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Recordando los noventa en Bogotá, a los Rolling Ruanas o a Chob Quib Town los hubieran linchado.

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Atentos: No tengo nada en contra de Los Rolling Ruanas, Chob Quib Town o alguna otra banda. El nombre del título es aleatorio, hubiera podido utilizar a cualquier banda que no pertenezca al rock para hacerlo. De hecho, los Rolling Ruanas me parecen una excelente agrupación y su propuesta bastante consistente y divertida. La foto de portada es de la banda Aterciopelados en los noventa, antes de convertirse en una banda de música más tropical. Sabiendo esto podemos continuar.

Tal vez porque el colombiano es corto de mente se olvida fácil de su historia, o no, tal vez porque en Colombia es mejor olvidar, la historia del país ha sido tan violenta y tan absurda que es mejor mirar hacia otro lado… bombas explotando los centros comerciales, tres mil muertos cuyos pedazos estaban esparcidos por casi toda la ciudad después de un una dinamitada, tocaba salir del cine corriendo cuando colocaban la bolsa de basura al lado de uno porque tal vez esa bolsa se convertía en una sala llena de muertos, así fue mi niñez y mi juventud, casi como hoy, en donde toca ir a un restaurante con chaleco antibalas, en donde toca salir armado a la tienda, pero en esa época no había internet, entonces las noticias corrían solo por la televisión y los periódicos al otro día. No sé, había una sensación de que a pesar de que el infierno sucedía en la misma ciudad, uno no estaba al alcance.

Hmmm, lo mismo con el Rock, Bogotá era absolutamente rockera, escuchar vallenatos y ser tropicaloide era muy mal visto por muchísima gente, no pegaba, en aquellos días se decía que “era una ceba”, ¡que ceba! Se le decía a lo rancio, a lo feo. Rumbeábamos en uno de los cien bares de rock que existan: vértigo Campoelias, La Flor-isteria, Rotten Ratts, Rocket, Heaven, Púrpura, etc. Para los más gomelines estaban los del norte, Jeremías, La Galería del Diseño entre muchos más. Yo tuve uno llamado d´Club, quedaba a una cuadra de Stage y de Horus en la 140 en Cedritos. Bogotá era rockera y sabía qué era el rock, aunque no el rock de verdad, pero al menos se alineaba con el comercial y el movimiento del rock en español.

Hubo momentos duros para bandas de otros géneros que trataron de meter en conciertos, por ejemplo, recuerdo el segundo concierto de conciertos, ahí ya se notaba que Bogotá no era de rock sino más de Pop cuando R.E.O Speedwagon tocó para un estadio vacío a las 4AM después de que Soda estéreo reventara el lugar, todo el mundo se fue, sucedió lo mismo con Santana, muchos se fueron después de Soda en el Campín, solo quedaron mayores y melómanos fumando bareta.

Zapato 3, una super banda venezolana casi fue linchada en Rock al Parque porque no era lo suficientemente “rockera para el lugar”, lo mismo le pasó a La Mosca Tse Tse, les tocó bajarse, sacando el dedo medio, insultando al público, porque Bogotá era Rockera. Por que Radioctiva era rockera, porque 88.9 era rockera, porque los teníamos MTV que era rockero y Headbangers Ball los miércoles en la noche, aun no existían los Chukis que vendían la cumbia como rock y al gobierno le valía guevo como tenía que ser el rock, no lo insultaban a uno desde los medios oficiales por ser contracultura y rebelde como lo hacen los mierdas de hoy en día.

Pero ya no, el lavado de cerebro les funcionó, Carlos Vives caló en la gente y se creyeron que ese man era el rock de mi pueblo, pero no. Cantaba covers de Charly García por todas partes hasta que tuvo la suerte de protagonizar la novela de Escalona, ese man jamás, nunca en la vida fue folclorista. Después vino Richard Blair con ese discurso de que no podíamos los aborígenes competir con AC/DC o Metallica, que teníamos que ser nosotros y entonces las bandas como Bloque de Búsqueda o Sidestepper fueron coronadas como los “rockeros tropicales” y coincidió con el asesinato del rock en el mundo por parte de la industria. En Colombia al rock lo mató la mafia, porque la mafia está compuesta por gente ordinaria a la que le daba miedo y asco los mechudos. La mafia fue la culpable de que el vallenato se popularizara en Colombia, porque en la bonanza marimbera los traquetos llegaban en sus jeeps último modelo escuchando vallenato y la misma mafia fue la que sacó a bala de Cali a David Gilmour y Roger Daltrey, es que es duro hablar de algo si no se ha vivido, por eso ahora los niños con hocico enorme despotrica y hablan popó de casi todo. Y la mafia también se tomó Sayco, esa mafia costeña puerca y la mafia también se tomó Rock al Parque, esa que ustedes ya saben quiénes son pero que nadie castiga porque la DNDA, la contraloría y todos esos cerdos están alineados para recibir dineros de ellos. Entonces vendieron ese discurso de “las nuevas músicas colombianas” que todos se tragaron enterito y ahí nos zamparon la tropidelia como comidilla diaria.

Y está bien, esa tropidelia es un producto nacional, como la insípida arepa paisa que no sabe a nada, pero está en todas partes, como la Changua de Bogotá o el Cuy de Pasto, esa música agropecuaria y tropical está bien ¿Pero por qué matar al rock nacional para cambiarla por esos platos típicos? ¿A quién le conviene esto? ¿A quién le conviene por ejemplo que Rock al Parque tenga patrocinadores privados? Aaaah, ahí ya van viendo el panorama, entre menos gasto más puedo robar. ¿Verdad? Usen ese cerebro que mi Dios les dio un poquito más, esfuércenlo y verán que encuentran las respuestas. ¿Por qué una política cultural necesita de Red Bull? Ah

Hubo una época en que a los Rolling Ruanas los hubieran linchado, los hubieran bajado a botella de esa tarima, porque las tarimas eran sagradas, porque ahí sonaba lo que nuestra rebeldía necesitaba, el rock era de respeto, la gente en la calle se cambiaba de acera.
Ahora es una música ahí… inofensiva, de colores pastel, rosadita, con pianitos al fondo, para bailar tranquilos. ¡¡¡Lo lograron!!! Tenemos punketos de estado, que cantan todavía disfrazados de anarquistas, pero cobrando el cheque de la alcaldía. Todo se fue a la mierda, da vergüenza.

Pero gracias al cielo o al infierno, los niños se han dado cuenta de que existen las guitarras con distorsión y toda una nueva generación está tocando, niños de 8 y 9 años, descubriendo a Guns and Roses, a Helmet, a Carcass, miren TikTok, el rock está de vuelta y en cinco años será de nuevo un trueno. Así como en la política en donde ser de derecha ahora es la nueva rebeldía, el rock está retomando su lugar dos generaciones después y eso es bueno.

Siempre fue la música que emputó a nuestros padres y hoy los padres somos nosotros y nos emputa el reguetón que es el de los hijos. Así que los nietos son los que van a volver a bajar a botella de los escenarios todo lo que no sepa a rebeldía y así esas mafias puercas tendrán que enseñarles a sus hijos a ser lo que ellos nunca pudieron: honestos.

Salud!!!
@felipeszarruk

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Crónica de la segunda batalla del Monster del Rock 2025: Rock, viajes profundos y nostalgia.

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Bogotá, Colombia – 30 de mayo de 2025

La segunda batalla del Monster del Rock Subterránica 2025 celebrada en Bbar fue una noche donde la diversidad sonora y la pasión por el rock convergieron en un espectáculo inolvidable. Cuatro bandas bogotanas, cada una con su identidad y propuesta única, ofrecieron presentaciones que desafiaron las expectativas y reafirmaron la vitalidad de la escena independiente colombiana.

Brain Voltaje: Un viaje sensorial intrincado

La velada comenzó con Brain Voltaje, una banda que se distingue por su complejidad musical y atmósferas meticulosamente elaboradas. Su presentación fue una travesía sonora que transitó por diversos estilos dentro del rock, incluyendo elementos experimentales y voces que evocaban el post-punk. La particularidad de tener al baterista como vocalista principal añadió una capa adicional de interés demostrando una cohesión y sincronía excepcionales entre los miembros. Aunque algunos cambios abruptos en su setlist interrumpieron momentáneamente la inmersión del público, la banda logró capturar la atención y el aplauso de todos los presentes, consolidándose como una propuesta diferente y cautivadora de esas que poco se ven hoy en día, es una inmersión en un universo creado por tres personajes que se salen de lo común, una banda a la que se le nota el trabajo y su concepto elaborado.

Multivac: La Alegría del Rock Sincero

A continuación, Multivac subió al escenario con una energía contagiosa y una propuesta que celebraba la diversión y la honestidad en el rock. Su música, caracterizada por acordes y melodías sencillas pero efectivas, resonó con el público, que respondió con entusiasmo y participación activa. La interacción constante con la audiencia y la claridad de sus mensajes líricos demostraron que el rock puede ser accesible y profundo al mismo tiempo. Su actuación les valió el reconocimiento del público, obteniendo el voto popular de la noche, fueron los ganadores del voto del público. Esto demuestra que tal vez la gente no siempre prefiere el dramatismo y la complejidad sino que a veces se necesita una banda como Multivac para poder olvidarse un poco de la realidad y pasar un buen rato, para eso es la música tambien

Grave Compañía: Minimalismo con Profundidad

El tercer turno fue para Grave Compañía, una banda que sorprendió con una propuesta minimalista pero poderosa. Conformada únicamente por batería y bajo, la agrupación logró crear un sonido rico y envolvente, gracias al uso innovador de efectos como el octavador. La presencia escénica del vocalista Alejandro, quien compartía reflexiones sobre cada canción sin caer en discursos adoctrinantes, añadió una dimensión emocional y reflexiva a la presentación. Su evolución desde el año anterior fue notable y su capacidad para conectar con el público y las demás bandas les otorgó el voto de sus colegas músicos que no es un voto cualquiera. Grave compañía tiene la capacidad de impresionar y al mismo tiempo convertir la sala en un pulpito desde donde se mezclan la buena música con una invitación a pensar. Algo increíble es la transformación de los dos integrantes en el escenario en donde mutan hacía dos personajes desatados como si los instrumentos extendieran su personalidad.

Keboth: El Renacer del Hard Rock

Cerrando la noche, Keboth ofreció una dosis revitalizante de hard rock y heavy metal, evocando la esencia de los años 80 con un sonido fresco y contemporáneo. La banda, compuesta por músicos con trayectorias destacadas, demostró un dominio escénico impresionante y una ejecución impecable. Los riffs potentes y la cohesión entre los miembros transportaron al público a una época dorada del rock, adaptada a los tiempos actuales. La guitarra es su protagonista principal construyendo frases que se quedan desde la primera escucha, integrando solos en momentos clave y trayendo de regreso ese animal al que en los ochentas tocaba ahuyentar de las casas de los padres. Su comprensión del espíritu del Monster del Rock y su capacidad para fusionar lo clásico con lo moderno los posicionaron como una de las propuestas más sólidas de la noche.

Veredicto: Lo dificil de escoger.

La deliberación del jurado reflejó la calidad y diversidad de las presentaciones. Con votos divididos entre las cuatro bandas, la decisión final fue invitar a Keboth y Brain Voltaje a la final del Monster del Rock Subterránica 2025. Esta elección no solo reconoce el talento de ambas bandas, sino que también enriquece la competencia final con propuestas que, aunque diferentes, representan lo mejor de la escena rockera bogotana.

La segunda batalla del Monster del Rock Subterránica 2025 fue una muestra de la diversidad y creatividad que caracterizan al rock colombiano. Las bandas participantes no solo ofrecieron actuaciones memorables, sino que también reafirmaron el compromiso y la pasión que mantienen viva la llama del rock independiente en el país. Con la final en el horizonte, la expectativa crece por ver cómo estas propuestas seguirán evolucionando y dejando su huella en la historia musical de Colombia. Los invitamos a seguirlos en sus redes sociales y nos vemos en las próximas batallas.

@subterranica

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Distritales al rescate: El fuego auténtico en Rock al Parque 2025

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He sido crítico de Rock al Parque muchas veces, y no me arrepiento. Pero esta vez, en lugar de empezar desde la indignación, voy a empezar desde la verdad más evidente del cartel 2025… lo mejor que tiene este festival, de lejos, son las bandas distritales. Y eso no es opinión, es resultado de haber visto a cientos de grupos en vivo, desde los escenarios de Metal Battle Suramérica, cientos de conciertos en los circuitos locales, hasta los Premios Subterránica y El Monster del Rock, donde el talento, la propuesta y la pasión de la escena bogotana superan con creces a muchos de los nombres reciclados que siguen copando los titulares. Este artículo no es pretende ser una descarga emocional, es una crítica con argumentos, con cifras y con contexto, porque con un poco más de cinco mil millones de pesos encima, el festival más importante de rock del país debería tener el coraje de mirar a sus verdaderos protagonistas de frente y darles el lugar que merecen.

Cada año, cuando se publica el cartel de Rock al Parque, una sensación de déjà vu se apodera de gran parte de la comunidad musical independiente de Bogotá, la edición número 29 no es la excepción y aunque se nos presenta con bombos y platillos un cartel internacional que debería justificar una inversión de más de cinco mil millones de pesos del erario, lo cierto es que muchos de los nombres seleccionados no solo son recurrentes en la historia del festival, sino que, en términos de impacto artístico y relevancia actual, dejan más dudas que certezas.
La presencia de agrupaciones como La Derecha o Polikarpa y sus Viciosas, aunque históricamente valiosas, se ha convertido en una constante casi automática, ojo, no se cuestiona su aporte a la historia del rock nacional, pero sí la insistencia con la que se les programa en un evento que supuestamente busca la renovación, la diversidad y el descubrimiento, sobre todo cuando tenemos más de cuatro mil bandas de rock, metal y sus corrientes activas en el país. Esto resulta especialmente problemático cuando el discurso oficial insiste en destacar la inclusión de propuestas nuevas o poco visibles. ¿Cómo puede hablarse de renovación cuando muchos de estos nombres han estado presentes de manera casi ininterrumpida durante tres décadas?

Y entonces tenemos que los verdaderos protagonistas del festival son las bandas distritales seleccionadas a través de convocatorias rigurosas y meritocráticas, pero ellas siguen siendo tratadas como una especie de relleno. Estas bandas que representan lo mejor del presente y el futuro del rock bogotano, son puestas a abrir tarimas aún vacías, en horarios marginales y sin la visibilidad o el respaldo institucional que merecen, por ejemplo Herejía, una de las mejores propuestas actuales de Colombia. Muchos de estos artistas son talentos que han trabajado arduamente, con escasos recursos, para construir propuestas auténticas, sólidas y creativas. Y sin embargo, su participación en Rock al Parque parece responder más a un protocolo administrativo que a un real interés curatorial, ellas deberían ser las cabezas de cartel porque lo merecen, están mucho más arriba en calidad musical, en show y en solidez que todo el cartel internacional e incluso los invitados nacionales en donde se puede ver un par de favores.

He tenido la oportunidad de ver en vivo a todas las bandas distritales seleccionadas para esta edición, gracias a mi trabajo con Subterránica, un espacio que desde hace más de dos décadas ha tratado de ser uno de los pocos que realmente apoya y visibiliza la escena independiente. Conozco de primera mano el nivel interpretativo, compositivo y escénico que manejan grupos como Chimó Psicodélico, Piel Camaleón, Herejía, Okinawa Bullets o Urdaneta, Somberspawn por ejemplo, es un camión y al menos ellos quedaron en un buen horario, pero el resto no. Muchos de ellos tienen proyección internacional, una estética sonora única y una conexión real con las nuevas generaciones. A ellos debería dirigirse el foco del festival si en verdad se quiere hablar de circulación, memoria, y apuesta por el futuro.

Ahora bien, cuando se plantea una crítica al cartel de Rock al Parque, no puede pasarse por alto el costo de producción del evento. Cinco mil millones de pesos. Es una cifra monumental, sobre todo cuando se la compara con eventos similares en el mundo. Festivales de talla global como Hellfest en Francia, Primavera Sound en Barcelona o el Wacken Open Air en Alemania manejan presupuestos similares —algunos incluso más bajos— y logran convocar carteles mucho más ambiciosos, con artistas de primer nivel mundial, producciones impecables y en muchos casos, una rentabilidad sostenida. La diferencia es que allá hay una estructura empresarial, una lógica de sostenibilidad y un enfoque curatorial realmente audaz, acá no. Y sí, allá el público paga una entrada, lo cual también permite que el presupuesto sea redistribuido de forma más eficiente y no se dependa completamente de recursos estatales.
En cambio, en Bogotá, los recursos públicos se usan para traer artistas cuya actualidad es cuestionable, cuyas giras son poco exitosas o que simplemente no representan una novedad. El problema no es que se les invite, todos los artistas tienen derecho a trabajar, el problema es la proporción entre inversión, resultado y pertinencia cultural. ¿De verdad un cartel como el de 2025 amerita ese presupuesto?

Pero más allá del cartel, el problema de fondo es estructural. La curaduría de Rock al Parque ha venido girando desde hace muchos años en torno a un circuito cerrado de nombres y contactos que aunque no necesariamente ilegales, sí configuran una forma de clientelismo cultural. Muchos de los actores que toman decisiones o influyen en la programación repiten roles año tras año, lo que genera una homogenización de las propuestas, un estancamiento estético y una desconexión con lo que realmente está ocurriendo en la escena alternativa de Bogotá y del país respecto al mundo, antes, en los noventa, una banda pegaba en el festival y al otro día estaba sonando en las radios, crecían, eran otros tiempos.

Y sin embargo no todo está perdido. La razón por la que seguimos hablando de Rock al Parque y por la que aún duele su deterioro conceptual, es porque fue y puede volver a ser un símbolo de inclusión, de descubrimiento, de poder para el público. La energía está en los distritales, en las nuevas voces, en las propuestas que no necesitan más que un par de amplificadores y una visión clara para estremecer a quien los escuche. El festival debería dejar de mirar hacia atrás con nostalgia y atreverse a mirar hacia los lados y hacia adelante. No hay que temerle al cambio. Al contrario, hay que temerle al conformismo.

La Bogotá rockera, esa que dicen es “diversa”, combativa y creativa está viva, pero no se está viendo representada en el evento que debería ser su fiesta máxima. Ojalá esta crítica no se lea como un acto de odio, que sería el camino fácil, sino como un llamado a la responsabilidad, al respeto por el dinero público y sobre todo al amor que muchos sentimos por la música que ha sido parte de nuestras vidas. La crítica no es destrucción; es una forma de cuidar lo que aún se puede salvar.

Desde acá, desde estas líneas, los invito a asistir a ver a los distritales, hay propuestas de talla mundial, no se van a arrepentir.

@felipeszarruk

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I.R.A celebra la llegada de sus 40 años con el video “Lo imposible”

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La legendaria banda de punk colombiana I.R.A. originaria de Medellín, celebra sus 40 años de trayectoria con el lanzamiento de su nuevo sencillo y videoclip titulado “Lo Imposible”, el estreno se realizó el pasado viernes 16 de mayo de 2025 y marca el inicio de una serie de actividades conmemorativas por sus cuatro décadas en la escena musical.

Formada en 1985 bajo el nombre S.I.D.A. (Sucios y Desordenados Anarquistas) la banda adoptó en 1986 el nombre I.R.A., acrónimo de “Ideas de Revolución Adolescente”. Desde entonces han mantenido una postura independiente y autogestionada, consolidándose como pioneros del punk en Colombia y Latinoamérica, con más de 15 discos, 200 canciones, 5 libros publicados y más de 500 conciertos en 10 países, I.R.A. ha dejado una huella imborrable en la música alternativa y el rock colombiano.

El videoclip de “Lo Imposible” fue producido de manera independiente por I.R.A. en colaboración con T.K.G Films. El tema es interpretado por Mónica Moreno, David Viola y Duván Ocampo, mientras que Jacobo y Emiliana participan como actores. La dirección de fotografía estuvo a cargo de Óscar Baena y Carlos Cadavid, y la edición fue realizada por David Viola.

“Lo Imposible” continúa la tradición de I.R.A. de abordar temáticas sociales y políticas con una perspectiva crítica y reflexiva, manteniendo la energía y autenticidad que los caracteriza.

A lo largo de su carrera, I.R.A. ha sido reconocida por su compromiso con causas sociales y su participación en eventos emblemáticos del punk mundial, como sus presentaciones en el CBGB de Nueva York y su participación en el Punk Rock Bowling de Las Vegas. Su legado incluye no solo música, sino también literatura, con publicaciones como “Aguante I.R.A. 30 Años de Punk”, que documenta su historia y filosofía.

Con “Lo Imposible”, I.R.A. reafirma su posición como una de las bandas más influyentes del punk colombiano, celebrando cuatro décadas de resistencia, creatividad y autenticidad.

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