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“YA TE OLVIDÉ” La canción más reciente de LO KE DIGA EL DEDO.

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El 2022 fue un año movido para LO KE DIGA EL DEDO y se cerró con Ya te olvidé, una canción que le canta a los amores del pasado que aparentemente ya se fueron, de las rupturas que se van superando y nuestra música a ritmo Ska, Drum n Bass y fusión en una nueva faceta sonora de LO KE DIGA EL DEDO.

Compuesta por Gabriel “Tato” Forero, Voz principal de LO KE DIGA EL DEDO, producida por Santiago Rojas de Boga Producciones, mezclada por Francisco “Kiko” Castro y master por C1 Mastering y Camilo Silva.

LO KE DIGA EL DEDO es una agrupación nacida en Bogotá y en su género una de las pioneras del Ska-Fusión Colombiano. Más de 20 años de trayectoria artística, tres producciones discográficas que se adentran en las memorias musicales de la agrupación y del público. Letras con corrientes culturales, amor, ambientales e idealistas de justicia, conciencia e igualdad representada en la voz de aquellos que buscan caminos de conciencia y auto crítica de aspectos de nuestra realidad como país que derivan del sonido contagioso y enérgico del Ska-fusión.

Disfruta también de la discografía completa de LO KE DIGA EL DEDO ya disponible en todas las plataformas de streaming

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Desde las tinieblas de Chille Dies Irae llega a Colombia con su gira de Black Metal Infernal

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Bajo el oscuro abrazo del invierno del año 2000 en Rancagua (Chile), cuatro mentes inquietas por lo blasfemo y lo apocalíptico dieron vida a Dies Irae, banda que toma su nombre del latín “El día de la ira”. Desde entonces, su música ha sido una marcha constante hacia lo más profundo del Black Metal sudamericano combinando lírica sacrílega, oscuridad sonora y una visión inquebrantable de la escena extrema.

Su historia comenzó con el demo “Desde el trono” (2002), cinco pasajes de agonía grabados en Estudios Robledal, que recorrieron de norte a sur el territorio chileno. Este primer material los llevó a compartir escenario con grandes exponentes del metal nacional y a participar en eventos como el Bio Bio Black Metal Fest “Metal of Lord”, donde Rancagua tuvo su representación infernal.

En 2006 llega su primer álbum completo, “Orgullosos del poder oscuro”, una producción de siete temas grabada nuevamente en Estudios Robledal y difundida al extranjero. En esa misma etapa, con nuevos integrantes más comprometidos con la causa oscura, la banda dio su primer paso fuera de Chile con una presentación en Mendoza (Argentina), junto a Death Gardens y Septicemia.

Ese mismo año, “Rebelión”, uno de los temas más representativos del álbum, fue seleccionado para su primer videoclip, marcando así una nueva era audiovisual para la banda.
Martillazos, videoclips y giras internacionales

En 2010 lanzaron “Mil Martillazos de Ira”, su tercer trabajo, con ocho temas grabados en estudios Ra de San Francisco de Mostazal. Al poco tiempo, junto a la productora MadColor, se grabó el segundo videoclip para el tema “Nocturna Reverencia”, lo que derivó en una extensa gira nacional.

En 2012 la banda recibió una invitación para girar por Ecuador, expandiendo aún más su dominio infernal. Ese mismo año, Dies Irae participó en el split “VOMITUS ET SERPENTIUM”, junto a Undertaker of the Damned, lanzado por Australis Records, alianza que se repitió en 2022 con la segunda entrega del split, “Bismegisto Vomitus et Serpentium II”.
La visión del caos y la conquista de Colombia

En 2023, Dies Irae desató su cuarto y más reciente ataque sonoro: “La Visión del Caos”, una obra de nueve himnos infernales en formato digipack, nuevamente bajo el sello Australis Records.

Ahora, en mayo de 2025, la tormenta negra de Chile llega a Colombia. Dies Irae se presentará en tres ciudades del país:


Medellín – 22 de mayo, Bar Barnaby
Manizales – 23 de mayo, Bar Plug and Play
Bogotá – 24 de mayo, Sound City

En estas fechas estarán acompañados por un cartel de peso pesado de la escena extrema nacional: Sforzando (Medellín), Narcocracia (Bogotá), Slave of Chains (Medellín), Licantropía (Bogotá) y Fúnebre (Manizales).

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Luna Cáustica: la introspección hecha música desde Medellín

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Desde las profundidades sonoras de Medellín, una nueva propuesta musical busca conectar con quienes entienden la melancolía como parte del viaje. Luna Cáustica, proyecto liderado por la artista Carolina, fusiona lo electrónico y lo orgánico para invitar a la introspección a través de texturas sonoras cuidadosamente elaboradas.

Con influencias que van del post punk al shoegaze, pasando por el rock synthpop y el electropop, Luna Cáustica construye atmósferas donde la tristeza y la soledad no son enemigos, sino puertas hacia uno mismo. Las melodías vocales dulces, las guitarras eléctricas y acústicas, y los sintetizadores con capas envolventes hacen de cada canción una experiencia emocional y sensorial.

El proyecto viene trabajando desde hace varios años y actualmente se encuentra promocionando su más reciente producción discográfica: “Lo demás es viento” (2024). Además, Carolina ya prepara el lanzamiento de un nuevo sencillo en junio de 2025, como adelanto de lo que será su próximo álbum.
Próximos eventos

Para quienes quieran vivir su propuesta en vivo, Luna Cáustica tendrá dos presentaciones destacadas en las próximas semanas:


Sesiones Barnaby
📍 Barnaby Jhons, Envigado
📅 Jueves 19 de junio de 2025
🎟️ Entrada: $18.000 COP

RPM Records Bogotá
📍 RPM Records, Bogotá
📅 Viernes 27 de junio de 2025
🎟️ Entrada libre

Discografía destacada

Luna Cáustica (2012) 
https://open.spotify.com/intl-es/album/2qWbxkJtF2VtBOv8YTzEWG?si=pA9MGu1UTHCRa52QTm5HQQ&nd=1&dlsi=d79a96b032c54bb5
Un día más (2022)
https://open.spotify.com/intl-es/album/0I9MTnDtTnZ2n2PdotiaQL?si=-7ueV_fuTrybzW5ng8CLiQ&nd=1&dlsi=5520810da7c140ba
Lo demás es viento (2024)
https://open.spotify.com/intl-es/album/6SEsqQ5agVBdttCYtQujiF?si=zi9tc7NWT5m8TFF3FDjfeA

En tiempos donde lo inmediato reina, proyectos como Luna Cáustica apuestan por el poder de lo íntimo, lo lento y lo reflexivo. Una propuesta para escuchar con atención, ideal para quienes encuentran belleza en la nostalgia.

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¿Quién mató al rock en Colombia? Entre la tropidelia y el Metal, una identidad perdida

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Desde principios del siglo XXI algo bastante desconcertante le ha ocurrido al rock colombiano. No fue una muerte repentina ni un colapso violento, fue un desvanecimiento progresivo, una sustitución encubierta que con el paso de los años ha dejado a los verdaderos amantes del género preguntándose: ¿qué pasó con el rock? En su lugar, dos corrientes han ocupado el espacio: la tropidelia y el Metal, ambas con su valor estético y cultural importante, sin duda. Pero ninguna es rock. O al menos, no lo que históricamente se entendió como tal.

La tropidelia con su mezcla de cumbia, psicodelia, funk y ritmos afrocaribeños se volvió la cara oficial de la “música alternativa” colombiana. Proyectos como Bomba Estéreo, Systema Solar o Mitú arrasaron con los festivales, los medios y el imaginario cultural del “nuevo sonido colombiano”, eso se vendió como una evolución del rock, pero no lo era, era una transición hacia lo bailable, lo tropical, lo exportable, a eso le llamaron “nuevas músicas colombianas” y los de mente “sofisticada” se lo creyeron.

Cabe señalar que muchas de las empresas que actualmente lideran la producción de festivales y conciertos en Colombia tuvieron su origen en prácticas cuestionables, incluyendo el uso indebido de recursos públicos mediante la manipulación de contratos estatales, lo que les permitió consolidarse como grandes corporaciones del sector cultural. Estas mismas organizaciones son, en gran medida, las responsables de promover la narrativa según la cual la cumbia ha reemplazado al rock como expresión predominante. En este sentido, puede afirmarse que el Estado colombiano, a través de sus políticas de financiación cultural, ha contribuido —aunque de forma indirecta— al desplazamiento del rock. Este fenómeno, sin embargo, no es exclusivo del contexto colombiano; desde el fracaso simbólico de Woodstock 1999, el rock ha sido progresivamente marginado del mainstream a nivel global.

Frente a esto, los rockeros tradicionales -muchos nacidos en los 70, 80 y 90- no se sintieron identificados y en lugar de defender el rock como una forma más amplia, variada y melódica se refugiaron en el Metal. Así, el Metal empezó a convertirse en sinónimo de “lo único que queda”, el problema es que el Metal, aunque parte del espectro del rock, no lo representa en su totalidad, su sonoridad agresiva, sus estéticas extremas y su público sectario empezaron a desplazar las formas más melódicas, introspectivas y narrativas del rock tradicional, del alternativo, del progresivo, del indie, del punk menos ruidoso, del post-punk, del rock-pop o del grunge.

Hoy, en Colombia, el rock se ha quedado huérfano. Entre los festivales de fusión tropical y las avalanchas de conciertos de Metal extremo no hay lugar para bandas que se definan como rock sin apellidos. Y peor aún, la audiencia tampoco las comprende. Para muchos jóvenes, rock es sinónimo de guturales, doble pedal, distorsión al límite. Si no hay pogo, no es rock, si no hay riffs rabiosos, es pop y si suena a algo británico, entonces es “una viejera” y por otra parte para los curadores de los festivales públicos, si no tiene acordeón o guacharaca entonces es Metal, que paradoja y que confusión de esta pobre gente que en Colombia polariza todo, hasta la música, existen cientos de bandas de rock que quedan por fuera de todo espacio porque para los curadores y jurados solo existe la papayera eléctrica y el Metal y nada más, el rock, como lenguaje, como actitud y como espacio de exploración sonora intermedia, está desaparecido, las bandas no tienen escenarios, no tienen cobertura y lo más preocupante: no tienen audiencia, la generación que podría escucharlas está atrapada entre la nostalgia Metalera o el ritmo bailable.

Este artículo busca explorar esa paradoja… cómo el rock murió en Colombia por partida doble. Primero, por la absorción de la tropidelia como “rock moderno colombiano” y segundo por la reducción del rock a su versión más extrema: el Metal. Y cómo, entre ambas fuerzas, se ha perdido la posibilidad de que el rock sobreviva como un género abierto, melódico, rebelde pero sensible, urbano pero introspectivo.

LA ASCENSIÓN DE LA TROPIDELIA Y LA DESAPARICIÓN DE LA GUITARRA ELÉCTRICA

La tropidelia no llegó a reemplazar al rock de forma violenta. Lo hizo seduciendo en un plan controlado entre las instituciones y algunos medios y actores que se aliaron para esto… Cuando el país buscaba una identidad musical exportable que no se asociara con el conflicto armado ni con la música tradicional, la tropidelia ofreció una estética fresca, bailable, mestiza, fue fácil de digerir para las audiencias internacionales, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde lo “latino” siempre es bienvenido, pero con un toque de modernidad.
La guitarra eléctrica, símbolo del rock, fue sustituida por sintetizadores, marimbas, guacharacas, bajos funkys y beats caribeños. De a poco, desaparecieron las bandas con formato clásico de bajo, guitarra y batería y en su lugar surgieron proyectos electrónicos con músicos de laptop y secuencias impulsados por el mismo estado y por las personas en puestos de poder que adoptaron esto como un distanciamiento “del imperio” y como un sonido propio, autóctono.

La prensa musical celebró este cambio como una “evolución del rock colombiano”. Pero lo que ocurrió en realidad fue una mutación comercial. La tropidelia se convirtió en un nuevo folclor urbano y desplazó al rock de los escenarios, de las radios, de los festivales, de las universidades e incluso de festivales “de rock”. No fue un asesinato con arma blanca, fue una deserción en masa lograda también por el hambre de los rockeros que se cansaron de no tener ni para almorzar, por eso callaron cuando sucedió y prefirieron colgarse una ruana que luchar por el género, al final la culpa también es del hambre que en Colombia reina en las artes, es mejor arrodillarse y rogar al estado por dinero que luchar en una industria que no existe.

Una entrevista con un programador de un importante festival colombiano (que prefirió no ser citado) revela la estrategia: “el rock ya no llena. La gente quiere bailar, quiere gozar. Si ponemos una banda indie rock, el público se aburre. Pero con tropidelia, todos se prenden”. El problema de fondo no es el éxito de la tropidelia, es que se haya vendido como sustituto del rock y que todos lo hayan aceptado sin cuestionarlo.

En las convocatorias culturales, los jurados suelen replicar una visión reduccionista de las músicas populares, limitándose casi exclusivamente a dos polos estilísticos: la llamada “tropidelia” y el metal. El rock, en sus formas tradicionales o clásicas, tiende a ser ignorado o incluso descalificado por desconocimiento. Esto se debe, en parte, a la falta de formación académica especializada en géneros populares por parte de muchos evaluadores, quienes no cuentan con criterios técnicos sólidos para valorar propuestas que no se ajustan a esas dos categorías dominantes. En consecuencia, la evaluación artística no responde a una apreciación objetiva ni a estándares musicales, sino a una doctrina estética impuesta y reproducida institucionalmente.

A esta situación se suma otro problema estructural: la reiterada práctica de designar jurados locales para evaluar a postulantes de su misma ciudad —por ejemplo, bogotanos calificando a otros bogotanos en convocatorias distritales—, lo que propicia círculos cerrados de afinidades personales, lealtades previas y favores cruzados. En este contexto, la meritocracia cultural se ve comprometida. Un caso emblemático es la ausencia del punk en la edición 2024 de Rock al Parque. Este subgénero fue prácticamente invisibilizado, y solo tras una fuerte reacción colectiva de la comunidad punk —una de las más cohesionadas y activas de Bogotá— se logró revertir parcialmente esta exclusión para la edición de este año.

EL METAL COMO REFUGIO Y COMO JAULA

Al mismo tiempo en que sucede el auge de la tropidelia, muchos rockeros clásicos se sintieron desplazados. Buscando una identidad fuerte, poderosa, coherente con la rebeldía original del rock se volcaron al Metal. Colombia, desde los 90, ha tenido una escena Metalera fuerte, especialmente en Bogotá, Medellín y Pereira. Pero lo que ocurrió en los últimos 15 años fue una absorción total: el Metal se volvió sinónimo de “rock real”, a falta de bandas de rock los rockeros ahora escuchan Metal.

Esto generó una visión cerrada del género, el chip fue cambiando, ahora para muchos públicos y medios, si una banda no tiene gritos guturales, riffs acelerados, doble pedal y una estética oscura, entonces no es rock. Cualquier intento de hacer rock melódico, indie, progresivo o clásico, es tildado de “mala música” o de “suave”. La diversidad sonora desapareció y con ella la posibilidad de que nuevas generaciones entendieran al rock como un lenguaje amplio, no es primera vez que el país mata un género, mientras en los ochentas sucedía toda la nueva ola del Heavy Metal Británico o sucedía el movimiento glam de los Estados Unidos que era la corriente dominante en el mundo, acá trillaban una amalgama de sonidos a lo que llamaron “Rock en Español”, mientras en el mundo sonaba Def Leppard o Motley Crue en Colombia sonaban Los Prisioneros y Vilma Palma e Vampiros.

El Metal creció en programación, en festivales underground, en discografías independientes. Pero lo hizo aislado. Alejado del gran público, del cruce con otras artes, del debate social. Se volvió una trinchera de resistencia… que muchas veces más parecía una celda de aislamiento.

MEDIOS QUE NO ESCUCHAN, BANDAS QUE NO EXISTEN: LA INVISIBILIDAD SISTEMÁTICA

Una de las causas más preocupantes del colapso del rock colombiano es la sistemática invisibilización de las bandas que aún practican el género en sus géneros clásicos. No hablamos solo de falta de medios especializados sino de un ecosistema de difusión que no comprende ni promueve la diversidad interna del rock.

Programas radiales, revistas digitales y curadores de festivales suelen caer en un reduccionismo fatal: si no es tropidelia para bailar o Metal para gritar, no es digno de ser programado. Así, bandas que apuestan por el rock alternativo, el shoegaze, el post-rock, el indie experimental, el art rock, quedan completamente por fuera del circuito. Se ha instaurado una lógica de consumo basada en lo funcional: lo que hace mover el cuerpo o lo que desata la catarsis. Todo lo que se sitúa en el medio, lo introspectivo, lo narrativo, lo melódico, lo sutil, queda automáticamente desechado. Es una forma de censura indirecta. Una programación cultural que premia la forma sobre el contenido.

A esto se suma una crisis de criterio editorial. Muchos portales de música alternativos son dirigidos por comunicadores sin formación musical o por influencers que al igual que los curadores y jurados mediocres, reproducen modas sin ningún análisis. La consecuencia es una prensa musical empobrecida, incapaz de reconocer joyas fuera del radar.

¿ES POSIBLE RECONSTRUIR UN ECOSISTEMA PARA EL ROCK?

La situación no es irreversible. Pero requiere voluntad política, cultural y curatorial. Es urgente abrir de nuevo espacios para el rock como lenguaje amplio: desde lo indie hasta lo progresivo, desde el grunge hasta el post-punk, desde lo alternativo hasta lo experimental. Esto implica repensar las convocatorias culturales para incluir al rock como categoría autónoma, fortalecer medios que escuchen, investiguen y reseñen con profundidad, fomentar alianzas entre gestores, músicos y espacios alternativos, crear ciclos de conciertos, ferias, laboratorios y festivales que privilegien la propuesta antes que el ritmo, educar al público joven en la escucha activa y no solo en el consumo inmediato.

El rock no necesita volver a ser masivo, solo necesita dejar de ser invisible y la gente que está en el rock colombiano solo necesita ser honesta y dejar de ser corrupta por el hambre.
Suena a ficción, pero es real y lo peor… todo el mundo lo sabe pero calla.

Imágenes generadas por Copilot

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