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Festivales e Industria

La gran importancia de los géneros en la música popular y la necesidad vital de seriedad en el conocimiento y el periodismo cultural.

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La era de la posverdad es increíble, se han materializado de manera casi literal las distopias de libros que daban miedo como “1984” o “Un Mundo Perfecto”, nos acercamos cada día más a que películas como Idiocracia sean una realidad, sencillamente la información ha entrado a ser parte de las guerras culturales y la proliferación de medios para que cualquiera publique nos está llevando a una confusión tal que ya es difícil saber qué es y qué no es cierto. Hay personas que han creado sus micromundos a su forma, su gusto y no solo los defienden a muerte basados en el empirismo y la fe como si de una religión se tratase, sino que al igual que el fanatismo religioso, la ignorancia se está convirtiendo en un cáncer que no se puede combatir porque en el tiempo de “los ofendidos” toca callarse para no molestar a nadie. Sucede en todas las áreas del conocimiento y obviamente de una manera más pronunciada sucede en las artes.
La Relevancia Permanente de los Géneros Musicales en un Mundo en Evolución se mantiene de manera importante, pero preocupa mucho la proliferación de las voces sin formación ni conocimientos, que amparados en las redes sociales ahora pueden publicar cualquier cosa que se les venga a la cabeza o que pensaron en una noche de mal sueño e incluso fundamentarla con citas extraídas de ChatGPT para darle un toque de seriedad a un capricho a una distorsión subjetiva de la realidad.

La cuestión de si los géneros musicales siguen siendo relevantes en la era contemporánea ha levantado debates histéricos, algunos argumentan que los géneros han perdido su importancia, citando la fluidez y la evasión de etiquetas por parte de los artistas, así como los cambios en la forma en que consumimos y representamos la música, pero tengo que invitarlos a analizar esta perspectiva desde una óptica más amplia, reconociendo que los géneros musicales mantienen una influencia profunda en la forma en que percibimos, consumimos y nos relacionamos con la música, lo que busco con este artículo es explorar la continua relevancia y evolución de los géneros musicales en un mundo en constante cambio basado en el conocimiento acumulado por siglos sobre la teoría y la estructura no solo musical sino social de los géneros para defender el conocimiento, no mío, sino el universal de la música que está siendo manipulado por discursos absurdos por personas que están dentro de la generación del todo vale y el nada importa y que ya alcanzaron la edad para comenzar a publicar y a influir en la sociedad y lo están haciendo en algunos casos de maneras funestas en medios que alguna vez fueron importantes para la música popular como la revista “Shock” o la “Rolling Stone” y que ahora esgrimen banderas de ignorancia las cuales quieren hacer pasar como ensayos casi académicos.

En apariencia, los géneros musicales son categorías que ordenan y establecen fronteras entre estilos musicales en función de elementos compartidos, como la instrumentación, el tempo o la temática lírica… a lo largo de la historia, la industria fonográfica ha utilizado los géneros para segmentar a los consumidores y representar a diversas comunidades sociales, desde sus primeros días los géneros no solo han definido la sonoridad de la música, sino que también han encapsulado identidades y representaciones culturales, oh palabras que deben sonar anticuadas y odiosas para muchos hoy en día de lenguaje tan fácil.

Los géneros musicales no solo se refieren a elementos formales; también encapsulan históricamente la representación de grupos sociales y comunidades, durante décadas han sido utilizados para hablar de identidades y representaciones culturales, por ejemplo, el surgimiento de géneros como el country y el R&B en la década de 1920 no solo se centró en la sonoridad, sino también en la segmentación de comunidades de consumidores, marcando un inicio temprano en la conexión entre género musical e identidad social.

La llegada de artistas icónicos como Madonna en los años 80 marcaron un cambio fundamental en la percepción de los géneros musicales. Madonna capitalizó la conexión entre la imagen del artista y su música, redefiniendo la relación entre los músicos y sus audiencias. Su capacidad para jugar con los ritmos del momento y al mismo tiempo proporcionar una representación poderosa habló a comunidades con gustos individuales, otorgándoles la ilusión de ser representados.

A pesar de la amalgama de géneros musicales y las colaboraciones entre artistas de diferentes orígenes, los géneros siguen siendo relevantes. La experimentación y fusión de estilos demuestran la versatilidad de los músicos para crear nuevas expresiones artísticas. Estos cruces de géneros aún ocurren dentro de un marco de clasificación, donde se presentan como híbridos o fusiones, subrayando que los géneros siguen siendo esenciales para la organización y comprensión de la música.

La noción o mejor “la ilusión” de un consumo postgénero no implica la desaparición de los mismo, sino una adaptación y expansión de las formas en que los consumidores se relacionan con la música. La atención a la identidad de género, lo queer y la autenticidad de los artistas señala que los consumidores buscan verse validados en los artistas y en sus discursos, la relación entre el artista y la audiencia ha evolucionado, permitiendo una mayor identificación y participación de la audiencia en la creación de su propia identidad a través de la música.
Para comprender la relevancia de los géneros musicales, es fundamental analizar cómo se han desarrollado a lo largo del tiempo, no son entidades estáticas; están en constante evolución y cambio, adaptándose a nuevas influencias, tecnologías y culturas. De acuerdo con Negus (1999), los géneros son “formas específicas de práctica musical asociadas con ciertos tipos de actividades de producción, audiencias y contextos tecnológicos”. Esto resalta la interconexión entre la música y su contexto sociocultural.

La dinámica de los géneros musicales radica en su capacidad para representar y conectar a las personas. Por ejemplo, en el libro “La Música de las Sociedades Humanas” de Nettl (2005), se argumenta que los géneros musicales son esenciales para la identificación y cohesión de una comunidad. Estos géneros no solo establecen una estructura musical, sino que también definen subculturas y comportamientos asociados. Por tanto, los géneros no solo se limitan a la música en sí, sino que también abarcan valores, tradiciones y modos de vida.

También juegan un papel vital en la construcción y expresión de la identidad cultural. Según Bennett (2000), la música es “una forma en que las personas piensan sobre su lugar en el mundo y sobre sus relaciones sociales”, los géneros musicales se convierten en una herramienta mediante la cual las personas pueden identificarse con ciertos grupos sociales, valores y tradiciones culturales.

Esta identificación cultural se ha consolidado a lo largo de la historia, dando lugar a la formación de subculturas y movimientos sociales. Por ejemplo, el surgimiento del punk en la década de 1970 no solo representó un estilo musical, sino que también simbolizó un movimiento contracultural y una forma de rebelión. Así, los géneros no solo proporcionan etiquetas para la música, sino que también transmiten significados culturales y sociales más amplios.

En la industria y las políticas culturales también actúan como herramientas que facilitan el consumo y la representación de la música, los consumidores a menudo utilizan los géneros como guías para elegir la música que desean escuchar. Según DeNora (2000), la clasificación de la música en géneros permite a los oyentes establecer expectativas sobre la música antes de escucharla, lo que influye en sus elecciones de consumo, además, los artistas utilizan los géneros como una forma de representación, algunos pueden elegir trabajar dentro de un género específico para comunicar una identidad artística y conectarse con una audiencia particular. Por ejemplo, en su estudio sobre la música popular, Frith (2002) argumenta que los géneros permiten que la música tenga significado en términos de las personas que la hacen y las personas que la escuchan.

Sin discusión, para los músicos, para los estudiosos y amantes de la música y para lo que no los eliminan para robar y manipular de las políticas públicas, los géneros musicales siguen siendo relevantes en la era contemporánea debido a su capacidad para organizar, representar y conectar a las personas en un mundo en constante evolución. A pesar de la aparente fluidez y evasión de etiquetas por parte de los artistas, los géneros continúan siendo herramientas esenciales para comprender y experimentar la música. Su dinámica, su influencia en la identidad cultural y su función en el consumo y la representación de la música respaldan su importancia duradera. En última instancia, los géneros musicales siguen siendo una parte integral de nuestra experiencia musical y cultural y solo dejan de ser importantes para aquellos a los que nos les conviene que existan, por ejemplo para los periodistas de revistas que una vez fueron de rock pero hoy necesitan vender nuevamente, o para los curadores de festivales echados a menos que tienen que justificar la contratación de otros géneros para saquear el erario, o para aquellos “maestros del conocimientos” que adquirieron todo lo que saben en la vida de Dragon Ball y creen que el universo se mueve con esa filosofía. Es como la “titulitis” que le da a Colombia cada vez que se dan cuenta que los guerrilleros todos estudiaron maestrías y doctorados en el exterior mientras que los prominentes gobernantes a duras penas pasaron la primaria. Los géneros no existen para quien no les conviene que existan, así de simple y de sencillo, pero con esa creencia no van a borrar cientos de años de conocimiento acumulado en la música y la musicología.

¿Y cuál es el peligro para los festivales de música y otras actividades?

En la era contemporánea, los festivales de música han alcanzado una popularidad sin precedentes, convirtiéndose en uno de los principales medios de consumo musical. Estos eventos, que reúnen a miles de entusiastas de la música, a menudo se centran en géneros dominantes como la música electrónica, lo urbano y el pop, pero es posible que este enfoque pueda tener un efecto perjudicial en la riqueza y diversidad de la música, ya que puede llevar a una homogeneización de estilos y géneros.

¿Qué quiere decir esto? Que los organizadores, a menudo impulsados por motivaciones comerciales, tienden a favorecer artistas que se ajustan a ciertos géneros de mayor demanda y rentabilidad y esto puede crear un entorno en el que ciertos estilos y géneros musicales prevalezcan sobre otros, disminuyendo así la variedad y la riqueza que la música puede ofrecer y llevándose por delante incluso identidades como el caso de Rock al Parque en Colombia o el Festival de Jazz de Montreal en Canadá por decir algunos nombres.

Smith y Strand (2018) argumentan que la homogeneización de la música puede resultar en la pérdida de identidad y creatividad artística, al favorecer ciertos géneros, los festivales pueden limitar las oportunidades para músicos menos convencionales y emergentes, restringiendo así la diversidad musical que enriquece la cultura y la sociedad en general.

Los géneros musicales son fundamentales para comprender y apreciar la amplia gama de expresiones musicales disponibles, cada género lleva consigo su propia historia, contexto cultural y características distintivas, no solo definen la música, sino que también reflejan las identidades, las narrativas y las experiencias de diferentes comunidades.

En su estudio sobre géneros musicales, Martin (2019) destaca que cada género tiene su propia audiencia y propósito cultural, la diversidad de ellos permite a los oyentes encontrar conexiones significativas con la música y proporciona una plataforma para la expresión individual y colectiva. Se puede explicar de la siguiente manera, si lo que se quiere es crear festivales que tengan inclusión y variedad, en este sentido, Connell (2020) sugiere que es fundamental que los festivales mantengan una diversidad de géneros musicales para garantizar que representen adecuadamente la multiplicidad de expresiones culturales y artísticas que existen en la sociedad, pero si es un festival especializado que se ha creado para fomentar el desarrollo de un solo género como Rock al Parque entonces hay que respetar las jerarquías de los mismos y la coherencia. De lo contrario es mejor cambiar el nombre y la finalidad del festival o del espacio, no se puede tener un ministerio para la comunidad afro y que su ministro sea un rubio nórdico porque no los representa, tampoco se puede tener un Rock al Parque sonando cumbia o un Festival de Jazz de Montreal sonando reguetón por que la población específica es la que se ve afectada. En estos efectos es mejor una nueva denominación y objetivos.

¿Y los expertos que están publicando artículos en las revistas y portales?

En la era digital, cualquiera puede convertirse en “crítico musical” o “periodista” sin necesidad de una formación académica específica o de un conocimiento profundo en el área. Esto ha llevado a la proliferación de voces que emiten juicios y opiniones sobre música y otras formas de arte sin el respaldo de una metodología rigurosa o una base teórica sólida.

Schudson (2005) plantea que la tecnología moderna ha impulsado esta proliferación, facilitando la creación y distribución de contenido, lo que ha llevado a una disminución en las barreras para la entrada en la industria periodística y artística. Si bien la democratización de la expresión es valiosa, también ha generado una proliferación de opiniones y críticas basadas en subjetividad y experiencia personal, sin el respaldo de un análisis académico riguroso.

Uno de los campos más vulnerables a esta falta de rigor académico es la crítica musical. La música es una forma de arte profundamente subjetiva y, por lo tanto, es susceptible a opiniones personales que pueden no estar respaldadas por conocimientos musicales sólidos. En Colombia, con su rica diversidad musical, la crítica musical sin fundamento académico puede distorsionar la percepción de ciertos estilos, artistas o movimientos musicales.
En su análisis sobre la crítica musical, Moore (2014) destaca que la crítica debe ser informada y fundamentada en conocimientos especializados para contribuir de manera significativa al diálogo cultural. La falta de rigor académico en la crítica musical puede generar percepciones erróneas y estereotipadas sobre ciertos géneros, desviando la atención de propuestas artísticas valiosas y diversas.

Es interesante notar que, en campos como la medicina o el derecho, la publicación de contenido sin el respaldo de una formación académica sólida es considerada inaceptable. La comunidad reconoce la necesidad de un conocimiento profundo y una formación específica para abordar temas relacionados con la salud o la justicia.

En medicina, por ejemplo, la práctica no autorizada o la emisión de diagnósticos sin la capacitación adecuada están penadas y son vistas como una amenaza para la salud pública. Este contraste destaca la falta de regulaciones y la necesidad de educación sobre la importancia del rigor académico en la crítica y opinión sobre las artes.

La facilidad con la que se puede acceder y publicar contenido en la era digital en Colombia ha generado un panorama en el que cualquiera puede expresar opiniones sobre música y otras formas de arte. Sin embargo, esta democratización ha llevado a una proliferación de voces que a menudo carecen de rigor académico y conocimientos especializados.

Para preservar la integridad de la crítica musical y periodística en Colombia, es fundamental fomentar la formación académica sólida y promover la responsabilidad en la emisión de opiniones y juicios sobre arte y cultura. Solo a través de un enfoque informado y riguroso se pueden garantizar críticas valiosas que enriquezcan el diálogo cultural y promuevan una comprensión más profunda de la música y las artes en la sociedad.

La música es una forma de arte que ha existido desde tiempos inmemoriales, y ha sido una parte integral de la cultura humana. Los géneros musicales son una forma de categorizar la música en función de sus características, como la instrumentación, el tempo, el ritmo y la armonía. A lo largo de la historia, los géneros musicales han sido utilizados para describir y definir a los grupos sociales que consumen y producen obras musicales.

Así que señores, los invito a estudiar un poco más este campo que es maravilloso y enriquecedor y no a quedarse en los dogmas facilistas de la posverdad que tanto daño están haciendo.

Felipe Szarruk, doctorando en periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, Magister en Estudios artísticos de la Facultad de Artes ASAB, músico y comunicador social. Fundador de Subterránica.


Páez López, F. (2023, septiembre 19). ¿Importan los géneros? El Espectador. https://www.elespectador.com/entretenimiento/musica/importan-los-generos-ensayo-musica/
The Guardian. (2016, mayo 4). Pop, rock, rap, whatever: who killed the music genre? https://www.theguardian.com/music/2016/may/04/pop-rock-rap-whatever-who-killed-the-music-genre
Gómez, J. (2019, 18 de octubre). ¿Qué pasa con los géneros? [Artículo]. Shock. Recuperado de: 1 [5 de mayo de 2021].

Europa

Wacken 2025: Reflexiones tras la tormenta y el barro… volver por el rock, por la región, por la hermandad

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Mi nombre es Felipe Szarruk y he transitado escenarios en más países de los que imaginé, pero ningún destino, ningún festival ha marcado mi vida como ese lodazal mítico llamado Wacken Open Air. Si cierro los ojos, aún puedo las botas hundiéndose en la tierra mojada, el eco de miles de voces desafiando la tormenta y el olor metálico del barro convertido en insignia de guerra.

Mi peregrinaje a Wacken no comezó en el avión a Hamburgo, ni siquiera el día en que recibí la acreditación, comenzó mucho antes, cuando ese nombre ¡Wacken! dejó de ser solo un lugar y se transformó en una promesa, siete años detrás de poder ser el representante para Suramérica hasta que se logró. En un continente como el nuestro en donde la lucha por la música se libra contra el olvido y la indiferencia, llegar a Alemania era más que una meta, era un reto mítico, algo que nadie había logrado y que queríamos, Wacken dejaba de ser una ficción lejana para convertirnos en parte de ella.

Aterrizar en la tierra del metal por primera vez en 2024 y cruzar las puertas de ese pequeño pueblo fue como entrar en otro universo, las primeras imágenes no fueron solo de pasión sino también de asombro, miles de personas con camisetas negras, sonriendo entre charcos, levantando sus jarras de cerveza como quien celebra una victoria. Todo un ejército de almas dispuestas a empaparse literal y espiritualmente de la energía única de Wacken, todo era diferente a cualquier cosa que hubiera vivido en el Rock y el Metal.

Pero para 2025, la segunda vez que llegaba al festival como jurado y promotor el verdadero recibimiento no fue el de las tarimas; fue el del barro. Ese barro traicionero, helado y omnipresente, que te saluda en la entrada, se cuela en cada rincón de las tienda de campaña y te cubre las piernas como una segunda piel. El lodo de Wacken no discrimina, envuelve por igual a europeos, asiáticos y sudamericanos. Al principio parece el enemigo silencioso, el obstáculo que amenaza con quitarte la comodidad, con dañar el festival como se ve en otras partes, en joder la limpieza y la dignidad. Pero poco a poco descubres su poder transformador, el barro en el campo sagrado es sencillamente un requisito, es parte del alma del festival, uno pasa del enojo y el fastidio al “ya valió este mundo, vamos a destruirnos”.

En ese barro cada paso es una decisión consciente de seguir adelante, cada tropiezo es una oportunidad de solidaridad, extraños de lenguas distintas te extienden la mano, se ríen contigo de la caída y hasta comparten consejos para sobrevivir. En el barro, las jerarquías se borran y solo queda la música, la resistencia y la hermandad. Ningún otro festival tiene esa capacidad de convertir la incomodidad en rito de iniciación, cruzar Wacken es ser bautizado de nuevo, es mirarse cubierto hasta la cintura y entender que la experiencia no se mide en pulcritud sino en intensidad, el barro es el precio y también la recompensa.

Es natural preguntarse por qué uno querría regresar una y otra vez, a un sitio donde la lluvia amenaza con desbordarlo todo, la primera experiencia en 2024 fue muy diferente, no llovió, todo estaba seco. Pero ahí radica la clave, regresar es una afirmación de pertenencia, el deseo de volver a sentirse parte de esa tribu donde nadie juzga el aspecto, el idioma ni el origen, porque el lodo ya nos igualó a todos, como reza su lema “Rain or Shine” es una obligación, un mantra.

Cuando te vas, el barro se seca y se convierte en huella, te acompaña de regreso a casa, en los zapatos y en la memoria, como prueba de que estuviste ahí, como testimonio de una experiencia tan brutal como hermosa. Regresar es, en el fondo, buscar revivir ese choque con lo auténtico, con lo físico y lo espiritual de la música y la comunidad, es querer recibir de nuevo el llamado del lodazal y responder con orgullo: “Aquí estoy, y volvería mil veces más”.

El origen de una batalla épica

El sueño de llevar el metal suramericano a Wacken Open Air, el festival de metal más grande del mundo, empezó como una osadía impulsada por la pasión. La batalla, en nuestro continente, no es solo musical: es logística, económica y emocional. Metal Battle Suramérica nació para romper fronteras, para conectar escenas diversas y para demostrar que aquí también hay talento que merece resonar en los escenarios más grandes del planeta.

Después de conseguir los espacios como promotor para el festival formamos un equipo que ha sido motor esencial en la consolidación del concurso, la competencia rápidamente se convirtió en un faro para las bandas independientes de Colombia, Venezuela y Ecuador y desde 2025 también para Perú y Bolivia. Más de 280 bandas respondieron en su primera edición al llamado y más de 400 para la segunda, superando incluso cifras registradas en países europeos.

Subterránica, se transformó en el colectivo esencial en la organización y promoción, tendiendo puentes entre bandas, productores y medios. Si hay algo que distingue a Metal Battle Suramérica de otras experiencias, es el grado de compromiso de quienes lo hacen posible. Ser promotor no es solo organizar conciertos. Es enfrentar rutas interminables, burocracia, falta de recursos, migraciones hostiles y un escepticismo histórico hacia nuestra música, la recompensa va más allá del reconocimiento, es sentir que de un pequeño círculo regional puede surgir la chispa de una hermandad continental, somos más que nuestra burocracia local.
A lo largo del camino, nacen anécdotas, bandas atravesando fronteras con instrumentos alquilados porque no pueden costear el transporte; miembros de la organización resolviendo problemas técnicos sobre la marcha; noches eternas ajustando detalles para que todo funcione aunque las condiciones sean adversas. Aquí los triunfos se celebran el doble porque nada se da por hecho, nada es regalado, el gobierno acá no tiene convocatorias, solo hay talento y ganas, las derrotas enseñan más que cualquier premio.

Metal Battle Suramérica no solo impulsa el crecimiento de bandas, sino que también crea lazos invisibles pero sólidos entre países rivales en la cancha, pero hermanos en la música. Hay hospitalidad genuina, bandas como Mini Pony, de Ecuador prestaron su equipo a los venezolanos de VHILL para que pudieran lograr el sueño de tocar en la final regional ante una multitud. Ese espíritu solidario distingue al movimiento de Metal Battle en Suramérica y fortalece el sentido de pertenencia a una comunidad más grande que cualquier frontera. La competencia impulsa a las bandas a dar lo mejor de sí, no solo como músicos, sino como embajadores de sus escenas locales, cada eliminatoria es una reunión de talentos y sueños, donde lo que está en juego no es solo un viaje a Wacken, sino la dignidad y la representación de todos los países que conforman nuestra región.

El camino hacia Wacken

Este proceso de selección es arduo y competitivo, cada país realiza eliminatorias nacionales, de donde surge una banda ganadora que representa a su nación en la gran final regional. Solo una logra el boleto final a Alemania, convirtiéndose en embajadora del metal suramericano ante el mundo. Así fue como INFO (Colombia) y VHILL (Venezuela) inscribieron sus nombres en la historia, pero detrás de cada victoria hay decenas de batallas ganadas en camaradería y resistencia colectiva. Metal Battle Suramérica no es solo un concurso, es un acto de fe colectiva, una red que desafía las adversidades propias del continente y una escuela de resistencia para músicos, productores y promotores que entienden que el ruido no es solo sonido, sino una declaración de supervivencia en países en donde a veces nisiquiera entienden qué es el rock y la cultura está dominada por personajes que trabajan para llenar sus bolsillos y manipular los discursos de la música destruyendo el género como lo conocemos, caso de Colombia en donde ahora la cumbia y el Hip Hop, incluso el folclor es llamado Rock.

INFO fue la primera banda suramericana en lograr traspasar la frontera del Metal Battle Suramérica para pisar el escenario de Wacken. En su viaje, llevaron no solo sus guitarras y baterías, sino también el espíritu andino, ese que lucha contra la adversidad cotidiana y trasciende en cada nota. Su selección fue fruto de un proceso riguroso y lleno de desafíos, donde desde la logística hasta la preparación fueron una odisea. Llegar a Alemania representó para INFO no un punto de llegada, sino de partida; un reconocimiento al nivel que el metal colombiano podía alcanzar. En Wacken, cada acorde que tocaron resonó con la fuerza de quienes han forjado su camino a base de lucha constante y pasión irrestricta. Más que una banda, se convirtieron en símbolos de una escena que no se resigna a ser invisible y consiguieron lo impensable, la primera vez que pisábamos tierra sagrada como concursantes, su impacto, música y show los pusieron en el podio, un logro que queda en la historia del rock colombiano y Latinoamérica para siempre no había sucedido. INFO lo logró solo, sin roscas, solo con música como debe ser.

Y el relato de VHILL es, sin duda, uno de los episodios más emotivos y poderosos de Metal Battle Suramérica. En 2025, esta banda venezolana enfrentó tragedias desgarradoras como la pérdida de su baterista fundador amenazó con desintegrar el grupo y detener su sueño, pero liderados por una fe inquebrantable y la solidaridad de la comunidad metalera, decidieron levantarse, realizaron una gira relámpago con apenas cinco conciertos, enfrentando dificultades logísticas mayúsculas, desde la obtención de visas hasta el traslado de sus instrumentos a través de múltiples fronteras y cordilleras. Su actuación en la final regional en Riobamba, Ecuador, fue una victoria épica que llevó a la banda a la final del Metal Battle en Alemania, siendo la primera banda venezolana en lograrlo. Su paso por Wacken fue mucho más que una competencia, a pesar de no quedar entre los cinco primeros, su performance fue una demostración de resistencia y hermandad. VHILL no solo tocó con un nivel técnico impecable, sino con el corazón puesto en cada nota, representando el dolor, la esperanza y el coraje de una región entera.

Mientras que en otras latitudes las batallas pueden ser más asequibles en recursos y facilidades, para las bandas sudamericanas cada avance significa superar obstáculos monumentales. Desde vuelos largos y costosos hasta la adaptación a un entorno totalmente diferente, todo añade un grado de complejidad que transforma cada logro en un verdadero acto heroico, pero esa dureza también fortalece el sentido de pertenencia y la unión entre los participantes. A diferencia de competiciones en zonas con más acceso, donde a menudo impera la competencia fría, en Suramérica la empatía y el apoyo mutuo son tan importantes como la música misma.

El choque cultural… cómo te tratan en Wacken vs Suramérica

En mi experiencia y la de muchos promotores y bandas de Metal Battle Suramérica, el contraste entre ser tratados en el festival Wacken Open Air y en los festivales de la región es profundo. Este choque cultural no solo afecta la logística y la producción, sino también el respeto, la inclusión y el sentido de comunidad que cada escena genera.

En Wacken, la hospitalidad es una verdadera cultura, a todos los participantes se les brinda un trato respetuoso y digno, sin importar su país de origen o experiencia previa, allá nadie te trata como “la cuota exótica” o el latino por explicar, sino simplemente como parte de la gran tribu metalera global. Los voluntarios, técnicos y organizadores están comprometidos con la experiencia; ayudan en lo que sea necesario y trabajan para que cada banda pueda dar lo mejor de sí, es un ambiente donde se siente un apoyo genuino y donde se fomenta la hermandad.
Esta profesionalización se traduce en una logística pulcra, una infraestructura preparada para miles y el reconocimiento real de la historia y el esfuerzo de cada banda. Cada integrante sabe que está allí porque su talento y trabajo fueron valorados, no por cuotas o gestos simbólicos. Esto genera un impacto emocional y profesional inmenso, potenciando el crecimiento de las bandas y su motivación.

Al contrario, en muchos festivales de Suramérica, en donde las bandas y promotores enfrentan situaciones que pueden ser desmoralizantes, desde problemas básicos como la falta de camerinos adecuados, equipos técnicos incompletos o condiciones precarias, hasta actitudes que marginan o subestiman el esfuerzo de los músicos. El trato puede ser frío, desconectado y a veces, cargado de prejuicios, como si la escena metalera local tuviera menor valoración y como si los organizadores y curadores fuera una especie de seres superiores que “están haciendo un favor”, he peleado con esto durante años pero sencillamente parece que no lo entienden, parece que somos ignorantes por naturaleza, no se han dado cuenta que sin artistas no hay festival y en Suramérica tratan a los artistas como perros de la calle, no en todas partes pero sí en la mayoría de espacios, además de haber formado mafias culturales y una dependencia económica del estado, han convertido a los músicos en seres dependientes.

Estas diferencias evidencian un sistema donde aún se lucha mucho por la profesionalización y la visibilidad digna de la cultura musical metalera. La logística, si bien apasionada, choca con limitaciones financieras y estructurales que muchas veces deben ser salvadas por el ingenio y sacrificio personal de los organizadores, como sucede en Metal Battle Suramérica.

Así es que transitamos entre ambos mundos, para quienes han vivido la experiencia de Wacken, regresar a Suramérica puede ser un recordatorio de lo mucho que aún falta y al mismo tiempo, una certeza de que su lucha tiene sentido. La sensación de pertenecer genuinamente a una comunidad mundial les otorga fuerza para seguir construyendo puentes en sus escenarios locales y para representar con orgullo el metal de su región en el exterior.

Tengo esa sensación de que ser respetados y valorados en Wacken cambia la perspectiva sobre lo que significa profesionalizar la música en Suramérica. Más que una meta económica, es un acto simbólico de dignidad, inclusión y pertenencia que debería ser el estándar en todos lados y eso hace que siempre quiera seguir adelante, porque nuestra realidad puerca no es la realidad del rock en el mundo y vamos a seguir tratando de cambiar esa realidad.

El misterio de la mística ¿por qué aguantarse el pantano?

El contraste entre la edición pasada de Wacken, cuando el clima fue seco y relativamente cómodo, esta fue la primera experiencia pantanosa para nosotros. La forma en que se vive el festival cambia radicalmente cuando el terreno se transforma en barro y el pantano se instala, pero lo que parecía un obstáculo insalvable se convirtió en una de las pruebas más poderosas y significativas de la mística de Wacken.

Para muchas de las bandas y promotores suramericanos, 2025 marcó el primer enfrentamiento real con el barro de Wacken. Después de haber vivido la edición seca, donde la logística parecía más amable, el cambio fue brutal, lluvias intensas transformaron los caminos en ríos de lodo, las carpas flotaban y todo parecía una batalla constante contra la naturaleza. No se podía caminar, había piscinas de lodo, mucho se partieron literalmente las piernas, es más, tienes muletas marca “Wacken” para estos casos, uno no lo podía creer ¿Cómo putas pagan 400 euros por entrar a este lodazal? Hasta que comenzamos a darnos cuenta que siempre ha sido así, que la edición seca fue una rareza y que el barro y el lodo son parte esencial del festival, como dijo el cantante de Clawfinger: Los Guerreros del lodos, los surfers del fango. Todo se arregla con una botas plásticas, pero en nuestra inexperiencia no las llevábamos.

Este pantano no es solo una cuestión física o de comodidad; es una experiencia colectiva que obliga a cada persona a salir de su zona de confort, a enfrentarse a la adversidad con compañerismo y resistencia. La experiencia nos enseñó, como promotor y parte de Metal Battle Suramérica, que el barro simboliza una transformación interna que hace al festival único y memorable.

El lodo en Wacken no es enemigo, sino aliado en la construcción de una comunidad especial. Cada paso en el pantano es un acto consciente de entrega y perseverancia. El barro iguala, humecta la piel y la alma, borrando diferencias y creando un vínculo tangible entre asistentes de todo el mundo. Es en ese lodazal donde la mística se siente más intensa, donde la música cobra un significado mayor porque se toca y se escucha en medio de la adversidad, y donde la camaradería se fortalece al ayudar a un compañero a sacar la bota atascada o compartir un respiro bajo la tormenta. La experiencia pantanosa representa la pureza del metal, la resistencia, la honestidad y la unión a prueba de inclemencias.

La clave para entender la atracción irresistible de Wacken es que, aunque la experiencia sea a veces dura, nunca es sencilla ni superficial. El festival no vende comodidades, vende memorias intensas, desafíos superados y una conexión que trasciende lo cotidiano. Nosotros, como representantes de Suramérica, aprendimos que aguantar el pantano es una metáfora de nuestra propia lucha musical y cultural, no importa cuántas dificultades enfrentemos, seguimos adelante. El barro es el recordatorio de que la mística de Wacken no se construye en escenarios pulcros, sino en el abrazo colectivo frente a la tormenta, en el sudor compartido y en la sensación de que, a pesar de todo, pertenecemos a algo mucho más grande.

Epílogo

Al caer la noche en Wacken, cuando el sonido de las guitarras se apaga y el lodo empieza a secarse bajo el frío de la madrugada, queda en cada alma una marca imborrable, una historia de resistencia y fraternidad que se lleva para siempre. Volver a este lodazal, a esta comunidad que no conoce fronteras, es mucho más que nostalgia; es un llamado vital a quienes llevan el metal como bandera de identidad y lucha.Después de nuestra primera experiencia pantanosa en 2025, entendemos que el barro no solo representa un desafío físico, sino un ritual eterno que forja la hermandad más profunda. Es en esas dificultades donde Wacken revela su poder, transformar adversidad en saga, incertidumbre en camaradería y cansancio en euforia compartida porque sí, uno queda totalmente destruido físicamente.

Este espíritu es el que nos llama a regresar, porque en cada gota de lluvia que vuelve a convertir el terreno en pantano se renueva la oportunidad de vivir algo único, intenso y profundamente auténtico. Saber que el lodazal está ahí, esperando nuestras pisadas, convierte cada regreso en un homenaje a quienes somos y a las historias que aún nos quedan por contar, pero esta vez lo haremos con botas y con la preparación adecuada.

El próximo año, 2026, Wacken Open Air celebrará sus 35 años que más que un número, es un símbolo de perseverancia y evolución constante, de un festival que ha sabido mantenerse fiel a sus raíces mientras une generaciones de metaleros de todo el mundo. Esta edición promete ser épica, un punto de encuentro ineludible para quienes creemos en el metal como forma de vida, un festival que comenzó con dos amigos, seis bandas, una carpa y 800 personas es hoy el Festival más importante del rock y el Metal mundial y aunque después de haber sido comprado por una multinacional la magia y el misticismo se han vuelto más comerciales, el alma y las ganas de los metaleros lo mantienen vivo y esperamos que sea por algunos años más, esto ha sido sin duda una escuela, una universidad un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos y de todo lo que tenemos que cambiar en nuestra escena.

Para Metal Battle Suramérica y todas las escenas que representamos, ese 35 aniversario es una invitación a elevar aún más nuestra voz. A traer no solo nuestras bandas, sino nuestras historias de lucha, resiliencia y pasión, para que el mundo vea y sienta que el metal suramericano es un poder imparable. El lodazal de Wacken espera a aquellos que se atrevan a ensuciarse las botas y limpiar el alma en la tormenta. A quienes quieran ser parte de un ritual donde el barro es el símbolo de que resistimos, de que juntos somos invencibles, y de que la música verdadera no se mide en escenarios brillantes, sino en la fuerza que nace del barro compartido. Que el 35 aniversario sea una nueva página en la épica de la comunidad global del metal. Que cada paso en ese lodazal sea también un paso hacia un futuro donde más y más bandas, promotores y fans de Suramérica lleguen para afirmar con orgullo: aquí estamos, y siempre volveremos.

Wacken no es solo un festival, es un pacto con la música, la resistencia y la hermandad. Y ese pacto se renueva cada vez que alguien pisa el barro y responde al llamado del lodazal con el corazón abierto.

Nos vemos en 2026, donde el lodo, la música y la historia volverán a encontrarse como nunca antes, por que a pesar de todo, muero de ganas por regresar, así escribiendo esto me duelan las piernas y me sienta agotado, veo los videos y las fotos y sé que en ninguna otra parte sentiré esa mística, ese orgullo y esas ganas de seguir llamándome “rockero”.

P.D. Eso sí con ese maldito barro tienen que hacer algo…

@felipeszarruk
Phd© en Periodismo, Magister en Estudios artísticos, Músico, comunicador social, director de Subterránica y Promotor regional de Metal Battle Suramérica.

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Europa

Vhill: La tormenta venezolana que sacudió el arranque de Wacken, el festival más Grande del Metal

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Dariel Conway para Subterránica.

El mundo del metal amanece empapado literalmente en los campos de Wacken donde el festival más legendario del planeta, pero no solo de barro, sino también de espíritu, la edición 2025 arrancó bajo una lluvia incesante, lodos memorables y las emociones a flor de piel. No es cualquier año, ni cualquier Metal Battle, 2025 marca la segunda vez que Metal Battle South America llega a estas tierras, impulsado por la visión incansable de Felipe Szarruk y una red de colaboradores de todo el continente, con una novedad imposible de pasar por alto: por primera vez, una banda venezolana pisa el escenario de Wacken para disputarse la final global de la batalla de bandas más grande del metal.

El ambiente es el de siempre, pero multiplicado… Wacken, fiel a su promesa de “Rain or Shine” abrazó el diluvio de las últimas horas como se abrazan los grandes momentos, sin miedo y de frente. Los caminos de acceso y el campo central resbalan entre lodazales y botas, pero nadie se mueve un centímetro de la línea del frente porque lo que está en juego es más que un espectáculo. Es historia. El primer día de Metal Battle unió sangre nueva de todos los rincones del globo. Proyectos que atraviesan desde Europa del Este hasta Japón, del Norte de África hasta Suramérica, mostrando el metal como un idioma sin acento.

Y fue en esos escenarios, precisamente en el W.E.T Stage a las 11:50 AM que sonaron los acordes de Vhill, banda de Venezuela ganadora de la edición en el continente, en una presentación cargada de energía, fuerza y sentimiento que dejó claro de qué está hecho el Metal de nuestros países. Su debut en el festival fue poderosísimo, no solo por la técnica, que fue impecable, sino por la intensidad con la que defendieron su lugar. Aunque los resultados oficiales se sabrán el viernes tres de agosto, el veredicto emocional ya está dado, Vhill demostró por qué Suramérica está más vigente que nunca y cómo la unión y la independencia pueden llevar talentos hasta estas arenas sagradas incluso en los años más complicados.

El público que resistió a la tormenta premió cada nota, Wacken se llenó de banderas venezolanas y sudamericanas, celebrando ese instante en que el metal se siente más grande que la suma de sus partes, más allá de la competencia, fue una jornada en donde ganar o perder es lo de menos; la victoria consiste en representar y dejar huella, la iniciativa de Metal Battle South America logró el objetivo, poner de pie a toda una comunidad, a pulso y que el mundo escuche a las propuestas más auténticas y combativas de la región.

Tras la descarga, el primer día se fue entre charcos, abrazos y cánticos devotos, mientras miles se prepara para la segunda noche, donde grandes nombres como Ministry o Guns N’ Roses prometen tomar el testigo del poder y la diversidad vista en Wacken, pero ninguna estrella podrá apagar lo que ya se encendió; el 30 de agosto de 2025 Venezuela quedó en la historia de Wacken, y América Latina reafirmó que sigue siendo semillero de bandas con garra.

Mañana se conocerán los ganadores, pero ese momento es solo un capítulo más del cuento, Wacken sigue vivo, mojado, brillante en la oscuridad, y el mensaje ya se oyó en todos los confines. Metal es eso, esencia, resistencia y, sobre todo, comunidad mundial, sigue transformándose bajo el ritual de la comunidad musical más resilente y poderosa del mundo.

Las alianzas regionales detrás de Metal Battle South America muestran su fruto, lo que comenzó como un sueño arriesgado terminado extendiéndose hacia todo el continente, uniendo colectivos y productores en un esfuerzo que ya deja huella. La presencia de Felipe Szarruk y sus aliados no solo ha abierto puertas, ha demostrado que los espacios se ganan luchando, que el trabajo bien hecho puede llevar a la música independiente hasta el escenario más mítico de todos.

La presentación de Vhill culminó de manera épica, cuando la banda levantó con orgullo las banderas de toda la región, un gesto cargado de simbolismo y fuerza que resonó con cada persona presente. Fue un momento demasiado poderoso e icónico, una imagen que habla de identidad, resistencia y unidad. El metal, a través de iniciativas como Metal Battle, Subterránica, Felipe Szarruk y los múltiples aliados que han trabajado incansablemente, está logrando lo que parecía imposible, unir a nuestros países, muchas veces marcados por la división y la destrucción, bajo un mismo lenguaje de fuerza y pasión. Llevar este metal auténtico, nacido del esfuerzo independiente, al escenario del mundo entero es, quizás, el éxito más grande y profundo de esta generación; un triunfo que trasciende cualquier competencia y que celebra la cultura, la comunidad y la esperanza.

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Europa

Conozcan a Thompson, el croata que acaba de romper el record del concierto más vendido de la historia.

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Nadie fuera de Croacia lo tiene en sus playlists, pero acaba de hacer historia en la industria musical, se llama Marko Perković pero es mejor conocido como Thompson, un músico que logró convocar a cerca de medio millón de personas con entradas pagas en el Hipódromo de Zagreb, las cifras oficiales oscilan entre 450 000 y 500 000 asistentes, este ha sido el concierto más multitudinario de pago de un artista en solitario del que se tenga registro en la historia de la música, desbancando a Vasco Rossi y su récord italiano de 225.000 y demostrando que las escenas locales pueden ser las más fuertes si el público las apoya.

El concierto se convirtió en una procesión nacional, había entradas a precios populares, patrocinadores locales, buses enteros organizados desde pueblos remotos, el hipódromo se transformó en una ciudad temporal, con carpas, drones lanzando imágenes y una logística descomunal que incluyó más de seis mil policías. Por un día, Zagreb vivió un carnaval patriótico con banda sonora de rock folk.

Lo increíble es que si preguntamos en Madrid, Buenos Aires o Bogotá quién es Thompson, es muy posible que la mayoría no tenga ni idea, es un artista casi invisible para la industria y su éxito se cocina en casa, con ingredientes profundamente croatas como la nostalgia bélica, el orgullo nacional y música diseñada para encender la fibra identitaria.

Thompson no es un producto de la maquinaria del pop internacional ni un fenómeno de redes. Comenzó su carrera en la guerra, cuando cantaba para soldados croatas en los noventa, de hecho, el nombre artístico lo tomó del subfusil que cargaba, después llegó su primer éxito, convertido en himno, nació en las trincheras, desde ese momento su propuesta no cambió mucho, siempre hizo rock de estadio mezclado con folk balcánico, con guitarras sencillas, coros que le llegan a la gente y un discurso que exalta la fe, la historia y la patria.

Para su público eso no es un defecto, sino el motivo para seguirlo de manera ferviente, cada canción es un relato en colectivo, un canto de identidad, es un sonido que para muchos croatas no se consume sino se vive, eso explica la a convocatoria, su unión con el público. El concierto se pensó como un evento casi litúrgico, un símbolo de unidad en tiempos muy difíciles.

Pero no se puede hablar de Thompson sin mencionar la sombra que lo sigue, el músico ha sido acusado de tolerar y muchas veces alentar gestos y símbolos relacionados con el fascismo croata de los años 40. Sus conciertos han sido vetados en varios países europeos y aunque él rechaza la etiqueta de fascista, las polémicas no parar, varias veces se han visto saludos fascistas entre su público y algunas letras contienen referencias históricas interpretadas como apologías. Para sus seguidores, esas críticas son ataques injustos a un patriota, para sus detractores, son la prueba de una complicidad peligrosa.

Ese lado controversial lejos de espantar a sus seguidores parece fortalecerla, la narrativa del héroe incomprendido, del artista perseguido por decir “verdades incómodas”, le ha servido para construir una relación casi religiosa con su audiencia, es el combustible que le permitió vender medio millón de entradas sin nisiquiera sonar en Spotify fuera de su país.

Por eso el récord no significa que sea el artista más global, el más reproducido o el más “importante” en sentido universal sino algo algo más específico pero igualmente poderoso… Thompson que es capaz de convocar a su nación, de llenar un espacio gigantesco con un solo llamado, de reunir a cientos de miles para cantar las mismas canciones, es la prueba de que la música, incluso en tiempos en el que todo el planeta está conectado, sigue siendo un fenómeno local cargado de símbolos y memoria algo que nos falta en muchos de nuestros países.

Thompson acaba de escribir una página que nadie se esperaba en la historia de los conciertos, medio millón de personas lo corearon en un idioma que la mayoría del planeta no entiende, un récord que no solo habla de ventas, sino de identidad, tal vez ahí radica su verdadero significado.

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