La mirada Subterránica
¿Por qué ha fracasado el rock colombiano? Un análisis sobre la escasez creativa y la calidad musical del género en el país.

Afirmar que existe algo llamado “rock colombiano” o incluso “rock latino” es adentrarse en aguas turbulentas en donde la subjetividad cobra mucha fuerza y se impone ante la razón o el conocimiento, el rock, al no tener un patrón rítmico definido se da para muchas interpretaciones y es “adaptable” a las necesidades, sin embargo, no podemos hablar de “rock colombiano” más que refiriéndonos a la música que se crea en el país dentro de este género. Hacerlo de otra forma sería como referirnos a “Vals jamaiquino” y no por ello el género va a cambiar, todos conocemos el patrón rítmico del vals y así se haga en Jamaica o en Viena será lo mismo, he ahí la razón del problema tan grande cuando pensamos en el “rock”, no existe (repito) un patrón rítmico general.
Pero si podemos a la luz de las evidencias pensar que tal vez el rock hecho en Colombia fracasó en su misión de crearse en una industria auto sostenible y de alcanzar fronteras más allá de las nuestras, mientras varios países tienen a sus movimientos consolidados y girando, Colombia nunca pudo salir de Rock al Parque y de un pequeño circuito de bares que se hizo más pequeño ante la cantidad de bandas que están tocando, bandas que en Bogotá superan las tres mil en número pero que viven invisibles y sin poder hacer más que ensayar de vez en cuando. Para concluir la idea, el rock colombiano se quedó en el garaje y la única oportunidad para una banda es clasificar como contratista a una convocatoria del estado o auto financiar giras al exterior. Gracias a eso, se ha dado un fenómeno muy interesante: la corrupción en el rock y sus políticas culturales, sus aliados y su ecosistema, tanto público como privado.
Es difícil atribuir una sola razón al fracaso del rock colombiano, ya que hay varios factores que podrían haber contribuido a ello. A continuación, podemos abordar algunos para analizarlos:
Falta de apoyo de la industria musical: El rock colombiano nunca recibió el mismo nivel de apoyo de la industria musical que otros géneros más populares como el Vallenato o la música popular, ni siquiera cuando el rock era lo popular, esto seguro fue una causa del estancamiento, en Colombia el rock siempre ha sido mal visto por la sociedad y nunca fue tomado en serio como si se hizo en otros países que vieron en el género un negocio, en realidad en Colombia jamás se escuchó el rock, mientras en el mundo se daban movimientos como la nueva ola del heavy metal británico, el glam, el punk, etc. En Colombia se consolaban con Vilma Palma e Vampiros y otras bandas que hacían parte de una lista de lo que llamaron “rock en español” pero que distaba mucho de lo que sucedía en el mundo. La industria musical no le puso atención al fenómeno y las disqueras no prensaron trabajos ni los promocionaron, muy pocos trabajos fueron prensados y muchos menos fueron apoyados en radios mainstream o en televisión.
La influencia del rock internacional fue muy poca: La popularidad de la música internacional, especialmente la música angloparlante no fue algo grande en Colombia más que para algunos nichos, las bandas que hacían rock tenían que rebuscarse los sonidos, en ese caso era muy difícil y aun lo es, encontrar profesores o músicos que dominaran las técnicas en las guitarras, en el bajo, generalmente el bajista era el que menos guitarra tocaba. Es difícil y caro conseguir instrumentos, el rock es una profesión que requiere inversiones altas y cuando ya en el país hubo instrumentos, salas de ensayos y una buena educación en técnicas gracias a Internet y sus tutoriales, la industria de la música ya había muerto en general, es decir el rock ya estaba absolutamente nulo en el país.
Falta de infraestructura musical: El rock colombiano pudo haber enfrentado dificultades para establecer una infraestructura musical adecuada, como salas de conciertos y estudios de grabación de alta calidad, lo que podría haber afectado su capacidad para producir y promover su música. Son muy pocos los discos que no suenan como si los hubiera mezclado un ingeniero experto en cumbia, la distorsión y la mezcla siempre han sido un problema, nunca hubo educación en estos ámbitos hasta hace muy poco y de nuevo, cuando ya lo tuvimos, ya no se grababa en estudios sino en casa, la producción musical del rock en general es muy pobre.
Estatismo paternalista: La necesidad y el hambre, la falta de escenarios pagos, la falta de gusto del público actual por el género entre otras cosas han hecho que sea el estado quien se posesione como “el gestor del rock nacional” y tiene sometidos y domesticados a los músicos de rock a punta de convocatorias y ayudas que prometen el dinero que no pueden ganar de otra manera, así entonces convirtieron al rock colombiano en una disidencia controlada, en algo inofensivo y maleable.
Personalidades egocéntricas y destructivas dentro de la escena: Es cierto que para ser rockero no hay que ser académico, estudiar música no es una necesidad para dominar las técnicas de ejecución más avanzadas o para componer buenas canciones. El estudio es necesario para desarrollar otras competencias como las practicas del fracaso, la aceptación de la crítica y el pensamiento crítico para poder debatir. La gran mayoría de los músicos de rock colombiano presentan conductas egoístas, ególatras, destructivas y muchas veces hasta delincuenciales.
Hemos vivido en carne propia el desprecio de algunos músicos cuando se trata de premiarlos, abrir espacios de circulación o promoción o incluso de agremiarse, dentro de la escena hay personas despreciables y desgastantes que solo piensan en el beneficio propio y en arrancar de las manos de quien tenga algún apoyo o las oportunidades para tenerlas en su bolsillo. Además, la ignorancia en temas y teoría artística se tomó los puestos de los gestores culturales quienes han contribuido a literalmente destruir la escena.
Ahora, hablando del gobierno en este país y su postura respecto al rock, hay que abordarla de varias maneras, sin duda tendremos que hablar de un agente que en un principio fue un factor de crecimiento pero que desde principios de siglo se convirtió en un evento de división y de corrupción: Rock al Parque, el festival más importante del país y el más grande que se financia con dineros públicos, es una política cultural y es patrimonio de Bogotá.
Pensemos en algo, no hay razones evidentes para afirmar que al gobierno le conviene que el rock no exista en Colombia o que quisiera acabarlo o que incluso le molestara de alguna manera. De hecho, el gobierno ha apoyado a diversos artistas y bandas de rock en el país a través de programas de financiamiento, festivales de música y otros esfuerzos de promoción cultural, el pecado del gobierno es que desconoce que sucede al interior de estas políticas y esfuerzos por el rock, ellos solo aprueban el presupuesto y dejan la ejecución en manos de agentes corruptos y con poca o nula educación en música.
Es posible que, en algunos casos, las autoridades gubernamentales hayan censurado o limitado la difusión de ciertas canciones o mensajes en el rock, como ha ocurrido en otros países, por motivos políticos o morales o sencillamente a capricho de algunas figuras que influyen en la escena. Sin embargo, esto no implica que el gobierno en general tenga una postura anti-rock o anti-cultura, sencillamente es incompetencia.
Entonces una de las metas de todo rockero en el país es tocar en Rock al Parque, que es un festival de música gratuito que se realiza en Bogotá y que ha sido uno de los eventos culturales más importantes del país durante más de 25 años y que, aunque su nombre incluye la palabra “rock”, el festival ha ampliado su oferta musical para incluir otros géneros y artistas a capricho de su curador y de algunos amigos que tienen como negocio el booking de bandas internacionales.
La inclusión de artistas y bandas que no son de rock en Rock al Parque puede tener varias razones entre las cuales dentro de un análisis “subjetivo” podríamos decir que se quiere ampliar la oferta musical o reflejar la diversidad musical de Colombia, pero si esto fuera cierto se podría manejar de maneras diferentes, Rock al Parque se convirtió de una excelente plataforma para artistas emergentes en los noventa, al bolsillo personal de algunos personajes corruptos eternizados en un instituto creado en la segunda década del siglo XXI llamado Idartes y que tiene practicas bastante deshonestas ya ampliamente denunciadas y conocidas por la opinión pública. Sin embargo, ha logrado salir impune ante todo y continúa funcionando.
No necesariamente sería corrupción poner a tocar bandas que no sean de rock en un festival llamado “Rock al Parque”, siempre y cuando la selección de artistas se base en criterios justos y transparentes, y se busque promover la diversidad y la calidad musical.
Pero en el caso del festival, en general hay una selección injusta de artistas y se realizan vetos a artistas de rock en detrimento de otros géneros como la cumbia o el pop electrónico, entonces sí podría considerarse como corrupción. La corrupción en la selección de artistas implica el uso de influencias indebidas para obtener un beneficio personal o para favorecer a ciertas personas o grupos en detrimento de otros.
La transparencia en la selección de artistas y la aplicación justa de criterios de calidad y diversidad musical son esenciales para garantizar la integridad del festival y su función como una plataforma de promoción y apoyo a la música. Si los organizadores del festival toman decisiones injustas y arbitrarias en la selección de artistas, y se favorece a ciertos géneros en detrimento de otros, entonces se estaría violando los principios de equidad y justicia que deben guiar cualquier política cultural.
Se ha comprobado ya por parte de la contraloría que ha habido corrupción en algunos procesos de contratación en Idartes y es bien sabido que la selección de artistas es manipulada por su curador, el cuál siempre ha salido impune ya que el distrito maneja la figura de “contratista”-
Entonces, si los organizadores de Rock al Parque intentan evadir su responsabilidad y culpar a un contratista, es importante tener en cuenta que la responsabilidad última recae en los organizadores del festival, ya que ellos son los encargados de supervisar y garantizar que todas las actividades relacionadas con el festival se lleven a cabo de manera adecuada y en cumplimiento de las leyes y regulaciones aplicables.
Si bien es cierto que los organizadores pueden contratar a terceros para llevar a cabo ciertas tareas, como la selección de artistas, la supervisión y control de estas actividades sigue siendo responsabilidad de los organizadores. Por lo tanto, si se descubre que ha habido corrupción en la selección de artistas y los organizadores intentan culpar a un contratista, podrían ser considerados cómplices o negligentes en la comisión del delito, y enfrentar consecuencias legales, pero esto es Colombia y es el país en donde un juez rechazó una tutela bajo el argumento de “que no sabía lo que era el rock” y por eso se declaró incompetente.
La falla acá entonces es de la procuraduría, ya que, a pesar de haber encontrado evidencia de corrupción, no toma medidas para sancionar a los responsables, así que está fallando en su deber de garantizar la integridad del servicio público y prevenir la corrupción.
Y sucede que el músico vive en necesidad y se acopla a lo que papá estado le dice, así que, si Rock al Parque dice que la cumbia es rock, el rockero no exige o pelea por sus derechos, sino que busca la manera de encajar y sonar a cumbia eléctrica, esto ha sido una de las grandes causas del fracaso del rock colombiano como género, porque sencillamente no se está haciendo rock.
Es difícil hacer una generalización sobre los músicos de rock que acceden a incluir otros géneros en su música o participar en festivales que no se centran exclusivamente en el rock. Cada músico tiene su propia motivación y razones para tomar decisiones relacionadas con su carrera y su arte.
Sin embargo, en general los músicos de rock deberían tener en cuenta la importancia de mantener la integridad de su género y su arte. Si los músicos de rock comienzan a incluir otros géneros en su música solo por dinero o para participar en un festival, esto podría afectar la calidad y la autenticidad de su arte y eso es lo que hemos visto año tras año, festival tras festival, encuentro tras encuentro. Mucha hambre, mucha ironía, muy poca creatividad, pero, sobre todo, muy poca música, muy poco rock.
Si los músicos de rock no se mantienen firmes en su compromiso el mismo rock, esto afecta gravemente la posición del género en la industria de la música y en la cultura en general. Si los músicos de rock comienzan a incluir otros géneros en su música y a participar en festivales que no se centran exclusivamente en el rock, esto podría hacer que el rock pierda su identidad y su influencia en la cultura.
Cada músico es libre de decidir por sí mismo si eso está bien o está mal. Pero el rock sigue en picada en el país.
Propondríamos revisar la política cultural detrás del festival, cambiar constantemente a su curador, mayor participación de la comunidad de rockeros, selección de bandas exclusivamente de Rock, Metal y derivados (Ya se incluye el Reggae y el Ska que no son parte del rock pero los rockeros los disfrutan), transparencia en la selección de bandas, aumentar el presupuesto para el festival para fortalecer su infraestructura y su cartel, entre otras cosas que podrían enriquecer la política cultural transformarla nuevamente en una plataforma de lanzamiento. Pero de nuevo, debo recalcar que cada vez que alguien propone para Rock al Parque, es vetado, ridiculizado y apartado del sistema de convocatorias, así que debemos concluir que este festival ha sido parte importante del fracaso del rock nacional.
Ok, después de todo esto, tenemos que abordar entonces tal vez la pregunta más importante de todas ¿Por qué los mismos músicos permiten la corrupción y la desconfiguración del género? ¿Por qué son los mismos músicos los que denigran y desprecian a los agentes independientes que quieren hacer algo por el rock?
No podemos generalizar y decir que todos los músicos y el público permiten que el Rock sea destruido ya que cada individuo tiene su propia opinión y postura sobre este tema. Sin embargo, en general, puede haber varios factores que contribuyen a la aparente permisividad del público y de los músicos en relación a la corrupción y al deterioro del rock en el país:
Falta de información y conciencia sobre la situación: Muchas personas pueden no estar informadas sobre los casos de corrupción y cómo esto afecta la calidad y la integridad del género, la mayoría de los músicos de rock vive pensando en cómo va a almorzar y esa necesidad les nubla otras intenciones. Además, existe una falta de conciencia sobre la importancia de luchar contra la corrupción en todas las esferas de la sociedad no solo en la música. Sencillamente muchos músicos ni siquiera conocen el problema y no les importa.
Dependencia económica: Para algunos músicos, participar en festivales como Rock al Parque puede representar una fuente importante de ingresos y una oportunidad para darse a conocer. En este sentido, pueden estar dispuestos a aceptar ciertas condiciones, incluso si no están de acuerdo con ellas.
Miedo a represalias: Algunas personas pueden tener temor a denunciar las faltas de corrupción por temor a represalias, tanto en términos de su carrera musical como en su seguridad personal ya hemos visto casos y hemos vivido en carne propia la calumnia, la grosería, el veto y el desprestigio a todo nuestro trabajo con Subterránica por parte de los corruptos a quienes denunciamos y de los músicos que son sus aliados.
Falta de opciones alternativas: En algunos casos, los músicos y el público pueden sentir que no tienen opciones alternativas a aceptar las cosas como están siendo, y por lo tanto, pueden estar dispuestos a aceptar lo que venga. ¿Cuándo han visto ustedes en la historia del rock punketos contratistas del gobierno? Bueno, bienvenidos a Colombia.
Es importante decir que al menos de manera personal, no creo que pueda existir algo llamado rock colombiano o rock latino aparte de catalogarlo por el lugar en donde se realiza, ya que algunas veces las fusiones y otras acciones lo convierten en algo que ya no es rock. Es cierto que el rock es un género musical que ha evolucionado y ha experimentado con otros estilos y géneros musicales a lo largo de su historia. Además, la música es un arte que se nutre de diferentes influencias y estilos para crear algo nuevo y original. Es por eso que es común encontrar fusiones y mezclas de géneros en muchos festivales de rock y eventos del género.
Pero es importante tener en cuenta que, a pesar de las fusiones y mezclas, el rock sigue siendo un género musical con características específicas y reconocibles, como el uso de guitarras eléctricas, batería y bajo, letras con temáticas sociales y/o políticas, entre otros elementos.
En cuanto a la existencia del rock colombiano o latino, los países y regiones tienen sus propias escenas y estilos musicales, influenciados por su contexto cultural, social y político. En este sentido, es posible hablar de una escena de rock colombiana o latina, que tenga características propias y diferenciadoras, pero es en este contexto que se puede hablar de geografía, una de las causas del fracaso del rock colombiano es que sencillamente NO SUENA A ROCK para los oídos de quienes viven afuera, ustedes no pueden pretender que un Inglés considere rock la música de Carlos Vives solo porque él la llama así, bueno, a menos que ese inglés se llame “Richard Blair” que es un agente que también contribuyó fuertemente junto a otros a la desconfiguración y transformación del rock colombiano en una “papayera eléctrica” con identidad tropical más que otra cosa.
¿Entonces… existe el rock en Colombia? Claro que sí, el país posee una escena enorme y vibrante con más de cuatro mil bandas activas, el Metal actual es una de las escenas más fuertes y por fin después de tantos años estamos siendo testigo de que una banda como Masacre comience a recoger los frutos de tantos años de carrera. Y a pesar de que nunca tuvimos bandas con presencia en los escenarios del mundo por petición de los públicos, no es tarde para construir una escena fuerte y que pise duro dentro del género y la competencia internacional, porque quieran o no, el rock como cualquier otra profesión es una competencia y así esté enmarcado dentro de las artes, su vida y su contemplación, para que sea rentable y los músicos podamos comer de nuestra música, necesitamos los concursos, los premios, las disqueras, los festivales, los medios y todo lo que rodea a la industria de la música, si no, es mejor sentarse a tocar en la sala de la casa sin tanto gasto y esfuerzo.
Lo cierto es que el rock no está muerto como algunos piensan o perciben. Aunque es cierto que ha disminuido en popularidad en comparación con otros géneros musicales como el hip hop, el reguetón o el pop, el rock sigue siendo uno de los géneros más importantes en la historia de la música y cuenta con una base de fanáticos muy leales en todo el mundo. Además, muchas bandas de rock continúan produciendo nueva música y realizando giras exitosas, lo que demuestra que el género sigue vivo y activo.
No quiero cerrar este escrito sin enviar un mensaje a los músicos que hacen rock en Colombia, porque sí los hay, muchas bandas están produciendo excelente música y se mantienen firmes en el género y en la lucha por mantenerlo vivo, el panorama no debe ser desalentador, esa precisamente es la razón de ser de Subterránica y todo este proyecto, si botáramos la toalla cada vez que alguien nos insulta, nos rechaza o nos pide que sonemos como Joe Arroyo, no llevaríamos 20 años creando espacios. A pesar de todos los problemas y de las personas que lo destruyen, podemos construir una escena fuerte, independiente y sostenible, que, si el gobierno quiere apoyar, bienvenido sea pero con las condiciones de los músicos y no de ellos, tenemos es que reorganizarnos y dejar atrás un poco el “yo” y pensar más en el “nosotros”.
@felipeszarruk, doctorando en periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, Magister en Estudios Artísticos, músico, comunicador social, director de Subterránica.
Foto de Pexels.
Colombia
La iglesia que viola niños quiere seguir censurando conciertos de Rock

Por Subterránica
En este mundo de hipócritas que ondea falsamente la bandera de la libertad de expresión, la secularidad de los Estados y la autonomía del arte, todavía hay espacios donde las voces más rancias y criminales del pasado insisten en dictar la agenda cultural. Hoy, nos enfrentamos a una de esas ironías brutales y grotescas que solo puede producir la historia: la Iglesia Católica —con una trayectoria documentada de abusos sexuales, encubrimientos sistemáticos y crímenes contra menores— exige, desde su pedestal de falsa moralidad, la cancelación de artistas como Marilyn Manson en San Luis Potosí, México, o la banda de black metal Marduk en Colombia y otros países.
Según ellos, son “satánicos”, “incitan al mal” y “corrompen la juventud”. Como si lo anterior no fuera exactamente lo que hicieron cientos de sus propios sacerdotes durante décadas. Como si no hubiera condenas penales firmes por parte del sistema judicial en Colombia, México y otros países contra miembros de su institución por delitos gravísimos.
La realidad documentada de la Iglesia Católica es un prontuario criminal impresionante… condenas reales, no canciones.
Hablemos con datos, porque parece que muchos tienen la memoria corta y la hipocresía larga.
En Colombia, según el trabajo de investigación de los periodistas Juan Pablo Barrientos y Miguel Ángel Estupiñán (autores de El archivo secreto), se han documentado más de 600 sacerdotes acusados de abuso sexual, de los cuales al menos 51 han sido condenados judicialmente por delitos como violación, acceso carnal violento y actos sexuales con menores. Entre ellos están nombres como:
William de Jesús Mazo Pérez, condenado a 33 años de prisión. https://www.elespectador.com/judicial/en-firme-condena-contra-sacerdote-por-pederastia-article-603103/
Luis Enrique Duque Valencia, sentenciado a más de 18 años por abuso a niños de 7 y 9 años. https://www.elcolombiano.com/colombia/por-pederastia-iglesia-debera-pagar-1-300-millones-BL2850407
Fabio Isaza Isaza, 5 años y 4 meses por abuso sexual de un menor incapacitado. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12743283
En San Luis Potosí (México), donde ahora la iglesia local pide cancelar la presentación de Marilyn Manson, el sacerdote Noé Trujillo fue condenado por estupro a un menor. Y Eduardo Córdova Bautista, antiguo representante legal de la arquidiócesis, tiene más de 100 denuncias por abuso sexual de menores. Está prófugo de la justicia.

Entonces, ¿en serio tenemos que soportar que esta institución —cuya historia en muchos países latinoamericanos está manchada de impunidad, dolor y abusos comprobados— se atreva a censurar a artistas que jamás han cometido delitos equivalentes? ¿Qué clase de estupidez es esta? Y no dejemos atrás a los políticos que los respaldan, es su mayoría ignorantes sin estudios, adoctrinados y pertenecientes a los partidos más radicales, violentos y asesinos.
Para el dolor de los santos, Marilyn Manson, con toda su teatralidad y controversia, ha tenido apenas una condena menor por una falta administrativa (sonarse la nariz sobre una camarógrafa). No ha sido condenado por ningún delito sexual ni violento. Las demás acusaciones han sido desestimadas o resueltas civilmente y dejemos en que sonarse sobre una camarógrafa es algo mínimo comparado con lo que los periodistas sufrimos en esta cagadero de país, como cuando el Estado atacó de frente a Subterránica desde sus redes sociales, se robo medio presupuesto de los festivales, sacaron burlas en un portal de noticias falsas que eran sus contratistas y ¿Qué pasó? Nada… porque Colombia, México y otras fincas latinoamericanas están diseñadas para que los torcidos sean sus dueños y la falsa moral su biblia.
Marduk que ya fue censurado por las acciones de un personaje nefasto , no registra condenas penales ni antecedentes judiciales por ninguna parte. Pero en Colombia han sido vetados y cancelados por presiones morales, muchas veces sin ninguna base legal, solo por su estética y lírica anticristiana.
Entonces, ¿quiénes son los verdaderos criminales? ¿El músico que crea desde la provocación simbólica o la institución que ha protegido violadores en sus filas por décadas?
Señores, lo que pasa es que el homínido promedio no ha entendido que la libertad de expresión no es negociable, se supone que vivimos en Estados laicos, donde la Iglesia no debería tener poder político, ni control sobre lo que una sociedad libre escucha, ve o dice. Sin embargo, la censura clerical continúa activa en muchos niveles, disfrazada de moral, pero actuando como un mecanismo de represión ideológica.
La cancelación de conciertos de metal extremo no es un debate sobre cultura. Es un síntoma de algo mucho más grave: el intento constante de los sectores más oscuros de controlar el discurso público, de silenciar lo incómodo, de imponer una única visión del mundo basada en dogmas… y de tapar sus propios crímenes con una sotana manchada de sangre y que cansancio de verdad tener que vivir en estos países en donde cada día vemos asesinatos a sangre fría, cuerpos en las calles, injusticias, etc y que declaren el rock como enemigo público, pobres pendejos. Solo recuerdo cuando a Subterránica lo sacaron de SOFA porque unos vecinos de Corferias decidieron que era inmoral… “Apaguen el Rock” fue la frase y los cobardes de los organizadores en lugar de luchar se callaron, se escondieron en su oficina y guardaron silencio, como todo en estos países. Si al perro le van a quitar el hueso el perro se agacha.
Casos como el de Marduk ha son blanco de campañas de censura por parte de grupos religiosos que sin ninguna prueba judicial ni delitos cometidos por los integrantes, han logrado bloquear conciertos en ciudades como Bogotá y Medellín. Las justificaciones son siempre las mismas: “atentan contra la moral”, “promueven el satanismo”, “son una amenaza para los jóvenes”. Los medios, timoratos y muchas veces aliados de las élites clericales, replican el discurso sin contrastarlo. Y los gobiernos locales, más preocupados por el escándalo que por la libertad, ceden ante las presiones y cancelan eventos legítimos.

En 2018, por ejemplo, el concierto en Bogotá fue cancelado por presión de organizaciones cristianas. No hubo ningún análisis jurídico, ni se consultó a la comunidad cultural. Simplemente se obedeció al dogma. Más grave aún, lo mismo ha ocurrido con otras bandas como Watain en Ciudad de México o Mayhem en varios países de América Latina ¿La evidencia de delito? Ninguna. Pero cuando la Iglesia levanta el dedo, los gobiernos se bajan los pantalones.
Es aquí donde la hipocresía alcanza su punto más nauseabundo. Mientras los curas pederastas siguen oficiando misas o se esconden en casas de retiro bajo protección institucional, mientras las víctimas siguen esperando justicia que nunca llega, mientras los archivos se mantienen cerrados y el Vaticano guarda silencio, son los músicos —los artistas— los que son vetados públicamente. No por dañar a nadie, sino por expresar ideas incómodas, por criticar a la religión, por utilizar símbolos que alteran la sensibilidad de los herederos del poder inquisitorial. Es decir, por ejercer su libertad de creación lo vimos hace poco con Behemoth en Polonia en donde casi son apresados por “insultar” una figura religiosa.
La censura clerical no solo es una amenaza a la libertad de expresión. Es una forma brutal de reescribir la historia, de manipular al público, de distraer a la sociedad con espectáculos morales mientras se ocultan los crímenes reales. Cancelar un concierto de Marilyn Manson no salva a ningún niño, no impide ningún abuso, no mejora ninguna vida. Solo perpetúa el control de una institución que ha demostrado no merecer autoridad moral.
Y sí, este es un país laico. Al menos en el papel. Porque en la práctica, seguimos viendo cómo obispos, sacerdotes y feligreses organizan cruzadas contra lo que no entienden o no quieren aceptar. Pero no los vemos organizando cruzadas contra los abusadores de su propia casa. No los vemos pidiendo perdón por los crímenes del clero. No los vemos renunciar a sus privilegios fiscales ni entregar a la justicia a sus violadores.
La ironía es insoportable. Los mismos que predican amor, tolerancia y piedad, son los que linchan mediáticamente a artistas cuya única “falta” ha sido hacer música que no se arrodilla. Los mismos que protegieron a Córdova Bautista en San Luis Potosí, a Mazo y Duque en Colombia, a decenas de sacerdotes acusados y condenados, son los que hoy se escandalizan por una puesta en escena teatral, por un maquillaje, por una metáfora.
Tal vez lo que más le tienen miedo es que el arte hable en voz alta, porque el arte, cuando no es domesticado como la mayoría del rock colombiano que ya es un perro sometido al estado, recuerda cosas que quieren que olvidemos. Recuerda que la iglesia no es sinónimo de moral, que el dogma no es ley y que el verdadero peligro no está en un escenario oscuro, sino en las sotanas que se pasean impunes por los altares.
¿Quieren censura? Aquí tienen memoria. ¿Quieren callarnos? Aquí tienen sus gritos con la verdad, la iglesia católica tiene más criminales que muchas mafias. Seguiremos escribiendo, tocando, cantando porque la libertad no se negocia con quienes protegieron violadores y ahora se visten de santos.
En Colombia, el artículo 19 de la Constitución Política garantiza expresamente la libertad de cultos, pero también la libertad de conciencia, de expresión y de creación. El artículo 20 establece que “se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios de comunicación masiva. Son libres la expresión artística, cultural y científica.” Y si eso no basta, el artículo 1 declara al país como un Estado social de derecho, democrático y pluralista, no confesional. Cualquier autoridad civil que cancele un evento artístico solo porque molesta a un grupo religioso está violando directamente la Constitución.
Y aún más claro es el precedente establecido por la Sentencia T-391 de 2007 de la Corte Constitucional, donde se afirmó que la libertad de expresión incluye manifestaciones que puedan ser impopulares, provocadoras, polémicas o contrarias a la moral tradicional. La Corte ha sido enfática en que el arte no debe someterse a criterios religiosos o morales arbitrarios, y que “la protección de la libertad de expresión es más fuerte precisamente cuando lo expresado no gusta o incomoda”.
En México, la situación es igual de clara. El artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos protege la libertad de expresión, y el artículo 7º garantiza la libertad de difusión sin censura previa. Además, el artículo 130 declara de forma explícita la separación del Estado y las iglesias, y prohíbe que las asociaciones religiosas interfieran en asuntos políticos o civiles. Es decir: la Iglesia Católica no tiene ningún derecho legal a incidir en decisiones gubernamentales sobre espectáculos públicos.
Pero lo hace. Lo hace a través de presión social, de discursos incendiarios, de manipulación mediática. Y cuando los funcionarios públicos ceden ante esas presiones —como ha ocurrido con las cancelaciones de conciertos de Marduk, Manson, Watain y otros—, están violando la ley, incurriendo en actos de discriminación ideológica, y en algunos casos, cometiendo abuso de autoridad.
No se trata solo de una batalla cultural. Esto ya es una batalla jurídica. Porque si el Estado laico permite que la moral religiosa imponga sus dogmas sobre la programación artística, entonces deja de ser laico. Si el Estado cede ante el chantaje clerical, entonces ya no es un Estado de derecho, sino un Estado confesional por la puerta de atrás. Y eso, en México, en Colombia, y en cualquier democracia moderna, es inaceptable.
Censurar conciertos por “ofender la religión” es como prohibir libros por hacer pensar. Es como quemar discos por sonar distinto. Es un acto de ignorancia institucionalizada. Pero también es una violación a los derechos humanos, a las normas internacionales de libertad artística, y a los principios más básicos del pluralismo. Por eso no es solo estúpido. Es ilegal.

Quizá lo más doloroso de todo esto no es que la Iglesia intente censurar, sino que lo logre. Que en pleno siglo XXI, con todas las herramientas legales, democráticas y tecnológicas disponibles, todavía tengamos que ver cómo se apagan conciertos, se silencian artistas y se castiga la disidencia creativa por culpa de instituciones que deberían estar rindiendo cuentas, no dando sermones.
La escena del rock, del metal, del arte independiente en México y Colombia lleva años desangrándose. No solo por la corrupción de las entidades culturales, que siguen entregando presupuestos públicos a las mismas redes clientelistas, a los mismos eventos tibios y domesticados, sino por la ignorancia de sectores que nunca entendieron que el arte no existe para adorar al poder, sino para cuestionarlo. Por eso les duele. Por eso lo persiguen. Porque el rock aún representa una amenaza, aunque lo hayan intentado desactivar desde dentro.
Pero si hay algo que deberíamos estar cuestionando, si hay algo que verdaderamente merece censura —una censura social, ética y política— es la historia criminal de una institución que ha quemado mujeres en hogueras por pensar diferente, que ha saqueado civilizaciones enteras en nombre de su dios, que ha condenado libros, perseguido científicos, impuesto dictaduras morales y callado generaciones de voces.
¿Vamos a seguir permitiendo que esa misma institución decida qué podemos oír, qué podemos ver, a quién podemos aplaudir? ¿Vamos a permitir que los que torturaron a Galileo, colonizaron América, asesinaron a miles en las cruzadas y la inquisición, manipularon la verdad, quemaron brujas y libros, escondieron pederastas y callaron víctimas vengan ahora a darnos clases de moral y a cancelar festivales de metal?
Si algo necesita una revisión profunda y una sanción real, no son los artistas, no son los músicos, no son los conciertos. Es esa Iglesia que durante siglos ha sido juez y verdugo, y que ahora pretende jugar a la víctima para seguir dictando normas en sociedades que se pretenden libres. Tal vez, después de todo, el verdadero peligro para la juventud no son las letras oscuras ni las guitarras distorsionadas, sino las sotanas que aún pretenden controlar el pensamiento.
Y eso sí debería darnos miedo…
Colombia
The End es el nuevo Monster del Rock Subterránica y Brain Voltage obtiene la mención de honor.

El Monster del Rock Subterránica no es una batalla de bandas normal, después de XV ediciones se h a convertido en una guerra sonora, un campo de batalla donde solo sobrevive lo que más fuego en el alma proyecta, no se trata solo de competir sanamente para crecer entre todos sino de formar comunidad, conexiones, networking y avances en torno a la escena del país. Llegar a su final es una hazaña y ganarlo es un manifiesto de amor al Rock y a los grandes talentos que tenemos.
La XV edición lo dejó claro… el nivel está por encima de cualquier estándar local y se sostiene por una curaduría brutal, sin concesiones. Este año la banda bogotana The End se llevó el título mayor. Brain Voltage, por su parte, alcanzó la mención de honor en una definición tan cerrada que necesitó de un solo voto del público para inclinar la balanza, uno solo… Nunca antes, en las quince ediciones del certamen, había ocurrido algo así.
Desde Medellín bajó Deo Volente como una máquina bien aceitada. Desde Bogotá, las capitalinas Spectral, Keboth, Damballah, The End y Brain Voltage conformaron una alineación que podría reventar cualquier festival fácilmente, cada una en su estilo, dejó claro que la escena está viva y es peligrosa. Pero antes de que los monstruos se soltaran en la arena,la banda juvenil Atomic Heart abrió la noche con un showcase cargado de energía y convicción. Ellos no estaban compitiendo, pero sí dejando un mensaje claro, el de que viene una nueva generación con hambre y lo que es aún mejor, con criterio.
Durante la pandemia, se vendieron más guitarras eléctricas que en cualquier otro momento de la historia, el encierro empujó a miles de jóvenes a volver al instrumento como un refugio y una forma de decir “esto es mío”, así que no es coincidencia que surjan bandas como Atomic Heart, el mundo está regresando poco a poco al rock y no es por nostalgia… es evolución, vienen años increíbles.
El Monster no regala nada, las bandas pasan por tres etapas, escucha y selección, batallas clasificatorias, y una final en donde ya no hay margen para errores. No hay límites de género lo que obliga a cada agrupación a sostenerse por su propuesta artística, no por la etiqueta. The End lo entendió desde el inicio, lograron leer el concurso como se lee un buen disco, en capas. Su mezcla de metal y hard rock no busca complacer pero termina conquistando, tienen puesta en escena impactante, tienen concepto, tienen músculo, no es una banda de garaje con suerte, es una agrupación lista y eso es justo lo que Subterránica busca con este evento… encontrar a esa banda que ya está preparada para el siguiente nivel.
El premio lo confirma, The End se lleva a casa la grabación de un EP en Symmetry Records, una invitación al Festival Gas Pimienta en Panamá, asesorías especializadas, book fotográfico y un arsenal de herramientas para avanzar, porque de eso se trata el Monster del Rock, de avanzar.
Pero si alguien puso en jaque el trono, fue Brain Voltage, técnicamente sólidos, compositivamente finos y con un sonido que rompe el molde, la banda más innovadora y fresca del certamen. Fueron tres votos del jurado para ellos, tres para The End y el voto del público decidió todo. No es poca cosa. Ganaron horas de estudio en Guitar Labs –el paraíso para cualquier amante de las seis cuerdas– y se presentarán en La Media Torta durante la Celebración del Rock Colombiano. Bandas así no aparecen todos los días.
El jurado, conformado por nombres de peso en la escena como Rafa Bonilla, Aida Hodson, Juan Burbano, Juan Sebastián Rojas, Miguel Chinchilla, Néstor Rojas y Sindy Rodríguez, dejó en evidencia un criterio afinado, sin fisuras ni favoritismos. Algo raro en eventos en donde usualmente las polémicas ahogan los logros, se rompe con las ternas clásicas de Colombia y esa heterogeneidad del panel es clave para sostener la integridad del resultado.
Lo que se vivió en esta final es más que un concurso, es nuestra declaración y afirmación de que el rock sigue produciendo artistas que crean música original, que no viven del cover ni de la fórmula fácil como muchos han estado buscando sino que en el país hay miles de bandas que ensayan, que invierten, que arriesgan y en esta época de playlists recicladas y consumo exprés, ser una banda de rock con propuestas propias es un acto quijotesco, pero es ahí donde radica el valor de Subterránica, nuestro sueño y pasión… seguir dándole espacio a quienes aún creen que la música tiene algo que decir más allá del algoritmo.
A quienes estuvieron presentes, gracias por ser parte. A quienes aún no descubren a sus propias bandas locales, esta es la invitación, no esperen que se las validen desde fuera para ponerles la bandera y apoyarlas, lo hemos visto durante años. Dense el permiso de explorar, de encontrarlas, de seguirlas, porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Las bandas de música original son una joya y todo amante del rock y la buena música disfruta descubriendo nuevos sonidos, fueron más de 50 bandas que tuvimos el placer de escuchar en esta aventura.

Gracias a las bandas que hicieron parte de esta edición del Monster del Rock Subterránica, porque son ustedes quienes sostienen este evento con su arte, su dedicación y su fe en la música original. A las que viajaron desde fuera de Bogotá, nuestro respeto por ese esfuerzo enorme que representa mover una banda independiente en estas condiciones. Al público que asistió, gritó, votó y respaldó cada presentación, su presencia es vital para que Subterránica pueda seguir siendo un proyecto completamente independiente y fiel a sus principios. A los jurados que participaron en cada una de las fases del concurso, gracias por su tiempo, oído y criterio. Al equipo de Subterránica, que trabaja con una entrega feroz detrás de cada edición. A Bbar, por seguir siendo una trinchera para el rock independiente, y a nuestros patrocinadores por creer en esto cuando casi nadie lo hace. Este monstruo ha caminado gracias a todos ustedes.
La historia continúa y nuestra próxima parada es la gran final mundial de Wacken Metal Battle en Alemania, donde la banda venezolana Vhill representará a toda la región norte de suramérica. Allá nos veremos.
Esperen pronto la galería de la gran final por Oscar Garzón.
@subterránica
Colombia
Con apoyo, Medellín construye memoria en el rock; en Bogotá resistimos solos

En Subterránica siempre nos ponemos felices cuando se abre un espacio nuevo para el rock colombiano y eso nos sucede con el reciente anuncio de MURO: Museo del Rock Medellín que abrió su primera exposición. Pero esto nos hace pensar muchas cosas respecto a nuestra ciudad, la capital… la cual debería ser un foco de cultura y apoyo porque al menos eso es lo que predican con bombos y platillos pero en la práctica la cosa es diferente.
Bogotá es, tristemente, un espejo de lo que ocurre cuando la cultura se convierte en burocracia. No hablamos del clima, del tráfico ni de la inseguridad. Hablamos de su ecosistema cultural: una estructura que parece diseñada para premiar la mediocridad, rotar contratistas, favorecer intereses personales y condenar al olvido los esfuerzos genuinos por preservar la memoria musical de este país.
Mientras Medellín inaugura con orgullo sumuseo del rock respaldado por sus instituciones, nosotros —El Museo del Rock Colombiano— seguimos creciendo desde la independencia, sin haber recibido jamás un peso de Idartes, la Secretaría de Cultura ni ninguna entidad estatal de Bogotá. Y eso no nos avergüenza: nos enorgullece, pero nos hace cuestionarnos ¿por qué Bogotá quiere seguir siendo un nicho corrupto y un lugar en donde si el proyecto no es de minorías, de indígenas, de papagayos o agropecuario entonces no les sirve?.
Construir el Museo del Rock Colombiano lo hemos logrado sin favores, sin jurados amigos, sin atajos. Solo con compromiso real, con músicos auténticos, y con más de dos décadas de trabajo constante y apasionado. Desde 1996 hemos construido un archivo de más de 6.000 discos, memorabilia, prensa, libros, instrumentos, fotografías y documentos inéditos. Con esfuerzo. Con amor. Y lo hicimos bien.
Hoy somos un museo vivo, certificado, constituido y con certificado SIMCO, con un espacio físico en evolución constante, dedicado a contar la historia del rock colombiano con rigor y sin filtros. Algo que, lamentablemente, ninguna entidad oficial ha hecho, ni parece interesada en hacer.
¿Y qué ha hecho Bogotá mientras tanto?
Premiar los mismos nombres de siempre.
Girar en círculos con procesos viciados.
Repetir curadores y gestores amarrados al mismo modelo de siempre.
El resultado está a la vista: un sistema estancado, sin impacto, sin memoria, sin legado. Y no es una opinión, basta con revisar año tras año las convocatorias, los ganadores, los jurados y los historiales contractuales. Es un modelo agotado, una red de intereses que ha dejado fuera a quienes trabajan desde lo profundo por el arte y la historia.
En contraste, Medellín entendió algo esencial:
La cultura no se administra como una nómina. Se cultiva como un acto de memoria y compromiso.
El MURO (Museo del Rock en Medellín), iniciativa de Carlos Acosta y un grupo de verdaderos melómanos y gestores, es un ejemplo claro de lo que puede lograrse cuando las instituciones apoyan con coherencia y visión. Un espacio público, gratuito, curado con respeto y pasión. No con hojas de cálculo, sino con alma.
Sí, no hace pensar mucho, no porque queramos un reconocimiento superficial, sino porque nuestro trabajo tiene profundidad y aún así las instituciones que deberían apoyar han decidido ignorarnos y atacarnos, incluso desde las mismas instituciones y sus canales ¿por qué? ¿envidia? ¿incapacidad? ¿Negligencia? O sencillamente porque no somos parte de la corrupción. Porque aquí, si no haces parte de ciertos círculos, simplemente no existes.
Pero existimos.
Y estamos más fuertes que nunca.
Por eso, hoy lo decimos con claridad:
En 2026, los Premios Subterránica se entregarán en Medellín.
No solo como reconocimiento a una ciudad que escucha, sino como un acto político. Una decisión que denuncia el abandono cultural de Bogotá. Y también, una afirmación de que se puede resistir. Se puede crear sin deberle favores a nadie.
Subterránica y el Museo del Rock Colombiano no son vitrinas de ego ni plataformas para complacer agendas institucionales. Son espacios de historia, de resistencia, de autenticidad.
Y si eso incomoda, que así sea.
Nosotros seguiremos escribiendo la historia.
Con trabajo. Con verdad. Y con música real.
Bogotá perdió el rock.
No por desinterés ciudadano, sino por decisiones institucionales.
Pero eso no nos detiene.
Si ese templo no está en Bogotá, no importa.
Estará donde haya escucha, respeto y verdadera cultura.
Pueden visitar la primera exposición de MURO sobre carátulas del rock de la región en La Casa de La Música en Medellín con entrada gratuita.
Y pueden visitar la expo del Museo del Rock Colombiano en la Cr 7 # 45 – 72 en Bogotá, así como el canal de TikTok @museodelrockcolombiano para los minidocumentales y nuestra web www.museodelrockcolombiano.com
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