Colombia
Crónica del Monster del Rock Subterránica Batalla 3: Una noche de emociones crudas, revelaciones y poder escénico

El 6 de junio de 2025, Bbar fue el epicentro de una de esas noches que definen el pulso del rock colombiano independiente. La tercera batalla del Monster del Rock Subterránica 2025 reunió a cinco bandas que, cada una desde su trinchera, demostró por qué el rock sigue siendo el lenguaje más honesto y visceral para enfrentar la realidad, desahogar emociones y desafiar el statu quo musical. Aunque la asistencia de público fue escasa —un reflejo de los retos actuales de la escena—, el nivel de las bandas y la intensidad vivida en tarima dejaron claro que el verdadero monstruo del rock está más vivo que nunca.
Mandingasea: El grito de una generación harta

Mandingasea abrió la noche con una carga emocional que se sentía en el aire antes de que sonara la primera nota. Su propuesta, una fusión elaborada de géneros dentro del rock, es mucho más que una mezcla de estilos: es un escape, una catarsis colectiva ante una realidad podrida. La banda tiene un concepto sólido, tanto en lo musical como en lo lírico, y lo demostró con “Cartas suicidas”, una canción que no solo estremeció a los presentes, sino que sembró una reflexión profunda sobre el dolor, la desesperanza y la necesidad de encontrar sentido en medio del caos. Mandingasea es una de las revelaciones de los últimos años, una banda que no teme mostrar sus cicatrices y que, precisamente por eso, conecta con quienes buscan algo más que simple entretenimiento en el rock.
The Toxic: Pasión genuina y resistencia clásica

Hablar de The Toxic es hablar de convicción. Conocidos en Subterránica desde hace años, son de esas pocas bandas que viven el rock por pasión, no por moda ni por cálculo. Su sonido, anclado en las formas más clásicas del género, es un acto de resistencia en una industria que premia lo efímero y lo superficial. The Toxic sabe que mantener un nicho fiel es más difícil que subirse a la ola de los nuevos sonidos, pero lo asumen con la seguridad de quien conoce su identidad y su propósito. Su show fue un recordatorio de que el rock clásico no está muerto, solo necesita espacios donde respirar y circular. Para ellos, más que concursar, se trata de seguir siendo, de mantener viva la llama y de demostrar que la autenticidad nunca pasa de moda.
Hijos del Viento: Voz, teatralidad y mensaje

Si hay algo que distingue a Hijos del Viento es el poder y el espectro vocal de su cantante. Más que un frontman, es un actor en escena: teatral, carismático, capaz de moverse entre tonalidades y de cautivar con cada gesto. Las letras de la banda son su mayor fortaleza, cargadas de mensaje y actitud, y su performance es un viaje entre el discurso y la actuación. Hijos del Viento no solo tocan, interpretan. Cada canción es una puesta en escena, un manifiesto, una invitación a pensar y sentir. No es casualidad que se llevaran el voto del público, porque su propuesta tiene ese magnetismo que trasciende géneros y conecta de inmediato.
Paralelo 45: Revelación y fuerza en la escena

Paralelo 45 es, sin duda, una de las grandes revelaciones de este Monster del Rock. Su dominio de los géneros más poderosos del rock y el hard rock, con claras influencias de Led Zeppelin y otros clásicos, se traduce en guitarras planeadas al detalle, una energía arrolladora y canciones que se quedan en la cabeza. Son una banda divertida, con fuerza escénica y un estilo propio que promete dar mucho de qué hablar en el futuro cercano. Verlos en vivo es recordar por qué el rock es, ante todo, una experiencia física y emocional, una descarga de adrenalina que no necesita artificios para ser memorable.
Damballah: Furia, desahogo y el poder del trío

La noche cerró con Damballah, una banda que nació como experimento y que en esta edición se ha convertido en un fenómeno digno de atención. La rivalidad sana entre bandas, esa competencia que impulsa a crecer sin violencia, encontró en ellos su mejor expresión. Cada uno de sus tres integrantes tiene un historial en otros proyectos, pero esa noche, algo más sucedió: estaban desdoblados, poseídos por una furia y unas ganas de desahogo que se sintieron en cada riff, en cada golpe de batería, en cada línea de bajo. El tándem rítmico fue una columna vertebral poderosa, y la guitarra, una máquina de riffs bien armados. Damballah demostró que con tres personas y muchas emociones contenidas, la música puede ser tan letal como un cañón. No solo levantaron el recinto cuando la noche ya moría, sino que se llevaron la victoria con dos votos del jurado y el de las bandas, consolidándose como la banda que mejor encarnó el espíritu del Monster del Rock.
Una noche de monstruos reales
El Monster del Rock Subterránica 2025, en su tercera batalla, fue mucho más que un concurso: fue un recordatorio de por qué el rock sigue siendo necesario en tiempos de incertidumbre y desencanto. A pesar de la baja asistencia, las bandas demostraron que la pasión, la honestidad y la búsqueda de sentido siguen siendo el verdadero motor de la escena. Mandingasea, The Toxic, Hijos del Viento, Paralelo 45 y Damballah no solo compitieron, sino que elevaron el estándar de lo que significa hacer rock en Colombia hoy.
Al final de la noche, la energía desbordada y la contundencia escénica de Damballah les valieron el pase directo a la gran final del Monster del Rock Subterránica 2025. El trío se impuso con autoridad, obteniendo dos votos del jurado y el respaldo de las mismas bandas participantes, que reconocieron su entrega y calidad sobre el escenario. Aunque el voto del público, en una noche de asistencia discreta, fue para Hijos del Viento, el veredicto global consagró a Damballah como los grandes vencedores de la batalla, listos para enfrentarse a lo mejor de la escena en la próxima ronda decisiva.
En un mundo saturado de fórmulas y superficialidad, noches como esta son una declaración de principios: el rock, cuando es real, nunca muere. Solo espera el momento adecuado para rugir de nuevo.
Colombia
Adelqui Rubio presenta Resistencia, un manifiesto de rock y metal con la mirada puesta en el futuro

El músico y productor chileno Adelqui Rubio debuta con Resistencia, un álbum que se erige como una declaración artística y que combina la potencia del rock y el metal con el pulso de la tecnología más actual, un trabajo que no se limita a ser una colección de canciones sino que se propone como un viaje sonoro y emocional, construido sobre géneros como el nu metal, el hard rock, el heavy y el power metal, con guiños al thrash y al rock alternativo, en donde cada corte posee identidad propia pero al mismo tiempo se sostiene en un hilo conductor que mezcla riffs explosivos, conciencia social y una búsqueda permanente por la experimentación.
Desde sus primeras notas, Resistencia se muestra como un disco versátil, capaz de unir crudeza y sensibilidad, crítica y emoción, fuerza y detalle. Rubio explica que la música lo acompaña desde siempre y que la tecnología ha sido una herramienta clave para impulsar su creatividad, y en este álbum esa visión se hace tangible en la manera en que los recursos digitales se funden con la grabación real de instrumentos, logrando un equilibrio en el que la esencia humana permanece intacta mientras el sonido se proyecta hacia lo que podría ser el porvenir del rock.
El proyecto fue grabado, mezclado y masterizado en su totalidad por el propio Adelqui Rubio, lo que refuerza su perfil de artista independiente y multifacético, alguien que no solo compone e interpreta, sino que también construye un universo desde la producción, eligiendo cada detalle con un cuidado que se percibe en la solidez del resultado. En ese marco aparecen canciones que golpean con fuerza como Ya no se puede respirar, una crítica directa a la hipocresía social y política de la guerra, o piezas que apelan a la vulnerabilidad como Quédate un poco más, con letras que transitan entre el inglés y el español y que exploran la fragilidad de los vínculos humanos.

Con este trabajo, Adelqui Rubio da un paso definitivo en una trayectoria que ya lo había visto colaborar con proyectos diversos como Shamanes Crew, La Rabona Funk, Perla Negra, Zoberanos, Punto G o Sergio Jarlaz, pero que ahora encuentra un punto de consolidación en un álbum que lo presenta no solo como músico, compositor e intérprete, sino también como un productor capaz de unir lo visceral del rock con la sofisticación de las herramientas digitales.
Resistencia es, en esencia, un disco que propone mirar hacia adelante sin abandonar las raíces, un manifiesto que invita a escuchar con atención y a sentir con intensidad, porque cada tema funciona como un grito de independencia y también como una exploración personal que convierte a Adelqui Rubio en una voz propia dentro de la escena chilena y latinoamericana.
Puedes escuchar la producción en todas las plataformas digitales.
Colombia
“Buenas prácticas” el Encuentro de Idartes bajo la sombra de los hallazgos y la repetición de viejas mañas.

El Instituto Distrital de las Artes (Idartes) ha anunciado con bombos y platillos la realización del Encuentro de Buenas Prácticas en la Gestión Pública de las Artes en Iberoamérica. La sola frase despierta desconcierto: ¿cómo puede erigirse en referente de transparencia una institución que carga sobre sus hombros una larga historia de cuestionamientos fiscales, disciplinarios y éticos? El evento, pensado como una vitrina de excelencia, termina viéndose como un espejo incómodo en el que los fantasmas del pasado y las denuncias recientes aparecen reflejados con nitidez.
Desde hace más de una década, los festivales y equipamientos culturales administrados por Idartes han sido objeto de auditorías, visitas fiscales y debates en el Concejo de Bogotá. En 2018 y 2021, por ejemplo, la Contraloría de Bogotá practicó visitas fiscales a los contratos de Rock al Parque, encontrando irregularidades en la publicación de pliegos, falencias en la gestión de archivos y deficiencias en la supervisión. Algunos de estos hallazgos fueron tan graves que se consignaron con presunta incidencia disciplinaria y fiscal. ¿Puede hablarse de “buena práctica” cuando el festival bandera de la ciudad acumula observaciones de este calibre?
El caso no se limita al festival. Auditorías anteriores llamaron la atención sobre el manejo de boletería en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde no existían informes pormenorizados de ingresos, y sobre la compra del Teatro San Jorge, incluida en seguimientos especiales por la Contraloría. A estos antecedentes se suman contratos entre 2017 y 2019 en los que se detectaron falta de evidencia de ejecución, deficiencias de supervisión y problemas de gestión documental. La lista no es un inventario menor: son síntomas de un modelo de gestión que se repite y que parece haber normalizado la opacidad.

El capítulo más reciente lo protagonizan los teatros San Jorge y El Parque. En 2024, la Procuraduría General de la Nación abrió indagación disciplinaria contra funcionarios de Idartes por presuntos sobrecostos y retrasos en las obras de remodelación. Y en enero de 2025, la Contraloría Distrital notificó la apertura de un proceso de responsabilidad fiscal sobre el contrato 1878 de 2021, advirtiendo un posible detrimento de 97 millones de pesos. Es decir, mientras se prepara un encuentro internacional para hablar de gestión ejemplar, la entidad anfitriona se defiende de señalamientos por mala ejecución y pérdida de recursos públicos.
Pero no todo se reduce a cifras y hallazgos técnicos. La comunidad cultural ha denunciado durante años dinámicas igualmente corrosivas, aunque menos visibles en los informes oficiales. El acoso y veto a agentes independientes, la programación cerrada de escenarios públicos que terminan convertidos en feudos privados, los jurados con vínculos laborales previos que terminan premiando a sus propios círculos y los pagos cuestionables a sociedades de gestión colectiva como Sayco forman parte de un relato recurrente. Estas prácticas, aunque no siempre aparecen en los documentos de los entes de control, construyen un ambiente de exclusión y favorecimiento que contradice cualquier discurso de equidad cultural.
El tema ha tenido también eco político. En febrero de 2024, el concejal Rubén Torrado denunció en sesión del Concejo sobrecostos de hasta un 500 % en la compra de dotación para los mismos teatros. Sus palabras encendieron un debate que dejó claro que las dudas sobre la transparencia de Idartes no son capricho de unos pocos críticos, sino preocupación de instituciones de control y de representantes políticos.
Con este panorama, el Encuentro de Buenas Prácticas corre el riesgo de convertirse en una puesta en escena paradójica: el anfitrión exhibe un traje impecable para recibir a sus invitados, pero no logra ocultar las manchas en el espejo. En lugar de abrir un espacio para la autocrítica y la reparación, la institución parece interesada en blindar su imagen y proyectar hacia afuera una normalidad que puertas adentro está en entredicho.
Y como si todo esto no bastara, en los pasillos del sector circula una versión que, de confirmarse, ratificaría la sensación de círculo cerrado y falta de renovación: fuentes confiables aseguran que Chucky García, programador y curador de Rock al Parque durante casi una década, estaría cerca de regresar a su antiguo rol. García ha sido señalado en el pasado como símbolo de la repetición de élites en la curaduría, y su eventual retorno difícilmente podría leerse como un signo de apertura o cambio. Más bien, reforzaría la idea de un oligopolio cultural que se perpetúa con los mismos nombres y las mismas prácticas, ahora maquilladas bajo el discurso de las “buenas prácticas”.
En este contexto, el encuentro de Idartes no aparece como un espacio de construcción colectiva, sino como un ejercicio de legitimación institucional. Un foro que, en lugar de inspirar confianza, despierta preguntas incómodas: ¿se puede hablar de buenas prácticas cuando las malas prácticas no han sido aclaradas ni superadas? ¿Qué clase de modelo se quiere proyectar a Iberoamérica: el de la transparencia o el de la simulación? La respuesta no la dará un eslogan ni un evento de relumbrón, sino la capacidad real de transformar estructuras enquistadas que hasta hoy siguen alimentando la desconfianza.
En este panorama, hablar de “buenas prácticas” parece un gesto cínico. ¿Cuáles son esas prácticas? ¿Blindarse tras comunicados oficiales? ¿Repetir los mismos nombres en la curaduría, como si la cultura de una ciudad entera se redujera a una camarilla? Según fuentes del sector, la inminente reaparición de uno de sus actores eternizados en Rock al Parque es la mejor prueba de que los cambios son de forma y no de fondo: las curadurías terminan reciclándose en torno a los mismos actores, anclando una élite cultural que controla la programación, las convocatorias y hasta los jurados.
Lo más grave es que nadie escucha a los agentes independientes. Los vetos, las retaliaciones y las exclusiones sistemáticas quedan invisibilizados, mientras la institución se blinda en su burocracia y la justicia —cuando interviene— casi siempre favorece a los funcionarios y archiva los procesos. La desigualdad se institucionaliza y el discurso oficial se impone como si nada ocurriera.
En este contexto, ¿qué sentido tiene luchar por las artes en un país donde la cultura está sometida a un oligopolio comprobado, sostenido tanto por prácticas administrativas cuestionadas como por una red de favores políticos? A veces, la lucha parece en vano: se gasta vida, se gasta pasión, se gasta esperanza en un terreno donde los dados están cargados. Y aun así, la resistencia persiste, porque la cultura no le pertenece al oligopolio ni a sus curadores perpetuos: le pertenece a la gente que la crea y que, a pesar de todo, se niega a rendirse.
Colombia
Lutter regresa con Días más felices, un adiós que se canta con gratitud

La agrupación bogotana Lutter presenta Días más felices, una canción que propone mirar de frente el final de una relación y darle la vuelta al resentimiento, transformando la despedida en un gesto de gratitud por el tiempo compartido. En lugar de insistir en la herida o en el reproche, la banda construye una pieza que reivindica la posibilidad de amar incluso después del adiós, y lo hace desde la energía del pop punk y el punk rock, pero también con la apertura hacia atmósferas musicales más amplias que le permiten matizar la emoción con colores de ska, reggae y sensibilidad pop.
Formada en 2003 y consolidada como una de las agrupaciones representativas del punk rock colombiano, Lutter ha mantenido una presencia constante en escenarios nacionales e internacionales, respaldada a lo largo de los años por marcas que han confiado en su propuesta como Jameson, Red Bull, Monster y Apparel en México, entre otras. Hoy, con Jorge González en la voz, Alejandro Chacón en el bajo, Camilo Vargas y Julián Rojas en las guitarras y Julián Moreno en la batería, la banda entrega un sencillo que se suma a su extensa trayectoria con la frescura de una historia íntima y universal.

La producción de Días más felices estuvo a cargo de Steven Baquero, integrante de Apolo 7, lo que le permitió a Lutter explorar nuevas posibilidades sonoras mientras estrechaba vínculos de fraternidad en el proceso. A esa búsqueda se sumaron los vientos de Jeisson Mora en la trompeta y Juan José Díaz en el trombón, un músico de sesión con experiencia junto a artistas como LosPetitFellas, Bacilos y Meghan Trainor. El resultado es un tema alegre, de altos estándares de calidad en su producción, que recoge las influencias de referentes como Mad Caddies, Less Than Jake, Dirty Heads y Sublime, pero que mantiene en el centro la narrativa personal que caracteriza a la banda, porque en sus palabras cada letra y cada canción tiene nombre propio.
El videoclip que acompaña el lanzamiento refuerza la idea de que la despedida no tiene por qué ser oscura. Con un escenario cotidiano que parte de un estudio transformado en una playa imaginaria, alterna imágenes de pequeños momentos que evocan la intimidad de la relación que inspiró la canción, mostrando que la felicidad también está hecha de recuerdos y que lo vivido puede convertirse en un refugio incluso cuando ya no se comparte el presente.
Días más felices está disponible en plataformas digitales y confirma la capacidad de Lutter para reinventarse sin perder su esencia. Dos décadas después de su formación, la banda sigue apostando por la honestidad de las emociones y por un sonido que dialoga con diversas tradiciones musicales, manteniendo vivo el espíritu de una escena punk rock que se niega a envejecer y que, como en este sencillo, aún encuentra nuevas formas de decir adiós.
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