Colombia
Del talento ajeno al negocio propio: Los parásitos del rock

Les va a doler… este artículo no está hecho para complacer a nadie sino para incomodar. Seguramente va a causar escozor en muchos porque toca fibras sensibles en un ecosistema donde muchos han vivido cómodamente a costa del trabajo ajeno durante años. Pero es un escrito necesario. Porque si la música —y en especial el rock— quieren avanzar en este país, primero tiene que deshacerse de los parásitos que se han enquistado en su cuerpo, esos que se llaman a sí mismos “agentes de la industria musical”, pero que rara vez están al servicio del artista. Este texto no es un ataque gratuito. Es una denuncia urgente respecto a un grupo de personas que ha estado minando a nombre de las artes creyendo que hacen un favor.
En las últimas dos décadas, el discurso de la “industria musical” en Colombia ha ganado terreno en los espacios institucionales, académicos y comerciales. Este relato impuesto por las ideologías del nuevo milenio ha impulsado la idea de una cadena de valor cultural organizada, donde múltiples actores (músicos, managers, curadores, bookers, productores, entre otros) trabajan de forma articulada para construir una economía sólida alrededor de la música, pero si nos colocamos a observar la práctica diaria en escenarios locales, especialmente en contextos alternativos o independientes nace una paradoja: la mayoría de los llamados “agentes de la industria” no construyen procesos reales con los músicos, sino que se sostienen gracias a ellos, parasitando y capturando recursos y legitimidad simbólica sin rendir cuentas ni mostrar resultados verificables.
El término “agente de la industria musical” no tiene una definición unívoca, lo usan para todo, puede referirse a una serie de profesionales que participan en la creación, circulación, distribución y promoción de música, es decir managers, promotores, curadores, productores, disqueras, distribuidores digitales, entre cientos que se inventan cada día y su función, en teoría, es actuar como puentes entre el talento artístico y las oportunidades del mercado o la institucionalidad cultural… en teoría.
En Colombia, esta categoría ha sido promovida por políticas públicas, por plataformas institucionales publico-privadas y también por monopolios disfrazados y protegidos por el Estado como Sayco y un ecosistema emergente de ferias, ruedas de negocios y encuentros académicos eterno. Y obvio esto no es algo malo, es algo necesario, pero siendo honestos, esta “profesionalización” ha sido más discursiva que estructural y ha generado una figura que muchas veces funciona sin reglas, sin códigos éticos y sin evaluación objetiva, no todos los espacios son inútiles, pero si hay muchos que están sublimados y que solo les sirve a los organizadores y no a los músicos, hemos asistido a cientos de estos encuentros no solo en el país sino en el exterior y la verdad es difícil encontrar la oportunidad real para el músico entre tanto charlatán.

Uno de los problemas más graves, es que precisamente son los músicos, especialmente los independientes, lo que no acceden a estos agentes como aliados, sino como obstáculos o intermediarios interesados. Se repite una dinámica de dependencia vertical en donde el agente se aproxima al artista no para construir un proceso, sino para aprovechar su potencial, su visibilidad o su funcionalidad estratégica, son personas que se asocian a artistas sólo cuando estos ya tienen reconocimiento local o nacional, sin haber contribuido a su desarrollo. Gestores culturales que viajan a ferias internacionales usando a músicos como carta de presentación sin que eso genere circulación efectiva de la obra. Curadores que repiten programaciones con los mismos artistas o redes de confianza, restringiendo la rotación de oportunidades y replicando modelos clientelares.
Esto es una forma de extractivismo simbólico, lo cual quiere decir que los artistas producen el contenido, el valor cultural, el relato de identidad y los tales agentes extraen ese valor para sostener su propia legitimidad profesional.
Lo que es preocupante acá, es que muchos de estos “agentes” operan sin estructuras empresariales formales, sin contratos, sin indicadores de impacto ni rendición de cuentas, casi siempre son trabajadores informales o freelance con poca o nula formación pero con muchos “amigos” y mucha capacidad para circular por los espacios de poder cultural, participar como jurados, ser invitados a paneles, o acceder a convocatorias institucionales. Algún día en su mente dijeron “vamos a ser agente musical” y se autonombraron porque así lo permite la informalidad de la cultura de este y otros países y a eso ahora le llaman “networking” otra de las palabras que se apropiaron para darle seriedad al asunto.
Esta falta de formación, sumada a la captura del discurso de la profesionalización, lo que ha logrado es nada más que un ecosistema en el que lo simbólico reemplaza lo funcional, los agentes son validados por sus apariciones, no por sus resultados; por sus redes, no por sus procesos; por su presencia institucional, no por su eficacia con los músicos, ellos en su mente son los “rockstars” y así es que se ha consolidado un modelo de visibilidad sin circulación, donde la industria es más una escenografía que una red productiva real y el músico es el sujeto precarizado, especialmente el músico emergente, que queda relegado a un lugar de fragilidad, sin acceso directo a circuitos de circulación, sin poder negociar con entidades públicas y muchas veces sin herramientas legales o empresariales, incluso vetado muchas veces, el artista entonces cree que depende de estos agentes que se autoerigen como mediadores naturales.
Y todo esto se vuelve aún más tóxico cuando se institucionaliza, por ejemplo con convocatorias que exigen alianzas con agentes para poder postularse, jurados de estímulos que pertenecen a los mismos círculos de gestión o curaduría, ferias donde los artistas pagan por “educación” y contactos sin retorno real y el resultado es lo que hemos visto durante años… un ecosistema vertical, elitista y cerrado en donde la promesa de industria oculta una lógica de exclusión y cooptación.
¿Quién de los cientos de miles de agentes que parasitan en la música nacional es transparente? Usa contratos claros, compromisos medibles, rendición de cuentas a los artistas ¿Cuántos tienen formación real? capacitación en gestión, derechos, producción y desarrollo de audiencias o suelen operar desde entidades formales, no desde la improvisación personal ¿Cuántos en realidad tienen ética profesional o se centran en el artista y no en el beneficio propio?

Sin una base estructural sólida, una formación ética y un modelo de trabajo centrado en el artista, no hay industria real, sino un teatro de profesionalización vacío y profundamente desigual. Es muy cómico que en Colombia se conocen más algunos nombres de estos personajes que de los mismos músicos y creadores porque la tal industria sigue siendo un show.
Uno de montajes más increíble del ecosistema musical colombiano de hoy, es la existencia de una red cada vez más “famosa” de agentes culturales que en lugar de abrir caminos, se dedican a izar las banderas de sus propios egos, se presentan como gestores, curadores, promotores o asesores que salvaran al músico, pero que su práctica diaria no está centrada en la música, sino en el hambre y en el posicionamiento de su imagen como “profesionales del sector”, hasta se maquillan y se peinan para esto. La música, en ese esquema se convierte en una excusa útil, un decorado de fondo para una carrera personal construida sobre la visibilidad simbólica.
A estos “agentes” les gusta operar desde una narrativa de profesionalización, de industria, de desarrollo de públicos, de internacionalización… pero la realidad, lo que se observa es una maquinaria informal, ineficaz y oportunista, utilizan el lenguaje creado para ignorantes como el de la “economía naranja” y “la circulación cultural” pero sus acciones giran en torno a capturar recursos del Estado, obtener viajes a festivales, participar en ruedas de negocio donde rara vez hay acuerdos reales y sobre todo, alimentar sus propios nombres, es decir el favor invertido, el gesto de arrogancia institucionalizada, ellos creen y juran que le están haciendo al artista “un favor”.
Una característica odiosa de este tipo de agente es la forma en que trata al músico. Actúan como si trabajar con un artista fuera un acto de generosidad, como si el hecho de incluir a un músico en una feria, una playlist o una charla fuera un regalo que él otorga desde una posición superior, es una lógica pedante que invierte por completo la relación de valor, se les olvida que es el músico el creador del contenido, el portador del riesgo y el productor central, pero ellos lo tratan como un beneficiario pasivo que debe estar agradecido por ser gestionado y la verdad con la necesidad en la que casi todo viven, dejan que pase, lo permiten, agachan la cabeza… Sí, por favor ayúdeme.

Este trato paternalista y jerárquico es evidente en el uso de convocatorias públicas, muchos de estos agentes construyen su “trayectoria” presentándose año tras año a becas, estímulos y apoyos culturales donde el músico es la fachada del proyecto, pero la intención real es la remuneración del gestor y lo peor es que lo logran, la mayoría lo logra. El arte queda subordinado a la viabilidad administrativa. En este modelo, el agente no trabaja para el músico; el músico trabaja para que el agente cobre y lo peor es que eso ya es una normalidad, se logró el monopolio de oportunidades y cierre del ecosistema en manos de lo que podemos llamar “parásitos”.
A estos agentes les fascina monopolizar los espacios, lejos de abrir oportunidades o descentralizar los circuitos, les encanta reproducir sus propios círculos de confianza, recomendando a los mismos artistas en todas las ferias, participando como jurados de convocatorias donde luego aparecen como ganadores, e incluso asesorando procesos que ellos mismos luego integran y por supuesto destruyendo y despotricando de los que no les caen bien, acabándolos con lenguas viperinas para que “no se metan en su camino”. Y el resultado es una red de cooptación y deshonestidad que cierra las puertas al artista emergente, al gestor regional o a las propuestas no alineadas con el discurso dominante y asi se ha creado así una casta simbólica de gestores culturales que gira en torno a sí misma, que aparecen en los mismos paneles, dictan los mismos talleres, asisten a las mismas ferias y producen una y otra vez el mismo relato: que Colombia tiene una industria musical emergente gracias a ellos. La música, en este discurso, queda reducida a ilustración, a contenido de fondo para una narrativa personal que no siempre se traduce en beneficios reales para los artistas.
Pero acuérdense siempre… sin el músico, no hay agente.
El agente cultural sólo tiene sentido en la medida en que su acción esté al servicio del artista, si no abre puertas, si no genera circulación, si no construye procesos sostenibles, no está siendo un agente, está siendo un intermediario simbólico que se apropia del valor ajeno. Y si, además, se comporta con arrogancia o sentido de superioridad, se convierte en una distorsión peligrosa de la cadena de valor cultural, en una industria musical justa, los gestores son aliados, no protagonistas, trabajan por el crecimiento de los artistas, no por el brillo de su propia firma, no monopolizan los espacios, los multiplican. No se sirven de los músicos…los sirven ¿Les suena familiar?
El gran error de este modelo no es sólo ético sino es estratégico, porque una escena musical fuerte no se construye desde los currículos de los gestores, sino desde la solidez, la autonomía y la visibilidad de sus artistas. Sin músicos, ningún agente existe. Y sin respeto por los músicos, ninguna industria es legítima.
Colombia
Subterránica Energy: La bebida oficial del Rock ya está en Bogotá.

Subterránica, el movimiento que le ha dado voz y fuerza al rock durante más de dos décadas, presenta hoy su creación más potente: Subterránica Energy, la bebida energizante pensada y diseñada especialmente para quienes viven la música al filo de la adrenalina. Esta bebida se convierte desde ya en la oficial del rock colombiano, y es la invitación perfecta para que músicos, amantes de la música en vivo, deportistas y público en general lleven su energía a otro nivel.
Subterránica Energy nace del espíritu incansable que acompaña a cada integrante de la escena: desde los músicos que dejan el alma en el escenario hasta aquellos fanáticos que nunca se pierden un acorde y se mantienen firmes, noche tras noche, festival tras festival. Es la recompensa lista para tomarse antes de un show, en medio del pogo o incluso al preparar el cuerpo antes de un gran entrenamiento.

Lo que hace diferente a Subterránica Energy no es solo su autenticidad, sino su composición perfectamente equilibrada para brindar energía prolongada y consistente. Cada lata contiene aminoácidos como la taurina y la prolina, que contribuyen a mejorar el rendimiento físico y mental durante horas intensas. Su mezcla exclusiva de vitaminas B1, B2, B3, B5, B6 y B12 le da el soporte necesario al metabolismo energético y la concentración; componentes que, junto a la dosis justa de cafeína y carbohidratos, activan tanto el cuerpo como la mente.
El sabor de Subterránica Energy se expresa como un riff potente: explosivo, vibrante y adictivo, ideal para acompañar maratones de conciertos, largas horas en la sala de ensayo o cualquier ejercicio que exija energía sostenida. No contiene grasas, grasas trans, ni sodio añadido, lo que la convierte en una alternativa limpia y eficaz.
La revolución energética ya empezó. Desde ahora, Subterránica Energy está disponible exclusivamente en bares clave de Bogotá donde se respira y se escucha rock: Ace of Spades, BBar, The Grange, Jackass y Rockxy son los primeros templos en sumarse a la experiencia. Pero esto es solo el principio, ya que la bebida puede ser solicitada para acompañar festivales, eventos especiales y conciertos de cualquier tamaño, llevando la actitud Subterránica a todos los escenarios.

Subterránica Energy es más que una bebida: es un símbolo para la comunidad que nunca baja el volumen ni la intensidad. Es la chispa para darlo todo, para vivir más fuerte, más alto y más auténtico.
Porque el rock no descansa y el público tampoco, Subterránica Energy es ahora el combustible oficial para resistir y disfrutar cada segundo al máximo.
Pueden pedir Subterránica Energy para sus eventos, salas de ensayo, gimnasios, festivales y cualquier espacio donde la energía y el rock sean protagonistas. Contamos con envíos a todo el país. Para informes y pedidos, contacta a director@subterranica.com o al WhatsApp 3153457532. Porque el rock va por dentro.
Colombia
Rock y Metal con peso propio: 16 bandas colombianas que dejaron huella real

La escena del rock y metal en Colombia es enorme y creativa… Y aunque aún es muy genérica y no hemos logrado encajar en el escenario mundial, en cada ciudad del país surgen constantemente nuevas propuestas que exploran sonidos, fusionan géneros y mantienen viva la llama del inconformismo musical. Pero cuando se habla de bandas que realmente han marcado una diferencia, aquellas con trayectoria sólida, logros verificables y reconocimiento más allá de los circuitos locales el panorama se reduce considerablemente.
Es fácil encontrar proyectos emergentes con potencial, e incluso con propuestas artísticas muy interesantes, pero que aún no han consolidado una discografía memorable, una carrera internacional o premios relevantes. Por eso, esta selección no se basa en gustos ni promesas, sino en hechos. A continuación, presentamos 16 bandas que, por sus logros, influencia y recorrido, merecen estar en cualquier compendio serio sobre el rock y metal colombiano como algunas de las mejores representantes de lo que podemos llamar “nuestro rock” para que les den un repaso y disfruten de recordarlas.
LOS SPEAKERS
En los años 60, cuando el rock aún era una curiosidad importada en Colombia, Los Speakers rompieron el molde. Pioneros del rock psicodélico en el país, marcaron una época con su disco La casa del sol naciente, que vendió miles de copias y les valió un disco de oro. Su propuesta sonora, atrevida para el contexto conservador de la época, pavimentó el camino para lo que hoy entendemos como rock colombiano.
GÉNESIS DE COLOMBIA
Un poco después, Génesis de Colombia aportó una visión más ambiciosa y progresiva. Su único álbum es hoy una pieza de culto entre coleccionistas y críticos, considerado un hito del rock fusión nacional. Con una instrumentación cuidada y exploraciones líricas profundas, Génesis elevó el estándar técnico del rock colombiano en los años 70.
KRAKEN
En los años 80, Kraken se convirtió en la banda insignia del heavy metal latinoamericano. Su poderosa voz principal, himnos inolvidables y presencia escénica los llevaron a giras internacionales y discos multiplatino. Su legado como ícono del género en el continente es incuestionable, y su figura sigue vigente como símbolo de identidad del metal colombiano.
THE BLACK CAT BONE
Ya en el siglo XXI, The Black Cat Bone apostó por el blues rock con una calidad interpretativa que los llevó a abrir conciertos para Deep Purple y Aerosmith. Su sonido crudo pero refinado, junto con su presencia en medios como Rolling Stone, demuestran que el rock clásico tiene espacio y prestigio en el panorama nacional actual, sin duda si hablamos de “rock” esto es de lo mejor que ha dado esta tierra.
KOYI K UTHO
En un territorio más industrial y distorsionado, Koyi K Utho ha sido el referente del metal industrial colombiano. Con discos lanzados por sellos y giras internacionales en EE.UU. y México, su puesta en escena y nivel de producción los han puesto a la par de bandas internacionales, compartiendo escenario con nombres como Slipknot y Marilyn Manson, es una de las pocas bandas que tiene una presencia y una propuesta que puede ser exportable en el país.
ATERCIOPELADOS
Aterciopelados probablemente no necesita introducción, ganadores de varios Grammy Latinos y pioneros del rock alternativo en español a nivel global. Con una propuesta original, ecléctica y poética, se consolidaron como la primera banda colombiana de rock en tener un impacto real fuera del país, llevando su mensaje de conciencia social y exploración sonora a audiencias de todo el mundo y aunque en sus últimos años se separaron del rock no puede negarse que fueron pioneros en muchos sentidos del género en el país, exportando no solo su música sino la cultura bogotana por el continente.
LA PESTILENCIA
En el terreno del punk-hardcore, La Pestilencia ha sido una de las agrupaciones más combativas e influyentes de América Latina. Sus letras críticas, cargadas de denuncia social, y su energía arrolladora los han llevado a una carrera sólida con giras por el continente y una comunidad fiel que los sigue desde los años 80.
LA DERECHA
La Derecha, por su parte, fue una de las bandas más destacadas del auge alternativo de los años 90 en Bogotá. Su mezcla de rock con elementos de la música latina y su estética sofisticada generaron una marca indeleble en la memoria colectiva de quienes vivieron esa efervescente década musical.
1280 ALMAS
1280 Almas ha sido una de las voces más coherentes del punk/rock colombiano desde los años 90. Con una discografía constante y un mensaje afilado, se convirtieron en bandera del underground local, manteniendo la independencia como principio estético y político.
CATEDRAL
En los rincones más oscuros del rock colombiano aparece Catedral, una de las agrupaciones más respetadas del rock alternativo nacional. Su sonido denso, lento y envolvente acompañado por una voz muy distintiva y el uso del violín, fue celebrado en festivales especializados, convirtiéndolos en banda de culto para quienes disfrutan del rock más introspectivo.
MASACRE
El death metal también tiene su historia escrita, en parte, por Masacre. Fundada en los años 80, esta agrupación logró lo que pocas en su género: reconocimiento internacional, sobretodo en estos últimos años en donde han cosechado con creces los frutos de una historia guerrera e ininterrumpida, consolodandose como la banda extrema más representativa de Colombia. Brutalidad, técnica y persistencia los han hecho leyenda viva.
UNDER THREAT
Under Threat, nacida a finales de los 90, ha consolidado una carrera sólida en el death melódico. Con giras por Europa y América Latina, discos elogiados por la crítica especializada y presentaciones en escenarios como Rock al Parque, han demostrado que el metal colombiano tiene proyección global.
EKHYMOSIS
Otra banda fundamental en esta historia es Ekhymosis, donde comenzó la carrera de Juanes. Su evolución del thrash agresivo hacia un sonido más accesible fue reflejo de una época de transición en el país, y su éxito radial los convirtió en protagonistas del rock colombiano en los años 90.
NEUROSIS
Neurosis, también fundada en 1987, se ha movido entre el thrash y el hardcore, destacándose por su disco Verdum 1916, que es considerado un clásico del metal nacional. Su mensaje político y sonido agresivo los mantuvieron como referencia del metal de contenido.
PARABELLUM
A principios de los 80, Parabellum encendió la chispa del metal extremo en Colombia. Su sonido primitivo y oscuro, con escasa producción y una estética cruda, los volvió objeto de culto entre los primeros fans del black metal, llegando a interactuar incluso en la escena escandinava.
PERPETUAL WARFARE
Finalmente y como un bono agregamos una banda actual activa que cumple con trayectoria, logros y calidad musical, Perpetual Warfare encarna la cara contemporánea del thrash colombiano con una propuesta veloz, crítica y altamente técnica. Han realizado giras por Latinoamérica y Europa, consolidándose como uno de los nombres más serios del metal extremo actual y demostrando que el legado del thrash en Colombia sigue más vivo que nunca.
Este recorrido por 16 bandas esenciales no pretende ser una lista definitiva, sino una radiografía de aquellos proyectos que, más allá del hype pasajero, han demostrado con trabajo y resultados que el rock y el metal colombiano tienen historia, profundidad y, sobre todo, futuro. Porque más allá del ruido o la moda, lo que perdura es la obra.
@subterránica
Colombia
Bogotá vivió la Primera Warm Up Party Oficial de Wacken en Latinoamérica

Ace of Spades Club en Bogotá fue testigo de una noche diferente en la historia del metal colombiano, la primera Wacken Warm Up Party oficial celebrada en el país y la única en toda Latinoamérica este 2025. Más de 250 asistentes llenaron el recinto para anticipar, sentir y celebrar la esencia del festival de metal más grande del planeta, pero también para ver cómo se forja desde aquí, con talento local y mucha terquedad, el puente hacia Wacken Open Air.
La idea de un warm up no es solo un concierto más, es la afirmación de pertenencia a una cultura global que se reconoce en ciertos códigos compartidos como el sonido, la estética, la hermandad del metal, pero que cobra vida con la identidad propia de cada escena local. Por eso, esta fiesta no solo fue un sello de “evento oficial”, sino una declaración de que Colombia se toma en serio su papel dentro del circuito internacional.
El cartel reflejó bien esa mezcla de raíces y proyección. INFO, la banda ganadora de la primeraedición de Wacken Metal Battle Sur América Región Norte, se presentó como la cabeza del cartel y mostraron una vez más por qué fueron los representantes en el escenario alemán. Con un set contundente y pulido, la banda combinó disciplina técnica con una presencia feroz que dejó claro su propósito, seguirse construyendo como una de las mejores bandas de la escena nacional.

Hubo espacio para honrar las influencias y el legado. Se presentaron tributos bien trabajados y recibidos con devoción, entre ellos Tribute 2 Wacken, una banda conformada para honrar el legado de Wacken en el mundo, quienes con invitados especiales hicieron un recorrido por las canciones representativas del festival. Estos actos sirvieron para subrayar la diversidad de corrientes que se cruzan en la escena local, desde el Groove Metal hasta los sonidos industriales con tintes poéticos y oscuros. Cada tributo no solo fue una nostalgia compartida, sino un recordatorio de las muchas genealogías del metal y del rock duro que siguen vivas en la memoria del público.
El ambiente fue, como debe ser en un warm up auténtico, íntimo y a la vez explosivo. No hubo barreras imaginarias entre bandas y público, el calor del Ace of Spades se cargó de buenos momentos, puños en alto y cuernos al aire, pero también de conversaciones, de músicos que se mezclaban con los fans, de planes que se tejían para futuros shows y colaboraciones. Fue la confirmación de algo esencial, que la escena no sobrevive solo por el virtuosismo técnico o la potencia de los amplificadores, sino por la comunidad.
Los organizadores Raúl Saavedra y Dick Carvajal de Wacken Latinos y Tour Concerts, destacaron que este evento marca un hito dentro del proyecto más amplio de consolidar estas fiestas en el país para que el público pueda sentir la vibra del festival. La Warm Up Party no es un show aislado, es un peldaño más en la construcción de un camino profesional para las bandas colombianas, que necesitan no solo visibilidad internacional, sino también público local que crea en ellas.

Esta primera edición también deja planteadas preguntas y desafíos, cómo hacer que el warm up se convierta en tradición anual, cómo diversificar las ciudades y los públicos, cómo dar espacio a más bandas emergentes sin perder la calidad. Pero si algo demostró la noche del Ace of Spades es que la base ya está, público leal, músicos preparados, productores comprometidos y un hambre de trascendencia que no se sacia con migajas.
No fue solo una fiesta previa para Wacken, fue una demostración de que el metal colombiano puede organizarse, celebrarse y proyectarse sin complejos, asumiéndose parte de una cultura global pero afirmando su voz propia. Fue la chispa necesaria para mantener encendido el fuego de un movimiento que ha resistido indiferencias mediáticas, recortes presupuestales y estigmas culturales.
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