Colombia
Crónica: El Monster del Rock Subterránica 2025 inicia con una batalla de alto calibre en Bbar Bogotá

Por Felipe Szarruk para Subterránica
La primera batalla del Monster del Rock Subterránica 2025 no fue solo un concurso, fue una manifestación de la diversidad sonora, la urgencia creativa y el espíritu irreverente que ha caracterizado a Subterránica durante más de dos décadas. Cinco propuestas encendieron el escenario en una noche llena de tensiones técnicas, descubrimientos estilísticos y momentos de gloria musical. La escena subterránea de Bogotá se vistió con cuero, sombras, distorsiones y discursos crudos para dar inicio a una de las ediciones que promete ser de las más reñidas en la historia del certamen que ya por las quince ediciones.
Munnopsis: la maquinaria afinada que abrió las puertas del infierno

Abrir un concurso nunca es fácil. La primera banda enfrenta no solo al público aún frío, sino también a la responsabilidad de marcar el tono. Pero Munnopsis, con una presencia ya consolidada en la escena más aferrada del metal colombiano, no solo aceptó el reto, lo pulverizó.
Su propuesta fue, sin exagerar, la más musicalmente sólida de la noche. Desde el primer golpe de batería se percibió un sonido contundente, sin fisuras, claramente trabajado durante años, hay una madurez en Munnopsis que se respira en la ejecución y en la cohesión entre sus integrantes. Lo suyo no es una banda que improvisa ni que tantea, es una máquina bien aceitada que ha encontrado su identidad y la defiende con fuerza.
El diálogo con el público fue otro punto alto, supieron conectar a pesar de que en ese momento era escaso, supieron leer la sala y sostener la atención sin perder contundencia. En una noche con altos y bajos técnicos, ellos impusieron el estándar. Es evidente que su lugar está entre los nombres más firmes del metal nacional actual.
Hadal Spectre: juventud, fuego interno y técnica en ebullición

Si Munnopsis representó la solidez, Hadal Spectre fue el símbolo de la evolución. Jóvenes, sí, pero con una química interna que se sintió desde los primeros compases. Hay una comunicación natural entre sus músicos, una sinergia que no se compra ni se estudia, simplemente está ahí.
Musicalmente, el grupo se mueve en un terreno en construcción, su género está en pleno proceso de definición, pero esa incertidumbre lejos de ser una debilidad se convierte en un laboratorio sonoro que revela talento individual a raudales. Cada integrante destaca por derecho propio, sin egos ni sobrecargas, y eso ya es decir mucho en una escena donde muchas bandas aún luchan por equilibrar virtuosismo y trabajo en equipo.
Hubo nervios pero supieron canalizarlos en pasión. Lo más difícil de lograr en escena es ejecutar a niveles técnicos altos y a la vez ofrecer un show real, con emoción, con piel. Ellos lo hicieron. Falta pulir detalles, sin duda, pero hay madera de banda grande en Hadal Spectre y su evolución promete ser fascinante de seguir.
Spectral: oscuridad estética y precisión conceptual

Spectral no solo llegó lista sino que llegó con una propuesta estética y musical consolidada, con un performance trabajado, inquietante y magnético.
Desde su entrada, la puesta en escena fue un espectáculo oscuro, teatral y coherente, no se trataba solo de un concierto, sino de una experiencia. El uso del maquillaje y las máscaras, la atmosfera, la actitud escénica, las pausas y silencios, todo estaba calibrado para transmitir un universo particular, el de una banda que bebe del ocultismo estético, con claras influencias de Mercyful Fate y otras agrupaciones clásicas del metal teatral.
Musicalmente, lograron una fusión de géneros que resultó tanto divertida como potente, lo suyo es una mezcla de elementos que no compite con lo técnico, sino que pone el foco en la atmósfera y en el impacto, la ejecución fue precisa, sin ser fría, y el concepto de la oscuridad, el misterio y lo ritual se sostuvo de principio a fin. Spectral está lista para cosas grandes.
Osaka 32: un universo sonoro entre dos voces y dos culturas

Probablemente la propuesta más original de la noche fue la de Osaka 32, una banda que no solo hace música, sino que teje un puente cultural entre oriente y occidente. Su presentación fue una muestra de creatividad, riesgo y sensibilidad estética.
La dupla vocal con una voz masculina potente y agresiva contrastando con una femenina armónica y melódica funcionó como un péndulo emocional que llevó al público por diferentes registros. El resultado fue un tándem poco convencional pero efectivo, que dejó una marca clara.
A pesar de los problemas técnicos y humanos que afectaron su presentación y por los cuales la organización les pide disculpas, lograron conectar con el público, llevándose el voto popular de la noche, lo cual no es poca cosa considerando la escasa asistencia. Osaka 32 demostró que tiene seguidores y una propuesta con corazón, que podría fortalecerse aún más si suman elementos visuales que remitan con más claridad a las culturas asiáticas que evocan en su narrativa. Son una banda con futuro que podría ser muy brillante si saben encontrar su camino en el mercado y en la escena.
Sucia Eukaristia: la liturgia punk del caos

El final de la noche llegó con furia, pogo, caos, irreverencia y una misa punk que convirtió el Bbar en un templo de la distorsión. Sucia Eukaristia es una banda con concepto pleno, definido, furioso y contracultural, lo de ellos es performance, música y manifiesto al mismo tiempo.
La presencia escénica del cantante marcó uno de los momentos más potentes de la noche, dominó el escenario, agitó al público, lo confrontó y lo celebró. En una escena donde muchas bandas aún temen incomodar, ellos lo hacen con gusto. Son una fiesta cruda, violenta, pero honesta, una eucaristía profana que funciona como válvula de escape y como protesta.
El punk tiene eso, siempre se lleva al público, lo involucra, lo hace vivir la experiencia del concierto. La propuesta de Sucia Eukaristia podría fortalecerse aún más si se unificaran visualmente, imaginar a toda la banda vestida bajo un mismo concepto sería inmersivo y devastador, pero ya desde ahora tienen una de las puestas en escena más potentes y auténticas de la competencia.
El Veredicto
En una noche de público escaso, pero con propuestas de alta factura, el jurado conformado por Angie Roa (Cantante, compositora), Dave (Músico, compositor), Leonardo Neizza (Baterista consolidado del rock colombiano), Felipe Szarruk de Subterránica, el público y las mismas bandas, tomó una decisión: Spectral fue la banda ganadora de la noche y por lo tanto primera finalista, con tres votos del jurado y uno adicional del público, totalizando cuatro. Su proyecto fue valorado por su ejecución, su estética, su originalidad y su coherencia conceptual. El voto del público fue para Osaka 32, mostrando que las nuevas generaciones también tienen su nicho y su voz.
Fue una batalla de altísimo nivel, una muestra de lo que viene. Si las próximas fechas mantienen este calibre, el Monster del Rock Subterránica 2025 será una de las ediciones más difíciles y emocionantes de la historia reciente del rock colombiano.
Nos vemos en la próxima batalla. La escena está viva. El monstruo ha despertado.
P.D.: Solidaridad con Narcocracia
Desde Subterránica, expresamos nuestra profunda solidaridad con la banda amiga Narcocracia, quienes fueron víctimas de una agresión al finalizar su presentación en Manizales el pasado 23 de mayo. Un individuo lanzó tres botellas contra los integrantes de la banda, impactando a su vocalista, Leandro Martínez, y causándole lesiones de consideración .
Narcocracia ha sido una voz crítica y valiente dentro de la escena del metal colombiano, utilizando su música para denunciar las injusticias sociales y políticas. Este acto de violencia no solo atenta contra la integridad de los artistas, sino que también refleja una problemática más amplia de intolerancia y agresión en espacios culturales que deberían ser seguros y de expresión libre.
Nos unimos al llamado de reflexión sobre la necesidad de construir una escena musical basada en el respeto, la empatía y el trabajo colectivo. La música debe ser un refugio y un espacio de resistencia, no un campo de batalla para egos y violencias.
A nuestros amigos de Narcocracia, les enviamos nuevamente un abrazo fraterno y nuestro apoyo incondicional. Su voz es necesaria y su lucha, también la nuestra.
#Subterránica #monsterdelrocksubterránica #premiossubterránica #PremiosSubterránica #rockcolombiano
Colombia
La iglesia que viola niños quiere seguir censurando conciertos de Rock

Por Subterránica
En este mundo de hipócritas que ondea falsamente la bandera de la libertad de expresión, la secularidad de los Estados y la autonomía del arte, todavía hay espacios donde las voces más rancias y criminales del pasado insisten en dictar la agenda cultural. Hoy, nos enfrentamos a una de esas ironías brutales y grotescas que solo puede producir la historia: la Iglesia Católica —con una trayectoria documentada de abusos sexuales, encubrimientos sistemáticos y crímenes contra menores— exige, desde su pedestal de falsa moralidad, la cancelación de artistas como Marilyn Manson en San Luis Potosí, México, o la banda de black metal Marduk en Colombia y otros países.
Según ellos, son “satánicos”, “incitan al mal” y “corrompen la juventud”. Como si lo anterior no fuera exactamente lo que hicieron cientos de sus propios sacerdotes durante décadas. Como si no hubiera condenas penales firmes por parte del sistema judicial en Colombia, México y otros países contra miembros de su institución por delitos gravísimos.
La realidad documentada de la Iglesia Católica es un prontuario criminal impresionante… condenas reales, no canciones.
Hablemos con datos, porque parece que muchos tienen la memoria corta y la hipocresía larga.
En Colombia, según el trabajo de investigación de los periodistas Juan Pablo Barrientos y Miguel Ángel Estupiñán (autores de El archivo secreto), se han documentado más de 600 sacerdotes acusados de abuso sexual, de los cuales al menos 51 han sido condenados judicialmente por delitos como violación, acceso carnal violento y actos sexuales con menores. Entre ellos están nombres como:
William de Jesús Mazo Pérez, condenado a 33 años de prisión. https://www.elespectador.com/judicial/en-firme-condena-contra-sacerdote-por-pederastia-article-603103/
Luis Enrique Duque Valencia, sentenciado a más de 18 años por abuso a niños de 7 y 9 años. https://www.elcolombiano.com/colombia/por-pederastia-iglesia-debera-pagar-1-300-millones-BL2850407
Fabio Isaza Isaza, 5 años y 4 meses por abuso sexual de un menor incapacitado. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12743283
En San Luis Potosí (México), donde ahora la iglesia local pide cancelar la presentación de Marilyn Manson, el sacerdote Noé Trujillo fue condenado por estupro a un menor. Y Eduardo Córdova Bautista, antiguo representante legal de la arquidiócesis, tiene más de 100 denuncias por abuso sexual de menores. Está prófugo de la justicia.

Entonces, ¿en serio tenemos que soportar que esta institución —cuya historia en muchos países latinoamericanos está manchada de impunidad, dolor y abusos comprobados— se atreva a censurar a artistas que jamás han cometido delitos equivalentes? ¿Qué clase de estupidez es esta? Y no dejemos atrás a los políticos que los respaldan, es su mayoría ignorantes sin estudios, adoctrinados y pertenecientes a los partidos más radicales, violentos y asesinos.
Para el dolor de los santos, Marilyn Manson, con toda su teatralidad y controversia, ha tenido apenas una condena menor por una falta administrativa (sonarse la nariz sobre una camarógrafa). No ha sido condenado por ningún delito sexual ni violento. Las demás acusaciones han sido desestimadas o resueltas civilmente y dejemos en que sonarse sobre una camarógrafa es algo mínimo comparado con lo que los periodistas sufrimos en esta cagadero de país, como cuando el Estado atacó de frente a Subterránica desde sus redes sociales, se robo medio presupuesto de los festivales, sacaron burlas en un portal de noticias falsas que eran sus contratistas y ¿Qué pasó? Nada… porque Colombia, México y otras fincas latinoamericanas están diseñadas para que los torcidos sean sus dueños y la falsa moral su biblia.
Marduk que ya fue censurado por las acciones de un personaje nefasto , no registra condenas penales ni antecedentes judiciales por ninguna parte. Pero en Colombia han sido vetados y cancelados por presiones morales, muchas veces sin ninguna base legal, solo por su estética y lírica anticristiana.
Entonces, ¿quiénes son los verdaderos criminales? ¿El músico que crea desde la provocación simbólica o la institución que ha protegido violadores en sus filas por décadas?
Señores, lo que pasa es que el homínido promedio no ha entendido que la libertad de expresión no es negociable, se supone que vivimos en Estados laicos, donde la Iglesia no debería tener poder político, ni control sobre lo que una sociedad libre escucha, ve o dice. Sin embargo, la censura clerical continúa activa en muchos niveles, disfrazada de moral, pero actuando como un mecanismo de represión ideológica.
La cancelación de conciertos de metal extremo no es un debate sobre cultura. Es un síntoma de algo mucho más grave: el intento constante de los sectores más oscuros de controlar el discurso público, de silenciar lo incómodo, de imponer una única visión del mundo basada en dogmas… y de tapar sus propios crímenes con una sotana manchada de sangre y que cansancio de verdad tener que vivir en estos países en donde cada día vemos asesinatos a sangre fría, cuerpos en las calles, injusticias, etc y que declaren el rock como enemigo público, pobres pendejos. Solo recuerdo cuando a Subterránica lo sacaron de SOFA porque unos vecinos de Corferias decidieron que era inmoral… “Apaguen el Rock” fue la frase y los cobardes de los organizadores en lugar de luchar se callaron, se escondieron en su oficina y guardaron silencio, como todo en estos países. Si al perro le van a quitar el hueso el perro se agacha.
Casos como el de Marduk ha son blanco de campañas de censura por parte de grupos religiosos que sin ninguna prueba judicial ni delitos cometidos por los integrantes, han logrado bloquear conciertos en ciudades como Bogotá y Medellín. Las justificaciones son siempre las mismas: “atentan contra la moral”, “promueven el satanismo”, “son una amenaza para los jóvenes”. Los medios, timoratos y muchas veces aliados de las élites clericales, replican el discurso sin contrastarlo. Y los gobiernos locales, más preocupados por el escándalo que por la libertad, ceden ante las presiones y cancelan eventos legítimos.

En 2018, por ejemplo, el concierto en Bogotá fue cancelado por presión de organizaciones cristianas. No hubo ningún análisis jurídico, ni se consultó a la comunidad cultural. Simplemente se obedeció al dogma. Más grave aún, lo mismo ha ocurrido con otras bandas como Watain en Ciudad de México o Mayhem en varios países de América Latina ¿La evidencia de delito? Ninguna. Pero cuando la Iglesia levanta el dedo, los gobiernos se bajan los pantalones.
Es aquí donde la hipocresía alcanza su punto más nauseabundo. Mientras los curas pederastas siguen oficiando misas o se esconden en casas de retiro bajo protección institucional, mientras las víctimas siguen esperando justicia que nunca llega, mientras los archivos se mantienen cerrados y el Vaticano guarda silencio, son los músicos —los artistas— los que son vetados públicamente. No por dañar a nadie, sino por expresar ideas incómodas, por criticar a la religión, por utilizar símbolos que alteran la sensibilidad de los herederos del poder inquisitorial. Es decir, por ejercer su libertad de creación lo vimos hace poco con Behemoth en Polonia en donde casi son apresados por “insultar” una figura religiosa.
La censura clerical no solo es una amenaza a la libertad de expresión. Es una forma brutal de reescribir la historia, de manipular al público, de distraer a la sociedad con espectáculos morales mientras se ocultan los crímenes reales. Cancelar un concierto de Marilyn Manson no salva a ningún niño, no impide ningún abuso, no mejora ninguna vida. Solo perpetúa el control de una institución que ha demostrado no merecer autoridad moral.
Y sí, este es un país laico. Al menos en el papel. Porque en la práctica, seguimos viendo cómo obispos, sacerdotes y feligreses organizan cruzadas contra lo que no entienden o no quieren aceptar. Pero no los vemos organizando cruzadas contra los abusadores de su propia casa. No los vemos pidiendo perdón por los crímenes del clero. No los vemos renunciar a sus privilegios fiscales ni entregar a la justicia a sus violadores.
La ironía es insoportable. Los mismos que predican amor, tolerancia y piedad, son los que linchan mediáticamente a artistas cuya única “falta” ha sido hacer música que no se arrodilla. Los mismos que protegieron a Córdova Bautista en San Luis Potosí, a Mazo y Duque en Colombia, a decenas de sacerdotes acusados y condenados, son los que hoy se escandalizan por una puesta en escena teatral, por un maquillaje, por una metáfora.
Tal vez lo que más le tienen miedo es que el arte hable en voz alta, porque el arte, cuando no es domesticado como la mayoría del rock colombiano que ya es un perro sometido al estado, recuerda cosas que quieren que olvidemos. Recuerda que la iglesia no es sinónimo de moral, que el dogma no es ley y que el verdadero peligro no está en un escenario oscuro, sino en las sotanas que se pasean impunes por los altares.
¿Quieren censura? Aquí tienen memoria. ¿Quieren callarnos? Aquí tienen sus gritos con la verdad, la iglesia católica tiene más criminales que muchas mafias. Seguiremos escribiendo, tocando, cantando porque la libertad no se negocia con quienes protegieron violadores y ahora se visten de santos.
En Colombia, el artículo 19 de la Constitución Política garantiza expresamente la libertad de cultos, pero también la libertad de conciencia, de expresión y de creación. El artículo 20 establece que “se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios de comunicación masiva. Son libres la expresión artística, cultural y científica.” Y si eso no basta, el artículo 1 declara al país como un Estado social de derecho, democrático y pluralista, no confesional. Cualquier autoridad civil que cancele un evento artístico solo porque molesta a un grupo religioso está violando directamente la Constitución.
Y aún más claro es el precedente establecido por la Sentencia T-391 de 2007 de la Corte Constitucional, donde se afirmó que la libertad de expresión incluye manifestaciones que puedan ser impopulares, provocadoras, polémicas o contrarias a la moral tradicional. La Corte ha sido enfática en que el arte no debe someterse a criterios religiosos o morales arbitrarios, y que “la protección de la libertad de expresión es más fuerte precisamente cuando lo expresado no gusta o incomoda”.
En México, la situación es igual de clara. El artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos protege la libertad de expresión, y el artículo 7º garantiza la libertad de difusión sin censura previa. Además, el artículo 130 declara de forma explícita la separación del Estado y las iglesias, y prohíbe que las asociaciones religiosas interfieran en asuntos políticos o civiles. Es decir: la Iglesia Católica no tiene ningún derecho legal a incidir en decisiones gubernamentales sobre espectáculos públicos.
Pero lo hace. Lo hace a través de presión social, de discursos incendiarios, de manipulación mediática. Y cuando los funcionarios públicos ceden ante esas presiones —como ha ocurrido con las cancelaciones de conciertos de Marduk, Manson, Watain y otros—, están violando la ley, incurriendo en actos de discriminación ideológica, y en algunos casos, cometiendo abuso de autoridad.
No se trata solo de una batalla cultural. Esto ya es una batalla jurídica. Porque si el Estado laico permite que la moral religiosa imponga sus dogmas sobre la programación artística, entonces deja de ser laico. Si el Estado cede ante el chantaje clerical, entonces ya no es un Estado de derecho, sino un Estado confesional por la puerta de atrás. Y eso, en México, en Colombia, y en cualquier democracia moderna, es inaceptable.
Censurar conciertos por “ofender la religión” es como prohibir libros por hacer pensar. Es como quemar discos por sonar distinto. Es un acto de ignorancia institucionalizada. Pero también es una violación a los derechos humanos, a las normas internacionales de libertad artística, y a los principios más básicos del pluralismo. Por eso no es solo estúpido. Es ilegal.

Quizá lo más doloroso de todo esto no es que la Iglesia intente censurar, sino que lo logre. Que en pleno siglo XXI, con todas las herramientas legales, democráticas y tecnológicas disponibles, todavía tengamos que ver cómo se apagan conciertos, se silencian artistas y se castiga la disidencia creativa por culpa de instituciones que deberían estar rindiendo cuentas, no dando sermones.
La escena del rock, del metal, del arte independiente en México y Colombia lleva años desangrándose. No solo por la corrupción de las entidades culturales, que siguen entregando presupuestos públicos a las mismas redes clientelistas, a los mismos eventos tibios y domesticados, sino por la ignorancia de sectores que nunca entendieron que el arte no existe para adorar al poder, sino para cuestionarlo. Por eso les duele. Por eso lo persiguen. Porque el rock aún representa una amenaza, aunque lo hayan intentado desactivar desde dentro.
Pero si hay algo que deberíamos estar cuestionando, si hay algo que verdaderamente merece censura —una censura social, ética y política— es la historia criminal de una institución que ha quemado mujeres en hogueras por pensar diferente, que ha saqueado civilizaciones enteras en nombre de su dios, que ha condenado libros, perseguido científicos, impuesto dictaduras morales y callado generaciones de voces.
¿Vamos a seguir permitiendo que esa misma institución decida qué podemos oír, qué podemos ver, a quién podemos aplaudir? ¿Vamos a permitir que los que torturaron a Galileo, colonizaron América, asesinaron a miles en las cruzadas y la inquisición, manipularon la verdad, quemaron brujas y libros, escondieron pederastas y callaron víctimas vengan ahora a darnos clases de moral y a cancelar festivales de metal?
Si algo necesita una revisión profunda y una sanción real, no son los artistas, no son los músicos, no son los conciertos. Es esa Iglesia que durante siglos ha sido juez y verdugo, y que ahora pretende jugar a la víctima para seguir dictando normas en sociedades que se pretenden libres. Tal vez, después de todo, el verdadero peligro para la juventud no son las letras oscuras ni las guitarras distorsionadas, sino las sotanas que aún pretenden controlar el pensamiento.
Y eso sí debería darnos miedo…
Colombia
The End es el nuevo Monster del Rock Subterránica y Brain Voltage obtiene la mención de honor.

El Monster del Rock Subterránica no es una batalla de bandas normal, después de XV ediciones se h a convertido en una guerra sonora, un campo de batalla donde solo sobrevive lo que más fuego en el alma proyecta, no se trata solo de competir sanamente para crecer entre todos sino de formar comunidad, conexiones, networking y avances en torno a la escena del país. Llegar a su final es una hazaña y ganarlo es un manifiesto de amor al Rock y a los grandes talentos que tenemos.
La XV edición lo dejó claro… el nivel está por encima de cualquier estándar local y se sostiene por una curaduría brutal, sin concesiones. Este año la banda bogotana The End se llevó el título mayor. Brain Voltage, por su parte, alcanzó la mención de honor en una definición tan cerrada que necesitó de un solo voto del público para inclinar la balanza, uno solo… Nunca antes, en las quince ediciones del certamen, había ocurrido algo así.
Desde Medellín bajó Deo Volente como una máquina bien aceitada. Desde Bogotá, las capitalinas Spectral, Keboth, Damballah, The End y Brain Voltage conformaron una alineación que podría reventar cualquier festival fácilmente, cada una en su estilo, dejó claro que la escena está viva y es peligrosa. Pero antes de que los monstruos se soltaran en la arena,la banda juvenil Atomic Heart abrió la noche con un showcase cargado de energía y convicción. Ellos no estaban compitiendo, pero sí dejando un mensaje claro, el de que viene una nueva generación con hambre y lo que es aún mejor, con criterio.
Durante la pandemia, se vendieron más guitarras eléctricas que en cualquier otro momento de la historia, el encierro empujó a miles de jóvenes a volver al instrumento como un refugio y una forma de decir “esto es mío”, así que no es coincidencia que surjan bandas como Atomic Heart, el mundo está regresando poco a poco al rock y no es por nostalgia… es evolución, vienen años increíbles.
El Monster no regala nada, las bandas pasan por tres etapas, escucha y selección, batallas clasificatorias, y una final en donde ya no hay margen para errores. No hay límites de género lo que obliga a cada agrupación a sostenerse por su propuesta artística, no por la etiqueta. The End lo entendió desde el inicio, lograron leer el concurso como se lee un buen disco, en capas. Su mezcla de metal y hard rock no busca complacer pero termina conquistando, tienen puesta en escena impactante, tienen concepto, tienen músculo, no es una banda de garaje con suerte, es una agrupación lista y eso es justo lo que Subterránica busca con este evento… encontrar a esa banda que ya está preparada para el siguiente nivel.
El premio lo confirma, The End se lleva a casa la grabación de un EP en Symmetry Records, una invitación al Festival Gas Pimienta en Panamá, asesorías especializadas, book fotográfico y un arsenal de herramientas para avanzar, porque de eso se trata el Monster del Rock, de avanzar.
Pero si alguien puso en jaque el trono, fue Brain Voltage, técnicamente sólidos, compositivamente finos y con un sonido que rompe el molde, la banda más innovadora y fresca del certamen. Fueron tres votos del jurado para ellos, tres para The End y el voto del público decidió todo. No es poca cosa. Ganaron horas de estudio en Guitar Labs –el paraíso para cualquier amante de las seis cuerdas– y se presentarán en La Media Torta durante la Celebración del Rock Colombiano. Bandas así no aparecen todos los días.
El jurado, conformado por nombres de peso en la escena como Rafa Bonilla, Aida Hodson, Juan Burbano, Juan Sebastián Rojas, Miguel Chinchilla, Néstor Rojas y Sindy Rodríguez, dejó en evidencia un criterio afinado, sin fisuras ni favoritismos. Algo raro en eventos en donde usualmente las polémicas ahogan los logros, se rompe con las ternas clásicas de Colombia y esa heterogeneidad del panel es clave para sostener la integridad del resultado.
Lo que se vivió en esta final es más que un concurso, es nuestra declaración y afirmación de que el rock sigue produciendo artistas que crean música original, que no viven del cover ni de la fórmula fácil como muchos han estado buscando sino que en el país hay miles de bandas que ensayan, que invierten, que arriesgan y en esta época de playlists recicladas y consumo exprés, ser una banda de rock con propuestas propias es un acto quijotesco, pero es ahí donde radica el valor de Subterránica, nuestro sueño y pasión… seguir dándole espacio a quienes aún creen que la música tiene algo que decir más allá del algoritmo.
A quienes estuvieron presentes, gracias por ser parte. A quienes aún no descubren a sus propias bandas locales, esta es la invitación, no esperen que se las validen desde fuera para ponerles la bandera y apoyarlas, lo hemos visto durante años. Dense el permiso de explorar, de encontrarlas, de seguirlas, porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Las bandas de música original son una joya y todo amante del rock y la buena música disfruta descubriendo nuevos sonidos, fueron más de 50 bandas que tuvimos el placer de escuchar en esta aventura.

Gracias a las bandas que hicieron parte de esta edición del Monster del Rock Subterránica, porque son ustedes quienes sostienen este evento con su arte, su dedicación y su fe en la música original. A las que viajaron desde fuera de Bogotá, nuestro respeto por ese esfuerzo enorme que representa mover una banda independiente en estas condiciones. Al público que asistió, gritó, votó y respaldó cada presentación, su presencia es vital para que Subterránica pueda seguir siendo un proyecto completamente independiente y fiel a sus principios. A los jurados que participaron en cada una de las fases del concurso, gracias por su tiempo, oído y criterio. Al equipo de Subterránica, que trabaja con una entrega feroz detrás de cada edición. A Bbar, por seguir siendo una trinchera para el rock independiente, y a nuestros patrocinadores por creer en esto cuando casi nadie lo hace. Este monstruo ha caminado gracias a todos ustedes.
La historia continúa y nuestra próxima parada es la gran final mundial de Wacken Metal Battle en Alemania, donde la banda venezolana Vhill representará a toda la región norte de suramérica. Allá nos veremos.
Esperen pronto la galería de la gran final por Oscar Garzón.
@subterránica
Colombia
Con apoyo, Medellín construye memoria en el rock; en Bogotá resistimos solos

En Subterránica siempre nos ponemos felices cuando se abre un espacio nuevo para el rock colombiano y eso nos sucede con el reciente anuncio de MURO: Museo del Rock Medellín que abrió su primera exposición. Pero esto nos hace pensar muchas cosas respecto a nuestra ciudad, la capital… la cual debería ser un foco de cultura y apoyo porque al menos eso es lo que predican con bombos y platillos pero en la práctica la cosa es diferente.
Bogotá es, tristemente, un espejo de lo que ocurre cuando la cultura se convierte en burocracia. No hablamos del clima, del tráfico ni de la inseguridad. Hablamos de su ecosistema cultural: una estructura que parece diseñada para premiar la mediocridad, rotar contratistas, favorecer intereses personales y condenar al olvido los esfuerzos genuinos por preservar la memoria musical de este país.
Mientras Medellín inaugura con orgullo sumuseo del rock respaldado por sus instituciones, nosotros —El Museo del Rock Colombiano— seguimos creciendo desde la independencia, sin haber recibido jamás un peso de Idartes, la Secretaría de Cultura ni ninguna entidad estatal de Bogotá. Y eso no nos avergüenza: nos enorgullece, pero nos hace cuestionarnos ¿por qué Bogotá quiere seguir siendo un nicho corrupto y un lugar en donde si el proyecto no es de minorías, de indígenas, de papagayos o agropecuario entonces no les sirve?.
Construir el Museo del Rock Colombiano lo hemos logrado sin favores, sin jurados amigos, sin atajos. Solo con compromiso real, con músicos auténticos, y con más de dos décadas de trabajo constante y apasionado. Desde 1996 hemos construido un archivo de más de 6.000 discos, memorabilia, prensa, libros, instrumentos, fotografías y documentos inéditos. Con esfuerzo. Con amor. Y lo hicimos bien.
Hoy somos un museo vivo, certificado, constituido y con certificado SIMCO, con un espacio físico en evolución constante, dedicado a contar la historia del rock colombiano con rigor y sin filtros. Algo que, lamentablemente, ninguna entidad oficial ha hecho, ni parece interesada en hacer.
¿Y qué ha hecho Bogotá mientras tanto?
Premiar los mismos nombres de siempre.
Girar en círculos con procesos viciados.
Repetir curadores y gestores amarrados al mismo modelo de siempre.
El resultado está a la vista: un sistema estancado, sin impacto, sin memoria, sin legado. Y no es una opinión, basta con revisar año tras año las convocatorias, los ganadores, los jurados y los historiales contractuales. Es un modelo agotado, una red de intereses que ha dejado fuera a quienes trabajan desde lo profundo por el arte y la historia.
En contraste, Medellín entendió algo esencial:
La cultura no se administra como una nómina. Se cultiva como un acto de memoria y compromiso.
El MURO (Museo del Rock en Medellín), iniciativa de Carlos Acosta y un grupo de verdaderos melómanos y gestores, es un ejemplo claro de lo que puede lograrse cuando las instituciones apoyan con coherencia y visión. Un espacio público, gratuito, curado con respeto y pasión. No con hojas de cálculo, sino con alma.
Sí, no hace pensar mucho, no porque queramos un reconocimiento superficial, sino porque nuestro trabajo tiene profundidad y aún así las instituciones que deberían apoyar han decidido ignorarnos y atacarnos, incluso desde las mismas instituciones y sus canales ¿por qué? ¿envidia? ¿incapacidad? ¿Negligencia? O sencillamente porque no somos parte de la corrupción. Porque aquí, si no haces parte de ciertos círculos, simplemente no existes.
Pero existimos.
Y estamos más fuertes que nunca.
Por eso, hoy lo decimos con claridad:
En 2026, los Premios Subterránica se entregarán en Medellín.
No solo como reconocimiento a una ciudad que escucha, sino como un acto político. Una decisión que denuncia el abandono cultural de Bogotá. Y también, una afirmación de que se puede resistir. Se puede crear sin deberle favores a nadie.
Subterránica y el Museo del Rock Colombiano no son vitrinas de ego ni plataformas para complacer agendas institucionales. Son espacios de historia, de resistencia, de autenticidad.
Y si eso incomoda, que así sea.
Nosotros seguiremos escribiendo la historia.
Con trabajo. Con verdad. Y con música real.
Bogotá perdió el rock.
No por desinterés ciudadano, sino por decisiones institucionales.
Pero eso no nos detiene.
Si ese templo no está en Bogotá, no importa.
Estará donde haya escucha, respeto y verdadera cultura.
Pueden visitar la primera exposición de MURO sobre carátulas del rock de la región en La Casa de La Música en Medellín con entrada gratuita.
Y pueden visitar la expo del Museo del Rock Colombiano en la Cr 7 # 45 – 72 en Bogotá, así como el canal de TikTok @museodelrockcolombiano para los minidocumentales y nuestra web www.museodelrockcolombiano.com
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