Colombia
Rock y reguetón: la historia de mi amigo que se pasó al Dembow y escribió un libro sobre la revolución latina del Reguetón. Entrevista con Pablito Wilson.
Los que me leen saben que soy un rockero de corazón que ama el sonido de las guitarras eléctricas, las baterías potentes y las letras rebeldes. Sé que muchos de ustedes comparten mi pasión por este género musical que nos ha acompañado durante décadas y que ha marcado nuestra identidad cultural. Pero también sé que hay otros géneros musicales que tienen su público y su valor, aunque no sean de nuestro agrado. Uno de ellos es el reguetón, ese ritmo urbano que se ha tomado las radios, las discotecas y las redes sociales con sus pegajosas melodías y sus polémicas letras y del cual muchos despotricamos en los bares.
Sé lo que están pensando: ¿qué hace este man hablando de reguetón? ¿Acaso se ha vendido al sistema? ¿O es que quiere burlarse de ese género que tanto detesta? Pues les voy a contar una historia que quizás les sorprenda y les haga reflexionar. Resulta que tengo un amigo, Pablito Wilson, que era tan rockero como cualquiera de nosotros, esta historia es diferente a la de tantos gestores que he conocido en el país que por afán del dinero dejaron el rock y se volcaron a buscar un espacio en la “industria” y ahora ganan dinerito y hablan pestes del rock.
Pablito ama la música y de hecho cuando comenzó a escribir comenzó escribiendo un libro de rock, pero hace unos años, algo cambió en su vida y de repente comenzó a interesarse por el Reguetón, obviamente me dio como una especie de comezón, pero después vi que el tema iba mucho más en serio de lo que yo creía, Pablito escribió uno de los libros referentes del género llamado “Reggetón: Entre El General y Despacito” y justo ahora está estrenando un segundo tomo llamado “Reggaetón: Una revolución Latina”.
Así que mis queridos lectores, he decidido enfrentar mis prejuicios y mis miedos y entrevistar a mi amigo Pablito Wilson, quiero saber qué piensa, qué siente, qué hace, qué sueña. Quiero conocer su historia, su proceso, su trabajo, quiero entender su pasión por el reguetón y ver si hay algo que podamos aprender los rockeros o sencillamente reforzar nuestra postura. Quiero hacer una entrevista divertida, respetuosa, sincera y profunda. Quiero hacer una entrevista en la que no voy a refutar nada sencillamente a escuchar para que cada uno de ustedes, así como yo, saquemos nuestras conclusiones.

¿Qué pasó Wilson con el rock? ¿Qué te motivó a escribir un libro sobre el reguetón y adentrarse en esa práctica?
Bueno hermano, pasaron muchas cosas. El rock sigue estando en mi vida naturalmente. Yo sigo escuchando mucho rock, casualmente en estos días escuchaba el nuevo disco de Metallica, que me pareció muy bueno. Lo que pasa también es yo entendí que al hablar de música no sólo estaba hablando de música sino también de otras cosas, entonces era muy bonito hablar de rock y contar cosas que pasan en el rock, pero también descubrí que el reguetón como un género pop mainstream me permitía funcionar como un vehículo para contar otras cosas. A mí posiblemente nadie me habría abierto micrófonos o al menos muchos espacios a los que he llegado con este libro de reguetón, no los habría tenido si no fuera porque estoy hablando de reguetón precisamente y son espacios donde yo he podido hablar de cómo es la realidad de las calles, de cómo se vive el sexo en la actualidad, del empoderamiento femenino, pero no porque yo sea un experto, sino porque sería triste haber hecho un libro de reguetón sin reconocer el talento de las mujeres que están haciendo cosas muy grandes dentro del movimiento, todo eso pasó.
¿Qué opinas de la crítica que se le hace al reguetón por su contenido sexual, violento o machista?
Yo creo que hay muchas cosas que están en debate en la actualidad y que no se trata simplemente de lo que piense yo, entonces me parece que toda crítica es válida. Me parece que es válido decir que el reguetón tiene un alto contenido sexual violento, machista, pero sí me parece triste cuando la gente se queda ahí y no mira a otros géneros musicales. Las letras del bolero y el tango a veces llegaban a ser súper machistas, porque también era el pensamiento de época, no se trata tampoco de satanizar al bolero y al tango, pero si vamos a hablar de machismo en serio, vamos a agarrar todos los géneros musicales, hablar que tienen de machistas o que tienen que se podría cambiar o se podría mejorar, sería bárbaro, bienvenido al debate, pero si se va a agarrar el reguetón como un chivo expiatorio en ese si no me monto.
¿Qué artistas de rock admiras o te han influenciado en tu carrera?
Muchos, mucho rock, vos que me conoces bien, sabes que yo he escuchado muchas cosas de rock, naturalmente que cuando empecé a formar mi mentalidad como persona que escuchaba rock más o menos a los 13 años, entré por Metallica, escuché muchas bandas, pero de las bandas que todavía me siguen gustando podemos nombra a Héroes del Silencio o The Police, Entonces bueno, un poquito más adelante me fui por el New Metal y por el Punk, siempre estoy escuchando rock, cosas más o menos mainstream, por ejemplo, yo creo que en este momento la única banda de rock mainstream que existe, o sea que puede llegar a espacios como los que llegaba el rock en sus grandes épocas es Maneskin y puede ser una banda pop, pero me parece que están haciendo algo super interesante.
¿Cómo ves la relación entre el rock y el reguetón en la actualidad? ¿Crees que hay una rivalidad o una colaboración entre ambos géneros?
No hay precisamente una colaboración pero a veces hay tolerancia, por ejemplo, en una ciudad como Medellín, el reguetón ha dado trabajo a muchas personas e ingenieros de sonido, entonces por ahí puedes encontrar un productor que produce reguetón, pero que escucha rock, que tiene amigos de bandas de rock, que mejor ejemplo de eso que el de Camilo Restrepo de providencia, el cantante de una de las bandas de reggae más grandes del país, que ha sido por muchos años el corista de Ñejo y es muy bacano porque entonces es como que “listo este mi trabajo con Ñejo, voy, canto hago esto, pero mi vida personal con la música que me gusta l vivo de la manera que me gusta”. Acercamientos entre rock y el reguetón los han habido, yo creo que el primer encuentro entre el rock y el reguetón, fue cuando Rabanes hace años hicieron una canción con Don Omar, creo que fueron súper visionarios, año 2004 más o menos, hicieron un temazo con Don Omar cuando el reguetón recién estaba saliendo, pienso que es un poco como dice Dréxler que no se trata tanto de atacar la música que no nos gusta, sino que podemos aprender de esa música o cómo podemos interpretar esa música de una manera que a nosotros nos parezca más adecuada.
¿Qué desafíos has enfrentado como autor de este libro? ¿Cómo los has superado?
Desafíos muchos, pero lo que pasa es que yo soy una persona muy previsora, por ejemplo, algo que yo sabía que me iba a pasar desde que comencé el libro es que no iba a ser fácil llegar a las fuentes, que no iba a poder llegar a todas las fuentes que quería y que muchas cosas no iban a salir como esperaba, en medio de ese panorama yo dije “bueno, a ver cómo lo voy a solucionar” entonces, por ejemplo, así escribí mi primer libro que es un libro de rock, es un libro donde yo simplemente opinaba y de vez en cuando metía el bocado de alguna persona, en cambio en este libro ya tenía una intención mucho más periodística y ya me ponía un poco más atrás como autor, porque si bien está mi opinión en él, ahora más que convencer a la gente de lo que yo pienso, lo que quiero es darle todas las herramientas para que la gente piense lo que quiera pensar, entonces entendí que me iba a tener que inspirar mucho en entrevistas de internet y combinarlas con entrevistas de producción propia, que siempre es lo ideal. Así que lo importante era tener una base muy sólida para que lo que yo no pudiera lograr en entrevistas lo pudiera sustentarse en esa base sólida.
Cuando vos agarras “Reguetón, una revolución latina” ves que es un libro que tiene muchísima información y tiene al menos unos 15 o 20 libros en la bibliografía y eso está entre las cosas que más me elogiaron en los medios de comunicación cuando salía a promocionarlo, creo que a la larga todo va hacia el mismo punto, trabajo duro, trabajo constante, trabajo de corazón y tratar de hacer el mejor trabajo posible.
¿Qué proyectos tienes para el futuro? ¿Te gustaría experimentar con otros géneros musicales?
Me gustaría mucho experimentar con otros géneros musicales, pero en este momento sí me quiero ir cada vez más a lo mainstream por esto que les contaba anteriormente, por ejemplo, el libro que estoy haciendo ahora es un libro muy mainstream y es un libro que va a hablar de amor, de familia, de salud mental y también va a hablar, digamos, de este mundo de la música mainstream, pop, urbana y reguetón. Entonces no descartó el día de mañana, de pronto hacer el libro de un músico de pop rock que admiro un montón, pero en este momento, si quiero un mensaje cada vez más mainstream, porque siento que estamos desaprovechando mucho los espacios de poder que tenemos en la sociedad y digo espacios de poder porque la gente que controla el poder creo que nos jode mucho, porque nosotros nos peleamos mucho entre nosotros, no aprovechamos espacios que podríamos usar para difundir un mensaje y contraatacar, entonces yo sí prefiero como irme detrás de esos espacios, por ejemplo que el día de mañana de pronto tenga un programa de entrevistas y entreviste a un YouTuber y que todo ese público que sigue este YouTuber me sea útil para decirle cosas a los jóvenes que verdaderamente importan y que verdaderamente les ayuden a comprender mejor lo que pasa en su país.
¿Qué mensaje quieres transmitir con tu libro?
El mensaje pues siempre va por la música, yo tengo muy claro que el libro es grande porque es un tema Pop, es un tema del que todo el mundo está hablando, un libro de reguetón es un tema hiper-vendible en cualquier medio de comunicación, entonces es muy fácil que a uno le abran puertas para una entrevista pero a la larga la única intención que tengo es la de hacer el mejor trabajo posible y que sentir que puedo cambiar algunas cosas, así sea una pequeña escala, cada vez que veo gente que me dice por ejemplo “No parce yo tenía otra visión del machismo y ahora entiendo mejor” pienso que estoy ayudando a cambiar cosas.
¿Qué prefieres: una guitarra eléctrica o un Dembow?
Yo soy un tipo al que incluso le cuesta elegir sus comidas preferidas, entonces a ver, incluso te diría que prefiero una guitarra eléctrica porque vengo de una estructura muy rockera, pero es muy relativo, porque por ejemplo, a lo largo de mi vida creo que he escuchado más Dance Hall que Rock, pero también lo que pasa es que en el rock es que el virtuosismo musical de algunos tiene que ver mucho con el haber sido músico de conservatorio, con el hecho de tener otro tipo de formación musical que en la música urbana, pero en lo urbano si vemos chicos con un talento enorme, con una capacidad de conectar con su público y eso no se puede demeritar y con una inteligencia muy grande que no será la inteligencia de la academia pero que muchas veces es “sabiduría de calle” que con dos o tres palabritas que te dicen te dejan pensando, porque son pibes que verdaderamente han tratado de comprender lo que ocurre a su alrededor.
¿Qué opinas de los rockeros que critican el reguetón? ¿Y de los reguetoneros que critican el rock?
A mí me parece que la crítica siempre es muy válida desde que se haga de un lugar de no de “criticar por criticar” sino de verdaderamente comprender lo que está sucediendo. Yo entiendo que hay músicos que están hartos de buscar espacios y no tener esos espacios porque están ocupados por otros géneros musicales y también entiendo que ahí hay algo de dolor que hace que a veces no se expresen de la mejor manera posible. Me parece que es súper válido, pero pues lo ideal es que demos un debate cada vez mejor. Incluso a mí me encantó cuando vos leíste mi primer libro de rock colombiano, que me dijiste, me encantó el libro, pero ahora estoy mucho más firme en lo que he pensado toda la vida y vos sabes que yo te admiro un montón como amigo, como músico, como organizador de eventos, pero tenemos formas muy diferentes de ver la escena nacional y de ver muchas cosas, me parece brutal eso, poder decir que nos admiramos mutuamente, pero tenemos formas muy distintas de verlo.
¿Qué le dirías a un fanático del rock que dice que el reguetón no es música? ¿Y a uno del reguetón que dice que el rock es aburrido?
Mira, yo creo que hace años un amigo músico lo explicó mucho mejor que yo. Él, como músico de academia decía que es ridículo decir que cualquier género musical no es música, yo creo que tenemos que elevar el nivel de debate, a mí una persona que me dice que el reguetón no es música, hasta me da pereza hablar con esa persona, en cambio una que me dice que el reguetón es aburrido es diferente, porque es una percepción que parte desde lo subjetivo, no parte de esa soberbia de querer tener la razón, sino decir “parce todo bien con el reguetón, pero no es mi onda” y me parece que está perfecto, si estoy hablando con una persona que es una persona que es súper abierta, músico, productor o algo así, le diría “bueno, píllate, esto es reggaetón, un poco diferente al reguetón mainstream, es una propuesta reggaetón feminista Argentina con unas letras súper ingeniosas”
¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta del rock? ¿Y del reguetón?
Lo que menos me gusta, el rock es el radicalismo absurdo. Porque existe el radicalismo que tiene una causa, digamos, el de las personas que se informan y entienden cómo funciona todo y dicen, yo me paro acá y de acá no me muevo, me parece una chimba, pero el radicalismo absurdo, el de odiar, sin siquiera tomarse el mínimo tiempo para leer Wikipedia, ese me rompe las pelotas.
Del Rock naturalmente que me encanta su libertad, su capacidad, digamos de llevar este mensajes transgresores. Me encanta el hecho de haber vivido un momento en el que el rock fue lo más grande que había a nivel mundial y que se lograron muchas conquistas. Me encanta ver que los chicos jóvenes que hoy escuchan reguetón también están escuchando rock y que pueden entender que sí, que el reguetón les gusta y con eso conectan con sus amigos y bailan con las chicas en la discoteca, pero pueden ir a su casa y escucharse toda la discografía de Iron Maiden, eso me encanta.
Y del reguetón, digamos que el contenido mainstream de hoy en día me jode un poco la inmediatez, que todo sea como tan efímero. Y, me gusta el hecho de que, al ser tan masivo, tan absurdamente masivo, cuando se mandan mensajes simples como ligados a ser buena persona, a colaborar con otros artistas, a reconocer artistas de otros géneros que fueron grandes en otras épocas, a llevar mensajes simples como está pasando ahora con las mujeres que simplemente quieren mandar un mensaje de unidad, de fortaleza, de valor en lo que dice la mujer que esos mensajes tengan un impacto tan gigante. Eso me encanta del reguetón y de toda la música mainstream de ahora.
Y entonces con la llegada de las IA y todo lo que sucede, que predicciones tienes para el futuro en estos géneros y en la música.
Uy el tema de las llegadas de la IA está jodidísimo, porque no hay que tenerle miedo a la tecnología, pero sí es cierto que toda la tecnología que nos está llegando apunta hacia el mismo lugar, abaratar la mano de obra y que cada vez las máquinas hagan que se dependa menos de las personas. Yo siempre pongo el ejemplo de cuando llegaron los teclados en los años 80, la gente decía “Wow” de la canción Final Countdown, decían “que buena canción” y sí era una canción tremenda y los teclados permitían polifonía, pero también significaba que iban a haber menos músicos en el estudio, entonces cada vez nos estamos volviendo más individualistas y cada vez se requerirá menos de la mano de obra. Es un panorama bastante complejo, yo creo que tenemos que ser lo más inteligente posible con la inteligencia artificial, acoplarla de la mejor manera posible, ver cómo nosotros podemos hacer cosas que sean, combinación entre nuestro talento y lo que permite la inteligencia artificial, porque si no nos va a comer vivos.
¿Dónde conseguimos el libro?
El libro está temporalmente agotado pero ya está próximo a llegar a las librerías en distintas partes del continente, entonces hay que estar super pendientes para preguntarlo, depende de la distribuidora de España, pero sé que va a ser muy pronto, así que en toda librería de confianza y sobre todo librerías que trabajen con títulos muy específicos de música. Ahí creo que lo pueden preguntar y si no es ahora en un par de semanas lo van a conseguir.
@felipeszarruk
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Cheyne Stokes Experience se sumerge en la introspección con Perfect Days, el nuevo capítulo de The Empress
El universo de Cheyne Stokes Experience vuelve a expandirse con Perfect Days, una pieza instrumental e introspectiva que abre las puertas de The Empress, su segundo larga duración, ya disponible en Bandcamp. La banda bogotana, conocida por su enfoque conceptual y su capacidad para unir lo etéreo con lo brutal, presenta esta composición como un preludio emocional a un disco que se adentra en las profundidades de la existencia, los duelos y la energía femenina que habita en cada ser.
Grabado en El Bunker Studios durante agosto y septiembre de 2024, el álbum contó con la producción y arreglos de Nicolás Sadovnik (Tras las Púas, Los Carrangomelos), quien acompañó a la banda en un proceso de creación meticuloso, extendido entre jornadas de pre y postproducción que dieron forma a una obra cargada de fuerza, sensibilidad y ambición. Las influencias son claras —Alcest, Opeth, Soen, Mastodon, Gojira o The Ocean Collective—, pero lo que emerge de The Empress es una identidad absolutamente propia, un sonido que se construye desde la emoción y el pensamiento, más que desde la simple técnica.

En esta nueva entrega, la emperadora —esa figura enigmática que ya había aparecido en The Labyrinth of E²— revela su rostro como una encarnación simbólica de la muerte, la transformación y el cuestionamiento interior. Cada video y cada tema se articulan como capítulos de un relato introspectivo donde los protagonistas enfrentan su propia finitud, sus vacíos y la búsqueda de significado en un mundo hostil. Perfect Days es el sexto episodio de esta historia audiovisual, y también su punto de inflexión: un tema sin palabras, donde la música es la única voz posible ante la reflexión más profunda de todas —¿qué es realmente un día perfecto y vale la pena seguir viviendo por él?—.
The Empress amplía además el espectro emocional del grupo incluyendo reinterpretaciones de Pagan Poetry de Björk y Artemis de Aurora, piezas que en manos de Cheyne Stokes Experience se convierten en un manifiesto sonoro sobre la vulnerabilidad y la ferocidad de lo femenino. Este enfoque artístico se complementa con la visión visual del ilustrador Void Espíritu (Daniel Esteban Gómez), quien una vez más plasma en la portada del disco su estilo críptico y espiritual, explorando la brutalidad y la belleza que coexisten en la muerte y el duelo.

El álbum completo está disponible de manera exclusiva en Bandcamp, mientras que su lanzamiento físico y digital oficial se celebrará el próximo 29 de noviembre en B Bar, Bogotá, junto a Ashes, Mauna y el DJ Alcapone, en una noche dedicada al metal progresivo, la melancolía y el poder creativo.
Con Perfect Days, Cheyne Stokes Experience reafirma su lugar dentro del metal alternativo colombiano como una de las propuestas más profundas, conceptuales y arriesgadas de la escena. En un panorama donde el ruido suele imponerse sobre el sentido, la banda invita a detenerse, mirar hacia adentro y, aunque duela, descubrir la luz que habita en nuestras sombras.
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IN NOMINE OBSCURITATIS: El Retorno Triunfal de HEREJÍA la Leyenda Colombia del Death Metal Sinfónico
La oscuridad tiene nombre en Colombia y se representa en algunas bandas que se han hecho mito. El próximo 31 de octubre, justo bajo el manto de Samhain, la legendaria agrupación bogotana HEREJÍA lanza “IN NOMINE OBSCURITATIS”, una obra sinfónica que promete redefinir los límites del Death Metal en Latinoamérica y retumbar más allá de fronteras.
Fundada en Bogotá en 1988 por el guitarrista y compositor Ricardo Chica Roa (Q.E.P.D), HEREJÍA es pionera del death metal sinfónico en Colombia. Su trayectoria de más de tres décadas los ha convertido en estandartes de la escena metal local, llevando el sonido colombiano a festivales y públicos que celebran su potencia, identidad y profundidad conceptual.
Hoy, liderados por Andrés Triana (teclados) y fieles a su impulso creativo, HEREJÍA presenta un álbum que es mucho más que música pesada “IN NOMINE OBSCURITATIS” fusiona la fiereza del death metal con arreglos orquestales impecables, logrando un universo sonoro que es tan oscuro como sofisticado, un viaje donde cada composición revela capas emocionales y complejidad instrumental.

El álbum, integrado por diez obras, expone la madurez compositiva de una banda que ha sabido sobrevivir a las transformaciones de la industria y del propio metal. Temas como “Abandonado Por La Luz” y “Eterna Oscuridad” son evidencia de que HEREJÍA no solo honra la tradición, sino que la reinventa a través de arreglos neoclásicos, letras profundas y una presencia escénica demoledora.
La historia de HEREJÍA está marcada por episodios duros y renacimientos. Tras la dolorosa partida de Ricardo Chica en 2021, la banda supo reinventarse sin perder identidad, apostando por alineaciones y colaboraciones que han sumado riqueza a su propuesta. Este cuarto de siglo en activo los acredita como leyendas: nunca han dejado los escenarios, siempre están presentes en festivales emblemáticos, escenarios internacionales y se mantienen vigentes en el contexto digital y físico del metal colombiano.
Como anticipo especial para la comunidad más cercana de HEREJÍA, “IN NOMINE OBSCURITATIS” está disponible para escucha limitada en Bandcamp. Pronto llegará a todas las plataformas de streaming y se anunciará la edición física, que los coleccionistas y fieles seguidores aguardan con expectativa.
Con “IN NOMINE OBSCURITATIS”, la banda reafirma que el metal colombiano tiene voz, fuerza y espíritu propio. Su propuesta artística es el reflejo de miles de seguidores que se han identificado con letras densas, melodías poderosas y una puesta en escena que transforma el dolor, la rabia y la oscuridad en arte.
El nuevo lanzamiento de la banda es un llamado a las nuevas generaciones de músicos metaleros colombianos a seguir explorando la sinergia entre lo extremo y lo sublime, lo oscuro y lo luminoso. HEREJÍA desafía con su legado y sigue construyendo el camino para el metal sinfónico en el continente.
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La trampa de la raíz: Cómo el “sonido local” nos desconectó del rock mundial.
Escribo este artículo motivado por una experiencia reciente que me dejó pensando a profundidad sobre uno de los discursos más arraigados —y a mi juicio, más dañinos— del rock latinoamericano. Fui invitado a la ceremonia Raíz y Resonancia, organizada por Hodson Music, un encuentro impecablemente producido que reunió a artistas, gestores y pensadores en torno a la idea de la identidad sonora y al reconocimiento de algunos artistas y gestores, entre ellos yo, lo cual agradezco enormemente. Durante uno de los conversatorios, surgió nuevamente el concepto del “sonido local” como bandera de autenticidad, como si la raíz cultural fuera una condición indispensable para validar una propuesta musical. Y aunque la reflexión fue valiosa, salí de allí de nuevo con la inquietud que desde hace muchos años no me suelta ¿no estaremos repitiendo, con nuevos términos, el mismo error que nos aisló hace décadas? ¿No fue precisamente esa obsesión por la raíz mal entendida, politizada y mitificada, la que impidió que el rock latino se consolidara como una fuerza verdaderamente global? Este artículo nace de esa incomodidad, de la necesidad de repensar lo que durante años nos vendieron como verdad, la idea de que debíamos sonar diferentes para ser auténticos, cuando en realidad esa diferencia se convirtió en una frontera que nos alejó del resto del planeta y su industria musical.
En los años noventa, nos vendieron una idea y la aceptamos con la ingenuidad con que se compra cualquier moda de temporada, MTV Latino puso en el mapa a una generación entera con el eslogan del “sonido local” y esa etiqueta que fue vendida como orgullo cultural, terminó funcionando más como jaula que como bandera. La promesa era al principio una idea genial, sonar a nuestra ciudad, a nuestra tierra, a nuestras raíces; pero algo se perdió en la traducción entre la intención y el resultado. Lejos de abrirnos un camino hacia el mundo, esa idea contribuyó a encerrarnos en una estética circunscrita, repetida hasta el cansancio en discos con baterías apagadas, guitarras sin ataque y mezclas que jamás escaparon al sonido doméstico de un estudio sin oficio para el rock. Lo que se celebraba como identidad muchas veces era en términos técnicos, ausencia de experiencia; un “sonido bogotano” que no era celebración sino accidente por la inexperiencia de grabar rock, sonidos con sonido crudo casi de garaje, y que la industria y la crítica prefirieron romantizar antes que corregir.
Pero esto no fue sólo un fallo de ingeniería de audio, fue un gesto explícito de politiqueo cultural. En los noventa y el inicio del siglo XXI, la reivindicación de lo propio tomó también forma de resistencia frente al catálogo internacional, y la retórica cultural de la izquierda recién llegada por primera vez a Bogotá, con sus nobles y torpes esfuerzos por deconstruir hegemonías, se mezcló con el discurso artístico del triunfo de Carlos Vives y sus “rockeros” derivados, hasta convertir la autonomía estética en una consigna casi teórica. La consecuencia perversa fue pedagogía invertida, se premió la diferencia por sí misma, se celebró el desacoplamiento del estándar global como si fuera un acto de libertad y se terminó confundiendo independencia con aislamiento. Así, en nombre de no “ceder al imperio”, muchos sellos, festivales y curadores aceptaron y reprodujeron un producto que por falta de oficio y por voluntad política, nunca quiso o supo competir en las mismas reglas técnicas y comunicativas del rock global, así nos instalaron esa doctrina tropical y eléctrica que asesinó el rock colombiano y nos tiene viviendo más de 30 años en una cámara de eco.
Creo firmemente —y esta es la hipótesis que cruzará este texto— que esos conceptos van contra la esencia misma del rock. El rock no es una tribu con fronteras idiomáticas; es, por definición, un lenguaje universal compuesto por riffs, golpes, tensión y catarsis que producen la misma lectura emocional en Tokio, Estocolmo que en Medellín. Si queremos introducir elementos nuestros —instrumentos folclóricos, ritmos autóctonos, paisajes líricos— la tarea no es imponerlos como sello de autenticidad y punto final, sino traducirlos para que funcionen dentro del vocabulario universal del género. Traducir no significa borrar ni venderse; significa encontrar la forma en que una cumbia, una caja o una melodía andina se convierten en motor dramático del rock, en lugar de en un accesorio exótico que sólo genera sorpresa y sonrisa en el extranjero. Porque si no pasa por esa traducción, lo único que consigue es sostenerse como curiosidad, un objeto encantador en vitrinas ajenas, una postal sonora para turistas culturales, ya lo hemos comprobado mil veces.
Esa es la razón por la cual, hasta hoy, el rock latino nunca ha conseguido ocupar un lugar verdaderamente masivo y sostenido en el escenario mundial, la escena se quedó atrapada entre la caricatura y la anécdota. No confundamos fenómenos de exportación comercial que utilizan elementos autóctonos —los casos de Juanes o Shakira son otra conversación y no tipifican al rock— con la verdadera proyección internacional del género. Por otro lado, ya existen bandas que demuestran lo contrario de mi tesis, grupos que suenan de frente al mundo sin pedir clemencia ni exotismo, que aterrizan en festivales como si hubiesen tocado siempre allí y no como rareza programada. Nombres como INFO, Vhill en Wacken o las bandas que han invitadas por Copenhell —Psycho Mosher y Syracusae— muestran que se puede competir por sonido, por intensidad y por oficio, sin sacrificar lo local ni convertirlo en guiño folklórico.
El rock es una gramática compartida; llevar una papayera eléctrica a un escenario europeo sin haberla hecho hablar en términos del género es el equivalente sonoro al bufón musical, claro, funciona como chiste una vez, genera fotos y titulares, pero no construye continuidad ni respeto artístico. Es igual que aquellas ocurrencias de antes en las que se trajo a la Orquesta de La Luz de Japón a cantar Salsa solo por el factor sorpresa, simpático en la foto, olvidable en la historia. Si queremos que el rock latino deje de ser una anécdota curiosa y pase a ser parte del mapa común, debemos empezar por negarnos a la excusa del “sonido local” como fin último y en su lugar, aprender a hablar el idioma que ya domina los estadios y los festivales del mundo, pero eso no es lo que quiere el gobierno que tiene arrodillados a los rockeros por hambre ¿cierto? Eso al parecer no es lo que el músico nacional quiere porque el hambre está primero que el género musical, por eso han permitido su degradación.
El rock, en su concepción original, jamás necesitó pasaportes. No nació para representar una bandera, sino para dinamitarla. Fue y sigue siendo una lengua franca de la inconformidad, un idioma emocional que se comunica con electricidad, ritmo y actitud. Desde sus primeros acordes en los cincuenta, el rock se expandió como un virus noble, cada ciudad, cada generación y cada contexto social lo absorbieron y lo tradujeron sin traicionar su esencia. Los británicos lo reinventaron con elegancia, los estadounidenses con rabia, los australianos con rudeza, los japoneses con precisión, los nórdicos con oscuridad. En todos los casos, lo que definía al género no era el lugar de origen, sino la intensidad y la honestidad del sonido. La universalidad del rock siempre radicó en su capacidad de ser comprendido más allá de la lengua, como un grito compartido que prescindía de aduanas.
Pero en América Latina el rock fue tomado como una trinchera política, un terreno más dentro del mapa ideológico del siglo XX. A medida que el discurso antiimperialista crecía, especialmente desde los sectores culturales de izquierda, el rock comenzó a ser leído no como una herramienta de expresión, sino como una extensión del poder hegemónico norteamericano. Esa interpretación reduccionista que pretendía liberar al arte de las garras del imperio generó una paradoja devastadora, los mismos que hablaban de independencia terminaron construyendo muros. Surgió entonces la necesidad de “descolonizar” el rock, de vestirlo con ropajes autóctonos, de forzarlo a sonar distinto para no ser “otra copia del norte”. Y así nació la trampa del “sonido propio”, una consigna más política que musical que pronto se convirtió en norma estética.
Ese “sonido propio” se volvió mandato. Se esperaba que las bandas hicieran visible su contexto cultural en cada riff, que las letras fueran testimonio social, que los timbres reflejaran la tierra, que las producciones sonaran diferentes por principio. El problema fue que, al intentar crear una versión “liberada” del rock, se perdió su lenguaje. En lugar de apropiarse de la herramienta y hacerla crecer, se la deformó hasta el punto de la autocaricatura. Lo que empezó como una búsqueda de autenticidad se convirtió en un ejercicio de corrección política: había que sonar distinto no por creatividad, sino por ideología. Muchos críticos, periodistas y promotores repitieron el eslogan sin detenerse a pensar que el rock, precisamente por ser universal, no necesitaba justificarse a través de una identidad nacionalista y los que peleamos contra eso, fuimos vetados, ridiculizados y hechos parias por los ladrones a los que este discurso les favorece para poder llenarse los bolsillos con las políticas culturales y espacios de circulación.
De esa confusión entre independencia y aislamiento surgió una generación de bandas que competían en un torneo imaginario para demostrar quién era más local, quién tenía más raíz, quién lograba mezclar más “ritmos del pueblo” sin perder la distorsión. El resultado fue predecible y muchas veces patético, el rock latino terminó atrapado entre el folclorismo y la caricatura. Por un lado, bandas que disfrazaban la falta de técnica con discursos de identidad; por otro, oyentes internacionales que veían en esas fusiones un espectáculo pintoresco, exótico, pero irrelevante dentro de la conversación global del género.
Esa apropiación ideológica afectó la competitividad internacional del rock latino de forma estructural. Mientras el resto del mundo profesionalizaba su sonido, consolidaba escuelas de producción y establecía estándares técnicos que garantizaban calidad exportable, en Latinoamérica se mantenía la autocomplacencia disfrazada de rebeldía. Se aplaudía sonar distinto incluso cuando eso significaba sonar mal. Se confundió la precariedad con autenticidad, y la distancia con independencia. Y cuando los festivales europeos o estadounidenses miraban hacia el sur, lo que encontraban no era una escena fuerte ni cohesionada, sino una colección de curiosidades sonoras, interesantes en lo cultural pero débiles en lo musical.
El rock, como todo lenguaje universal, se sostiene en su capacidad de traducir emociones humanas en sonido. No hay fronteras en la rabia, en la melancolía, en la euforia o en la energía que lo define. Pero la politización del “sonido propio” desvió esa esencia hacia un terreno donde el rock dejó de ser comunicación para convertirse en manifiesto. Y en el momento en que el rock se volvió manifiesto, dejó de ser rock.
Y Colombia es el mejor ejemplo, una cosa es no poder distinguir muy bien entre una fusión y una jerarquía, pero otra que ya raya en la estupidez es creer que por cambiarle el nombre a Los Gaiteros de San Jacinto se convierten en Rock. Eso es manipulación del discurso, robo, estafa, adoctrinamiento. El verdadero desafío del rock colombiano nunca ha sido encontrarle una etiqueta que lo diferencie del resto del mundo, sino lograr que lo que somos, nuestra historia, nuestra rabia, nuestra belleza, nuestras heridas, puedan decirse en el mismo idioma sonoro que el planeta ya entiende. No se trata de injertar una papayera eléctrica ni de enchufar un tiple distorsionado para “latinoamericanizar” el género, sino de traducir la emoción local al lenguaje global del rock. El arte no necesita atuendos folclóricos para ser auténtico; necesita verdad, energía y una producción que esté a la altura de su intención. Cuando esa traducción se logra, la identidad emerge sola, sin forzarla, como una consecuencia natural de la experiencia humana que le da origen.
Eso es exactamente lo que empieza a suceder con las nuevas generaciones de bandas latinas que, sin pedir permiso, suenan al nivel de cualquier festival europeo. INFO, Loathsome Faith y Vhill, desde la plataforma de Metal Battle, o Psycho Mosher y Syracusae en Copenhell ya nombradas anteriormente, son ejemplos contundentes de esa nueva mentalidad, músicos que entienden el rock como lenguaje universal, que trabajan con rigor técnico, con estética contemporánea y con la certeza de que competir en la liga global no significa renunciar a lo propio, sino hacerlo comprensible sin recurrir al exotismo. Estas bandas no viajan al extranjero a representar la “curiosidad tropical” de una escena colorida y pobre, sino a tocar con la misma potencia y dignidad que cualquier agrupación danesa, alemana o estadounidense. Su sonido no se sostiene en la rareza, sino en la calidad y eso es lo que el rock colombiano nunca ha podido entender, no porque no quiera sino porque si lo hace todo el aparato mafioso de la dictadura cultural se les cae.
Ese es el camino que el rock latino ha tardado décadas en entender, que no se conquista el mundo apelando a la compasión cultural ni al exotismo del turista, sino hablando el idioma que todos los oídos reconocen. El rock, cuando es real, no tiene nacionalidad; tiene energía. Y cuando esa energía se canaliza con técnica, con visión y con oficio, deja de importar de dónde viene el amplificador o en qué lengua se canta. Lo que queda es la emoción, la verdad eléctrica que nos une como especie.
Durante años nos hicieron creer que la autenticidad estaba en la carencia. Que sonar mal era sinónimo de ser honestos. Que nuestra versión del rock debía ser artesanal, precaria y autóctona, como si la pobreza fuera una estética y no una consecuencia de la desigualdad. MTV, la academia, los críticos, las universidades, los festivales, todos repitieron ese dogma hasta hacerlo norma. Pero el tiempo terminó demostrando que no hay nada más deshonesto que disfrazar la falta de calidad con discurso identitario.
Hoy, después de tantos años de confundir la ruina con la raíz, comienza a abrirse una nueva conciencia: la de que la autenticidad no está en sonar “latino”, sino en sonar bien, en sonar real. El futuro del rock de este continente dependerá de quienes entiendan que la única frontera que importa es la del sonido.
Nos vendieron que para ser auténticos teníamos que sonar pobres. Que el rock era un lujo del norte y que nosotros debíamos hacerlo con ruanas eléctricas. Pero el rock nunca pidió pasaporte. El rock se entiende en cualquier idioma —menos en el de la excusa
@felipeszarruk
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