La mirada Subterránica
Ozzy regresa a casa y el mundo del rock queda más solo, pero más eterno

Hoy el mundo del rock y del metal perdió a una de sus figuras más icónicas: Ozzy Osbourne, quien falleció a los 76 años rodeado de su familia. Con su partida se cierra uno de los capítulos más importantes y definitivos en la historia de la música. Cantante, compositor, provocador, símbolo cultural y sobreviviente de excesos, Osbourne fue más que una estrella, fue el rostro visible del heavy metal durante más de cinco décadas.
Nacido como John Michael Osbourne el 3 de diciembre de 1948 en Aston, Birmingham (Reino Unido), Ozzy creció en un entorno obrero y difícil. Desde joven mostró inclinaciones artísticas, influenciado por los Beatles, pero también fue un niño marcado por el bullying, la pobreza y una serie de trabajos que no lograban retener su atención. Fue en la música donde encontró su refugio y, más tarde, su camino.

En 1968, junto a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward, formó Black Sabbath, banda que redefiniría no solo su vida, sino el curso completo del rock. Su álbum debut, Black Sabbath (1970), dio inicio a un género que aún no tenía nombre, pero que más tarde sería conocido como heavy metal.
La trilogía inicial de Sabbath —Black Sabbath, Paranoid y Master of Reality— se convirtió en la piedra angular de todo un movimiento musical. El tono oscuro, las letras densas, los riffs pesados y, sobre todo, la voz inconfundible de Ozzy, crearon una atmósfera que capturó la angustia y el desencanto de la juventud de los años 70.
Canciones como “War Pigs”, “Iron Man” y “Paranoid” no solo se volvieron himnos generacionales, sino que marcaron el inicio de un nuevo lenguaje musical. Y aunque Sabbath fue una creación colectiva, era Ozzy quien le daba el rostro, la personalidad excéntrica y el aura mística que la industria musical nunca había visto.
Durante su primera etapa con Black Sabbath, Ozzy grabó ocho discos, incluyendo joyas como Sabbath Bloody Sabbath y Vol. 4. Sin embargo, su dependencia a las drogas y al alcohol llevó a su salida del grupo en 1979, lo que marcaría el inicio de una carrera en solitario igual de legendaria.

En 1980, pocos apostaban por el éxito de Ozzy fuera de Sabbath. Sin embargo, Blizzard of Ozz, su primer disco como solista, fue una revelación. Con temas como “Crazy Train” y “Mr. Crowley”, y la impresionante guitarra de Randy Rhoads, el álbum lo catapultó a una nueva generación de fans.
Lo que siguió fue una carrera plagada de éxitos, tragedias y renacimientos. Tras la trágica muerte de Rhoads en 1982, Ozzy continuó adelante con discos como Diary of a Madman, Bark at the Moon, No Rest for the Wicked, y No More Tears. Este último, publicado en 1991, incluía el tema “Mama, I’m Coming Home”, una balada escrita junto a Lemmy Kilmister de Motörhead, que se convirtió en un clásico y mostró una faceta más emotiva de Osbourne.
Su carrera solista consolidó a Ozzy como un ícono multigeneracional. En vivo, su energía era legendaria, y su imagen se volvió reconocible en todo el mundo: el murciélago, la cruz, el maquillaje, la locura escénica. Fue también uno de los pocos músicos en mantenerse relevante durante más de cinco décadas sin perder el núcleo de su propuesta.
Ozzy no fue solo un músico. Fue también una figura de la cultura pop, muchas veces polémica, pero siempre auténtica. Desde el incidente del murciélago en 1982 hasta su show familiar The Osbournes en MTV a comienzos de los 2000, su figura traspasó los límites de la industria musical.
El reality mostró a un Ozzy diferente, doméstico y confundido, pero entrañable, ganando nuevas audiencias. Fue una jugada que redefinió la relación entre estrellas del rock y medios de entretenimiento.

A lo largo de su vida, fue protagonista de múltiples escándalos, giras interrumpidas por problemas de salud, rehabilitaciones, controversias religiosas y hasta demandas legales. Pero, pese a todo, nunca dejó de ser visto como una figura fundamental en la historia del rock pesado.
A pesar de haber sido diagnosticado con Parkinson en 2003 (y hacerlo público en 2020), múltiples infecciones, caídas, y cirugías, Ozzy Osbourne continuó grabando y presentándose en vivo hasta donde su cuerpo se lo permitió. Su gira de despedida, titulada No More Tours II, fue interrumpida varias veces, pero aún así alcanzó a completar varios shows con la misma entrega visceral de siempre.
En sus últimos años de actividad lanzó discos notables como Ordinary Man (2020) y Patient Number 9 (2022), colaborando con músicos como Elton John, Eric Clapton, Jeff Beck y Tony Iommi. Contra todo pronóstico, no solo seguía produciendo, sino que lo hacía con calidad, frescura y una honestidad creativa envidiable. Su voz, aunque marcada por el paso del tiempo, aún tenía ese tono nostálgico, fantasmal, único.
Su última aparición en vivo fue en Birmingham, su ciudad natal, durante un breve reencuentro con Black Sabbath en el escenario del Commonwealth Games en 2022. Fue breve, emotivo, poderoso. Fue cerrar el círculo, organizó su propio funeral, aguantó hasta ese momento.
Finalmente, el 22 de julio de 2025, Ozzy falleció rodeado de su familia. Su esposa Sharon, sus hijos Jack y Kelly, y su legado entero estaban con él. La noticia generó una oleada de homenajes alrededor del mundo: velas, murales, conciertos, discursos y lágrimas. Porque no solo se fue un músico. Se fue un símbolo de todo lo que el rock representa: resistencia, locura, libertad, honestidad, caos, arte.
Hablar del legado de Ozzy Osbourne no es solo hablar de discos o conciertos. Es hablar de una filosofía de vida. De un tipo que, con todos sus errores, excesos y contradicciones, nunca dejó de ser fiel a sí mismo. Ozzy no fingía. Ozzy era, fue un pionero, uno de los padres fundadores del metal. Un vocalista que no necesitó rangos operáticos para emocionar. Su tono nasal, melancólico y urgente, era reconocible al instante. Fue también un puente entre generaciones, que sobrevivió a los años 70, 80, 90, 2000, y que se volvió meme sin dejar de ser leyenda.
En su historia está también la historia de todos los que alguna vez encontramos refugio en la música, para quienes el rock fue hogar, Ozzy fue padre, hermano, amigo, monstruo, guía. Lo vimos caer mil veces, y levantarse otras mil. Siempre con humor. Siempre con ganas. Siempre con música.
Deja tras de sí más de 20 álbumes de estudio, decenas de giras mundiales, miles de conciertos, incontables historias y millones de fans. Su lugar en la historia de la música es inamovible.
No se trata de idolatría. Se trata de entender que hay figuras que marcan épocas. Que definen géneros. Que dan voz a generaciones que no la tenían. Ozzy fue una de esas figuras y aunque físicamente ya no esté, su voz seguirá en los parlantes, en los vinilos, en los oídos de quienes necesitan gritar, llorar, celebrar o resistir. Porque al final, eso era Ozzy, una forma de decirle al mundo que aquí estamos, y que no vamos a callar.
Epílogo
“Mama, I’m coming home”, cantó alguna vez. Y tal vez sí. Tal vez por fin ha vuelto a casa. A la eternidad que solo alcanzan quienes se convierten en leyenda.
Ozzy Osbourne (1948–2025)
Gracias por todo.
Nos vemos en el escenario eterno.
Europa
Wacken 2025: Reflexiones tras la tormenta y el barro… volver por el rock, por la región, por la hermandad

Mi nombre es Felipe Szarruk y he transitado escenarios en más países de los que imaginé, pero ningún destino, ningún festival ha marcado mi vida como ese lodazal mítico llamado Wacken Open Air. Si cierro los ojos, aún puedo las botas hundiéndose en la tierra mojada, el eco de miles de voces desafiando la tormenta y el olor metálico del barro convertido en insignia de guerra.
Mi peregrinaje a Wacken no comezó en el avión a Hamburgo, ni siquiera el día en que recibí la acreditación, comenzó mucho antes, cuando ese nombre ¡Wacken! dejó de ser solo un lugar y se transformó en una promesa, siete años detrás de poder ser el representante para Suramérica hasta que se logró. En un continente como el nuestro en donde la lucha por la música se libra contra el olvido y la indiferencia, llegar a Alemania era más que una meta, era un reto mítico, algo que nadie había logrado y que queríamos, Wacken dejaba de ser una ficción lejana para convertirnos en parte de ella.
Aterrizar en la tierra del metal por primera vez en 2024 y cruzar las puertas de ese pequeño pueblo fue como entrar en otro universo, las primeras imágenes no fueron solo de pasión sino también de asombro, miles de personas con camisetas negras, sonriendo entre charcos, levantando sus jarras de cerveza como quien celebra una victoria. Todo un ejército de almas dispuestas a empaparse literal y espiritualmente de la energía única de Wacken, todo era diferente a cualquier cosa que hubiera vivido en el Rock y el Metal.

Pero para 2025, la segunda vez que llegaba al festival como jurado y promotor el verdadero recibimiento no fue el de las tarimas; fue el del barro. Ese barro traicionero, helado y omnipresente, que te saluda en la entrada, se cuela en cada rincón de las tienda de campaña y te cubre las piernas como una segunda piel. El lodo de Wacken no discrimina, envuelve por igual a europeos, asiáticos y sudamericanos. Al principio parece el enemigo silencioso, el obstáculo que amenaza con quitarte la comodidad, con dañar el festival como se ve en otras partes, en joder la limpieza y la dignidad. Pero poco a poco descubres su poder transformador, el barro en el campo sagrado es sencillamente un requisito, es parte del alma del festival, uno pasa del enojo y el fastidio al “ya valió este mundo, vamos a destruirnos”.
En ese barro cada paso es una decisión consciente de seguir adelante, cada tropiezo es una oportunidad de solidaridad, extraños de lenguas distintas te extienden la mano, se ríen contigo de la caída y hasta comparten consejos para sobrevivir. En el barro, las jerarquías se borran y solo queda la música, la resistencia y la hermandad. Ningún otro festival tiene esa capacidad de convertir la incomodidad en rito de iniciación, cruzar Wacken es ser bautizado de nuevo, es mirarse cubierto hasta la cintura y entender que la experiencia no se mide en pulcritud sino en intensidad, el barro es el precio y también la recompensa.
Es natural preguntarse por qué uno querría regresar una y otra vez, a un sitio donde la lluvia amenaza con desbordarlo todo, la primera experiencia en 2024 fue muy diferente, no llovió, todo estaba seco. Pero ahí radica la clave, regresar es una afirmación de pertenencia, el deseo de volver a sentirse parte de esa tribu donde nadie juzga el aspecto, el idioma ni el origen, porque el lodo ya nos igualó a todos, como reza su lema “Rain or Shine” es una obligación, un mantra.
Cuando te vas, el barro se seca y se convierte en huella, te acompaña de regreso a casa, en los zapatos y en la memoria, como prueba de que estuviste ahí, como testimonio de una experiencia tan brutal como hermosa. Regresar es, en el fondo, buscar revivir ese choque con lo auténtico, con lo físico y lo espiritual de la música y la comunidad, es querer recibir de nuevo el llamado del lodazal y responder con orgullo: “Aquí estoy, y volvería mil veces más”.

El origen de una batalla épica
El sueño de llevar el metal suramericano a Wacken Open Air, el festival de metal más grande del mundo, empezó como una osadía impulsada por la pasión. La batalla, en nuestro continente, no es solo musical: es logística, económica y emocional. Metal Battle Suramérica nació para romper fronteras, para conectar escenas diversas y para demostrar que aquí también hay talento que merece resonar en los escenarios más grandes del planeta.
Después de conseguir los espacios como promotor para el festival formamos un equipo que ha sido motor esencial en la consolidación del concurso, la competencia rápidamente se convirtió en un faro para las bandas independientes de Colombia, Venezuela y Ecuador y desde 2025 también para Perú y Bolivia. Más de 280 bandas respondieron en su primera edición al llamado y más de 400 para la segunda, superando incluso cifras registradas en países europeos.
Subterránica, se transformó en el colectivo esencial en la organización y promoción, tendiendo puentes entre bandas, productores y medios. Si hay algo que distingue a Metal Battle Suramérica de otras experiencias, es el grado de compromiso de quienes lo hacen posible. Ser promotor no es solo organizar conciertos. Es enfrentar rutas interminables, burocracia, falta de recursos, migraciones hostiles y un escepticismo histórico hacia nuestra música, la recompensa va más allá del reconocimiento, es sentir que de un pequeño círculo regional puede surgir la chispa de una hermandad continental, somos más que nuestra burocracia local.
A lo largo del camino, nacen anécdotas, bandas atravesando fronteras con instrumentos alquilados porque no pueden costear el transporte; miembros de la organización resolviendo problemas técnicos sobre la marcha; noches eternas ajustando detalles para que todo funcione aunque las condiciones sean adversas. Aquí los triunfos se celebran el doble porque nada se da por hecho, nada es regalado, el gobierno acá no tiene convocatorias, solo hay talento y ganas, las derrotas enseñan más que cualquier premio.
Metal Battle Suramérica no solo impulsa el crecimiento de bandas, sino que también crea lazos invisibles pero sólidos entre países rivales en la cancha, pero hermanos en la música. Hay hospitalidad genuina, bandas como Mini Pony, de Ecuador prestaron su equipo a los venezolanos de VHILL para que pudieran lograr el sueño de tocar en la final regional ante una multitud. Ese espíritu solidario distingue al movimiento de Metal Battle en Suramérica y fortalece el sentido de pertenencia a una comunidad más grande que cualquier frontera. La competencia impulsa a las bandas a dar lo mejor de sí, no solo como músicos, sino como embajadores de sus escenas locales, cada eliminatoria es una reunión de talentos y sueños, donde lo que está en juego no es solo un viaje a Wacken, sino la dignidad y la representación de todos los países que conforman nuestra región.

El camino hacia Wacken
Este proceso de selección es arduo y competitivo, cada país realiza eliminatorias nacionales, de donde surge una banda ganadora que representa a su nación en la gran final regional. Solo una logra el boleto final a Alemania, convirtiéndose en embajadora del metal suramericano ante el mundo. Así fue como INFO (Colombia) y VHILL (Venezuela) inscribieron sus nombres en la historia, pero detrás de cada victoria hay decenas de batallas ganadas en camaradería y resistencia colectiva. Metal Battle Suramérica no es solo un concurso, es un acto de fe colectiva, una red que desafía las adversidades propias del continente y una escuela de resistencia para músicos, productores y promotores que entienden que el ruido no es solo sonido, sino una declaración de supervivencia en países en donde a veces nisiquiera entienden qué es el rock y la cultura está dominada por personajes que trabajan para llenar sus bolsillos y manipular los discursos de la música destruyendo el género como lo conocemos, caso de Colombia en donde ahora la cumbia y el Hip Hop, incluso el folclor es llamado Rock.
INFO fue la primera banda suramericana en lograr traspasar la frontera del Metal Battle Suramérica para pisar el escenario de Wacken. En su viaje, llevaron no solo sus guitarras y baterías, sino también el espíritu andino, ese que lucha contra la adversidad cotidiana y trasciende en cada nota. Su selección fue fruto de un proceso riguroso y lleno de desafíos, donde desde la logística hasta la preparación fueron una odisea. Llegar a Alemania representó para INFO no un punto de llegada, sino de partida; un reconocimiento al nivel que el metal colombiano podía alcanzar. En Wacken, cada acorde que tocaron resonó con la fuerza de quienes han forjado su camino a base de lucha constante y pasión irrestricta. Más que una banda, se convirtieron en símbolos de una escena que no se resigna a ser invisible y consiguieron lo impensable, la primera vez que pisábamos tierra sagrada como concursantes, su impacto, música y show los pusieron en el podio, un logro que queda en la historia del rock colombiano y Latinoamérica para siempre no había sucedido. INFO lo logró solo, sin roscas, solo con música como debe ser.
Y el relato de VHILL es, sin duda, uno de los episodios más emotivos y poderosos de Metal Battle Suramérica. En 2025, esta banda venezolana enfrentó tragedias desgarradoras como la pérdida de su baterista fundador amenazó con desintegrar el grupo y detener su sueño, pero liderados por una fe inquebrantable y la solidaridad de la comunidad metalera, decidieron levantarse, realizaron una gira relámpago con apenas cinco conciertos, enfrentando dificultades logísticas mayúsculas, desde la obtención de visas hasta el traslado de sus instrumentos a través de múltiples fronteras y cordilleras. Su actuación en la final regional en Riobamba, Ecuador, fue una victoria épica que llevó a la banda a la final del Metal Battle en Alemania, siendo la primera banda venezolana en lograrlo. Su paso por Wacken fue mucho más que una competencia, a pesar de no quedar entre los cinco primeros, su performance fue una demostración de resistencia y hermandad. VHILL no solo tocó con un nivel técnico impecable, sino con el corazón puesto en cada nota, representando el dolor, la esperanza y el coraje de una región entera.
Mientras que en otras latitudes las batallas pueden ser más asequibles en recursos y facilidades, para las bandas sudamericanas cada avance significa superar obstáculos monumentales. Desde vuelos largos y costosos hasta la adaptación a un entorno totalmente diferente, todo añade un grado de complejidad que transforma cada logro en un verdadero acto heroico, pero esa dureza también fortalece el sentido de pertenencia y la unión entre los participantes. A diferencia de competiciones en zonas con más acceso, donde a menudo impera la competencia fría, en Suramérica la empatía y el apoyo mutuo son tan importantes como la música misma.

El choque cultural… cómo te tratan en Wacken vs Suramérica
En mi experiencia y la de muchos promotores y bandas de Metal Battle Suramérica, el contraste entre ser tratados en el festival Wacken Open Air y en los festivales de la región es profundo. Este choque cultural no solo afecta la logística y la producción, sino también el respeto, la inclusión y el sentido de comunidad que cada escena genera.
En Wacken, la hospitalidad es una verdadera cultura, a todos los participantes se les brinda un trato respetuoso y digno, sin importar su país de origen o experiencia previa, allá nadie te trata como “la cuota exótica” o el latino por explicar, sino simplemente como parte de la gran tribu metalera global. Los voluntarios, técnicos y organizadores están comprometidos con la experiencia; ayudan en lo que sea necesario y trabajan para que cada banda pueda dar lo mejor de sí, es un ambiente donde se siente un apoyo genuino y donde se fomenta la hermandad.
Esta profesionalización se traduce en una logística pulcra, una infraestructura preparada para miles y el reconocimiento real de la historia y el esfuerzo de cada banda. Cada integrante sabe que está allí porque su talento y trabajo fueron valorados, no por cuotas o gestos simbólicos. Esto genera un impacto emocional y profesional inmenso, potenciando el crecimiento de las bandas y su motivación.
Al contrario, en muchos festivales de Suramérica, en donde las bandas y promotores enfrentan situaciones que pueden ser desmoralizantes, desde problemas básicos como la falta de camerinos adecuados, equipos técnicos incompletos o condiciones precarias, hasta actitudes que marginan o subestiman el esfuerzo de los músicos. El trato puede ser frío, desconectado y a veces, cargado de prejuicios, como si la escena metalera local tuviera menor valoración y como si los organizadores y curadores fuera una especie de seres superiores que “están haciendo un favor”, he peleado con esto durante años pero sencillamente parece que no lo entienden, parece que somos ignorantes por naturaleza, no se han dado cuenta que sin artistas no hay festival y en Suramérica tratan a los artistas como perros de la calle, no en todas partes pero sí en la mayoría de espacios, además de haber formado mafias culturales y una dependencia económica del estado, han convertido a los músicos en seres dependientes.
Estas diferencias evidencian un sistema donde aún se lucha mucho por la profesionalización y la visibilidad digna de la cultura musical metalera. La logística, si bien apasionada, choca con limitaciones financieras y estructurales que muchas veces deben ser salvadas por el ingenio y sacrificio personal de los organizadores, como sucede en Metal Battle Suramérica.
Así es que transitamos entre ambos mundos, para quienes han vivido la experiencia de Wacken, regresar a Suramérica puede ser un recordatorio de lo mucho que aún falta y al mismo tiempo, una certeza de que su lucha tiene sentido. La sensación de pertenecer genuinamente a una comunidad mundial les otorga fuerza para seguir construyendo puentes en sus escenarios locales y para representar con orgullo el metal de su región en el exterior.
Tengo esa sensación de que ser respetados y valorados en Wacken cambia la perspectiva sobre lo que significa profesionalizar la música en Suramérica. Más que una meta económica, es un acto simbólico de dignidad, inclusión y pertenencia que debería ser el estándar en todos lados y eso hace que siempre quiera seguir adelante, porque nuestra realidad puerca no es la realidad del rock en el mundo y vamos a seguir tratando de cambiar esa realidad.

El misterio de la mística ¿por qué aguantarse el pantano?
El contraste entre la edición pasada de Wacken, cuando el clima fue seco y relativamente cómodo, esta fue la primera experiencia pantanosa para nosotros. La forma en que se vive el festival cambia radicalmente cuando el terreno se transforma en barro y el pantano se instala, pero lo que parecía un obstáculo insalvable se convirtió en una de las pruebas más poderosas y significativas de la mística de Wacken.
Para muchas de las bandas y promotores suramericanos, 2025 marcó el primer enfrentamiento real con el barro de Wacken. Después de haber vivido la edición seca, donde la logística parecía más amable, el cambio fue brutal, lluvias intensas transformaron los caminos en ríos de lodo, las carpas flotaban y todo parecía una batalla constante contra la naturaleza. No se podía caminar, había piscinas de lodo, mucho se partieron literalmente las piernas, es más, tienes muletas marca “Wacken” para estos casos, uno no lo podía creer ¿Cómo putas pagan 400 euros por entrar a este lodazal? Hasta que comenzamos a darnos cuenta que siempre ha sido así, que la edición seca fue una rareza y que el barro y el lodo son parte esencial del festival, como dijo el cantante de Clawfinger: Los Guerreros del lodos, los surfers del fango. Todo se arregla con una botas plásticas, pero en nuestra inexperiencia no las llevábamos.
Este pantano no es solo una cuestión física o de comodidad; es una experiencia colectiva que obliga a cada persona a salir de su zona de confort, a enfrentarse a la adversidad con compañerismo y resistencia. La experiencia nos enseñó, como promotor y parte de Metal Battle Suramérica, que el barro simboliza una transformación interna que hace al festival único y memorable.
El lodo en Wacken no es enemigo, sino aliado en la construcción de una comunidad especial. Cada paso en el pantano es un acto consciente de entrega y perseverancia. El barro iguala, humecta la piel y la alma, borrando diferencias y creando un vínculo tangible entre asistentes de todo el mundo. Es en ese lodazal donde la mística se siente más intensa, donde la música cobra un significado mayor porque se toca y se escucha en medio de la adversidad, y donde la camaradería se fortalece al ayudar a un compañero a sacar la bota atascada o compartir un respiro bajo la tormenta. La experiencia pantanosa representa la pureza del metal, la resistencia, la honestidad y la unión a prueba de inclemencias.
La clave para entender la atracción irresistible de Wacken es que, aunque la experiencia sea a veces dura, nunca es sencilla ni superficial. El festival no vende comodidades, vende memorias intensas, desafíos superados y una conexión que trasciende lo cotidiano. Nosotros, como representantes de Suramérica, aprendimos que aguantar el pantano es una metáfora de nuestra propia lucha musical y cultural, no importa cuántas dificultades enfrentemos, seguimos adelante. El barro es el recordatorio de que la mística de Wacken no se construye en escenarios pulcros, sino en el abrazo colectivo frente a la tormenta, en el sudor compartido y en la sensación de que, a pesar de todo, pertenecemos a algo mucho más grande.

Epílogo
Al caer la noche en Wacken, cuando el sonido de las guitarras se apaga y el lodo empieza a secarse bajo el frío de la madrugada, queda en cada alma una marca imborrable, una historia de resistencia y fraternidad que se lleva para siempre. Volver a este lodazal, a esta comunidad que no conoce fronteras, es mucho más que nostalgia; es un llamado vital a quienes llevan el metal como bandera de identidad y lucha.Después de nuestra primera experiencia pantanosa en 2025, entendemos que el barro no solo representa un desafío físico, sino un ritual eterno que forja la hermandad más profunda. Es en esas dificultades donde Wacken revela su poder, transformar adversidad en saga, incertidumbre en camaradería y cansancio en euforia compartida porque sí, uno queda totalmente destruido físicamente.
Este espíritu es el que nos llama a regresar, porque en cada gota de lluvia que vuelve a convertir el terreno en pantano se renueva la oportunidad de vivir algo único, intenso y profundamente auténtico. Saber que el lodazal está ahí, esperando nuestras pisadas, convierte cada regreso en un homenaje a quienes somos y a las historias que aún nos quedan por contar, pero esta vez lo haremos con botas y con la preparación adecuada.
El próximo año, 2026, Wacken Open Air celebrará sus 35 años que más que un número, es un símbolo de perseverancia y evolución constante, de un festival que ha sabido mantenerse fiel a sus raíces mientras une generaciones de metaleros de todo el mundo. Esta edición promete ser épica, un punto de encuentro ineludible para quienes creemos en el metal como forma de vida, un festival que comenzó con dos amigos, seis bandas, una carpa y 800 personas es hoy el Festival más importante del rock y el Metal mundial y aunque después de haber sido comprado por una multinacional la magia y el misticismo se han vuelto más comerciales, el alma y las ganas de los metaleros lo mantienen vivo y esperamos que sea por algunos años más, esto ha sido sin duda una escuela, una universidad un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos y de todo lo que tenemos que cambiar en nuestra escena.

Para Metal Battle Suramérica y todas las escenas que representamos, ese 35 aniversario es una invitación a elevar aún más nuestra voz. A traer no solo nuestras bandas, sino nuestras historias de lucha, resiliencia y pasión, para que el mundo vea y sienta que el metal suramericano es un poder imparable. El lodazal de Wacken espera a aquellos que se atrevan a ensuciarse las botas y limpiar el alma en la tormenta. A quienes quieran ser parte de un ritual donde el barro es el símbolo de que resistimos, de que juntos somos invencibles, y de que la música verdadera no se mide en escenarios brillantes, sino en la fuerza que nace del barro compartido. Que el 35 aniversario sea una nueva página en la épica de la comunidad global del metal. Que cada paso en ese lodazal sea también un paso hacia un futuro donde más y más bandas, promotores y fans de Suramérica lleguen para afirmar con orgullo: aquí estamos, y siempre volveremos.
Wacken no es solo un festival, es un pacto con la música, la resistencia y la hermandad. Y ese pacto se renueva cada vez que alguien pisa el barro y responde al llamado del lodazal con el corazón abierto.
Nos vemos en 2026, donde el lodo, la música y la historia volverán a encontrarse como nunca antes, por que a pesar de todo, muero de ganas por regresar, así escribiendo esto me duelan las piernas y me sienta agotado, veo los videos y las fotos y sé que en ninguna otra parte sentiré esa mística, ese orgullo y esas ganas de seguir llamándome “rockero”.
P.D. Eso sí con ese maldito barro tienen que hacer algo…
@felipeszarruk
Phd© en Periodismo, Magister en Estudios artísticos, Músico, comunicador social, director de Subterránica y Promotor regional de Metal Battle Suramérica.
Europa
Vhill: La tormenta venezolana que sacudió el arranque de Wacken, el festival más Grande del Metal

Dariel Conway para Subterránica.
El mundo del metal amanece empapado literalmente en los campos de Wacken donde el festival más legendario del planeta, pero no solo de barro, sino también de espíritu, la edición 2025 arrancó bajo una lluvia incesante, lodos memorables y las emociones a flor de piel. No es cualquier año, ni cualquier Metal Battle, 2025 marca la segunda vez que Metal Battle South America llega a estas tierras, impulsado por la visión incansable de Felipe Szarruk y una red de colaboradores de todo el continente, con una novedad imposible de pasar por alto: por primera vez, una banda venezolana pisa el escenario de Wacken para disputarse la final global de la batalla de bandas más grande del metal.
El ambiente es el de siempre, pero multiplicado… Wacken, fiel a su promesa de “Rain or Shine” abrazó el diluvio de las últimas horas como se abrazan los grandes momentos, sin miedo y de frente. Los caminos de acceso y el campo central resbalan entre lodazales y botas, pero nadie se mueve un centímetro de la línea del frente porque lo que está en juego es más que un espectáculo. Es historia. El primer día de Metal Battle unió sangre nueva de todos los rincones del globo. Proyectos que atraviesan desde Europa del Este hasta Japón, del Norte de África hasta Suramérica, mostrando el metal como un idioma sin acento.

Y fue en esos escenarios, precisamente en el W.E.T Stage a las 11:50 AM que sonaron los acordes de Vhill, banda de Venezuela ganadora de la edición en el continente, en una presentación cargada de energía, fuerza y sentimiento que dejó claro de qué está hecho el Metal de nuestros países. Su debut en el festival fue poderosísimo, no solo por la técnica, que fue impecable, sino por la intensidad con la que defendieron su lugar. Aunque los resultados oficiales se sabrán el viernes tres de agosto, el veredicto emocional ya está dado, Vhill demostró por qué Suramérica está más vigente que nunca y cómo la unión y la independencia pueden llevar talentos hasta estas arenas sagradas incluso en los años más complicados.
El público que resistió a la tormenta premió cada nota, Wacken se llenó de banderas venezolanas y sudamericanas, celebrando ese instante en que el metal se siente más grande que la suma de sus partes, más allá de la competencia, fue una jornada en donde ganar o perder es lo de menos; la victoria consiste en representar y dejar huella, la iniciativa de Metal Battle South America logró el objetivo, poner de pie a toda una comunidad, a pulso y que el mundo escuche a las propuestas más auténticas y combativas de la región.
Tras la descarga, el primer día se fue entre charcos, abrazos y cánticos devotos, mientras miles se prepara para la segunda noche, donde grandes nombres como Ministry o Guns N’ Roses prometen tomar el testigo del poder y la diversidad vista en Wacken, pero ninguna estrella podrá apagar lo que ya se encendió; el 30 de agosto de 2025 Venezuela quedó en la historia de Wacken, y América Latina reafirmó que sigue siendo semillero de bandas con garra.

Mañana se conocerán los ganadores, pero ese momento es solo un capítulo más del cuento, Wacken sigue vivo, mojado, brillante en la oscuridad, y el mensaje ya se oyó en todos los confines. Metal es eso, esencia, resistencia y, sobre todo, comunidad mundial, sigue transformándose bajo el ritual de la comunidad musical más resilente y poderosa del mundo.
Las alianzas regionales detrás de Metal Battle South America muestran su fruto, lo que comenzó como un sueño arriesgado terminado extendiéndose hacia todo el continente, uniendo colectivos y productores en un esfuerzo que ya deja huella. La presencia de Felipe Szarruk y sus aliados no solo ha abierto puertas, ha demostrado que los espacios se ganan luchando, que el trabajo bien hecho puede llevar a la música independiente hasta el escenario más mítico de todos.

La presentación de Vhill culminó de manera épica, cuando la banda levantó con orgullo las banderas de toda la región, un gesto cargado de simbolismo y fuerza que resonó con cada persona presente. Fue un momento demasiado poderoso e icónico, una imagen que habla de identidad, resistencia y unidad. El metal, a través de iniciativas como Metal Battle, Subterránica, Felipe Szarruk y los múltiples aliados que han trabajado incansablemente, está logrando lo que parecía imposible, unir a nuestros países, muchas veces marcados por la división y la destrucción, bajo un mismo lenguaje de fuerza y pasión. Llevar este metal auténtico, nacido del esfuerzo independiente, al escenario del mundo entero es, quizás, el éxito más grande y profundo de esta generación; un triunfo que trasciende cualquier competencia y que celebra la cultura, la comunidad y la esperanza.
Colombia
BOMM, Idartes y el Ministerio de Cultura: ¿Un circuito cerrado que excluye por retaliación?

En los últimos años se ha consolidado en Colombia una preocupante forma de captura del campo cultural por parte de un grupo de gestores, programadores y empresarios que concentran recursos públicos, visibilidad y toma de decisiones en torno a la música.
Espacios que se presentan como públicos o de interés general —como Rock al Parque, Hip Hop al Parque, los estímulos de Idartes, las convocatorias del Ministerio de Cultura y el Bogotá Music Market (BOMM)— han terminado convertidos en cotos cerrados donde se distribuyen oportunidades entre los mismos actores, excluyendo voces críticas o incómodas.
Esta no es solo una denuncia es un patrón verificable con nombres, trayectorias y contratos.
Por ejemplo, el Bogotá Music Market (BOMM) es un programa de la Cámara de Comercio de Bogotá que cuenta con apoyo público, se presenta como vitrina para “toda la música colombiana” y promete criterios transparentes de selección.
Pero la composición de su equipo curatorial revela conexiones muy estrechas con el ecosistema de Idartes y con proveedores recurrentes de recursos públicos que vetan y segregan a los críticos de sus gestiones y lanzan ataques personales contra ellos. Siempre los mismos personajes terminan en todos los espacios auspiciados de alguna manera por el Estado y eso se ha perpetuado, llevan años cómodamente instalados haciendo lo que quieren:
Gustavo “Chucky” García: ex-programador de Rock al Parque para Idartes, figura polémica por su estilo confrontativo y su historial de insultos y descalificaciones a músicos y gestores que critican la opacidad del sistema.
María Camila Rivas: también exintegrante del comité de Rock al Parque, festival financiado 100% con impuestos de los bogotanos.
Geovanny Escobar Rubio: productor del Festival Hip Hop al Parque, otro programa distrital de Idartes.
Francisco Mendoza (Páramo Presenta): gerente de una empresa privada que ha ganado contratos de producción para escenarios de Rock al Parque, al tiempo que programa su propio festival Estéreo Picnic.
Jorge Jiménez (Árbol Naranja): empresario cuyo colectivo ha sido contratista frecuente de Idartes, ofreciendo producción técnica para Rock al Parque y otros festivales.
Todos con relaciones con el gobierno ¿Para qué? ¿Por qué? ¿No existen otros profesionales diferentes? ¿Qué transparencia puede haber si algunos de ellos que pelean de frente con los independientes y han lanzado ataques públicos documentados, son parte de una curaduría que debe ser transparente pero a la que le ganan las rencillas personales y la falta de profesionalismo. Estas relaciones no son meramente “colaboraciones sectoriales”, son relaciones contractuales directas con recursos públicos. Personas que han definido quién toca en los festivales del Distrito ahora deciden también quién puede vender su música en la principal rueda de negocios del país.
El problema es que convierten las rencillas personales en vetos institucionales, no basta con el conflicto de interés estructural. Existe evidencia anecdótica y testimonial (cómo lo que ha sucedido con Subterránica, uno de los agentes más importantes para el ecosistema musical de Latinoamérica) de que estos curadores usan su poder para excluir a músicos y gestores que los han criticado.
Denunciar la falta de transparencia, los contratos repetidos y la concentración de oportunidades no debería convertir a nadie en enemigo público, pero en la práctica quienes levantamos la voz somos vetados sistemáticamente.
Se trata de una forma de retaliación política blanda: no te censuran directamente, pero te cierran las puertas en todas las instancias donde tienen poder.
Así, lo que debería ser una plataforma de toda la música colombiana se convierte en un club de amigos donde las críticas se castigan y la diversidad estética o ideológica se sofoca, es un patrón que se repite también en Idartes y el Ministerio de Cultura, no es exclusiva del BOMM porque como ya dijimos, son los mismos en las mismas en todas partes, en todos los espacios, como si en el país en realidad no más gente verdaderamente capacitada para estos cargos.
En Idartes las convocatorias, festivales y estímulos se resuelven muchas veces entre los mismos actores que programan, producen o evalúan, empresas proveedoras ganan contratos de producción y luego tienen representantes como jurados o curadores en otros espacios, en el Ministerio de Cultura, algo similar ocurre con la designación de jurados y la circulación de recursos de concertación.
El resultado es nepotismo cultural, no el de los apellidos de sangre, sino el de las redes cerradas de recomendación mutua y blindaje contra la crítica.
¿Es delito o falta ética y administrativa? Algunos se burlan diciendo: “Eso no es delito, es el negocio de la cultura”. Pero veamos: La ley colombiana prohíbe el favoritismo indebido en la asignación de recursos públicos, el Código Disciplinario sanciona a funcionarios que usen el cargo para favorecer o excluir a terceros arbitrariamente, las entidades que distribuyen recursos públicos están obligadas a garantizar igualdad y transparencia, la Cámara de Comercio recibe recursos públicos y tiene un deber de rendición de cuentas en sus programas.
Entonces excluir a alguien por enemistad personal o retaliación política es arbitrario y contrario a los principios del Estado Social de Derecho. Aunque no sea un delito penal típico (no van a la cárcel por eso) puede ser investigable como falta administrativa o disciplinaria, el problema es que como ya sucedió con Rock al Parque en donde la contraloría encontró infinidad de estas faltas, no pasa nada porque en el país la ley es blanda y la verdad el arte le importa muy poco.
Quienes creemos en la música como un bien público no podemos aceptar que se repartan recursos y espacios con criterios de venganza personal, no se trata de pedir caridad ni favoritismo, se trata de exigir transparencia, pluralidad y profesionalismo en la gestión cultural financiada con los impuestos de todos.
Si el BOMM quiere ser la “gran vitrina de la música colombiana” no puede comportarse como un club exclusivo que castiga a quien denuncia su falta de diversidad pero los artistas callan por miedo al veto, los medios callan por miedo al veto y los que callan porque son cómplices están disfrutando de sus beneficios. La verdad cansa llenar tantas convocatorias para ver siempre a los mismos embolsillándose millones y millones, o ver jurados excontratistas premiando a concursantes excontratistas, eso es ridículo.
Hablemos claro: el rock colombiano fue capturado.
Lo que alguna vez fue un movimiento rebelde, plural, contestatario, se transformó en un espacio cooptado por gestores y programadores que usan el poder estatal para decidir quién existe y quién no.
Otro ejemplo: Rock al Parque, que nació para dar cabida a todas las voces, se volvió el feudo de curadores con agenda propia, contratistas de Idartes que se eligen entre ellos como jurados y programadores, músicos y empresarios que deciden quién toca y quién queda por fuera, convocatorias con criterios opacos, resultados predecibles y favoritismos evidentes.
Quien se atreve a cuestionarlo —como nosotros en Subterránica— queda marcado. Excluido de festivales, ruedas de negocios y de cualquier espacio público y no solo eso, Idartes permite los insultos y la denigración pública lavándose las manos diciendo que solo son “contratistas” como si la ley no exigiera que el instituto es quien debe responder por estos actos. Pero en Colombia la ley es de plástico y corrupta.
No se trata solo de festivales públicos. También la radio se contaminó con estos vetos. Ahora Radiónica como lo han denunciado varios de los que ya salieron de ahí por la nueva administración o figuras como Alejandro Marín se han erigido también como “curadores” de la música colombiana mientras ignoran sistemáticamente el rock local, lo caricaturizan o simplemente lo excluyen de su parrilla. Mientras predican la apertura a la música global y la sofisticación pop, se olvidan de las escenas de base, de los músicos independientes, del rock crítico y hablan mal de los agentes de la industria.
Y no es casualidad. Muchos de ellos están en la misma red: Curadores del BOMM, jurados de convocatorias públicas, “conferencistas” (Muchas veces sin la educación necesaria), invitados a viajes y ruedas de negocio, amigos de festivales privados que se lucran del Estado y así consolidaron una narrativa única: el rock es cosa del pasado, o se resume en cinco bandas amigas. ¡Delicioso! Que envidia.
Pero el resultado de esto ha sido devastador: Bandas que no tienen cómo circular ni grabar porque no pasan por la rosca, escenas locales moribundas, músicos que ya no denuncian nada para no ser vetados, productores independientes arruinados, público aburrido, sin oferta nueva ni riesgosa y dejando vacíos festivales como Rock al Parque al cual le inflan los números los medios amigos para no reflejar el fracaso y mientras tanto, los “curadores” viajan a ferias internacionales diciendo que representan “la música colombiana”.
Es necesaria una guerra cultural. Una guerra contra el amiguismo disfrazado de gestión cultural, el reparto de recursos públicos como botín de un clan. la retaliación contra quien critica, el bloqueo de sonidos incómodos o disidentes, la captura del discurso sobre “lo que es válido” en la música, la dictadura estética y política que han impuesto sobre el rock.
El Estado debe salir de la música (o reformarse radicalmente) y digámoslo sin miedo: el Estado colombiano fracasó como mecenas cultural, en vez de garantizar diversidad y acceso, financió roscas, compró silencios y generó dependencia clientelista. Su dinero, que es nuestro dinero, terminó consolidando un circuito cerrado de curadores, empresas contratistas privilegiadas artistas obedientes y dóciles como corderos, vetos y listas negras extraoficiales. El Estado debe salir de la música si no es capaz de apoyarla sin corromperla o al menos debe refundar sus políticas culturales con veeduría ciudadana real, con una selección transparente de jurados y curadores, prohibir de conflictos de interés y exigir profesionalismo y requisitos académicos a estos personajes como manda la ley, rotación obligatoria en comités y puestos, auditoría independiente de contratos y resultados y esto es solo el comienzo
Subterránica no va a callar, no vamos a aceptar más vetos invisibles, más retaliación disfrazada de criterio curatorial, más contratos a dedo con dineros públicos, vamos a nombrar a los responsables, vamos a exigir las pruebas, vamos a mostrar los contratos, vamos a pedir las explicaciones y vamos a invitar a todos los músicos, periodistas, gestores y públicos cansados de la dictadura cultural a sumarse.
Porque el rock nació para denunciar y la música es demasiado importante para dejarla en manos de burócratas corruptos o gestores vengativos.
La música debe ser libre.
La cultura debe ser de todos.
El Estado debe ser para todos, o no ser.
@darielconway
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