotá hasta la fecha ha sido Coldplay y esto para una ciudad morronga y mojigata como la nuestra que nunca le abrió espacios al género, que vetó los conciertos por casi una década es mucho decir. Sí hay un público y sí hay dinero para gastar en eventos, entonces ¿Qué sucede? ¿Por qué seguimos cobrando los mismos diez mil pesos de entrada que en los noventa? Con la diferencia que en esa época eso era dinero. ¿Por qué un viernes una banda incluso de covers solo lleva tres personas a un toque? Hay una serie de respuestas y eventos para estas preguntas, pero la más importante se resume en que la culpa de casi todo la tiene esa visión errada y prepotente del músico de rock colombiano.
Llamando “músico” al guitarrista, bajista o baterista empírico que se dedica únicamente a interpretar que es lo que compone el grueso de la escena. La mayoría de bandas del país gira en torno a un personaje central que compone y los demás lo siguen. Ese mismo personaje generalmente hace las veces de productor, manager, booker, diseñador gráfico y hasta ingeniero de sonido y por eso es que tenemos que entender que el músico es un romántico y su excusa siempre será: “Yo cobro porque a mi me ha costado mucho convertirme en lo que soy, mis guitarras cuestan, mi amplificador cuesta, mis ensayos cuestan, bla, bla” y esto es sencillamente un engaño, un pajazo mental y les explicaré la razón.
Yo también pensaba así, obviamente, hasta que comencé a hacer eventos de rock en los circuitos locales, llevamos 20 años realizándolos y no solo en Colombia y es por esto que puedo hacer este análisis, porque tengo puntos de comparación que han sido exitosos en otras partes con las bandas locales, pero en Colombia no ¿Por qué? Comencemos por decir que no es solo en el rock, sucede en muchas otras áreas y negocios, Colombia es un país en donde la mayoría de la gente vive en necesidad y con deudas, siempre hay algo por pagar, el arriendo, el celular, la cuota, etc. Y es un país de comerciantes en donde las profesiones que son valiosas son las que compran o venden algo, sea productos o servicios, este no es un país culto al que le interesen las artes, de hecho, podemos ver que las entidades del gobierno que tienen que ver con las artes son nidos absolutos de corrupción, y precisamente estas entidades tienen gran parte de la culpa de que el rock no sea rentable y autosuficiente en el país.
Pero regresemos a la visión romántica ¿Y qué? ¿Qué pasa conque hay tenido que ahorrar 20 años para su Telecaster o su Gibson? ¿A quien le interesa en donde ensaya y cuanto le cuesta? Parceros la verdad sea dicha al del bar no le importa, al público menos, al ingeniero le pela, de hecho, al único que le importa esto es a usted y a su ego y por eso acuñan frases como “la oficina de hoy”, si usted siente que el rock es una oficina ya fracasó. Usted no puede pretender que un escenario le ponga el mejor backline, el mejor sonido, un buen ingeniero, trago, chicas, autos si al concierto llegan tres amigos que se emputan porque les cobran el cover, dicho sin pasión y sin corazón, a nadie le interesa usted como músico sino el dinero que produzca su producto, sea banda, solista, tributo, etc. Si su banda produce un dineral para nadie va a ser un problema contratarlos, pero si usted lo único que produce son perdidas y lástima entonces es parte del problema. Tiene que crear un producto que se venda y en donde todos puedan ganar. Yo le digo a todo mundo que ese síndrome se cura la primera vez que una banda organiza un concierto, ahí se dan cuenta de la realidad. Mis hermanos están aun pagando una deuda de 160 millones de pesos por estudiar odontología y no le andan diciendo a los pacientes un sermón lastimero de costos y perdidas de su profesión.
Maluma cobra un millón de dólares, aja, pero su concierto produce 15 millones netos, usted cobra un millón de pesos y el que organiza pierde seis. Así no funciona ningún negocio.
A eso súmele que a la gente que le gusta el rock muchas veces no le gustan los bares de rock, porque hay público que es insoportable, pelean, gritan, arman show, se meten con las parejas de los demás, entonces la gente que quiere gastar prefiere ir a otra parte y esperar el concierto grande en El Campín.
Y acá es donde llegan los parásitos a atacar y a terminar de matar la escena del rock colombiano de la siguiente manera: Los agentes autonombrados, empíricos y las mafias estatales. Estos dos tipos de parásitos viven de la inocencia, la necesidad y la visión romántica de los músicos. Se han hecho llamar managers, periodistas, curadores, etc. Sin haber pisado una universidad y ustedes los tienen superbién alimentados pagándoles sus “servicios” que los harán “famosos”, asistiendo a sus encuentros y ruedas de negocios y porque todas las bandas insultan al gobierno, que Uribe Paraco, que Petro Mamerto, que los falsos positivos, que el gobierno corrupto, pero ahí están en la lista de Rock al Parque, entonces ahí si el gobierno es bueno, es el único que puede pagar el rock y han convertido al rock del país en una horda de mendigos arrodillados que hace lo que papi gobierno le dice, incluso llamar rock a esas papayeras eléctricas con guacharaca y todo y meterse en la cabeza que el vallenato es el rock de mi pueblo.
Todo esto mató al rock nacional, el ego de los músicos, la visión pasional y romántica, los agentes y entidades parásitas y convirtieron la escena en una horda de necesitados de la que todo el mundo se aprovecha. Y esto seguirá así hasta que el músico no vuelva a tener dignidad.
Les dejo un pensamiento: ¿Se imaginan a los Sex Pistols llamando a la reina a que les coloque una tarimita en el parque para insultarla y les pague? No solo es absurdo, es patético. Al rock de este país le falta furia y valores morales. Acá no se vive del rock, se vive para el rock y eso es una gran diferencia.
@felipeszarruk
Foto de Pexels
Europa
Vhill: La tormenta venezolana que sacudió el arranque de Wacken, el festival más Grande del Metal

Dariel Conway para Subterránica.
El mundo del metal amanece empapado literalmente en los campos de Wacken donde el festival más legendario del planeta, pero no solo de barro, sino también de espíritu, la edición 2025 arrancó bajo una lluvia incesante, lodos memorables y las emociones a flor de piel. No es cualquier año, ni cualquier Metal Battle, 2025 marca la segunda vez que Metal Battle South America llega a estas tierras, impulsado por la visión incansable de Felipe Szarruk y una red de colaboradores de todo el continente, con una novedad imposible de pasar por alto: por primera vez, una banda venezolana pisa el escenario de Wacken para disputarse la final global de la batalla de bandas más grande del metal.
El ambiente es el de siempre, pero multiplicado… Wacken, fiel a su promesa de “Rain or Shine” abrazó el diluvio de las últimas horas como se abrazan los grandes momentos, sin miedo y de frente. Los caminos de acceso y el campo central resbalan entre lodazales y botas, pero nadie se mueve un centímetro de la línea del frente porque lo que está en juego es más que un espectáculo. Es historia. El primer día de Metal Battle unió sangre nueva de todos los rincones del globo. Proyectos que atraviesan desde Europa del Este hasta Japón, del Norte de África hasta Suramérica, mostrando el metal como un idioma sin acento.

Y fue en esos escenarios, precisamente en el W.E.T Stage a las 11:50 AM que sonaron los acordes de Vhill, banda de Venezuela ganadora de la edición en el continente, en una presentación cargada de energía, fuerza y sentimiento que dejó claro de qué está hecho el Metal de nuestros países. Su debut en el festival fue poderosísimo, no solo por la técnica, que fue impecable, sino por la intensidad con la que defendieron su lugar. Aunque los resultados oficiales se sabrán el viernes tres de agosto, el veredicto emocional ya está dado, Vhill demostró por qué Suramérica está más vigente que nunca y cómo la unión y la independencia pueden llevar talentos hasta estas arenas sagradas incluso en los años más complicados.
El público que resistió a la tormenta premió cada nota, Wacken se llenó de banderas venezolanas y sudamericanas, celebrando ese instante en que el metal se siente más grande que la suma de sus partes, más allá de la competencia, fue una jornada en donde ganar o perder es lo de menos; la victoria consiste en representar y dejar huella, la iniciativa de Metal Battle South America logró el objetivo, poner de pie a toda una comunidad, a pulso y que el mundo escuche a las propuestas más auténticas y combativas de la región.
Tras la descarga, el primer día se fue entre charcos, abrazos y cánticos devotos, mientras miles se prepara para la segunda noche, donde grandes nombres como Ministry o Guns N’ Roses prometen tomar el testigo del poder y la diversidad vista en Wacken, pero ninguna estrella podrá apagar lo que ya se encendió; el 30 de agosto de 2025 Venezuela quedó en la historia de Wacken, y América Latina reafirmó que sigue siendo semillero de bandas con garra.

Mañana se conocerán los ganadores, pero ese momento es solo un capítulo más del cuento, Wacken sigue vivo, mojado, brillante en la oscuridad, y el mensaje ya se oyó en todos los confines. Metal es eso, esencia, resistencia y, sobre todo, comunidad mundial, sigue transformándose bajo el ritual de la comunidad musical más resilente y poderosa del mundo.
Las alianzas regionales detrás de Metal Battle South America muestran su fruto, lo que comenzó como un sueño arriesgado terminado extendiéndose hacia todo el continente, uniendo colectivos y productores en un esfuerzo que ya deja huella. La presencia de Felipe Szarruk y sus aliados no solo ha abierto puertas, ha demostrado que los espacios se ganan luchando, que el trabajo bien hecho puede llevar a la música independiente hasta el escenario más mítico de todos.

La presentación de Vhill culminó de manera épica, cuando la banda levantó con orgullo las banderas de toda la región, un gesto cargado de simbolismo y fuerza que resonó con cada persona presente. Fue un momento demasiado poderoso e icónico, una imagen que habla de identidad, resistencia y unidad. El metal, a través de iniciativas como Metal Battle, Subterránica, Felipe Szarruk y los múltiples aliados que han trabajado incansablemente, está logrando lo que parecía imposible, unir a nuestros países, muchas veces marcados por la división y la destrucción, bajo un mismo lenguaje de fuerza y pasión. Llevar este metal auténtico, nacido del esfuerzo independiente, al escenario del mundo entero es, quizás, el éxito más grande y profundo de esta generación; un triunfo que trasciende cualquier competencia y que celebra la cultura, la comunidad y la esperanza.
La mirada Subterránica
Ozzy regresa a casa y el mundo del rock queda más solo, pero más eterno

Hoy el mundo del rock y del metal perdió a una de sus figuras más icónicas: Ozzy Osbourne, quien falleció a los 76 años rodeado de su familia. Con su partida se cierra uno de los capítulos más importantes y definitivos en la historia de la música. Cantante, compositor, provocador, símbolo cultural y sobreviviente de excesos, Osbourne fue más que una estrella, fue el rostro visible del heavy metal durante más de cinco décadas.
Nacido como John Michael Osbourne el 3 de diciembre de 1948 en Aston, Birmingham (Reino Unido), Ozzy creció en un entorno obrero y difícil. Desde joven mostró inclinaciones artísticas, influenciado por los Beatles, pero también fue un niño marcado por el bullying, la pobreza y una serie de trabajos que no lograban retener su atención. Fue en la música donde encontró su refugio y, más tarde, su camino.

En 1968, junto a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward, formó Black Sabbath, banda que redefiniría no solo su vida, sino el curso completo del rock. Su álbum debut, Black Sabbath (1970), dio inicio a un género que aún no tenía nombre, pero que más tarde sería conocido como heavy metal.
La trilogía inicial de Sabbath —Black Sabbath, Paranoid y Master of Reality— se convirtió en la piedra angular de todo un movimiento musical. El tono oscuro, las letras densas, los riffs pesados y, sobre todo, la voz inconfundible de Ozzy, crearon una atmósfera que capturó la angustia y el desencanto de la juventud de los años 70.
Canciones como “War Pigs”, “Iron Man” y “Paranoid” no solo se volvieron himnos generacionales, sino que marcaron el inicio de un nuevo lenguaje musical. Y aunque Sabbath fue una creación colectiva, era Ozzy quien le daba el rostro, la personalidad excéntrica y el aura mística que la industria musical nunca había visto.
Durante su primera etapa con Black Sabbath, Ozzy grabó ocho discos, incluyendo joyas como Sabbath Bloody Sabbath y Vol. 4. Sin embargo, su dependencia a las drogas y al alcohol llevó a su salida del grupo en 1979, lo que marcaría el inicio de una carrera en solitario igual de legendaria.

En 1980, pocos apostaban por el éxito de Ozzy fuera de Sabbath. Sin embargo, Blizzard of Ozz, su primer disco como solista, fue una revelación. Con temas como “Crazy Train” y “Mr. Crowley”, y la impresionante guitarra de Randy Rhoads, el álbum lo catapultó a una nueva generación de fans.
Lo que siguió fue una carrera plagada de éxitos, tragedias y renacimientos. Tras la trágica muerte de Rhoads en 1982, Ozzy continuó adelante con discos como Diary of a Madman, Bark at the Moon, No Rest for the Wicked, y No More Tears. Este último, publicado en 1991, incluía el tema “Mama, I’m Coming Home”, una balada escrita junto a Lemmy Kilmister de Motörhead, que se convirtió en un clásico y mostró una faceta más emotiva de Osbourne.
Su carrera solista consolidó a Ozzy como un ícono multigeneracional. En vivo, su energía era legendaria, y su imagen se volvió reconocible en todo el mundo: el murciélago, la cruz, el maquillaje, la locura escénica. Fue también uno de los pocos músicos en mantenerse relevante durante más de cinco décadas sin perder el núcleo de su propuesta.
Ozzy no fue solo un músico. Fue también una figura de la cultura pop, muchas veces polémica, pero siempre auténtica. Desde el incidente del murciélago en 1982 hasta su show familiar The Osbournes en MTV a comienzos de los 2000, su figura traspasó los límites de la industria musical.
El reality mostró a un Ozzy diferente, doméstico y confundido, pero entrañable, ganando nuevas audiencias. Fue una jugada que redefinió la relación entre estrellas del rock y medios de entretenimiento.

A lo largo de su vida, fue protagonista de múltiples escándalos, giras interrumpidas por problemas de salud, rehabilitaciones, controversias religiosas y hasta demandas legales. Pero, pese a todo, nunca dejó de ser visto como una figura fundamental en la historia del rock pesado.
A pesar de haber sido diagnosticado con Parkinson en 2003 (y hacerlo público en 2020), múltiples infecciones, caídas, y cirugías, Ozzy Osbourne continuó grabando y presentándose en vivo hasta donde su cuerpo se lo permitió. Su gira de despedida, titulada No More Tours II, fue interrumpida varias veces, pero aún así alcanzó a completar varios shows con la misma entrega visceral de siempre.
En sus últimos años de actividad lanzó discos notables como Ordinary Man (2020) y Patient Number 9 (2022), colaborando con músicos como Elton John, Eric Clapton, Jeff Beck y Tony Iommi. Contra todo pronóstico, no solo seguía produciendo, sino que lo hacía con calidad, frescura y una honestidad creativa envidiable. Su voz, aunque marcada por el paso del tiempo, aún tenía ese tono nostálgico, fantasmal, único.
Su última aparición en vivo fue en Birmingham, su ciudad natal, durante un breve reencuentro con Black Sabbath en el escenario del Commonwealth Games en 2022. Fue breve, emotivo, poderoso. Fue cerrar el círculo, organizó su propio funeral, aguantó hasta ese momento.
Finalmente, el 22 de julio de 2025, Ozzy falleció rodeado de su familia. Su esposa Sharon, sus hijos Jack y Kelly, y su legado entero estaban con él. La noticia generó una oleada de homenajes alrededor del mundo: velas, murales, conciertos, discursos y lágrimas. Porque no solo se fue un músico. Se fue un símbolo de todo lo que el rock representa: resistencia, locura, libertad, honestidad, caos, arte.
Hablar del legado de Ozzy Osbourne no es solo hablar de discos o conciertos. Es hablar de una filosofía de vida. De un tipo que, con todos sus errores, excesos y contradicciones, nunca dejó de ser fiel a sí mismo. Ozzy no fingía. Ozzy era, fue un pionero, uno de los padres fundadores del metal. Un vocalista que no necesitó rangos operáticos para emocionar. Su tono nasal, melancólico y urgente, era reconocible al instante. Fue también un puente entre generaciones, que sobrevivió a los años 70, 80, 90, 2000, y que se volvió meme sin dejar de ser leyenda.
En su historia está también la historia de todos los que alguna vez encontramos refugio en la música, para quienes el rock fue hogar, Ozzy fue padre, hermano, amigo, monstruo, guía. Lo vimos caer mil veces, y levantarse otras mil. Siempre con humor. Siempre con ganas. Siempre con música.
Deja tras de sí más de 20 álbumes de estudio, decenas de giras mundiales, miles de conciertos, incontables historias y millones de fans. Su lugar en la historia de la música es inamovible.
No se trata de idolatría. Se trata de entender que hay figuras que marcan épocas. Que definen géneros. Que dan voz a generaciones que no la tenían. Ozzy fue una de esas figuras y aunque físicamente ya no esté, su voz seguirá en los parlantes, en los vinilos, en los oídos de quienes necesitan gritar, llorar, celebrar o resistir. Porque al final, eso era Ozzy, una forma de decirle al mundo que aquí estamos, y que no vamos a callar.
Epílogo
“Mama, I’m coming home”, cantó alguna vez. Y tal vez sí. Tal vez por fin ha vuelto a casa. A la eternidad que solo alcanzan quienes se convierten en leyenda.
Ozzy Osbourne (1948–2025)
Gracias por todo.
Nos vemos en el escenario eterno.
Colombia
BOMM, Idartes y el Ministerio de Cultura: ¿Un circuito cerrado que excluye por retaliación?

En los últimos años se ha consolidado en Colombia una preocupante forma de captura del campo cultural por parte de un grupo de gestores, programadores y empresarios que concentran recursos públicos, visibilidad y toma de decisiones en torno a la música.
Espacios que se presentan como públicos o de interés general —como Rock al Parque, Hip Hop al Parque, los estímulos de Idartes, las convocatorias del Ministerio de Cultura y el Bogotá Music Market (BOMM)— han terminado convertidos en cotos cerrados donde se distribuyen oportunidades entre los mismos actores, excluyendo voces críticas o incómodas.
Esta no es solo una denuncia es un patrón verificable con nombres, trayectorias y contratos.
Por ejemplo, el Bogotá Music Market (BOMM) es un programa de la Cámara de Comercio de Bogotá que cuenta con apoyo público, se presenta como vitrina para “toda la música colombiana” y promete criterios transparentes de selección.
Pero la composición de su equipo curatorial revela conexiones muy estrechas con el ecosistema de Idartes y con proveedores recurrentes de recursos públicos que vetan y segregan a los críticos de sus gestiones y lanzan ataques personales contra ellos. Siempre los mismos personajes terminan en todos los espacios auspiciados de alguna manera por el Estado y eso se ha perpetuado, llevan años cómodamente instalados haciendo lo que quieren:
Gustavo “Chucky” García: ex-programador de Rock al Parque para Idartes, figura polémica por su estilo confrontativo y su historial de insultos y descalificaciones a músicos y gestores que critican la opacidad del sistema.
María Camila Rivas: también exintegrante del comité de Rock al Parque, festival financiado 100% con impuestos de los bogotanos.
Geovanny Escobar Rubio: productor del Festival Hip Hop al Parque, otro programa distrital de Idartes.
Francisco Mendoza (Páramo Presenta): gerente de una empresa privada que ha ganado contratos de producción para escenarios de Rock al Parque, al tiempo que programa su propio festival Estéreo Picnic.
Jorge Jiménez (Árbol Naranja): empresario cuyo colectivo ha sido contratista frecuente de Idartes, ofreciendo producción técnica para Rock al Parque y otros festivales.
Todos con relaciones con el gobierno ¿Para qué? ¿Por qué? ¿No existen otros profesionales diferentes? ¿Qué transparencia puede haber si algunos de ellos que pelean de frente con los independientes y han lanzado ataques públicos documentados, son parte de una curaduría que debe ser transparente pero a la que le ganan las rencillas personales y la falta de profesionalismo. Estas relaciones no son meramente “colaboraciones sectoriales”, son relaciones contractuales directas con recursos públicos. Personas que han definido quién toca en los festivales del Distrito ahora deciden también quién puede vender su música en la principal rueda de negocios del país.
El problema es que convierten las rencillas personales en vetos institucionales, no basta con el conflicto de interés estructural. Existe evidencia anecdótica y testimonial (cómo lo que ha sucedido con Subterránica, uno de los agentes más importantes para el ecosistema musical de Latinoamérica) de que estos curadores usan su poder para excluir a músicos y gestores que los han criticado.
Denunciar la falta de transparencia, los contratos repetidos y la concentración de oportunidades no debería convertir a nadie en enemigo público, pero en la práctica quienes levantamos la voz somos vetados sistemáticamente.
Se trata de una forma de retaliación política blanda: no te censuran directamente, pero te cierran las puertas en todas las instancias donde tienen poder.
Así, lo que debería ser una plataforma de toda la música colombiana se convierte en un club de amigos donde las críticas se castigan y la diversidad estética o ideológica se sofoca, es un patrón que se repite también en Idartes y el Ministerio de Cultura, no es exclusiva del BOMM porque como ya dijimos, son los mismos en las mismas en todas partes, en todos los espacios, como si en el país en realidad no más gente verdaderamente capacitada para estos cargos.
En Idartes las convocatorias, festivales y estímulos se resuelven muchas veces entre los mismos actores que programan, producen o evalúan, empresas proveedoras ganan contratos de producción y luego tienen representantes como jurados o curadores en otros espacios, en el Ministerio de Cultura, algo similar ocurre con la designación de jurados y la circulación de recursos de concertación.
El resultado es nepotismo cultural, no el de los apellidos de sangre, sino el de las redes cerradas de recomendación mutua y blindaje contra la crítica.
¿Es delito o falta ética y administrativa? Algunos se burlan diciendo: “Eso no es delito, es el negocio de la cultura”. Pero veamos: La ley colombiana prohíbe el favoritismo indebido en la asignación de recursos públicos, el Código Disciplinario sanciona a funcionarios que usen el cargo para favorecer o excluir a terceros arbitrariamente, las entidades que distribuyen recursos públicos están obligadas a garantizar igualdad y transparencia, la Cámara de Comercio recibe recursos públicos y tiene un deber de rendición de cuentas en sus programas.
Entonces excluir a alguien por enemistad personal o retaliación política es arbitrario y contrario a los principios del Estado Social de Derecho. Aunque no sea un delito penal típico (no van a la cárcel por eso) puede ser investigable como falta administrativa o disciplinaria, el problema es que como ya sucedió con Rock al Parque en donde la contraloría encontró infinidad de estas faltas, no pasa nada porque en el país la ley es blanda y la verdad el arte le importa muy poco.
Quienes creemos en la música como un bien público no podemos aceptar que se repartan recursos y espacios con criterios de venganza personal, no se trata de pedir caridad ni favoritismo, se trata de exigir transparencia, pluralidad y profesionalismo en la gestión cultural financiada con los impuestos de todos.
Si el BOMM quiere ser la “gran vitrina de la música colombiana” no puede comportarse como un club exclusivo que castiga a quien denuncia su falta de diversidad pero los artistas callan por miedo al veto, los medios callan por miedo al veto y los que callan porque son cómplices están disfrutando de sus beneficios. La verdad cansa llenar tantas convocatorias para ver siempre a los mismos embolsillándose millones y millones, o ver jurados excontratistas premiando a concursantes excontratistas, eso es ridículo.
Hablemos claro: el rock colombiano fue capturado.
Lo que alguna vez fue un movimiento rebelde, plural, contestatario, se transformó en un espacio cooptado por gestores y programadores que usan el poder estatal para decidir quién existe y quién no.
Otro ejemplo: Rock al Parque, que nació para dar cabida a todas las voces, se volvió el feudo de curadores con agenda propia, contratistas de Idartes que se eligen entre ellos como jurados y programadores, músicos y empresarios que deciden quién toca y quién queda por fuera, convocatorias con criterios opacos, resultados predecibles y favoritismos evidentes.
Quien se atreve a cuestionarlo —como nosotros en Subterránica— queda marcado. Excluido de festivales, ruedas de negocios y de cualquier espacio público y no solo eso, Idartes permite los insultos y la denigración pública lavándose las manos diciendo que solo son “contratistas” como si la ley no exigiera que el instituto es quien debe responder por estos actos. Pero en Colombia la ley es de plástico y corrupta.
No se trata solo de festivales públicos. También la radio se contaminó con estos vetos. Ahora Radiónica como lo han denunciado varios de los que ya salieron de ahí por la nueva administración o figuras como Alejandro Marín se han erigido también como “curadores” de la música colombiana mientras ignoran sistemáticamente el rock local, lo caricaturizan o simplemente lo excluyen de su parrilla. Mientras predican la apertura a la música global y la sofisticación pop, se olvidan de las escenas de base, de los músicos independientes, del rock crítico y hablan mal de los agentes de la industria.
Y no es casualidad. Muchos de ellos están en la misma red: Curadores del BOMM, jurados de convocatorias públicas, “conferencistas” (Muchas veces sin la educación necesaria), invitados a viajes y ruedas de negocio, amigos de festivales privados que se lucran del Estado y así consolidaron una narrativa única: el rock es cosa del pasado, o se resume en cinco bandas amigas. ¡Delicioso! Que envidia.
Pero el resultado de esto ha sido devastador: Bandas que no tienen cómo circular ni grabar porque no pasan por la rosca, escenas locales moribundas, músicos que ya no denuncian nada para no ser vetados, productores independientes arruinados, público aburrido, sin oferta nueva ni riesgosa y dejando vacíos festivales como Rock al Parque al cual le inflan los números los medios amigos para no reflejar el fracaso y mientras tanto, los “curadores” viajan a ferias internacionales diciendo que representan “la música colombiana”.
Es necesaria una guerra cultural. Una guerra contra el amiguismo disfrazado de gestión cultural, el reparto de recursos públicos como botín de un clan. la retaliación contra quien critica, el bloqueo de sonidos incómodos o disidentes, la captura del discurso sobre “lo que es válido” en la música, la dictadura estética y política que han impuesto sobre el rock.
El Estado debe salir de la música (o reformarse radicalmente) y digámoslo sin miedo: el Estado colombiano fracasó como mecenas cultural, en vez de garantizar diversidad y acceso, financió roscas, compró silencios y generó dependencia clientelista. Su dinero, que es nuestro dinero, terminó consolidando un circuito cerrado de curadores, empresas contratistas privilegiadas artistas obedientes y dóciles como corderos, vetos y listas negras extraoficiales. El Estado debe salir de la música si no es capaz de apoyarla sin corromperla o al menos debe refundar sus políticas culturales con veeduría ciudadana real, con una selección transparente de jurados y curadores, prohibir de conflictos de interés y exigir profesionalismo y requisitos académicos a estos personajes como manda la ley, rotación obligatoria en comités y puestos, auditoría independiente de contratos y resultados y esto es solo el comienzo
Subterránica no va a callar, no vamos a aceptar más vetos invisibles, más retaliación disfrazada de criterio curatorial, más contratos a dedo con dineros públicos, vamos a nombrar a los responsables, vamos a exigir las pruebas, vamos a mostrar los contratos, vamos a pedir las explicaciones y vamos a invitar a todos los músicos, periodistas, gestores y públicos cansados de la dictadura cultural a sumarse.
Porque el rock nació para denunciar y la música es demasiado importante para dejarla en manos de burócratas corruptos o gestores vengativos.
La música debe ser libre.
La cultura debe ser de todos.
El Estado debe ser para todos, o no ser.
@darielconway
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