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¿Cuál fue el papel de Medellín en el movimiento Black Metal y la creación de un nuevo género musical?

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El Black Metal no nació en Medellín, Colombia. Es un género musical que surgió en la década de 1980 en Noruega, con bandas como Mayhem, Burzum y Darkthrone, pero Medellín sí tuvo y ha tenido una escena de metal extremo bastante activa y reconocida a nivel internacional con bandas como Reencarnación, Parabellum y otras, que han contribuido al desarrollo del Metal en América Latina. En resumen el Black Metal nace antes que el Ultra Metal que es el género que se le puede atribuir a Medellín, y que ambos se desarrollaron de forma paralela e independiente en diferentes contextos, tener esta diferencia clara es vital en un país en donde no diferencian una cumbia de un rock y por eso se dan estas confusiones y mitos.

La banda Venom con su demo de 1979 tal vez fue la que abrió el camino a lo que iba a venir, uno de los primeros discos de Black Metal como género ya consolidado en el mundo generalmente se considera “Under the Sign of the Black Mark” de Bathory, lanzado en 1987 pero definitivamente Venom podrían considerarse los precursores ya que no necesariamente debemos dar inicio a un género con la edición de un álbum, anteriormente algunas de las bandas más importantes del Black Metal estaban activas.

Mayhem se formó en 1984 y fueron pioneros en el desarrollo del género, su álbum “De Mysteriis Dom Sathanas” lanzado en 1994 es uno de los álbumes más influyentes del género. Por su parte Burzum, el proyecto en solitario de Varg Vikernes que comenzó en 1991 fue también muy influyente en la escena de noruega, su álbum debut homónimo, “Burzum”, fue lanzado en 1992. Darkthrone, formada en el 86 fue otra banda clave con su disco “A Blaze in the Northern Sky” del 92 que ayudó a definir el sonido del Black Metal como género musical.
El primer disco de Ultra Metal en Medellín es un tema de debate y puede variar dependiendo de la perspectiva de cada persona dentro de la escena local ya que no hubo mucho interés en guardar la historia del movimiento, justo como ha pasado con casi todo el rock colombiano, como decíamos, algunas de las primeras bandas de metal extremo en Medellín que ayudaron a establecer el género en la ciudad incluyen a Reencarnación y Parabellum.

Reencarnación, formada en 1983 y es considerada una de las primeras bandas de metal extremo en Colombia, “888 Metal” se lanzó en el 88 y es una obra muy influyente en la escena, en 2024 hemos visto la reactivación fuerte de esta banda preparando y ejecutando varios shows. Por otro lado, Parabellum, también formada en la década de 1980, es conocida por fusionar elementos de Punk y Metal extremo, su álbum “Mutación por Radiación” lanzado en 1987 es uno de los primeros álbumes de lo que se llamó Ultra Metal en Colombia y es un clásico de la historia nacional.

Entonces tenemos que cuando se habla del nacimiento del Black Metal como género musical, generalmente se hace referencia al surgimiento de un movimiento específico con características distintivas en un lugar y tiempo determinado, aunque es cierto que bandas como Reencarnación y Parabellum en Medellín tenían elementos del sonido que luego se asociaría con el Black, el término “Black Metal” en su forma distintiva se popularizó con bandas noruegas como Mayhem, Burzum y Darkthrone en la década de 1980, es importante destacar que el Black Metal como género musical tiene sus raíces en una escena específica en Noruega, caracterizada por su estética, ideología y sonido distintivos, mientras que otras bandas de diferentes partes del mundo pueden haber contribuido después con elementos que luego se integraron en el género.

La ciudad de Medellín siempre ha sido reconocida por el público y los amantes del Rock y el Metal por su escena rica en géneros extremos, y aunque podemos afirmar entonces que el Black Metal no nació en la ciudad como algunos quisieran creer, Medellín sí ha dejado una marca significativa en la historia del movimiento gracias a la contribución de sus bandas que surgieron dentro de este contexto de sonidos en el mundo, desarrollando un sonido único que fusionaba elementos del punk, thrash y proto-Black Metal, estas bandas sentaron las bases para la eventual proliferación del género en la región.

La leyenda de la influencia del Ultra Metal de Medellín en el Black Metal noruego no es una afirmación definitiva, sino una hipótesis basada en algunos indicios y testimonios. Según un artículo de VICE, Bull Metal, el fundador de Masacre y uno de los pioneros del Ultra Metal, intercambiaba cartas y música con Mayhem, la banda más representativa del Black Metal noruego. En una de esas cartas, Euronymous, el líder de Mayhem, le agradeció a Bull Metal por enviarle el demo de Parabellum, otra banda clave del Ultra Metal. Además, en una entrevista, el baterista de Mayhem, reconoció la influencia de Parabellum en su estilo. Estos hechos sugieren que hubo una conexión entre las dos escenas, aunque no se puede asegurar que fuera determinante o generalizada.

Bandas como Astaroth, Mierda, Danger y Sacrilegio crearon un sonido primitivo, caótico y violento, que reflejaba la realidad marginal y el descontento de muchos jóvenes de la ciudad, se caracterizaban por su actitud rebelde, contestataria y blasfema, que desafiaba los valores conservadores y religiosos de la sociedad colombiana.

El Ultra Metal se difundió por el mundo gracias al correo postal y al intercambio de demos y fanzines entre los aficionados al metal. Así, el sonido de Medellín llegó a los oídos de los músicos europeos que estaban dando forma al Black, especialmente en Noruega y Suecia. Estos músicos quedaron impresionados por la crudeza y la autenticidad del Ultra Metal y lo tomaron como una referencia para crear su propio estilo, algunos incluso llegaron a versionar sus canciones.

El Back Metal Noruego se convirtió en el movimiento más radical y notorio del metal, no solo por su música, sino también por sus acciones violentas, como los incendios de iglesias, los asesinatos y los suicidios, se basaba en una ideología anticristiana, nacionalista y elitista, que buscaba recuperar las raíces paganas y vikingas de Escandinavia. Sin embargo, esta ideología contrastaba con la del Ultra Metal de Medellín, que era más anárquica, nihilista y universalista, y que no pretendía imponer una visión única del mundo.

Hay otras fuentes que respaldan la hipótesis de la influencia del Ultra Metal de Medellín en el Black Metal noruego, como entrevistas, documentales, libros y revistas especializadas. Por ejemplo, en el documental Blackhearts (2016), se muestra la conexión entre las dos escenas a través de la historia de Hector, un músico colombiano que viaja a Noruega para conocer el origen del Black. También hay libros como Black Metal: Evolution of the Cult (2013), de Dayal Patterson, que dedica un capítulo al Ultra Metal y su relación con el Black Metal. Además, hay revistas como Metal Hammer o Terrorizer que han publicado artículos sobre el tema.

Dentro de todo este maremagnun sale a flote el nombre de Bull Metal, una figura importante y protagonista de este historia. La historia de Bull Metal es la de un músico, fanzinero y promotor del metal colombiano, que tuvo una gran influencia en el desarrollo del Ultra Metal. Su nombre real era Mauricio Montoya Botero y nació en Medellín en 1965. Desde joven se interesó por el metal y el punk y empezó a tocar la batería en varias bandas, como Masacre, Typhon, Profanación y Erzebet. También fundó su propio sello discográfico, Warmaster Records, y su propio fanzine, Necrometal, donde difundía la música extrema nacional e internacional. A través de su fanzine, se comunicaba con otros músicos y fanáticos de todo el mundo, intercambiando cartas, cintas y discos. Entre sus contactos, se encontraba Euronymous, el líder de la banda noruega Mayhem, con quien compartió el demo de Parabellum, una de las bandas pioneras del Ultra Metal de Medellín. Bull Metal fue el responsable de publicar el álbum The Dawn of the Black Hearts, un bootleg de Mayhem que contiene una foto de la cabeza de Dead, el vocalista que se suicidó en 1991. Este álbum se convirtió en una pieza de culto para los fanáticos del Black Metal, y también en una prueba de la conexión entre el Ultra Metal y el Black Metal.

Bull Metal murió en 2002, a los 37 años, en su apartamento de Medellín y sigue siendo recordado como una leyenda del metal y como un personaje que marcó la historia del Ultra Metal y el Black Metal.

Así, el Ultra Metal de Medellín fue el resultado de una expresión artística genuina, que nació de la necesidad de canalizar el sufrimiento y la rebeldía de una generación marcada por la violencia, fue el testimonio de una cultura urbana, que se forjó en las calles y en las notas que se hizo escuchar en el mundo entero.

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La iglesia que viola niños quiere seguir censurando conciertos de Rock

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Por Subterránica

En este mundo de hipócritas que ondea falsamente la bandera de la libertad de expresión, la secularidad de los Estados y la autonomía del arte, todavía hay espacios donde las voces más rancias y criminales del pasado insisten en dictar la agenda cultural. Hoy, nos enfrentamos a una de esas ironías brutales y grotescas que solo puede producir la historia: la Iglesia Católica —con una trayectoria documentada de abusos sexuales, encubrimientos sistemáticos y crímenes contra menores— exige, desde su pedestal de falsa moralidad, la cancelación de artistas como Marilyn Manson en San Luis Potosí, México, o la banda de black metal Marduk en Colombia y otros países.

Según ellos, son “satánicos”, “incitan al mal” y “corrompen la juventud”. Como si lo anterior no fuera exactamente lo que hicieron cientos de sus propios sacerdotes durante décadas. Como si no hubiera condenas penales firmes por parte del sistema judicial en Colombia, México y otros países contra miembros de su institución por delitos gravísimos.

La realidad documentada de la Iglesia Católica es un prontuario criminal impresionante… condenas reales, no canciones.

Hablemos con datos, porque parece que muchos tienen la memoria corta y la hipocresía larga.

En Colombia, según el trabajo de investigación de los periodistas Juan Pablo Barrientos y Miguel Ángel Estupiñán (autores de El archivo secreto), se han documentado más de 600 sacerdotes acusados de abuso sexual, de los cuales al menos 51 han sido condenados judicialmente por delitos como violación, acceso carnal violento y actos sexuales con menores. Entre ellos están nombres como:

William de Jesús Mazo Pérez, condenado a 33 años de prisión. https://www.elespectador.com/judicial/en-firme-condena-contra-sacerdote-por-pederastia-article-603103/

Luis Enrique Duque Valencia, sentenciado a más de 18 años por abuso a niños de 7 y 9 años. https://www.elcolombiano.com/colombia/por-pederastia-iglesia-debera-pagar-1-300-millones-BL2850407

Fabio Isaza Isaza, 5 años y 4 meses por abuso sexual de un menor incapacitado. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12743283

En San Luis Potosí (México), donde ahora la iglesia local pide cancelar la presentación de Marilyn Manson, el sacerdote Noé Trujillo fue condenado por estupro a un menor. Y Eduardo Córdova Bautista, antiguo representante legal de la arquidiócesis, tiene más de 100 denuncias por abuso sexual de menores. Está prófugo de la justicia.

Entonces, ¿en serio tenemos que soportar que esta institución —cuya historia en muchos países latinoamericanos está manchada de impunidad, dolor y abusos comprobados— se atreva a censurar a artistas que jamás han cometido delitos equivalentes? ¿Qué clase de estupidez es esta? Y no dejemos atrás a los políticos que los respaldan, es su mayoría ignorantes sin estudios, adoctrinados y pertenecientes a los partidos más radicales, violentos y asesinos.

Para el dolor de los santos, Marilyn Manson, con toda su teatralidad y controversia, ha tenido apenas una condena menor por una falta administrativa (sonarse la nariz sobre una camarógrafa). No ha sido condenado por ningún delito sexual ni violento. Las demás acusaciones han sido desestimadas o resueltas civilmente y dejemos en que sonarse sobre una camarógrafa es algo mínimo comparado con lo que los periodistas sufrimos en esta cagadero de país, como cuando el Estado atacó de frente a Subterránica desde sus redes sociales, se robo medio presupuesto de los festivales, sacaron burlas en un portal de noticias falsas que eran sus contratistas y ¿Qué pasó? Nada… porque Colombia, México y otras fincas latinoamericanas están diseñadas para que los torcidos sean sus dueños y la falsa moral su biblia.

Marduk que ya fue censurado por las acciones de un personaje nefasto , no registra condenas penales ni antecedentes judiciales por ninguna parte. Pero en Colombia han sido vetados y cancelados por presiones morales, muchas veces sin ninguna base legal, solo por su estética y lírica anticristiana.

Entonces, ¿quiénes son los verdaderos criminales? ¿El músico que crea desde la provocación simbólica o la institución que ha protegido violadores en sus filas por décadas?

Señores, lo que pasa es que el homínido promedio no ha entendido que la libertad de expresión no es negociable, se supone que vivimos en Estados laicos, donde la Iglesia no debería tener poder político, ni control sobre lo que una sociedad libre escucha, ve o dice. Sin embargo, la censura clerical continúa activa en muchos niveles, disfrazada de moral, pero actuando como un mecanismo de represión ideológica.

La cancelación de conciertos de metal extremo no es un debate sobre cultura. Es un síntoma de algo mucho más grave: el intento constante de los sectores más oscuros de controlar el discurso público, de silenciar lo incómodo, de imponer una única visión del mundo basada en dogmas… y de tapar sus propios crímenes con una sotana manchada de sangre y que cansancio de verdad tener que vivir en estos países en donde cada día vemos asesinatos a sangre fría, cuerpos en las calles, injusticias, etc y que declaren el rock como enemigo público, pobres pendejos. Solo recuerdo cuando a Subterránica lo sacaron de SOFA porque unos vecinos de Corferias decidieron que era inmoral… “Apaguen el Rock” fue la frase y los cobardes de los organizadores en lugar de luchar se callaron, se escondieron en su oficina y guardaron silencio, como todo en estos países. Si al perro le van a quitar el hueso el perro se agacha.

Casos como el de Marduk ha son blanco de campañas de censura por parte de grupos religiosos que sin ninguna prueba judicial ni delitos cometidos por los integrantes, han logrado bloquear conciertos en ciudades como Bogotá y Medellín. Las justificaciones son siempre las mismas: “atentan contra la moral”, “promueven el satanismo”, “son una amenaza para los jóvenes”. Los medios, timoratos y muchas veces aliados de las élites clericales, replican el discurso sin contrastarlo. Y los gobiernos locales, más preocupados por el escándalo que por la libertad, ceden ante las presiones y cancelan eventos legítimos.

En 2018, por ejemplo, el concierto en Bogotá fue cancelado por presión de organizaciones cristianas. No hubo ningún análisis jurídico, ni se consultó a la comunidad cultural. Simplemente se obedeció al dogma. Más grave aún, lo mismo ha ocurrido con otras bandas como Watain en Ciudad de México o Mayhem en varios países de América Latina ¿La evidencia de delito? Ninguna. Pero cuando la Iglesia levanta el dedo, los gobiernos se bajan los pantalones.

Es aquí donde la hipocresía alcanza su punto más nauseabundo. Mientras los curas pederastas siguen oficiando misas o se esconden en casas de retiro bajo protección institucional, mientras las víctimas siguen esperando justicia que nunca llega, mientras los archivos se mantienen cerrados y el Vaticano guarda silencio, son los músicos —los artistas— los que son vetados públicamente. No por dañar a nadie, sino por expresar ideas incómodas, por criticar a la religión, por utilizar símbolos que alteran la sensibilidad de los herederos del poder inquisitorial. Es decir, por ejercer su libertad de creación lo vimos hace poco con Behemoth en Polonia en donde casi son apresados por “insultar” una figura religiosa.

La censura clerical no solo es una amenaza a la libertad de expresión. Es una forma brutal de reescribir la historia, de manipular al público, de distraer a la sociedad con espectáculos morales mientras se ocultan los crímenes reales. Cancelar un concierto de Marilyn Manson no salva a ningún niño, no impide ningún abuso, no mejora ninguna vida. Solo perpetúa el control de una institución que ha demostrado no merecer autoridad moral.

Y sí, este es un país laico. Al menos en el papel. Porque en la práctica, seguimos viendo cómo obispos, sacerdotes y feligreses organizan cruzadas contra lo que no entienden o no quieren aceptar. Pero no los vemos organizando cruzadas contra los abusadores de su propia casa. No los vemos pidiendo perdón por los crímenes del clero. No los vemos renunciar a sus privilegios fiscales ni entregar a la justicia a sus violadores.

La ironía es insoportable. Los mismos que predican amor, tolerancia y piedad, son los que linchan mediáticamente a artistas cuya única “falta” ha sido hacer música que no se arrodilla. Los mismos que protegieron a Córdova Bautista en San Luis Potosí, a Mazo y Duque en Colombia, a decenas de sacerdotes acusados y condenados, son los que hoy se escandalizan por una puesta en escena teatral, por un maquillaje, por una metáfora.

Tal vez lo que más le tienen miedo es que el arte hable en voz alta, porque el arte, cuando no es domesticado como la mayoría del rock colombiano que ya es un perro sometido al estado, recuerda cosas que quieren que olvidemos. Recuerda que la iglesia no es sinónimo de moral, que el dogma no es ley y que el verdadero peligro no está en un escenario oscuro, sino en las sotanas que se pasean impunes por los altares.

¿Quieren censura? Aquí tienen memoria. ¿Quieren callarnos? Aquí tienen sus gritos con la verdad, la iglesia católica tiene más criminales que muchas mafias. Seguiremos escribiendo, tocando, cantando porque la libertad no se negocia con quienes protegieron violadores y ahora se visten de santos.

En Colombia, el artículo 19 de la Constitución Política garantiza expresamente la libertad de cultos, pero también la libertad de conciencia, de expresión y de creación. El artículo 20 establece que “se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios de comunicación masiva. Son libres la expresión artística, cultural y científica.” Y si eso no basta, el artículo 1 declara al país como un Estado social de derecho, democrático y pluralista, no confesional. Cualquier autoridad civil que cancele un evento artístico solo porque molesta a un grupo religioso está violando directamente la Constitución.

Y aún más claro es el precedente establecido por la Sentencia T-391 de 2007 de la Corte Constitucional, donde se afirmó que la libertad de expresión incluye manifestaciones que puedan ser impopulares, provocadoras, polémicas o contrarias a la moral tradicional. La Corte ha sido enfática en que el arte no debe someterse a criterios religiosos o morales arbitrarios, y que “la protección de la libertad de expresión es más fuerte precisamente cuando lo expresado no gusta o incomoda”.

En México, la situación es igual de clara. El artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos protege la libertad de expresión, y el artículo 7º garantiza la libertad de difusión sin censura previa. Además, el artículo 130 declara de forma explícita la separación del Estado y las iglesias, y prohíbe que las asociaciones religiosas interfieran en asuntos políticos o civiles. Es decir: la Iglesia Católica no tiene ningún derecho legal a incidir en decisiones gubernamentales sobre espectáculos públicos.

Pero lo hace. Lo hace a través de presión social, de discursos incendiarios, de manipulación mediática. Y cuando los funcionarios públicos ceden ante esas presiones —como ha ocurrido con las cancelaciones de conciertos de Marduk, Manson, Watain y otros—, están violando la ley, incurriendo en actos de discriminación ideológica, y en algunos casos, cometiendo abuso de autoridad.

No se trata solo de una batalla cultural. Esto ya es una batalla jurídica. Porque si el Estado laico permite que la moral religiosa imponga sus dogmas sobre la programación artística, entonces deja de ser laico. Si el Estado cede ante el chantaje clerical, entonces ya no es un Estado de derecho, sino un Estado confesional por la puerta de atrás. Y eso, en México, en Colombia, y en cualquier democracia moderna, es inaceptable.

Censurar conciertos por “ofender la religión” es como prohibir libros por hacer pensar. Es como quemar discos por sonar distinto. Es un acto de ignorancia institucionalizada. Pero también es una violación a los derechos humanos, a las normas internacionales de libertad artística, y a los principios más básicos del pluralismo. Por eso no es solo estúpido. Es ilegal.

Quizá lo más doloroso de todo esto no es que la Iglesia intente censurar, sino que lo logre. Que en pleno siglo XXI, con todas las herramientas legales, democráticas y tecnológicas disponibles, todavía tengamos que ver cómo se apagan conciertos, se silencian artistas y se castiga la disidencia creativa por culpa de instituciones que deberían estar rindiendo cuentas, no dando sermones.

La escena del rock, del metal, del arte independiente en México y Colombia lleva años desangrándose. No solo por la corrupción de las entidades culturales, que siguen entregando presupuestos públicos a las mismas redes clientelistas, a los mismos eventos tibios y domesticados, sino por la ignorancia de sectores que nunca entendieron que el arte no existe para adorar al poder, sino para cuestionarlo. Por eso les duele. Por eso lo persiguen. Porque el rock aún representa una amenaza, aunque lo hayan intentado desactivar desde dentro.

Pero si hay algo que deberíamos estar cuestionando, si hay algo que verdaderamente merece censura —una censura social, ética y política— es la historia criminal de una institución que ha quemado mujeres en hogueras por pensar diferente, que ha saqueado civilizaciones enteras en nombre de su dios, que ha condenado libros, perseguido científicos, impuesto dictaduras morales y callado generaciones de voces.

¿Vamos a seguir permitiendo que esa misma institución decida qué podemos oír, qué podemos ver, a quién podemos aplaudir? ¿Vamos a permitir que los que torturaron a Galileo, colonizaron América, asesinaron a miles en las cruzadas y la inquisición, manipularon la verdad, quemaron brujas y libros, escondieron pederastas y callaron víctimas vengan ahora a darnos clases de moral y a cancelar festivales de metal?

Si algo necesita una revisión profunda y una sanción real, no son los artistas, no son los músicos, no son los conciertos. Es esa Iglesia que durante siglos ha sido juez y verdugo, y que ahora pretende jugar a la víctima para seguir dictando normas en sociedades que se pretenden libres. Tal vez, después de todo, el verdadero peligro para la juventud no son las letras oscuras ni las guitarras distorsionadas, sino las sotanas que aún pretenden controlar el pensamiento.

Y eso sí debería darnos miedo…

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The End es el nuevo Monster del Rock Subterránica y Brain Voltage obtiene la mención de honor.

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El Monster del Rock Subterránica no es una batalla de bandas normal, después de XV ediciones se h a convertido en una guerra sonora, un campo de batalla donde solo sobrevive lo que más fuego en el alma proyecta, no se trata solo de competir sanamente para crecer entre todos sino de formar comunidad, conexiones, networking y avances en torno a la escena del país. Llegar a su final es una hazaña y ganarlo es un manifiesto de amor al Rock y a los grandes talentos que tenemos.

La XV edición lo dejó claro… el nivel está por encima de cualquier estándar local y se sostiene por una curaduría brutal, sin concesiones. Este año la banda bogotana The End se llevó el título mayor. Brain Voltage, por su parte, alcanzó la mención de honor en una definición tan cerrada que necesitó de un solo voto del público para inclinar la balanza, uno solo… Nunca antes, en las quince ediciones del certamen, había ocurrido algo así.

Desde Medellín bajó Deo Volente como una máquina bien aceitada. Desde Bogotá, las capitalinas Spectral, Keboth, Damballah, The End y Brain Voltage conformaron una alineación que podría reventar cualquier festival fácilmente, cada una en su estilo, dejó claro que la escena está viva y es peligrosa. Pero antes de que los monstruos se soltaran en la arena,la banda juvenil Atomic Heart abrió la noche con un showcase cargado de energía y convicción. Ellos no estaban compitiendo, pero sí dejando un mensaje claro, el de que viene una nueva generación con hambre y lo que es aún mejor, con criterio.

Durante la pandemia, se vendieron más guitarras eléctricas que en cualquier otro momento de la historia, el encierro empujó a miles de jóvenes a volver al instrumento como un refugio y una forma de decir “esto es mío”, así que no es coincidencia que surjan bandas como Atomic Heart, el mundo está regresando poco a poco al rock y no es por nostalgia… es evolución, vienen años increíbles.

El Monster no regala nada, las bandas pasan por tres etapas, escucha y selección, batallas clasificatorias, y una final en donde ya no hay margen para errores. No hay límites de género lo que obliga a cada agrupación a sostenerse por su propuesta artística, no por la etiqueta. The End lo entendió desde el inicio, lograron leer el concurso como se lee un buen disco, en capas. Su mezcla de metal y hard rock no busca complacer pero termina conquistando, tienen puesta en escena impactante, tienen concepto, tienen músculo, no es una banda de garaje con suerte, es una agrupación lista y eso es justo lo que Subterránica busca con este evento… encontrar a esa banda que ya está preparada para el siguiente nivel.

El premio lo confirma, The End se lleva a casa la grabación de un EP en Symmetry Records, una invitación al Festival Gas Pimienta en Panamá, asesorías especializadas, book fotográfico y un arsenal de herramientas para avanzar, porque de eso se trata el Monster del Rock, de avanzar.
Pero si alguien puso en jaque el trono, fue Brain Voltage, técnicamente sólidos, compositivamente finos y con un sonido que rompe el molde, la banda más innovadora y fresca del certamen. Fueron tres votos del jurado para ellos, tres para The End y el voto del público decidió todo. No es poca cosa. Ganaron horas de estudio en Guitar Labs –el paraíso para cualquier amante de las seis cuerdas– y se presentarán en La Media Torta durante la Celebración del Rock Colombiano. Bandas así no aparecen todos los días.

El jurado, conformado por nombres de peso en la escena como Rafa Bonilla, Aida Hodson, Juan Burbano, Juan Sebastián Rojas, Miguel Chinchilla, Néstor Rojas y Sindy Rodríguez, dejó en evidencia un criterio afinado, sin fisuras ni favoritismos. Algo raro en eventos en donde usualmente las polémicas ahogan los logros, se rompe con las ternas clásicas de Colombia y esa heterogeneidad del panel es clave para sostener la integridad del resultado.

Lo que se vivió en esta final es más que un concurso, es nuestra declaración y afirmación de que el rock sigue produciendo artistas que crean música original, que no viven del cover ni de la fórmula fácil como muchos han estado buscando sino que en el país hay miles de bandas que ensayan, que invierten, que arriesgan y en esta época de playlists recicladas y consumo exprés, ser una banda de rock con propuestas propias es un acto quijotesco, pero es ahí donde radica el valor de Subterránica, nuestro sueño y pasión… seguir dándole espacio a quienes aún creen que la música tiene algo que decir más allá del algoritmo.

A quienes estuvieron presentes, gracias por ser parte. A quienes aún no descubren a sus propias bandas locales, esta es la invitación, no esperen que se las validen desde fuera para ponerles la bandera y apoyarlas, lo hemos visto durante años. Dense el permiso de explorar, de encontrarlas, de seguirlas, porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Las bandas de música original son una joya y todo amante del rock y la buena música disfruta descubriendo nuevos sonidos, fueron más de 50 bandas que tuvimos el placer de escuchar en esta aventura.

Gracias a las bandas que hicieron parte de esta edición del Monster del Rock Subterránica, porque son ustedes quienes sostienen este evento con su arte, su dedicación y su fe en la música original. A las que viajaron desde fuera de Bogotá, nuestro respeto por ese esfuerzo enorme que representa mover una banda independiente en estas condiciones. Al público que asistió, gritó, votó y respaldó cada presentación, su presencia es vital para que Subterránica pueda seguir siendo un proyecto completamente independiente y fiel a sus principios. A los jurados que participaron en cada una de las fases del concurso, gracias por su tiempo, oído y criterio. Al equipo de Subterránica, que trabaja con una entrega feroz detrás de cada edición. A Bbar, por seguir siendo una trinchera para el rock independiente, y a nuestros patrocinadores por creer en esto cuando casi nadie lo hace. Este monstruo ha caminado gracias a todos ustedes.

La historia continúa y nuestra próxima parada es la gran final mundial de Wacken Metal Battle en Alemania, donde la banda venezolana Vhill representará a toda la región norte de suramérica. Allá nos veremos.

Esperen pronto la galería de la gran final por Oscar Garzón.


@subterránica

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Con apoyo, Medellín construye memoria en el rock; en Bogotá resistimos solos

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En Subterránica siempre nos ponemos felices cuando se abre un espacio nuevo para el rock colombiano y eso nos sucede con el reciente anuncio de MURO: Museo del Rock Medellín que abrió su primera exposición. Pero esto nos hace pensar muchas cosas respecto a nuestra ciudad, la capital… la cual debería ser un foco de cultura y apoyo porque al menos eso es lo que predican con bombos y platillos pero en la práctica la cosa es diferente.

Bogotá es, tristemente, un espejo de lo que ocurre cuando la cultura se convierte en burocracia. No hablamos del clima, del tráfico ni de la inseguridad. Hablamos de su ecosistema cultural: una estructura que parece diseñada para premiar la mediocridad, rotar contratistas, favorecer intereses personales y condenar al olvido los esfuerzos genuinos por preservar la memoria musical de este país.

Mientras Medellín inaugura con orgullo sumuseo del rock respaldado por sus instituciones, nosotros —El Museo del Rock Colombiano— seguimos creciendo desde la independencia, sin haber recibido jamás un peso de Idartes, la Secretaría de Cultura ni ninguna entidad estatal de Bogotá. Y eso no nos avergüenza: nos enorgullece, pero nos hace cuestionarnos ¿por qué Bogotá quiere seguir siendo un nicho corrupto y un lugar en donde si el proyecto no es de minorías, de indígenas, de papagayos o agropecuario entonces no les sirve?.

Construir el Museo del Rock Colombiano lo hemos logrado sin favores, sin jurados amigos, sin atajos. Solo con compromiso real, con músicos auténticos, y con más de dos décadas de trabajo constante y apasionado. Desde 1996 hemos construido un archivo de más de 6.000 discos, memorabilia, prensa, libros, instrumentos, fotografías y documentos inéditos. Con esfuerzo. Con amor. Y lo hicimos bien.

Hoy somos un museo vivo, certificado, constituido y con certificado SIMCO, con un espacio físico en evolución constante, dedicado a contar la historia del rock colombiano con rigor y sin filtros. Algo que, lamentablemente, ninguna entidad oficial ha hecho, ni parece interesada en hacer.

¿Y qué ha hecho Bogotá mientras tanto?

    Premiar los mismos nombres de siempre.

    Girar en círculos con procesos viciados.

    Repetir curadores y gestores amarrados al mismo modelo de siempre.

El resultado está a la vista: un sistema estancado, sin impacto, sin memoria, sin legado. Y no es una opinión, basta con revisar año tras año las convocatorias, los ganadores, los jurados y los historiales contractuales. Es un modelo agotado, una red de intereses que ha dejado fuera a quienes trabajan desde lo profundo por el arte y la historia.

En contraste, Medellín entendió algo esencial:

La cultura no se administra como una nómina. Se cultiva como un acto de memoria y compromiso.

El MURO (Museo del Rock en Medellín), iniciativa de Carlos Acosta y un grupo de verdaderos melómanos y gestores, es un ejemplo claro de lo que puede lograrse cuando las instituciones apoyan con coherencia y visión. Un espacio público, gratuito, curado con respeto y pasión. No con hojas de cálculo, sino con alma.

Sí, no hace pensar mucho, no porque queramos un reconocimiento superficial, sino porque nuestro trabajo tiene profundidad y aún así las instituciones que deberían apoyar han decidido ignorarnos y atacarnos, incluso desde las mismas instituciones y sus canales ¿por qué? ¿envidia? ¿incapacidad? ¿Negligencia? O sencillamente porque no somos parte de la corrupción. Porque aquí, si no haces parte de ciertos círculos, simplemente no existes.

Pero existimos.

Y estamos más fuertes que nunca.

Por eso, hoy lo decimos con claridad:

En 2026, los Premios Subterránica se entregarán en Medellín.

No solo como reconocimiento a una ciudad que escucha, sino como un acto político. Una decisión que denuncia el abandono cultural de Bogotá. Y también, una afirmación de que se puede resistir. Se puede crear sin deberle favores a nadie.

Subterránica y el Museo del Rock Colombiano no son vitrinas de ego ni plataformas para complacer agendas institucionales. Son espacios de historia, de resistencia, de autenticidad.

Y si eso incomoda, que así sea.

Nosotros seguiremos escribiendo la historia.

Con trabajo. Con verdad. Y con música real.

Bogotá perdió el rock.

No por desinterés ciudadano, sino por decisiones institucionales.

Pero eso no nos detiene.

Si ese templo no está en Bogotá, no importa.

Estará donde haya escucha, respeto y verdadera cultura.

Pueden visitar la primera exposición de MURO sobre carátulas del rock de la región en La Casa de La Música en Medellín con entrada gratuita.

Y pueden visitar la expo del Museo del Rock Colombiano en la Cr 7 # 45 – 72 en Bogotá, así como el canal de TikTok @museodelrockcolombiano para los minidocumentales y nuestra web www.museodelrockcolombiano.com

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