Colombia
El dedo en la llaga que duele: Bandas tributo ¿Artistas o mercenarios?

En la cultura popular, los términos tributo y homenaje se utilizan frecuentemente, pero rara vez se analizan con la profundidad que merecen, especialmente en la música. Estos conceptos, en teoría, deberían implicar respeto y admiración hacia un artista o una obra. Sin embargo, el término banda tributo, popularizado en los bares y clubes nocturnos, ha ido perdiendo su significado original para convertirse, en muchos casos, en un simple negocio que explota el talento ajeno sin aportar nada nuevo. ¿Son estas bandas realmente un tributo o un homenaje? ¿O estamos frente a una versión mercenaria del arte? Vamos a desglosarlo.
¿Qué es un tributo y qué es un homenaje?
Empecemos por lo básico. Un tributo es una manifestación de respeto o admiración hacia una persona o un grupo que ha tenido un impacto significativo en una comunidad, la cultura o la historia. En el contexto musical, un tributo debería implicar una reinterpretación o recreación respetuosa de la obra de un artista, intentando capturar la esencia que lo convirtió en un ícono.
Por otro lado, un homenaje va más allá del simple reconocimiento. Un homenaje es una celebración de la obra o la figura de alguien, no sólo por lo que logró, sino por lo que simboliza. En el caso de un homenaje musical, lo ideal sería que los músicos aporten algo de su propia creatividad, reinterpretando la obra original con su propio toque personal, como una forma de extender el legado artístico.
En ambos casos, tanto el tributo como el homenaje deben basarse en la admiración genuina, el respeto y la creatividad. Sin embargo, lo que muchas bandas que tocan en bares bajo la etiqueta de “banda tributo” hacen, es simplemente replicar el repertorio y la imagen de grandes artistas para generar ingresos, sin aportar ninguna innovación o valor artístico real.
El negocio de las bandas “tributo”: Entre lo mercenario y lo superficial
Hoy en día, las bandas “tributo” son un fenómeno generalizado. Es común encontrar en cualquier ciudad bares llenos de gente que asiste a escuchar a una banda que emula a un artista o grupo famoso, interpretando exactamente los mismos temas y, en muchos casos, hasta intentando replicar los movimientos y la imagen del ícono original. Lo que muchas de estas bandas tributo hacen va más allá de la mera imitación: se apropiaron de la obra, y de la estética, para ofrecer un producto diseñado exclusivamente para generar ingresos, con el mínimo esfuerzo creativo.
Pero ¿dónde está el problema? Esa es la pregunta que todos se hacen ¿Por qué importa? ¿Qué es lo que está mal acá? Esencialmente, en la falta de autenticidad y en el aprovechamiento comercial de un legado artístico sin permiso ni reconocimiento. A menudo, estas bandas no pagan por derechos de autor, usan la imagen de los artistas sin su consentimiento (Ya ni siquiera ponen la foto de la banda sino del artista original), y se benefician económicamente del trabajo de otros, sin aportar una interpretación que realmente se pueda considerar un tributo en el sentido más puro del término.
Esto convierte el acto de tocar música en bares en algo más parecido a un negocio mercenario que a un verdadero acto artístico. La música deja de ser arte para convertirse en un simple mecanismo para ganar dinero rápido, a costa de la nostalgia del público, que muchas veces ni siquiera se da cuenta de que está aplaudiendo una versión vacía de lo que alguna vez fue una obra creativa vibrante y revolucionaria.

¿Por qué no son un tributo ni un homenaje?
Una banda tributo, en su esencia más pura, debería tomar la música del artista que admiran y reinterpretarla con respeto, sumando algo nuevo que permita que la obra original continúe viva de una manera diferente. Un homenaje, por su parte, debería ser una forma de honrar la trayectoria y el impacto del artista en cuestión, haciendo referencia a su legado pero añadiendo una nueva visión.
Sin embargo, lo que vemos hoy en la mayoría de los bares y clubes es un copy-paste sin alma. No hay un esfuerzo por ofrecer una reinterpretación creativa o por explorar nuevas maneras de interpretar la música que celebran. En lugar de eso, muchas bandas tributo simplemente se limitan a replicar el sonido y la apariencia, confiando en la nostalgia para atraer a una audiencia, y dejando de lado cualquier ambición artística. Es una reproducción mecánica del pasado.
El problema central es que, lejos de ser un homenaje o un tributo, este modelo ha degenerado en un sistema de explotación artística que usa el prestigio de grandes artistas para fines comerciales sin aportar valor nuevo. Se podría argumentar que estas bandas viven del aplauso prestado, tomando como propio el reconocimiento que pertenece a los músicos originales. Su objetivo no es la expresión artística, sino la reproducción de éxitos probados con la esperanza de un rápido beneficio.
El aplauso prestado: ¿dónde queda la autenticidad?
El aplauso prestado es el corazón de este problema. Los músicos de bandas tributo se alimentan de la nostalgia de los fans, pero no se ganan ese reconocimiento por su propio talento o innovación. Viven del eco de algo que ya existió, de una obra que no es suya, y en lugar de sumar algo nuevo al panorama musical, simplemente ocupan un espacio de repetición.
Es cierto que no todos los artistas deben revolucionar la música, pero hay una diferencia abismal entre interpretar canciones de un artista que admiras con pasión y creatividad, y usar su legado como una vía rápida para el éxito.
Una banda que se limita a copiar el vestuario, los movimientos y las canciones sin más, no está rindiendo un verdadero tributo; está haciendo un negocio con la memoria de alguien más. En muchos casos, los músicos de estas bandas no buscan crear algo duradero o significativo; solo quieren llenar el local y recibir el aplauso fácil. Es una versión mercenaria del arte, que reduce la música a un simple producto de consumo rápido.
¿Qué queda del arte en este modelo?
Al final, el problema con las bandas tributo que no aportan nada nuevo es que contribuyen a la mercantilización extrema del arte. No hay riesgo, no hay innovación, no hay un proceso creativo que lleve a algo más. Y si bien hay un lugar para la interpretación y la recreación, lo que vemos en muchos bares no es ni tributo ni homenaje, sino una forma de capitalizar el trabajo y el legado de otros sin el esfuerzo ni el respeto que debería requerir el uso de una obra ajena.
Este modelo se alimenta de la nostalgia y explota el deseo de revivir momentos del pasado, pero al final del día, está vacío de autenticidad. Para muchos músicos que intentan vivir de su propia creación y su propia voz, este fenómeno puede resultar frustrante: mientras algunos se esfuerzan por encontrar un espacio para su arte original, otros optan por lo fácil, explotando el legado de quienes ya marcaron el camino.
Las bandas tributo han distorsionado lo que realmente significa rendir homenaje a un artista. Han convertido un acto que debería estar lleno de respeto y admiración en un mecanismo mercenario para hacer dinero fácil, explotando el trabajo de otros sin pagar lo que corresponde ni aportar valor artístico. El arte, en su forma más pura, es riesgo, es creatividad, es expresar algo propio. El problema con muchas de estas bandas es que, lejos de rendir un verdadero tributo, lo que están haciendo es vivir del eco de algo que no les pertenece. Y en ese proceso, están contribuyendo a la desvalorización del arte como una forma de expresión auténtica.

¿Qué debería hacer una banda para ser un verdadero tributo?
Para que una banda “tributo” pueda realmente considerarse un tributo auténtico y no un simple negocio que explota la nostalgia, es fundamental que adopte una serie de medidas que vayan más allá de imitar el sonido y la imagen del artista original. Aquí te expongo algunos pasos clave que deberían seguir:
El primer y más importante paso que una banda tributo debe tomar es pagar regalías por el uso de la música y la imagen de los artistas originales. Muchas bandas tributo tocan las canciones de sus ídolos sin preocuparse por el hecho de que están utilizando una obra protegida por derechos de autor para generar ingresos. Los artistas originales, o sus herederos en caso de artistas fallecidos, merecen ser compensados por el uso de su trabajo, así como por el uso de su imagen si la banda intenta replicarla de alguna manera.
No hacerlo convierte este acto en una forma de apropiación que es, en última instancia, ilegal y moralmente cuestionable. Respetar los derechos de autor es fundamental para dignificar el trabajo del artista, porque ese legado no debería ser explotado sin retribución. Hay maneras claras y accesibles de cumplir con estas obligaciones legales, como a través de sociedades de gestión colectiva de derechos que se encargan de distribuir las regalías.
Un verdadero tributo no se limita a copiar de manera exacta las canciones y el estilo del artista original. Las mejores bandas tributo son aquellas que aportan algo nuevo a la música que interpretan, ya sea con arreglos innovadores, instrumentaciones distintas o incluso con una reinterpretación que dé una nueva vida a las canciones.
Cuando una banda simplemente imita, está tomando el camino fácil, sin ofrecer ninguna aportación propia. En cambio, cuando una banda se atreve a experimentar y añadir su propio toque personal, contribuye al crecimiento del legado del artista, mostrando que la música puede evolucionar y continuar inspirando a las nuevas generaciones de maneras diferentes. De esta forma, la banda deja de ser un mero vehículo de nostalgia para convertirse en un puente entre el pasado y el presente, honrando de verdad la obra del artista.
Otra señal de un verdadero tributo es la transparencia. Las bandas deben ser claras acerca de su objetivo: ¿Están simplemente replicando canciones para lucrarse? ¿O están realmente buscando mantener viva la música de su artista favorito de una manera significativa? Las bandas que se toman en serio su rol de tributo deberían mostrar un profundo conocimiento y respeto por la trayectoria y la influencia del artista original.Esto puede implicar, por ejemplo, el incluir en sus presentaciones una explicación del contexto en el que las canciones fueron creadas, las historias detrás de las letras, o cómo el legado del artista ha influenciado a la banda. Al compartir este conocimiento, las bandas pueden ayudar a educar a sus audiencias, haciéndolas más conscientes del valor cultural y artístico de la música que están escuchando.
Una forma auténtica de rendir tributo es hacer algo concreto para contribuir al legado del artista. Esto podría ser mediante donaciones a fundaciones o causas que el artista apoyaba en vida, o incluso participar en proyectos de restauración o conservación de su obra. Las bandas también pueden contribuir organizando eventos que no solo celebren la música, sino que también generen ingresos para las causas benéficas relacionadas con el artista.
Por ejemplo, si una banda tributo a Queen organiza un evento en el que parte de los ingresos se donan a organizaciones de lucha contra el VIH, estaría no solo homenajeando a Freddie Mercury, sino también continuando con su legado de apoyo a esa causa. Esto permite que el tributo tenga un impacto tangible más allá del simple acto de interpretar canciones.
Usar la imagen de un artista famoso para atraer al público es algo delicado. Las bandas tributo a menudo intentan replicar no solo la música, sino también el look y los gestos del artista original. Esto, si se hace de manera superficial o burlesca, puede llegar a ser ofensivo o de mal gusto.
Un verdadero tributo debe abordar la representación del artista con dignidad y respeto, evitando la caricaturización o el uso exagerado de estereotipos. Es clave recordar que la imagen del artista original no debe ser tratada como una simple mercancía. Si una banda decide emular la estética de su ídolo, debe hacerlo con respeto hacia el valor simbólico y cultural que esa imagen representa, y no solo para crear una versión comercial vacía que busca el aplauso fácil
Las bandas tributo tienen la oportunidad de construir una identidad artística propia mientras rinden homenaje a sus ídolos. Si bien pueden basarse en la música del artista original, deberían esforzarse por encontrar su propio estilo y voz dentro de esa música. Un buen tributo no trata de ocultar la identidad de los músicos detrás de la máscara del artista original, sino que busca que esos músicos crezcan artísticamente a través de la obra que están celebrando.
Esto puede significar realizar conciertos en los que mezclen las canciones del artista homenajeado con sus propias composiciones originales o con versiones de las canciones que reflejen su estilo particular. De esta forma, la banda tributo puede atraer a un público que no solo busca revivir el pasado, sino que también está interesado en ver cómo evoluciona esa música en manos de nuevos artistas.
Otra estrategia para dignificar el trabajo como banda tributo es colaborar con músicos o productores cercanos al artista original. Esto no solo añade autenticidad al tributo, sino que también asegura que la música se está interpretando de una manera respetuosa y aprobada por quienes conocen mejor la obra del artista. Algunas bandas tributo de renombre han logrado colaborar con miembros originales de la banda a la que rinden homenaje, lo que les otorga una legitimidad y un respeto que va mucho más allá de lo que una simple imitación podría lograr.
Para que una banda realmente se pueda llamar tributo, debe ir mucho más allá de simplemente copiar la música y la imagen de un artista famoso. Debe haber un compromiso con el respeto a los derechos de autor, con la aportación creativa, con la autenticidad y, sobre todo, con el reconocimiento justo del legado del artista homenajeado. Sin estos elementos, el tributo no es más que una explotación mercantil de la nostalgia, un negocio disfrazado de homenaje, un buen ejemplo de todo lo que acá se ha hablado es la banda Led Zepp Again que cumple con todos estos requisitos y son avalados por los propios Led Zeppelin quienes aprueban cada movimiento y reciben una parte de las ganancias. Esta banda gira por todo el planeta y no es la única, hay varias.
El arte siempre ha sido una conversación entre lo pasado y lo presente. Un verdadero tributo mantiene viva esa conversación, permitiendo que la obra original evolucione y siga tocando los corazones de nuevas audiencias, con respeto y admiración. Todo lo demás es, en última instancia, un ejercicio vacío y superficial.

Sayco como siempre, la mafia pendeja que se lava las manos
Dentro del marco legal colombiano, las bandas tributo que no cumplen con las normativas sobre derechos de autor, propiedad intelectual, y el uso de la imagen de artistas están incurriendo en una serie de violaciones a la ley. A continuación, detallo las leyes y las faltas a las que estas bandas podrían estar pasando por alto, además de las obligaciones que deberían cumplir para operar legalmente.
Las bandas tributo, al interpretar y beneficiarse económicamente de las obras musicales de otros artistas sin pagar regalías o sin autorización, están infringiendo las normativas de derechos de autor en Colombia.
Ley 23 de 1982: Esta ley regula los derechos de autor en Colombia y establece que toda obra artística, literaria, o científica goza de protección. La música, las letras y las composiciones son consideradas obras protegidas bajo esta ley, lo que significa que su reproducción, distribución y comunicación pública sin la autorización del titular es ilegal.
Las bandas que interpretan en vivo o graban canciones sin el permiso expreso del titular de los derechos (artistas, compositores o herederos) están incumpliendo con esta ley.
Las bandas deben pagar regalías a través de entidades de gestión colectiva como Sayco (Sociedad de Autores y Compositores de Colombia), que se encarga de gestionar los derechos de autor en nombre de los compositores. Si una banda no está afiliada o no realiza estos pagos, incurre en una falta grave, que puede resultar en sanciones económicas y demandas legales pero ya todos conocemos la clase de mafia monopólica que es esta entidad.
Muchas bandas tributo no solo interpretan la música de artistas originales, sino que también replican su imagen, vestimenta, y estilo escénico sin el debido consentimiento, lo que constituye una violación del derecho a la imagen.
Artículo 15 de la Constitución Política de Colombia: Establece que todas las personas tienen derecho a su imagen y al respeto de su buen nombre. El uso no autorizado de la imagen de un artista para fines comerciales puede ser considerado una violación a su derecho de imagen.
Ley 1581 de 2012 (Ley de Protección de Datos Personales): Aunque esta ley está más enfocada en la protección de la información personal, su marco puede aplicarse cuando el uso de la imagen de una persona está en juego, ya que la imagen es considerada un dato personal que no puede ser utilizado sin autorización.
La reproducción de la imagen de artistas sin su consentimiento para fines lucrativos puede llevar a sanciones. Esto es particularmente problemático si la banda tributo se presenta como un reflejo exacto del artista, usando su nombre, estética y performance sin contar con los derechos correspondientes.
En Colombia, cualquier actividad económica está sujeta a las normas fiscales del país. Las bandas tributo que no registran adecuadamente sus ingresos y no declaran las regalías generadas por sus conciertos, grabaciones o ventas de merchandising están incumpliendo con las normativas fiscales.
Estatuto Tributario Colombiano: Todas las actividades lucrativas deben estar registradas y cumplir con las obligaciones tributarias correspondientes. Las bandas tributo que no registran sus actividades económicas ni declaran ingresos provenientes de sus conciertos o eventos pueden estar evadiendo impuestos.
No declarar los ingresos obtenidos a través de presentaciones en vivo, venta de mercancías o cualquier otra actividad comercial relacionada con la música tributo puede derivar en multas, sanciones y hasta investigaciones fiscales.
Si una banda tributo utiliza el nombre o logotipos asociados a la banda original, como aquellos que están registrados como marca, puede estar infringiendo la ley de propiedad industrial.
Decisión 486 de la Comunidad Andina (Régimen Común sobre Propiedad Industrial): Regula el uso de las marcas y los signos distintivos. Las bandas o artistas suelen registrar su nombre y logotipo como marca para protegerlos. Cualquier uso comercial de una marca registrada sin autorización puede considerarse una infracción de los derechos de propiedad industrial.
Usar sin autorización el nombre, logotipo o signos distintivos de una banda o artista original para promocionar un evento o una presentación podría constituir una violación de los derechos de propiedad industrial, exponiendo a las bandas tributo a demandas por infracción de marca.
El uso de arreglos musicales o la reinterpretación de una obra sin el debido crédito o autorización del autor también puede considerarse una forma de apropiación indebida. Aunque la banda interprete canciones, modificar o transformar de manera significativa la obra original puede requerir permisos adicionales, algo que muchas bandas tributo ignoran.
Ley 23 de 1982 y Decisión 351 de 1993 (Normas de protección a los derechos de autor en la Comunidad Andina): Estas leyes también cubren las obras derivadas. Si una banda realiza modificaciones importantes a la obra original, como cambios en la estructura o instrumentación, está creando una obra derivada que también está sujeta a derechos de autor.
Realizar arreglos sin permiso del compositor original y lucrar con ello podría generar reclamos legales, ya que una obra derivada es propiedad del autor original y debe contar con su aprobación.
Las bandas tributo en Colombia, aunque populares, deben cumplir con una serie de obligaciones legales para operar de manera adecuada. Esto incluye pagar regalías a los artistas originales, respetar los derechos de imagen y marca, declarar correctamente los ingresos generados, y obtener los permisos correspondientes para sus presentaciones en vivo. De lo contrario, no solo están explotando ilegalmente el trabajo de otros artistas, sino que también se exponen a sanciones legales, demandas por violación de derechos de autor y problemas fiscales.
Entonces señores, la cosa va mucho más, muchísimo más allá de un simple capricho o de una simple “envidia”, al igual que las bandas que a pesar de tener conocimiento sobre la corrupción en las instituciones del Estado y aun así siguen participando con ellos, estas bandas también son cómplices de la deshonestidad y las faltas en la música. Cómo dijo el fiscal en el caso de P.Diddy: “Si usted estuvo allí y vio cosas, así no haya participado, también es culpable”.
Pero así es, así ha sido y así será y conociendo a nuestros músicos, pasarán de largo de este artículo, diciendo que es un artículo envidioso y resentido y seguirán comiendo del aplauso ajeno sin cumplir con ninguna responsabilidad y mucho menos “rindiendo tributo” a nadie.
@subterránica
Colombia
Adelqui Rubio presenta Resistencia, un manifiesto de rock y metal con la mirada puesta en el futuro

El músico y productor chileno Adelqui Rubio debuta con Resistencia, un álbum que se erige como una declaración artística y que combina la potencia del rock y el metal con el pulso de la tecnología más actual, un trabajo que no se limita a ser una colección de canciones sino que se propone como un viaje sonoro y emocional, construido sobre géneros como el nu metal, el hard rock, el heavy y el power metal, con guiños al thrash y al rock alternativo, en donde cada corte posee identidad propia pero al mismo tiempo se sostiene en un hilo conductor que mezcla riffs explosivos, conciencia social y una búsqueda permanente por la experimentación.
Desde sus primeras notas, Resistencia se muestra como un disco versátil, capaz de unir crudeza y sensibilidad, crítica y emoción, fuerza y detalle. Rubio explica que la música lo acompaña desde siempre y que la tecnología ha sido una herramienta clave para impulsar su creatividad, y en este álbum esa visión se hace tangible en la manera en que los recursos digitales se funden con la grabación real de instrumentos, logrando un equilibrio en el que la esencia humana permanece intacta mientras el sonido se proyecta hacia lo que podría ser el porvenir del rock.
El proyecto fue grabado, mezclado y masterizado en su totalidad por el propio Adelqui Rubio, lo que refuerza su perfil de artista independiente y multifacético, alguien que no solo compone e interpreta, sino que también construye un universo desde la producción, eligiendo cada detalle con un cuidado que se percibe en la solidez del resultado. En ese marco aparecen canciones que golpean con fuerza como Ya no se puede respirar, una crítica directa a la hipocresía social y política de la guerra, o piezas que apelan a la vulnerabilidad como Quédate un poco más, con letras que transitan entre el inglés y el español y que exploran la fragilidad de los vínculos humanos.

Con este trabajo, Adelqui Rubio da un paso definitivo en una trayectoria que ya lo había visto colaborar con proyectos diversos como Shamanes Crew, La Rabona Funk, Perla Negra, Zoberanos, Punto G o Sergio Jarlaz, pero que ahora encuentra un punto de consolidación en un álbum que lo presenta no solo como músico, compositor e intérprete, sino también como un productor capaz de unir lo visceral del rock con la sofisticación de las herramientas digitales.
Resistencia es, en esencia, un disco que propone mirar hacia adelante sin abandonar las raíces, un manifiesto que invita a escuchar con atención y a sentir con intensidad, porque cada tema funciona como un grito de independencia y también como una exploración personal que convierte a Adelqui Rubio en una voz propia dentro de la escena chilena y latinoamericana.
Puedes escuchar la producción en todas las plataformas digitales.
Colombia
“Buenas prácticas” el Encuentro de Idartes bajo la sombra de los hallazgos y la repetición de viejas mañas.

El Instituto Distrital de las Artes (Idartes) ha anunciado con bombos y platillos la realización del Encuentro de Buenas Prácticas en la Gestión Pública de las Artes en Iberoamérica. La sola frase despierta desconcierto: ¿cómo puede erigirse en referente de transparencia una institución que carga sobre sus hombros una larga historia de cuestionamientos fiscales, disciplinarios y éticos? El evento, pensado como una vitrina de excelencia, termina viéndose como un espejo incómodo en el que los fantasmas del pasado y las denuncias recientes aparecen reflejados con nitidez.
Desde hace más de una década, los festivales y equipamientos culturales administrados por Idartes han sido objeto de auditorías, visitas fiscales y debates en el Concejo de Bogotá. En 2018 y 2021, por ejemplo, la Contraloría de Bogotá practicó visitas fiscales a los contratos de Rock al Parque, encontrando irregularidades en la publicación de pliegos, falencias en la gestión de archivos y deficiencias en la supervisión. Algunos de estos hallazgos fueron tan graves que se consignaron con presunta incidencia disciplinaria y fiscal. ¿Puede hablarse de “buena práctica” cuando el festival bandera de la ciudad acumula observaciones de este calibre?
El caso no se limita al festival. Auditorías anteriores llamaron la atención sobre el manejo de boletería en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde no existían informes pormenorizados de ingresos, y sobre la compra del Teatro San Jorge, incluida en seguimientos especiales por la Contraloría. A estos antecedentes se suman contratos entre 2017 y 2019 en los que se detectaron falta de evidencia de ejecución, deficiencias de supervisión y problemas de gestión documental. La lista no es un inventario menor: son síntomas de un modelo de gestión que se repite y que parece haber normalizado la opacidad.

El capítulo más reciente lo protagonizan los teatros San Jorge y El Parque. En 2024, la Procuraduría General de la Nación abrió indagación disciplinaria contra funcionarios de Idartes por presuntos sobrecostos y retrasos en las obras de remodelación. Y en enero de 2025, la Contraloría Distrital notificó la apertura de un proceso de responsabilidad fiscal sobre el contrato 1878 de 2021, advirtiendo un posible detrimento de 97 millones de pesos. Es decir, mientras se prepara un encuentro internacional para hablar de gestión ejemplar, la entidad anfitriona se defiende de señalamientos por mala ejecución y pérdida de recursos públicos.
Pero no todo se reduce a cifras y hallazgos técnicos. La comunidad cultural ha denunciado durante años dinámicas igualmente corrosivas, aunque menos visibles en los informes oficiales. El acoso y veto a agentes independientes, la programación cerrada de escenarios públicos que terminan convertidos en feudos privados, los jurados con vínculos laborales previos que terminan premiando a sus propios círculos y los pagos cuestionables a sociedades de gestión colectiva como Sayco forman parte de un relato recurrente. Estas prácticas, aunque no siempre aparecen en los documentos de los entes de control, construyen un ambiente de exclusión y favorecimiento que contradice cualquier discurso de equidad cultural.
El tema ha tenido también eco político. En febrero de 2024, el concejal Rubén Torrado denunció en sesión del Concejo sobrecostos de hasta un 500 % en la compra de dotación para los mismos teatros. Sus palabras encendieron un debate que dejó claro que las dudas sobre la transparencia de Idartes no son capricho de unos pocos críticos, sino preocupación de instituciones de control y de representantes políticos.
Con este panorama, el Encuentro de Buenas Prácticas corre el riesgo de convertirse en una puesta en escena paradójica: el anfitrión exhibe un traje impecable para recibir a sus invitados, pero no logra ocultar las manchas en el espejo. En lugar de abrir un espacio para la autocrítica y la reparación, la institución parece interesada en blindar su imagen y proyectar hacia afuera una normalidad que puertas adentro está en entredicho.
Y como si todo esto no bastara, en los pasillos del sector circula una versión que, de confirmarse, ratificaría la sensación de círculo cerrado y falta de renovación: fuentes confiables aseguran que Chucky García, programador y curador de Rock al Parque durante casi una década, estaría cerca de regresar a su antiguo rol. García ha sido señalado en el pasado como símbolo de la repetición de élites en la curaduría, y su eventual retorno difícilmente podría leerse como un signo de apertura o cambio. Más bien, reforzaría la idea de un oligopolio cultural que se perpetúa con los mismos nombres y las mismas prácticas, ahora maquilladas bajo el discurso de las “buenas prácticas”.
En este contexto, el encuentro de Idartes no aparece como un espacio de construcción colectiva, sino como un ejercicio de legitimación institucional. Un foro que, en lugar de inspirar confianza, despierta preguntas incómodas: ¿se puede hablar de buenas prácticas cuando las malas prácticas no han sido aclaradas ni superadas? ¿Qué clase de modelo se quiere proyectar a Iberoamérica: el de la transparencia o el de la simulación? La respuesta no la dará un eslogan ni un evento de relumbrón, sino la capacidad real de transformar estructuras enquistadas que hasta hoy siguen alimentando la desconfianza.
En este panorama, hablar de “buenas prácticas” parece un gesto cínico. ¿Cuáles son esas prácticas? ¿Blindarse tras comunicados oficiales? ¿Repetir los mismos nombres en la curaduría, como si la cultura de una ciudad entera se redujera a una camarilla? Según fuentes del sector, la inminente reaparición de uno de sus actores eternizados en Rock al Parque es la mejor prueba de que los cambios son de forma y no de fondo: las curadurías terminan reciclándose en torno a los mismos actores, anclando una élite cultural que controla la programación, las convocatorias y hasta los jurados.
Lo más grave es que nadie escucha a los agentes independientes. Los vetos, las retaliaciones y las exclusiones sistemáticas quedan invisibilizados, mientras la institución se blinda en su burocracia y la justicia —cuando interviene— casi siempre favorece a los funcionarios y archiva los procesos. La desigualdad se institucionaliza y el discurso oficial se impone como si nada ocurriera.
En este contexto, ¿qué sentido tiene luchar por las artes en un país donde la cultura está sometida a un oligopolio comprobado, sostenido tanto por prácticas administrativas cuestionadas como por una red de favores políticos? A veces, la lucha parece en vano: se gasta vida, se gasta pasión, se gasta esperanza en un terreno donde los dados están cargados. Y aun así, la resistencia persiste, porque la cultura no le pertenece al oligopolio ni a sus curadores perpetuos: le pertenece a la gente que la crea y que, a pesar de todo, se niega a rendirse.
Colombia
Lutter regresa con Días más felices, un adiós que se canta con gratitud

La agrupación bogotana Lutter presenta Días más felices, una canción que propone mirar de frente el final de una relación y darle la vuelta al resentimiento, transformando la despedida en un gesto de gratitud por el tiempo compartido. En lugar de insistir en la herida o en el reproche, la banda construye una pieza que reivindica la posibilidad de amar incluso después del adiós, y lo hace desde la energía del pop punk y el punk rock, pero también con la apertura hacia atmósferas musicales más amplias que le permiten matizar la emoción con colores de ska, reggae y sensibilidad pop.
Formada en 2003 y consolidada como una de las agrupaciones representativas del punk rock colombiano, Lutter ha mantenido una presencia constante en escenarios nacionales e internacionales, respaldada a lo largo de los años por marcas que han confiado en su propuesta como Jameson, Red Bull, Monster y Apparel en México, entre otras. Hoy, con Jorge González en la voz, Alejandro Chacón en el bajo, Camilo Vargas y Julián Rojas en las guitarras y Julián Moreno en la batería, la banda entrega un sencillo que se suma a su extensa trayectoria con la frescura de una historia íntima y universal.

La producción de Días más felices estuvo a cargo de Steven Baquero, integrante de Apolo 7, lo que le permitió a Lutter explorar nuevas posibilidades sonoras mientras estrechaba vínculos de fraternidad en el proceso. A esa búsqueda se sumaron los vientos de Jeisson Mora en la trompeta y Juan José Díaz en el trombón, un músico de sesión con experiencia junto a artistas como LosPetitFellas, Bacilos y Meghan Trainor. El resultado es un tema alegre, de altos estándares de calidad en su producción, que recoge las influencias de referentes como Mad Caddies, Less Than Jake, Dirty Heads y Sublime, pero que mantiene en el centro la narrativa personal que caracteriza a la banda, porque en sus palabras cada letra y cada canción tiene nombre propio.
El videoclip que acompaña el lanzamiento refuerza la idea de que la despedida no tiene por qué ser oscura. Con un escenario cotidiano que parte de un estudio transformado en una playa imaginaria, alterna imágenes de pequeños momentos que evocan la intimidad de la relación que inspiró la canción, mostrando que la felicidad también está hecha de recuerdos y que lo vivido puede convertirse en un refugio incluso cuando ya no se comparte el presente.
Días más felices está disponible en plataformas digitales y confirma la capacidad de Lutter para reinventarse sin perder su esencia. Dos décadas después de su formación, la banda sigue apostando por la honestidad de las emociones y por un sonido que dialoga con diversas tradiciones musicales, manteniendo vivo el espíritu de una escena punk rock que se niega a envejecer y que, como en este sencillo, aún encuentra nuevas formas de decir adiós.
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