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Festivales e Industria

Los Grammy aplican la “Rock al Parque” y desatan la ira de la comunidad del Country.

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En los Grammy 2025 hubo de todo… viejas empelota en la Alfombra Roja, un chiste sobre Colombia que puso los pelos de punta a los colombianos pero que es real, una excelente presentación de Benson Boone y por supuesto Beyoncé se llevó el premio a Mejor Álbum Country por “Cowboy Carter”. Pero esta victoria no ha sido bien recibida por la comunidad country, tanto músicos como fans, quienes se sienten profundamente ofendidos y han desatado un infierno en Internet al respecto.

Verán, para los músicos y fans, sobretodo de nicho, el respeto por los géneros musicales, sus raíces, sus formas y sus modos es muy importante, pero la academia conformada por personas de todo tipo aplico la “Rock al Parque”, es decir, al igual que el festival en Bogotá que nació para apoyar el rock pero ahora es más que todo de cumbia y folclor, y le entregó el premio a un álbum que aunque innovador y ultra producido no representa la música Country que en Los Estados Unidos es considerada casi sagrada.

La controversia comenzó cuando Taylor Swift, una figura icónica del country, anunció el premio a Beyoncé. La reacción inmediata fue de indignación y decepción. Músicos como Kacey Musgraves, Chris Stapleton y Lainey Wilson, quienes también estaban nominados, expresaron su rabia y enojo en las redes sociales y los fans no se quedaron atrás, lanzando críticas hacia la Academia de la Grabación por su decisión.

La comunidad country argumenta que el álbum de Beyoncé, aunque talentoso, no representa el género de manera auténtica. “Adoptar la estética country no convierte a un artista en genuino del género” declaró un fan en un comentario viral, en otras palabras colocarse un sombrero y meter la palabra “Cowboy” a un álbum pop no lo hace Country así como meterle guitarra electrica a un vallenato como lo hizo Carlos Vives no lo hace Rock. Esta percepción ha llevado a que los premios más importantes del country, como los Country Music Association Awards (CMA), hayan decidido dejar a Beyoncé fuera de sus nominaciones.

El escándalo ha generado un debate fuerte en Internet, con algunos fans defendiendo a Beyoncé y su “enfoque innovador” estilo Idartes, mientras que otros insisten en que el premio debería haber ido a un artista más tradicional del género. La polémica ha puesto de relieve las tensiones entre la música country tradicional y las nuevas influencias que buscan cruzar géneros.

Beyoncé se defendió su trabajo, afirmando que “el género es una palabra fría que nos mantiene en nuestro lugar como artistas”. En su discurso de aceptación, agradeció a los artistas country que colaboraron en el álbum y subrayó la importancia de romper barreras y perseguir pasiones.

La correcta clasificación de los géneros musicales ha demostrado ser más relevante que nunca, esto que sucedió obviamente ha generado desconfianza en la industria musical. Los fans y músicos del género sienten que su espacio ha sido invadido y manipulado. La precisión en la clasificación no solo facilita el descubrimiento de música para los oyentes, sino que también asegura que los artistas sean reconocidos en el género adecuado. Esto es vital para mantener la integridad y autenticidad de los géneros musicales.

Además, ya afloraron los rumores de que el premio de Beyoncé fue comprado, especialmente a la luz de las recientes controversias que rodean a figuras prominentes como P. Diddy. Estas acusaciones, si bien no confirmadas, alimentan la desconfianza y dañan la reputación de los premios. La integridad y transparencia en la selección y premiación son fundamentales para mantener la credibilidad de estos eventos, en Estados Unidos a diferencia de países como el nuestro los músicos valoran mucho estos espacios y son grandes oportunidades de crecimiento.

Colombia

Distritales al rescate: El fuego auténtico en Rock al Parque 2025

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He sido crítico de Rock al Parque muchas veces, y no me arrepiento. Pero esta vez, en lugar de empezar desde la indignación, voy a empezar desde la verdad más evidente del cartel 2025… lo mejor que tiene este festival, de lejos, son las bandas distritales. Y eso no es opinión, es resultado de haber visto a cientos de grupos en vivo, desde los escenarios de Metal Battle Suramérica, cientos de conciertos en los circuitos locales, hasta los Premios Subterránica y El Monster del Rock, donde el talento, la propuesta y la pasión de la escena bogotana superan con creces a muchos de los nombres reciclados que siguen copando los titulares. Este artículo no es pretende ser una descarga emocional, es una crítica con argumentos, con cifras y con contexto, porque con un poco más de cinco mil millones de pesos encima, el festival más importante de rock del país debería tener el coraje de mirar a sus verdaderos protagonistas de frente y darles el lugar que merecen.

Cada año, cuando se publica el cartel de Rock al Parque, una sensación de déjà vu se apodera de gran parte de la comunidad musical independiente de Bogotá, la edición número 29 no es la excepción y aunque se nos presenta con bombos y platillos un cartel internacional que debería justificar una inversión de más de cinco mil millones de pesos del erario, lo cierto es que muchos de los nombres seleccionados no solo son recurrentes en la historia del festival, sino que, en términos de impacto artístico y relevancia actual, dejan más dudas que certezas.
La presencia de agrupaciones como La Derecha o Polikarpa y sus Viciosas, aunque históricamente valiosas, se ha convertido en una constante casi automática, ojo, no se cuestiona su aporte a la historia del rock nacional, pero sí la insistencia con la que se les programa en un evento que supuestamente busca la renovación, la diversidad y el descubrimiento, sobre todo cuando tenemos más de cuatro mil bandas de rock, metal y sus corrientes activas en el país. Esto resulta especialmente problemático cuando el discurso oficial insiste en destacar la inclusión de propuestas nuevas o poco visibles. ¿Cómo puede hablarse de renovación cuando muchos de estos nombres han estado presentes de manera casi ininterrumpida durante tres décadas?

Y entonces tenemos que los verdaderos protagonistas del festival son las bandas distritales seleccionadas a través de convocatorias rigurosas y meritocráticas, pero ellas siguen siendo tratadas como una especie de relleno. Estas bandas que representan lo mejor del presente y el futuro del rock bogotano, son puestas a abrir tarimas aún vacías, en horarios marginales y sin la visibilidad o el respaldo institucional que merecen, por ejemplo Herejía, una de las mejores propuestas actuales de Colombia. Muchos de estos artistas son talentos que han trabajado arduamente, con escasos recursos, para construir propuestas auténticas, sólidas y creativas. Y sin embargo, su participación en Rock al Parque parece responder más a un protocolo administrativo que a un real interés curatorial, ellas deberían ser las cabezas de cartel porque lo merecen, están mucho más arriba en calidad musical, en show y en solidez que todo el cartel internacional e incluso los invitados nacionales en donde se puede ver un par de favores.

He tenido la oportunidad de ver en vivo a todas las bandas distritales seleccionadas para esta edición, gracias a mi trabajo con Subterránica, un espacio que desde hace más de dos décadas ha tratado de ser uno de los pocos que realmente apoya y visibiliza la escena independiente. Conozco de primera mano el nivel interpretativo, compositivo y escénico que manejan grupos como Chimó Psicodélico, Piel Camaleón, Herejía, Okinawa Bullets o Urdaneta, Somberspawn por ejemplo, es un camión y al menos ellos quedaron en un buen horario, pero el resto no. Muchos de ellos tienen proyección internacional, una estética sonora única y una conexión real con las nuevas generaciones. A ellos debería dirigirse el foco del festival si en verdad se quiere hablar de circulación, memoria, y apuesta por el futuro.

Ahora bien, cuando se plantea una crítica al cartel de Rock al Parque, no puede pasarse por alto el costo de producción del evento. Cinco mil millones de pesos. Es una cifra monumental, sobre todo cuando se la compara con eventos similares en el mundo. Festivales de talla global como Hellfest en Francia, Primavera Sound en Barcelona o el Wacken Open Air en Alemania manejan presupuestos similares —algunos incluso más bajos— y logran convocar carteles mucho más ambiciosos, con artistas de primer nivel mundial, producciones impecables y en muchos casos, una rentabilidad sostenida. La diferencia es que allá hay una estructura empresarial, una lógica de sostenibilidad y un enfoque curatorial realmente audaz, acá no. Y sí, allá el público paga una entrada, lo cual también permite que el presupuesto sea redistribuido de forma más eficiente y no se dependa completamente de recursos estatales.
En cambio, en Bogotá, los recursos públicos se usan para traer artistas cuya actualidad es cuestionable, cuyas giras son poco exitosas o que simplemente no representan una novedad. El problema no es que se les invite, todos los artistas tienen derecho a trabajar, el problema es la proporción entre inversión, resultado y pertinencia cultural. ¿De verdad un cartel como el de 2025 amerita ese presupuesto?

Pero más allá del cartel, el problema de fondo es estructural. La curaduría de Rock al Parque ha venido girando desde hace muchos años en torno a un circuito cerrado de nombres y contactos que aunque no necesariamente ilegales, sí configuran una forma de clientelismo cultural. Muchos de los actores que toman decisiones o influyen en la programación repiten roles año tras año, lo que genera una homogenización de las propuestas, un estancamiento estético y una desconexión con lo que realmente está ocurriendo en la escena alternativa de Bogotá y del país respecto al mundo, antes, en los noventa, una banda pegaba en el festival y al otro día estaba sonando en las radios, crecían, eran otros tiempos.

Y sin embargo no todo está perdido. La razón por la que seguimos hablando de Rock al Parque y por la que aún duele su deterioro conceptual, es porque fue y puede volver a ser un símbolo de inclusión, de descubrimiento, de poder para el público. La energía está en los distritales, en las nuevas voces, en las propuestas que no necesitan más que un par de amplificadores y una visión clara para estremecer a quien los escuche. El festival debería dejar de mirar hacia atrás con nostalgia y atreverse a mirar hacia los lados y hacia adelante. No hay que temerle al cambio. Al contrario, hay que temerle al conformismo.

La Bogotá rockera, esa que dicen es “diversa”, combativa y creativa está viva, pero no se está viendo representada en el evento que debería ser su fiesta máxima. Ojalá esta crítica no se lea como un acto de odio, que sería el camino fácil, sino como un llamado a la responsabilidad, al respeto por el dinero público y sobre todo al amor que muchos sentimos por la música que ha sido parte de nuestras vidas. La crítica no es destrucción; es una forma de cuidar lo que aún se puede salvar.

Desde acá, desde estas líneas, los invito a asistir a ver a los distritales, hay propuestas de talla mundial, no se van a arrepentir.

@felipeszarruk

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Festivales e Industria

Metal Battle Suramérica consolida su prestigio internacional ganando nuevos reconocimientos

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La iniciativa Metal Battle Suramérica continúa su ascenso como una de las plataformas más importantes para el desarrollo y la proyección del metal latinoamericano. En un nuevo hito para la región, la final nacional del Metal Battle Venezuela ha sido galardonada como Evento del Año en los Premios Melomaniac en Venezuela, un reconocimiento que confirma la calidad de producción, convocatoria y relevancia cultural del certamen, el premio fue recibido por Raúl Colmenares, músico y promotor de Metal Battle para su país por el impecable trabajo en los procesos.

Este logro se suma al premio obtenido en 2024 por la final de Metal Battle Ecuador, que fue reconocida en la misma categoría por los Premios Maniac TV en el país suramericano. A estos reconocimientos se agrega el homenaje recibido por los promotores del circuito en los Premios Subterránica Colombia 2025, donde fueron distinguidos por su labor en el fortalecimiento de la escena independiente y su aporte a la circulación artística de las bandas de metal de todo el continente, en apenas dos años, el evento ha sido reconocido varias veces como una de las plataformas de más impacto en el continente.

Desde su inicio, Metal Battle Suramérica se ha caracterizado por su visión descentralizada, su integración territorial y su ética independiente. Lejos de reproducir las lógicas elitistas de otros circuitos musicales, Metal Battle Suramérica ha desarrollado un modelo colaborativo que involucra promotores, gestores, colectivos y medios alternativos de cinco países de la región. El objetivo: crear una ruta sólida que permita a las bandas competir por un cupo en el prestigioso festival Wacken Open Air en Alemania, el escenario más importante del metal a nivel mundial y crear el circuito de circulación de Metal más importante de la región, lo cuál se ha logrado de manera contundente con la participación de más de 300 bandas en cada una de sus dos ediciones.

En palabras de su equipo de coordinación, estos reconocimientos no son solo una celebración del evento en sí, sino un reflejo del trabajo sostenido que se ha venido realizando desde las bases culturales del movimiento metalero. “No se trata solo de competir, sino de construir escena, generar redes, fortalecer el sentido de comunidad y proyectar talento de alto nivel artístico y conceptual”, afirma Felipe Szarruk, promotor para Latinoamérica de Metal Battle.

Un circuito que trasciende fronteras

Lo que distingue al Metal Battle Suramérica es su compromiso con la diversidad geográfica y musical. Lejos de concentrarse únicamente en las grandes capitales, las finales y eliminatorias han recorrido ciudades secundarias y zonas periféricas, llevando el metal a espacios históricamente marginados del circuito internacional.

En este sentido, el reconocimiento a la final venezolana cobra aún más valor: se realizó en medio de condiciones complejas, en un país con profundas dificultades logísticas y estructurales, pero con una escena poderosa que ha sabido reinventarse a través del trabajo autogestionado. La premiación de los Melomaniac 2025 no solo reconoce la calidad del evento en sí, sino también la resiliencia y profesionalismo de sus organizadores.

El proceso de selección de las bandas que llegan a la final suramericana también refleja un rigor creciente. Cada país participante desarrolla su propia ruta nacional, con jurados locales y seguimiento artístico, hasta llegar a una final continental que ha ganado peso simbólico y mediático.

El impacto de una plataforma necesaria

Más allá del prestigio del Wacken Open Air, Metal Battle Suramérica ha generado un efecto de largo alcance en las escenas nacionales. Ha propiciado el surgimiento de nuevas bandas, la profesionalización de promotores y ha reactivado redes regionales de colaboración entre colectivos de países como Colombia, Ecuador, Venezuela, Argentina, Perú y Bolivia.
La visibilidad que ofrece el circuito ha permitido a las bandas acceder a festivales, sellos y medios especializados a nivel continental. Asimismo, el evento ha motivado a periodistas culturales, investigadores y medios independientes a registrar y analizar con mayor profundidad los procesos del metal latinoamericano.

Vhill: reconocimiento y representación

Como parte de los resultados de este proceso, la banda venezolana Vhill fue seleccionada como representante de Suramérica en la edición 2025 del Wacken Open Air. La agrupación, oriunda de Ciudad Guayana, también fue reconocida con tres galardones Melomaniac: Artista Revelación, Mejor Banda en Vivo y Mejor Banda de Metal Extremo.

Vhill acaba de lanzar su primer álbum de estudio, acompañado por el videoclip del sencillo Extinción, y se prepara para representar a la región con una propuesta sólida de death metal moderno, que combina técnica, lírica crítica y una potente puesta en escena

Metal Battle Suramérica no solo exporta talento, exporta narrativa, cultura y resistencia. Lo hace desde las raíces profundas del metal latinoamericano, con una visión de largo plazo y una red de actores comprometidos que hoy, por fin, reciben el reconocimiento merecido

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Festivales e Industria

Los Orígenes de los Managers Musicales: De la Ley Seca a la Industria del Entretenimiento

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La figura del manager de los músicos que es una pieza clave en la carrera de cualquier artista hoy en día cuenta con una historia increíble… Los managers tienen un origen que se remonta a una época compleja y fascinante: la era de la Ley Seca en Estados Unidos (1920-1933). Durante estos años, la prohibición del alcohol generó un contexto social y cultural único que contribuyó a la aparición de intermediarios esenciales para que los músicos pudieran acceder a espacios de presentación y conseguir contratos.

La Ley Seca, implementada por la 18ª Enmienda a la Constitución de Estados Unidos y la Ley Volstead, prohibió la fabricación, venta y transporte de bebidas alcohólicas, pero como siempre, lejos de erradicar el consumo, esta medida impulsó la proliferación de clubes clandestinos llamados “speakeasies”, donde se servía alcohol de forma ilegal.

Estos speakeasies se convirtieron en epicentros culturales, especialmente para géneros emergentes como el jazz y el blues que buscaban espacios para presentarse, obviamente debido a la clandestinidad de estos establecimientos, los músicos no podían simplemente llegar y ofrecer sus servicios y así urgió entonces la necesidad de personas que conocieran el entramado social y legal para conseguirles estos “toques”.

Los primeros managers musicales actuaban como intermediarios que negociaban directamente con los dueños de los speakeasies y clubes clandestinos. No solo conseguían presentaciones para los músicos, sino que también manejaban las relaciones y protegían a los artistas de las complicaciones legales y sociales de esa época.

Un caso destacado es el del legendario manager y promotor John H. Hammond, aunque un poco posterior a la Ley Seca, que desde los años 30 impulsó la carrera de músicos de jazz y blues, pero durante la prohibición estos intermediarios muchas veces estaban ligados a redes del hampa o a empresarios que operaban en la ilegalidad, lo que explica su rol estratégico para la supervivencia de los músicos en ese ambiente.

Con el fin de la Ley Seca en 1933 y la consolidación de la industria del entretenimiento, la figura del manager comenzó a profesionalizarse. En 1937 se fundó la Association of Talent Agents (ATA) en Los Ángeles, California, que reguló y formalizó la intermediación en la industria artística. Esto permitió que el rol evolucionara de simple intermediario a representante estratégico que maneja contratos, giras, promociones y la carrera artística en general.

Con el tiempo, managers como Brian Epstein, quien descubrió y dirigió la carrera de The Beatles en los años 60, ejemplificaron la importancia de esta figura en la música moderna, consolidándola como un elemento imprescindible para el éxito comercial y artístico.

La figura del manager musical nació de una necesidad concreta en un contexto de ilegalidad y limitaciones sociales. Durante la Ley Seca, estos intermediarios fueron clave para que los músicos pudieran acceder a espacios de presentación y garantizar la continuidad de su arte. Su evolución desde aquel entonces hasta la actualidad refleja cómo la industria musical se profesionalizó y se adaptó a las exigencias de cada época, consolidando al manager como un actor central en la carrera de cualquier artista.

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