Colombia
Dark Shadow combina metal sinfónico, manga y una historia post-apocalíptica.

El pasado mes de mayo, la banda colombiana de Symphonic Power Metal, Dark Shadow, lanzó al su primer larga duración titulado Chapter One. Se trata de un ambicioso proyecto musical y visual que da comienzo a una historia post-apocalíptica llena de acción, drama y fantasía.
La propuesta artística de Dark Shadow se compone de la banda integrada por Dafna, quien a través de su hermosa voz soprano da vida a las palabras que narran esta historia, DeeRaed, encargado de interpretar las melodiosas frases y veloces riffs de guitarra y John Doe y Naukh, quienes retumban con un estridente bajo y una potente batería respectivamente. La música de Dark Shadow combina elementos del metal sinfónico, el power metal y el rock progresivo, creando un sonido épico y envolvente que acompaña a la perfección el desarrollo de la trama.
Para profundizar en este concepto, el álbum irá acompañado de un manga dividido en dos tomos próximo a ser lanzado, que narra la historia post-apocalíptica en 5 capítulos homónimos a los 5 cortes de Chapter One, en los cuales se tratan temas tales como el miedo, la violencia, el heroísmo, el autodescubrimiento y la guerra. El manga está ilustrado por el artista colombiano Daniel Santa, quien ha plasmado con gran detalle y expresividad el universo de Dark Shadow y también dirige el video.

Puedes seguir a Dark Shadows en sus redes sociales, donde comparten noticias, fotos, videos y más contenido relacionado con su música.
Colombia
Rock al Parque 2025 balance final: Tres días que confirman lo ganado y evidencian lo pendiente.

Culmina una nueva edición de Rock al Parque y tras tres días de programación, queda claro que el evento sigue siendo una estructura sólida, pero rodeada por un ecosistema que no necesariamente evoluciona con la misma solidez. Fue una edición de contrastes, de aciertos técnicos y cuestionamientos estructurales. Una edición donde lo musical se sostuvo pero no alcanzó a elevarse, en la que como cada año se evidenció que producir un evento de esta magnitud es un reto mayor que simplemente asistir, tomar nota y opinar.
Hay que decirlo, hacer un festival gratuito con múltiples escenarios, decenas de artistas y una afluencia masiva en un país como Colombia no es sencillo, la producción requiere sincronía, experiencia, atención al detalle. Lo fácil es lo que hacemos desde los medios… ir, cubrir, criticar lo que no nos gusta y aplaudir lo que sí, el ejercicio de análisis es necesario, pero también lo es reconocer que lo que ocurre detrás del telón implica un grado de dificultad que merece respeto.
Idartes que lleva muchos años ya al frente del festival, ha logrado avances que hace una década eran impensables como la inclusión de zonas de consumo legal de licor, los patrocinios explícitos en pantalla, la apertura de espacios para emprendimientos culturales y sellos alternativos, son señales de que hay una comprensión más amplia sobre lo que debe ser un festival en el siglo XXI. La gestión de Héctor Mora ha sido clave para este reordenamiento, con años de compromiso con el rock colombiano y siendo parte de él, Mora regresó al festival en un momento complejo, tras una curaduría anterior que dejó grietas irreparables. En dos años, ha intentado redireccionar una estructura muy pesada, y eso dentro de todo, es positivo para la escena local.

Como lo anticipamos en Subterránica antes del festival, el punto más alto estuvo en las bandas nacionales, con escenarios medio vacíos, es cierto, pero con propuestas valiosas, especialmente dentro del metal, el punk, el ska y el rock clásico. Hay buenos sonidos y buenas agrupaciones, pero el riesgo sigue siendo el mismo, que muchas bandas desaparecen o se diluyen después de tocar en el festival, Rock al Parque debería ser un trampolín, no un techo. El reto está en convertir esa fecha en un punto de partida real para las agrupaciones locales y no en una meta simbólica que agota el impulso de una banda ¿ahora qué hacemos? Y ahí viene el momento complejo.
El festival, en términos generales funcionó. Sonido, pantallas, tiempos, accesos, todo fluyó dentro de lo esperado, pero hay dos puntos que no pueden obviarse… El primero es el público que dejó claro una vez más que el rock nacional no convoca como debería. El grueso de asistentes apareció únicamente para ver a Don Tetto y al Cuarteto de Nos el último día. El escenario Plaza, eje del festival, estuvo la mayor parte del tiempo vacío y la conclusión es incómoda pero evidente e innegable, hay una gran masa que solo consume lo consagrado o lo internacional, un público que no siembra, que solo cosecha, que se enorgullece de ser “rockero” cuando el éxito ya está garantizado, de resto, bares vacíos, venues vacíos y un Rock al Parque que salvo por unas franjas específicas también lo está. El público rockero colombiano podría aprender algo de los hinchas de la selección, apoyar en las buenas y en las malas incluso cuando jamás se ha ganado nada, porque apoyar una banda en su inicio es más revolucionario que corearla en su punto alto.
El segundo punto crítico tiene nombre propio: GSP, la empresa logística. Su historial es largo y no por esta edición en particular, esta empresa siempre ha mostrado fallas estructurales. Cuando se empodera a personajes sin formación, solo porque portan un chaleco, se habilita el abuso. El trato que muchos periodistas y fotógrafos recibieron en esta edición fue lamentable. El caso de una fotógrafa de 24 años agredida en el escenario Bio por parte del personal de seguridad no es algo aislado, en el escrito anterior habíamos denunciado el maltrato a los periodistas y ya antes, en otros contextos como Hard Rock Café de Bogotá, esta empresa ha protagonizado situaciones que terminaron en disculpas institucionales. Empresas que crecen con dinero público deberían pasar por auditorías reales y rendir cuentas, especialmente cuando se trata de eventos culturales, estos contratos deben revisarse, las personas a cargo deben tener criterios, no poder arbitrario.

En contraste, el escenario Bio fue el más sólido de todo el festival, siempre lleno, activo y con un público participativo. Irónicamente, lo que demuestra que el público sigue prefiriendo los lenguajes reconocibles, los clásicos, lo que entra fácil.
Bandas como Piangua o Los de Abajo —excelentes en lo que hacen— se sintieron fuera de lugar en un festival de rock, no por calidad, sino por contexto. Piangua es un proyecto con enorme proyección, pero quizás en escenarios distintos. Lo mismo sucede con apuestas como Silvestre y La Naranja o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba que son sonidos de nicho, con una estética de culto, celebrados en su círculo cercano pero lejos de convocar masivamente en espacios abiertos. La sensación es clara, hay una desconexión entre lo que se quiere impulsar desde la curaduría y lo que realmente ocurre en el parque. Hay mérito en la diversidad, pero también se necesita estrategia
En un artículo posterior publicaremos nuestro top 10 de presentaciones destacadas, por ahora queda claro que el balance es bueno aunque complejo. El festival sigue siendo un bastión para el rock colombiano pero necesita más que logística, tal vez más personas involucradas que en realidad conozcan la escena nacional a profundidad y no de manera superficial, más expertos y menos bookers y dueños de festivales rondando como chulos y las bandas deben entender que conectar con el público no es una consecuencia automática del talento, hay que volver a seducir a las audiencias y el público también tiene que asumir que no se puede exigir sin involucrarse. Muchos prefieren pagar millón y medio para asistir a Estéreo Picnic que caminar a Rock al Parque gratis. Tal vez el problema es de percepción, tal vez la imagen del festival se distorsionó para las nuevas generaciones.
En 2026 Rock al Parque celebrará 30 años. Será una edición simbólica. Ojalá también sea una edición consciente. En Subterránica seguiremos insistiendo en lo mismo: apoyar el rock nacional los 365 días del año. Asistir a los conciertos, estar en los circuitos, escribir, grabar, documentar. Que no se vuelva a llenar el festival para ver lo de siempre mientras lo nuevo queda en el olvido. No porque falte talento, sino porque falta voluntad.
Colombia
Cuando el ruido no alcanza y el silencio dice más: Una asesoría gratuita a Idartes para el trato de medios en Rock al Parque. Reflexiones del segundo día de festival.

El segundo día de Rock al Parque 2025 fue en términos musicales, prescindible… No hubo una sola banda que merezca una mención destacada, es incómodo decirlo, pero necesario, el cartel fue una mezcla de agrupaciones que repiten fórmulas agotadas y nombres que a pesar de tener historia, no tienen presente. Fue una jornada dominada por bandas de personas cincuentonas cantando sobre romances adolescentes, sonidos domesticados disfrazados de rebeldía, colaboraciones forzadas para justificar la presencia de artistas eternos en cartel y géneros que poco tienen que ver con la identidad del festival, como el bolero y la cumbia, presentados sin ningún contexto que justifique su inclusión. A pesar de pequeños nichos de fervientes seguidores de algunos nombres del cartel a los cuales se les justificaba la presencia, estuvo aburrido.

Ni propuesta, ni narrativa, ni emoción, fue un evento programado en piloto automático. Una jornada construida con nombres y no con ideas como si el único objetivo fuera llenar las franjas horarias para cumplir con un deber administrativo y no con una visión cultural, de nuevo el público ausente y la lluvia no ayudó. A falta de música que valga la pena destacar, este texto se convierte en una asesoría gratuita para quienes organizan el festival, sin ánimo de lucro y con la firme intención de darles una clase sobre cómo se debe tratarse a los medios de comunicación y su importancia para el festival. Si no pueden defender artísticamente lo que programan, al menos escuchen lo que se está haciendo mal en lo técnico, lo logístico y sobre todo, en la relación con los medios.
Porque si hay algo que quedó claro este domingo, es que Idartes no entiende el papel de la prensa musical, no sabe quiénes somos, no sabe cómo se trabaja con medios y mucho menos le importa establecer relaciones serias con quienes llevamos años cubriendo el movimiento. Es absurdo que un medio como Subterránica y otros con mucha experiencia, con más de dos décadas de trabajo continuo, reciba únicamente dos acreditaciones para cubrir tres escenarios durante tres días pero a Caracol que nisiquiera nombra el Rock nacional le entreguen 50, es absurdo que no haya conectividad en el parque, que no haya internet para poder hacer reportajes en vivo, es absurdo que los periodistas deban resolver todo por su cuenta mientras personas acreditadas sin un medio verificable revenden manillas o simplemente entran al foso a tomarse fotos y es absurdo que medios independiente nuevos que están 100% dedicados al rock no sean acreditados pero si personas que solamente va a ver a los nombres extranjeros, todo esto se resume en una sola cosa… falta de preparación y desconocimiento profundo de la escena.

El diseño del foso de prensa en el escenario Plaza es ridículo. No es que los periodistas estén lejos, es el público el que ha sido desplazado, el foso es innecesariamente enorme, tanto que coloca a los músicos a más de cien metros del público, creando un vacío físico y emocional imposible de justificar. Los periodistas no necesitamos más de cinco metros para hacer nuestro trabajo, tomar fotos, escuchar con atención y registrar lo que ocurre, lo que se ha construido ahí no es un espacio para la prensa, es una barrera absurda que desconecta al festival de su razón de ser: el público.
Pero lo más grotesco es el trato indigno de parte del equipo logístico contratado por Idartes, GLS Logística. Gente sin experiencia en el manejo de prensa, que trata a los periodistas como intrusos, que ignora por completo cómo opera un medio y que parece más interesada en “controlar” que en facilitar el trabajo. La reventa de manillas, los múltiples colores que nadie entiende, los retenes innecesarios, la información mal transmitida y el constante irrespeto a quienes cubrimos el evento, son síntomas de una administración que funciona sin criterios claros y sin profesionales reales al frente, es de quinta categoría que una persona de prensa vaya preguntando a cada persona que entra al foso de qué medio es o a que medio pertenece porque la incapacidad para controlar las manillas se les sale de las manos, es ofensivo para nosotros que vamos a cubrir el festival con pasión y sin un pago solamente por cubrir y mantener el espíritu del rock vivo, es decir por hacer el trabajo que muchas veces los equipos oficiales son incapaces de hacer.
Y todo esto impacta directamente al festival. Porque sin periodistas en campo, no hay memoria. No hay crítica. No hay conversación. No hay relato. Quedando solo la dictadura cultural, las cifras infladas, las frases de autoelogio, las cuentas oficiales, las fotos vacías y la ilusión de que todo está bien cuando claramente no lo está. Las bandas que sí hacen el esfuerzo de crear algo nuevo no tienen quién las narre. El público no sabe a quién seguir. Y los medios que podrían generar contenido valioso, se ven reducidos a pelear por una manilla o a quedarse en casa.

También hay que decirlo, parte de la culpa la tiene la prensa misma. Muchos de los que reciben acreditaciones nunca aparecen durante el evento, otros llegan al final, toman tres fotos, suben un carrusel y publican una columna de elogios vacíos. Columnas que modelan una verdad que no existe. Que adornan un evento que no necesita aplausos, sino preguntas. No se puede seguir validando un modelo de cubrimiento donde el periodismo musical se reduce a posar como influencer y mucho menos se puede seguir aceptando que desde el Estado se elijan medios con base en popularidad y no en trabajo comprobable.
La prensa es necesaria no porque decore el festival, sino porque le da sentido. Porque lo observa desde afuera, lo traduce, lo analiza, lo conecta con la historia. Si Rock al Parque quiere seguir existiendo como algo más que un evento gratuito masivo, necesita con urgencia contratar personas que sepan de periodismo cultural, de escena local, de producción real. No se trata de cumplir un requisito, se trata de saber qué hacer con él. Porque cuando los músicos no proponen, y la organización tampoco permite narrar lo que pasa, el silencio comienza a sonar más fuerte que el volumen de las tarimas.
Y eso, para un festival de rock, es imperdonable.
Colombia
El festival no es el problema, algo se rompió en el rock: reflexiones del primer día de Rock al Parque

Por Felipe Szarruk
Llevo muchos años y cientos de conciertos encima, tantos que estuve en el primer Rock al Parque por allá en el 95. He caminado escenas, festivales y bares y sigo amando el rock y el metal como el primer día, pero también tengo claro que algo ya no está funcionando. La primera jornada de Rock al Parque 2025 me dejó con una sensación que no puedo ignorar, el movimiento ha entrado en una especie de pausa, no creativa necesariamente, sino emocional, espiritual. Algo se rompió. Y no estoy seguro de que se pueda reparar con guitarras distorsionadas ni más luces en el escenario.
No se trata de atacar al festival ni a los músicos que lo habitan, de hecho, lo mejor del día fue hablar con ellos, con los periodistas, con los amigos de siempre, el encuentro, la charla, la anécdota, la risa, el análisis siguen siendo más valiosos que muchos de los shows. La música sonó bien, los sets fueron profesionales, hubo entrega, pero esa promesa de que algo distinto va a pasar, esa sensación de riesgo, de caos controlado, de identidad transformadora… eso no estuvo en el que es tradicionalmente el día “más pesado” del rock.
En una de esas tantas conversaciones que valieron más que algunos de los shows, hablaba con Kike de K93 sobre algo que pocos se atreven a decir en voz alta, que al músico se le ha olvidado que, además de crear, está en el negocio del entretenimiento y se ha desconectado del público. Se esfuerzan sí, pero repiten fórmulas, se entregan, pero no hay nada nuevo que ofrecer en términos de espectáculo. Y el rock, históricamente ha sido eso también: espectáculo. Lo fue desde sus orígenes, lo fue cuando importaba tanto lo que se decía y cómo se decía. Hoy se ve mucho trabajo, pero poca imaginación en escena y ahí se pierde una parte esencial de la conexión.

Vi buenas bandas, algunas de las mejores, como Tenebrarum, que celebró 35 años con un sonido impecable y un repertorio sólido, es una agrupación que sabe lo que hace, que ha construido un camino firme desde Medellín, en otra época, verlos hubiera sido una epifanía. Esta vez fue un buen momento, pero no uno que desate preguntas. También vi a Rain of Fire, desde Tuluá, ya los había visto y debo reconocer que han mejorado notablemente, su propuesta es cada vez más clara y el parche que los vio lo disfrutó, aunque no eran muchos. Lo mismo con Sin Pudor, que ya suma dos décadas de trabajo y se prepara para una gira europea, pocas bandas de punk nacional han mantenido esa constancia. Devasted fue otra de las propuestas más recientes del cartel con un gran nivel, también varios años girando y Belphegor, banda consagrada del black metal internacional que cumplió con un set potente, como era de esperarse.
La constante en muchas de estas agrupaciones es la experiencia. Trayectorias largas, celebraciones de aniversario, giras planeadas, carrera firme. Pero también lo es la falta de público. Escenarios casi vacíos en la tarde, bandas que tocan con toda la energía frente a un puñado de espectadores. El dato no es menor. Si el público no está ahí, algo pasa y lo que está pasando, creo, es que el movimiento perdió su alma… No porque no haya talento, ni por falta de técnica o de sonido, sino porque la escena se volvió cómoda y la comodidad nunca ha sido amiga del rock.
Hablaba con colegas y amigos sobre esto, tal vez el rock, en lugar de buscar constantemente fondos públicos o apoyos institucionales, debería volver a la calle, alejarse un poco del estatismo paternalista, dejar de pedir permiso para existir y volver a construir desde la urgencia, desde la necesidad de decir algo que moleste, que incomode, que atraviese. Hay una diferencia entre profesionalización y domesticación y da la sensación de que parte del movimiento se acostumbró a la segunda.

El problema no es que el rock deba sonar distinto, ni que necesite disfrazarse de otras tendencias para seguir siendo relevante, el problema es que dejó de tener algo que decir con urgencia, que repite esquemas, fórmulas, ideas, se volvió predecible. Las bandas suenan bien, pero no generan inquietud. Hay solidez técnica, pero no hay fuego, es como si el movimiento se mirara al espejo buscando su pasado y no al horizonte buscando su destino.
Y no es un asunto exclusivo de Rock al Parque. Este festival, como plataforma, sigue siendo necesaria y seguramente continuará evolucionando junto con los gustos. Su falta de público este año no es su culpa directa, es el síntoma de algo más profundo, de una escena que se estancó en la nostalgia y en la repetición, de un entorno en el que lo nuevo cuesta mucho más que lo establecido y donde la crítica se castiga más que la mediocridad.
Ya no es suficiente con tener buen sonido ni con cumplir en tarima, con grabar un disco y salir de gira, el rock necesita volver a ser necesario, necesita confrontar, romper, incomodar, arriesgar. Necesita más de ese caos creativo que alguna vez lo hizo transformador, necesita menos comodidad, menos subsidio, menos poses seguras y necesita urgentemente nuevas voces, no más “nuevas bandas” que ya tienen quince años tocando, no más carteles que parecen homenajes.
Lo que está en juego no es la asistencia a un festival, es el alma de un movimiento que alguna vez fue sinónimo de inconformismo, de libertad, de creación salvaje. Hoy, esa alma se ve débil, casi ausente. Pero tal vez aún no está perdida, de pronto necesita que dejemos de fingir que todo está bien y empecemos a construir de nuevo, sin miedo, sin concesiones.
Tal vez es tiempo de quemar las fórmulas.
Tal vez es hora de volver a crear.
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