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Colombia

Luis Aguirre explora géneros y sentimientos en su debut discográfico “Mucho niño poco hombre”.

En su primer álbum, el joven bogotano lleva más lejos las formas del desamor conforme explora nuevas estéticas sonoras

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Luis Aguirre se ha convertido rápidamente en un fenómeno orgánico del pop colombiano. El músico bogotano empezó a escribir canciones durante el encierro obligatorio al que nos sometió la pandemia mundial en 2020, mientras exploraba las formas de la producción de una manera autodidacta que le dio a su proyecto un aire de frescura y novedad en medio de la desagradable crisis sanitaria. “Antes de que sean las 6”, su primer sencillo, se ha convertido en un himno del indie colombiano reciente que llamó la atención del cantante chihuahuense Sous-Sol y su equipo, quienes la produjeron por afinidad estética. Desde entonces, Aguirre ha venido explorando las formas del desamor desde composiciones honestas, íntimas y evocativas desde una atmósfera de pop de cantautor que juega con juega con la exploración de sonidos sintéticos y la mezcla de géneros.

Después de esta primera etapa compositiva, Aguirre presentó en 2021 Bogotusa, un EP delicado en el que jugaba con las convenciones del bedroom pop para generar canciones atmosféricas que nos abrazaban desde la distancia: “eran canciones simples con un sentimiento de desamor muy adolescente y mucha fusión de géneros y de conceptos”, explica el productor. Sencillos como “Bolero para Olivia” denotaban una inteligencia para combinar estéticas para construir sencillos emotivos, herramientas que lleva ahora al extremo en Mucho niño poco hombre, un álbum corto de siete canciones que ha venido presentando de a poco y que ya está disponible. “Es un disco que gira en torno al amor, a la tusa y la masculinidad, también sobre cómo se ve el desamor desde la perspectiva de un hombre que se pone en la posición de su pareja. Hay canciones que hablan desde la perspectiva de una mujer que ama mucho a este tipo de hombre indeciso, con apego evitativo y que no se quiere comprometer. En síntesis, mucho niño y poco hombre”, explica el bogotano.

De esta manera, Aguirre explora poéticas que versan sobre la responsabilidad emocional, el apego y la falta de empatía en una relación cuando solo una de las partes está comprometida con seguir adelante, mientras la otra teme entregarse a este diálogo bilateral y constructivo que es el amor. “En Mucho niño poco hombre hay una exploración de ritmos más bailables, pues esta vez quería dar forma a canciones más alegres, que fueran muy tristes, pero que se gozan desde un elemento musical. Se quería hacer una exploración de ritmos más pop, más movidos y que cogiera las mejores cosas del mainstream para llevarlo a un territorio más indie”, explica el bogotano sobre la plétora de sonidos que convergen en su álbum debut.

En Mucho niño poco hombre Aguirre ha unido esfuerzos con varios artistas colombianos que le dan un nuevo color a sus canciones. Así, por ejemplo, el disco abre con “No te quieres ir” junto a la cantautora Pedrina, que en 2023 regresó a la música luego de una licencia artística por maternidad. De igual manera, Chamo, cantautor bogotano, también tiene una participación importante en materia de producción, pues asistió a Aguirre durante la mayor parte del proceso. Para terminar, el bogotano trabajó también con Tambo, productores de urbano, que le dan una sonoridad más bailable a sus canciones y que se unen en “Piso 10”, sencillo foco de Mucho niño poco hombre que presenta a Aguirre jugando con sonidos funky cariocas, además de un outro marcadamente experimental en el que reinventa las formas del dembow con chops vocales inquietantes.

En Mucho niño poco hombre Luis Aguirre ha presentado una serie de reflexiones musicales que hermanan géneros disímiles que por lo general no se tocan en el contexto cultural latinoamericano. Lejos de jugar a criticar la presencia predominante de la música urbana en nuestro paisaje sonoro, Aguirre reconoce su influencia en su propia identidad como artista, una que es plural y que busca siempre llevar las canciones y el desamor a otros lugares. Así mismo, el álbum se convierte en un catálogo de composiciones para repensar el imaginario en torno a la masculinidad en un contexto geográfico tan complejo como es el continente latinoamericano. Sus canciones son invitaciones a asumir con responsabilidad los compromisos afectivos, a permitirnos ser vulnerables y a mostrar ese lado que ocultamos en público por miedo a ser heridos.

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Adelqui Rubio presenta Resistencia, un manifiesto de rock y metal con la mirada puesta en el futuro

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El músico y productor chileno Adelqui Rubio debuta con Resistencia, un álbum que se erige como una declaración artística y que combina la potencia del rock y el metal con el pulso de la tecnología más actual, un trabajo que no se limita a ser una colección de canciones sino que se propone como un viaje sonoro y emocional, construido sobre géneros como el nu metal, el hard rock, el heavy y el power metal, con guiños al thrash y al rock alternativo, en donde cada corte posee identidad propia pero al mismo tiempo se sostiene en un hilo conductor que mezcla riffs explosivos, conciencia social y una búsqueda permanente por la experimentación.

Desde sus primeras notas, Resistencia se muestra como un disco versátil, capaz de unir crudeza y sensibilidad, crítica y emoción, fuerza y detalle. Rubio explica que la música lo acompaña desde siempre y que la tecnología ha sido una herramienta clave para impulsar su creatividad, y en este álbum esa visión se hace tangible en la manera en que los recursos digitales se funden con la grabación real de instrumentos, logrando un equilibrio en el que la esencia humana permanece intacta mientras el sonido se proyecta hacia lo que podría ser el porvenir del rock.

El proyecto fue grabado, mezclado y masterizado en su totalidad por el propio Adelqui Rubio, lo que refuerza su perfil de artista independiente y multifacético, alguien que no solo compone e interpreta, sino que también construye un universo desde la producción, eligiendo cada detalle con un cuidado que se percibe en la solidez del resultado. En ese marco aparecen canciones que golpean con fuerza como Ya no se puede respirar, una crítica directa a la hipocresía social y política de la guerra, o piezas que apelan a la vulnerabilidad como Quédate un poco más, con letras que transitan entre el inglés y el español y que exploran la fragilidad de los vínculos humanos.

Con este trabajo, Adelqui Rubio da un paso definitivo en una trayectoria que ya lo había visto colaborar con proyectos diversos como Shamanes Crew, La Rabona Funk, Perla Negra, Zoberanos, Punto G o Sergio Jarlaz, pero que ahora encuentra un punto de consolidación en un álbum que lo presenta no solo como músico, compositor e intérprete, sino también como un productor capaz de unir lo visceral del rock con la sofisticación de las herramientas digitales.

Resistencia es, en esencia, un disco que propone mirar hacia adelante sin abandonar las raíces, un manifiesto que invita a escuchar con atención y a sentir con intensidad, porque cada tema funciona como un grito de independencia y también como una exploración personal que convierte a Adelqui Rubio en una voz propia dentro de la escena chilena y latinoamericana.

Puedes escuchar la producción en todas las plataformas digitales.

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“Buenas prácticas” el Encuentro de Idartes bajo la sombra de los hallazgos y la repetición de viejas mañas.

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El Instituto Distrital de las Artes (Idartes) ha anunciado con bombos y platillos la realización del Encuentro de Buenas Prácticas en la Gestión Pública de las Artes en Iberoamérica. La sola frase despierta desconcierto: ¿cómo puede erigirse en referente de transparencia una institución que carga sobre sus hombros una larga historia de cuestionamientos fiscales, disciplinarios y éticos? El evento, pensado como una vitrina de excelencia, termina viéndose como un espejo incómodo en el que los fantasmas del pasado y las denuncias recientes aparecen reflejados con nitidez.

Desde hace más de una década, los festivales y equipamientos culturales administrados por Idartes han sido objeto de auditorías, visitas fiscales y debates en el Concejo de Bogotá. En 2018 y 2021, por ejemplo, la Contraloría de Bogotá practicó visitas fiscales a los contratos de Rock al Parque, encontrando irregularidades en la publicación de pliegos, falencias en la gestión de archivos y deficiencias en la supervisión. Algunos de estos hallazgos fueron tan graves que se consignaron con presunta incidencia disciplinaria y fiscal. ¿Puede hablarse de “buena práctica” cuando el festival bandera de la ciudad acumula observaciones de este calibre?

El caso no se limita al festival. Auditorías anteriores llamaron la atención sobre el manejo de boletería en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, donde no existían informes pormenorizados de ingresos, y sobre la compra del Teatro San Jorge, incluida en seguimientos especiales por la Contraloría. A estos antecedentes se suman contratos entre 2017 y 2019 en los que se detectaron falta de evidencia de ejecución, deficiencias de supervisión y problemas de gestión documental. La lista no es un inventario menor: son síntomas de un modelo de gestión que se repite y que parece haber normalizado la opacidad.

El capítulo más reciente lo protagonizan los teatros San Jorge y El Parque. En 2024, la Procuraduría General de la Nación abrió indagación disciplinaria contra funcionarios de Idartes por presuntos sobrecostos y retrasos en las obras de remodelación. Y en enero de 2025, la Contraloría Distrital notificó la apertura de un proceso de responsabilidad fiscal sobre el contrato 1878 de 2021, advirtiendo un posible detrimento de 97 millones de pesos. Es decir, mientras se prepara un encuentro internacional para hablar de gestión ejemplar, la entidad anfitriona se defiende de señalamientos por mala ejecución y pérdida de recursos públicos.

Pero no todo se reduce a cifras y hallazgos técnicos. La comunidad cultural ha denunciado durante años dinámicas igualmente corrosivas, aunque menos visibles en los informes oficiales. El acoso y veto a agentes independientes, la programación cerrada de escenarios públicos que terminan convertidos en feudos privados, los jurados con vínculos laborales previos que terminan premiando a sus propios círculos y los pagos cuestionables a sociedades de gestión colectiva como Sayco forman parte de un relato recurrente. Estas prácticas, aunque no siempre aparecen en los documentos de los entes de control, construyen un ambiente de exclusión y favorecimiento que contradice cualquier discurso de equidad cultural.

El tema ha tenido también eco político. En febrero de 2024, el concejal Rubén Torrado denunció en sesión del Concejo sobrecostos de hasta un 500 % en la compra de dotación para los mismos teatros. Sus palabras encendieron un debate que dejó claro que las dudas sobre la transparencia de Idartes no son capricho de unos pocos críticos, sino preocupación de instituciones de control y de representantes políticos.

Con este panorama, el Encuentro de Buenas Prácticas corre el riesgo de convertirse en una puesta en escena paradójica: el anfitrión exhibe un traje impecable para recibir a sus invitados, pero no logra ocultar las manchas en el espejo. En lugar de abrir un espacio para la autocrítica y la reparación, la institución parece interesada en blindar su imagen y proyectar hacia afuera una normalidad que puertas adentro está en entredicho.

Y como si todo esto no bastara, en los pasillos del sector circula una versión que, de confirmarse, ratificaría la sensación de círculo cerrado y falta de renovación: fuentes confiables aseguran que Chucky García, programador y curador de Rock al Parque durante casi una década, estaría cerca de regresar a su antiguo rol. García ha sido señalado en el pasado como símbolo de la repetición de élites en la curaduría, y su eventual retorno difícilmente podría leerse como un signo de apertura o cambio. Más bien, reforzaría la idea de un oligopolio cultural que se perpetúa con los mismos nombres y las mismas prácticas, ahora maquilladas bajo el discurso de las “buenas prácticas”.

En este contexto, el encuentro de Idartes no aparece como un espacio de construcción colectiva, sino como un ejercicio de legitimación institucional. Un foro que, en lugar de inspirar confianza, despierta preguntas incómodas: ¿se puede hablar de buenas prácticas cuando las malas prácticas no han sido aclaradas ni superadas? ¿Qué clase de modelo se quiere proyectar a Iberoamérica: el de la transparencia o el de la simulación? La respuesta no la dará un eslogan ni un evento de relumbrón, sino la capacidad real de transformar estructuras enquistadas que hasta hoy siguen alimentando la desconfianza.

En este panorama, hablar de “buenas prácticas” parece un gesto cínico. ¿Cuáles son esas prácticas? ¿Blindarse tras comunicados oficiales? ¿Repetir los mismos nombres en la curaduría, como si la cultura de una ciudad entera se redujera a una camarilla? Según fuentes del sector, la inminente reaparición de uno de sus actores eternizados en Rock al Parque es la mejor prueba de que los cambios son de forma y no de fondo: las curadurías terminan reciclándose en torno a los mismos actores, anclando una élite cultural que controla la programación, las convocatorias y hasta los jurados.

Lo más grave es que nadie escucha a los agentes independientes. Los vetos, las retaliaciones y las exclusiones sistemáticas quedan invisibilizados, mientras la institución se blinda en su burocracia y la justicia —cuando interviene— casi siempre favorece a los funcionarios y archiva los procesos. La desigualdad se institucionaliza y el discurso oficial se impone como si nada ocurriera.

En este contexto, ¿qué sentido tiene luchar por las artes en un país donde la cultura está sometida a un oligopolio comprobado, sostenido tanto por prácticas administrativas cuestionadas como por una red de favores políticos? A veces, la lucha parece en vano: se gasta vida, se gasta pasión, se gasta esperanza en un terreno donde los dados están cargados. Y aun así, la resistencia persiste, porque la cultura no le pertenece al oligopolio ni a sus curadores perpetuos: le pertenece a la gente que la crea y que, a pesar de todo, se niega a rendirse.

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Lutter regresa con Días más felices, un adiós que se canta con gratitud

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La agrupación bogotana Lutter presenta Días más felices, una canción que propone mirar de frente el final de una relación y darle la vuelta al resentimiento, transformando la despedida en un gesto de gratitud por el tiempo compartido. En lugar de insistir en la herida o en el reproche, la banda construye una pieza que reivindica la posibilidad de amar incluso después del adiós, y lo hace desde la energía del pop punk y el punk rock, pero también con la apertura hacia atmósferas musicales más amplias que le permiten matizar la emoción con colores de ska, reggae y sensibilidad pop.

Formada en 2003 y consolidada como una de las agrupaciones representativas del punk rock colombiano, Lutter ha mantenido una presencia constante en escenarios nacionales e internacionales, respaldada a lo largo de los años por marcas que han confiado en su propuesta como Jameson, Red Bull, Monster y Apparel en México, entre otras. Hoy, con Jorge González en la voz, Alejandro Chacón en el bajo, Camilo Vargas y Julián Rojas en las guitarras y Julián Moreno en la batería, la banda entrega un sencillo que se suma a su extensa trayectoria con la frescura de una historia íntima y universal.

La producción de Días más felices estuvo a cargo de Steven Baquero, integrante de Apolo 7, lo que le permitió a Lutter explorar nuevas posibilidades sonoras mientras estrechaba vínculos de fraternidad en el proceso. A esa búsqueda se sumaron los vientos de Jeisson Mora en la trompeta y Juan José Díaz en el trombón, un músico de sesión con experiencia junto a artistas como LosPetitFellas, Bacilos y Meghan Trainor. El resultado es un tema alegre, de altos estándares de calidad en su producción, que recoge las influencias de referentes como Mad Caddies, Less Than Jake, Dirty Heads y Sublime, pero que mantiene en el centro la narrativa personal que caracteriza a la banda, porque en sus palabras cada letra y cada canción tiene nombre propio.

El videoclip que acompaña el lanzamiento refuerza la idea de que la despedida no tiene por qué ser oscura. Con un escenario cotidiano que parte de un estudio transformado en una playa imaginaria, alterna imágenes de pequeños momentos que evocan la intimidad de la relación que inspiró la canción, mostrando que la felicidad también está hecha de recuerdos y que lo vivido puede convertirse en un refugio incluso cuando ya no se comparte el presente.

Días más felices está disponible en plataformas digitales y confirma la capacidad de Lutter para reinventarse sin perder su esencia. Dos décadas después de su formación, la banda sigue apostando por la honestidad de las emociones y por un sonido que dialoga con diversas tradiciones musicales, manteniendo vivo el espíritu de una escena punk rock que se niega a envejecer y que, como en este sencillo, aún encuentra nuevas formas de decir adiós.

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