Colombia
¿Quién mató al rock en Colombia? Entre la tropidelia y el Metal, una identidad perdida

Desde principios del siglo XXI algo bastante desconcertante le ha ocurrido al rock colombiano. No fue una muerte repentina ni un colapso violento, fue un desvanecimiento progresivo, una sustitución encubierta que con el paso de los años ha dejado a los verdaderos amantes del género preguntándose: ¿qué pasó con el rock? En su lugar, dos corrientes han ocupado el espacio: la tropidelia y el Metal, ambas con su valor estético y cultural importante, sin duda. Pero ninguna es rock. O al menos, no lo que históricamente se entendió como tal.
La tropidelia con su mezcla de cumbia, psicodelia, funk y ritmos afrocaribeños se volvió la cara oficial de la “música alternativa” colombiana. Proyectos como Bomba Estéreo, Systema Solar o Mitú arrasaron con los festivales, los medios y el imaginario cultural del “nuevo sonido colombiano”, eso se vendió como una evolución del rock, pero no lo era, era una transición hacia lo bailable, lo tropical, lo exportable, a eso le llamaron “nuevas músicas colombianas” y los de mente “sofisticada” se lo creyeron.
Cabe señalar que muchas de las empresas que actualmente lideran la producción de festivales y conciertos en Colombia tuvieron su origen en prácticas cuestionables, incluyendo el uso indebido de recursos públicos mediante la manipulación de contratos estatales, lo que les permitió consolidarse como grandes corporaciones del sector cultural. Estas mismas organizaciones son, en gran medida, las responsables de promover la narrativa según la cual la cumbia ha reemplazado al rock como expresión predominante. En este sentido, puede afirmarse que el Estado colombiano, a través de sus políticas de financiación cultural, ha contribuido —aunque de forma indirecta— al desplazamiento del rock. Este fenómeno, sin embargo, no es exclusivo del contexto colombiano; desde el fracaso simbólico de Woodstock 1999, el rock ha sido progresivamente marginado del mainstream a nivel global.
Frente a esto, los rockeros tradicionales -muchos nacidos en los 70, 80 y 90- no se sintieron identificados y en lugar de defender el rock como una forma más amplia, variada y melódica se refugiaron en el Metal. Así, el Metal empezó a convertirse en sinónimo de “lo único que queda”, el problema es que el Metal, aunque parte del espectro del rock, no lo representa en su totalidad, su sonoridad agresiva, sus estéticas extremas y su público sectario empezaron a desplazar las formas más melódicas, introspectivas y narrativas del rock tradicional, del alternativo, del progresivo, del indie, del punk menos ruidoso, del post-punk, del rock-pop o del grunge.
Hoy, en Colombia, el rock se ha quedado huérfano. Entre los festivales de fusión tropical y las avalanchas de conciertos de Metal extremo no hay lugar para bandas que se definan como rock sin apellidos. Y peor aún, la audiencia tampoco las comprende. Para muchos jóvenes, rock es sinónimo de guturales, doble pedal, distorsión al límite. Si no hay pogo, no es rock, si no hay riffs rabiosos, es pop y si suena a algo británico, entonces es “una viejera” y por otra parte para los curadores de los festivales públicos, si no tiene acordeón o guacharaca entonces es Metal, que paradoja y que confusión de esta pobre gente que en Colombia polariza todo, hasta la música, existen cientos de bandas de rock que quedan por fuera de todo espacio porque para los curadores y jurados solo existe la papayera eléctrica y el Metal y nada más, el rock, como lenguaje, como actitud y como espacio de exploración sonora intermedia, está desaparecido, las bandas no tienen escenarios, no tienen cobertura y lo más preocupante: no tienen audiencia, la generación que podría escucharlas está atrapada entre la nostalgia Metalera o el ritmo bailable.
Este artículo busca explorar esa paradoja… cómo el rock murió en Colombia por partida doble. Primero, por la absorción de la tropidelia como “rock moderno colombiano” y segundo por la reducción del rock a su versión más extrema: el Metal. Y cómo, entre ambas fuerzas, se ha perdido la posibilidad de que el rock sobreviva como un género abierto, melódico, rebelde pero sensible, urbano pero introspectivo.
LA ASCENSIÓN DE LA TROPIDELIA Y LA DESAPARICIÓN DE LA GUITARRA ELÉCTRICA
La tropidelia no llegó a reemplazar al rock de forma violenta. Lo hizo seduciendo en un plan controlado entre las instituciones y algunos medios y actores que se aliaron para esto… Cuando el país buscaba una identidad musical exportable que no se asociara con el conflicto armado ni con la música tradicional, la tropidelia ofreció una estética fresca, bailable, mestiza, fue fácil de digerir para las audiencias internacionales, especialmente en Europa y Estados Unidos, donde lo “latino” siempre es bienvenido, pero con un toque de modernidad.
La guitarra eléctrica, símbolo del rock, fue sustituida por sintetizadores, marimbas, guacharacas, bajos funkys y beats caribeños. De a poco, desaparecieron las bandas con formato clásico de bajo, guitarra y batería y en su lugar surgieron proyectos electrónicos con músicos de laptop y secuencias impulsados por el mismo estado y por las personas en puestos de poder que adoptaron esto como un distanciamiento “del imperio” y como un sonido propio, autóctono.
La prensa musical celebró este cambio como una “evolución del rock colombiano”. Pero lo que ocurrió en realidad fue una mutación comercial. La tropidelia se convirtió en un nuevo folclor urbano y desplazó al rock de los escenarios, de las radios, de los festivales, de las universidades e incluso de festivales “de rock”. No fue un asesinato con arma blanca, fue una deserción en masa lograda también por el hambre de los rockeros que se cansaron de no tener ni para almorzar, por eso callaron cuando sucedió y prefirieron colgarse una ruana que luchar por el género, al final la culpa también es del hambre que en Colombia reina en las artes, es mejor arrodillarse y rogar al estado por dinero que luchar en una industria que no existe.
Una entrevista con un programador de un importante festival colombiano (que prefirió no ser citado) revela la estrategia: “el rock ya no llena. La gente quiere bailar, quiere gozar. Si ponemos una banda indie rock, el público se aburre. Pero con tropidelia, todos se prenden”. El problema de fondo no es el éxito de la tropidelia, es que se haya vendido como sustituto del rock y que todos lo hayan aceptado sin cuestionarlo.
En las convocatorias culturales, los jurados suelen replicar una visión reduccionista de las músicas populares, limitándose casi exclusivamente a dos polos estilísticos: la llamada “tropidelia” y el metal. El rock, en sus formas tradicionales o clásicas, tiende a ser ignorado o incluso descalificado por desconocimiento. Esto se debe, en parte, a la falta de formación académica especializada en géneros populares por parte de muchos evaluadores, quienes no cuentan con criterios técnicos sólidos para valorar propuestas que no se ajustan a esas dos categorías dominantes. En consecuencia, la evaluación artística no responde a una apreciación objetiva ni a estándares musicales, sino a una doctrina estética impuesta y reproducida institucionalmente.
A esta situación se suma otro problema estructural: la reiterada práctica de designar jurados locales para evaluar a postulantes de su misma ciudad —por ejemplo, bogotanos calificando a otros bogotanos en convocatorias distritales—, lo que propicia círculos cerrados de afinidades personales, lealtades previas y favores cruzados. En este contexto, la meritocracia cultural se ve comprometida. Un caso emblemático es la ausencia del punk en la edición 2024 de Rock al Parque. Este subgénero fue prácticamente invisibilizado, y solo tras una fuerte reacción colectiva de la comunidad punk —una de las más cohesionadas y activas de Bogotá— se logró revertir parcialmente esta exclusión para la edición de este año.

EL METAL COMO REFUGIO Y COMO JAULA
Al mismo tiempo en que sucede el auge de la tropidelia, muchos rockeros clásicos se sintieron desplazados. Buscando una identidad fuerte, poderosa, coherente con la rebeldía original del rock se volcaron al Metal. Colombia, desde los 90, ha tenido una escena Metalera fuerte, especialmente en Bogotá, Medellín y Pereira. Pero lo que ocurrió en los últimos 15 años fue una absorción total: el Metal se volvió sinónimo de “rock real”, a falta de bandas de rock los rockeros ahora escuchan Metal.
Esto generó una visión cerrada del género, el chip fue cambiando, ahora para muchos públicos y medios, si una banda no tiene gritos guturales, riffs acelerados, doble pedal y una estética oscura, entonces no es rock. Cualquier intento de hacer rock melódico, indie, progresivo o clásico, es tildado de “mala música” o de “suave”. La diversidad sonora desapareció y con ella la posibilidad de que nuevas generaciones entendieran al rock como un lenguaje amplio, no es primera vez que el país mata un género, mientras en los ochentas sucedía toda la nueva ola del Heavy Metal Británico o sucedía el movimiento glam de los Estados Unidos que era la corriente dominante en el mundo, acá trillaban una amalgama de sonidos a lo que llamaron “Rock en Español”, mientras en el mundo sonaba Def Leppard o Motley Crue en Colombia sonaban Los Prisioneros y Vilma Palma e Vampiros.
El Metal creció en programación, en festivales underground, en discografías independientes. Pero lo hizo aislado. Alejado del gran público, del cruce con otras artes, del debate social. Se volvió una trinchera de resistencia… que muchas veces más parecía una celda de aislamiento.
MEDIOS QUE NO ESCUCHAN, BANDAS QUE NO EXISTEN: LA INVISIBILIDAD SISTEMÁTICA
Una de las causas más preocupantes del colapso del rock colombiano es la sistemática invisibilización de las bandas que aún practican el género en sus géneros clásicos. No hablamos solo de falta de medios especializados sino de un ecosistema de difusión que no comprende ni promueve la diversidad interna del rock.
Programas radiales, revistas digitales y curadores de festivales suelen caer en un reduccionismo fatal: si no es tropidelia para bailar o Metal para gritar, no es digno de ser programado. Así, bandas que apuestan por el rock alternativo, el shoegaze, el post-rock, el indie experimental, el art rock, quedan completamente por fuera del circuito. Se ha instaurado una lógica de consumo basada en lo funcional: lo que hace mover el cuerpo o lo que desata la catarsis. Todo lo que se sitúa en el medio, lo introspectivo, lo narrativo, lo melódico, lo sutil, queda automáticamente desechado. Es una forma de censura indirecta. Una programación cultural que premia la forma sobre el contenido.
A esto se suma una crisis de criterio editorial. Muchos portales de música alternativos son dirigidos por comunicadores sin formación musical o por influencers que al igual que los curadores y jurados mediocres, reproducen modas sin ningún análisis. La consecuencia es una prensa musical empobrecida, incapaz de reconocer joyas fuera del radar.
¿ES POSIBLE RECONSTRUIR UN ECOSISTEMA PARA EL ROCK?
La situación no es irreversible. Pero requiere voluntad política, cultural y curatorial. Es urgente abrir de nuevo espacios para el rock como lenguaje amplio: desde lo indie hasta lo progresivo, desde el grunge hasta el post-punk, desde lo alternativo hasta lo experimental. Esto implica repensar las convocatorias culturales para incluir al rock como categoría autónoma, fortalecer medios que escuchen, investiguen y reseñen con profundidad, fomentar alianzas entre gestores, músicos y espacios alternativos, crear ciclos de conciertos, ferias, laboratorios y festivales que privilegien la propuesta antes que el ritmo, educar al público joven en la escucha activa y no solo en el consumo inmediato.
El rock no necesita volver a ser masivo, solo necesita dejar de ser invisible y la gente que está en el rock colombiano solo necesita ser honesta y dejar de ser corrupta por el hambre.
Suena a ficción, pero es real y lo peor… todo el mundo lo sabe pero calla.
Imágenes generadas por Copilot
Colombia
Abstracted Mind despierta fantasmas en su nuevo viaje sonoro

La banda de metal sinfónico Abstracted Mind volvió a estremecer la escena con el lanzamiento de Where It Begins, un sencillo que apareció el pasado viernes 26 de septiembre y llegó acompañado de un video oficial que amplifica su atmósfera introspectiva. El grupo, que ya había dado señales de ambición y pulso narrativo con sus anteriores temas Eternals y Despair, da aquí un paso más profundo hacia un sonido cargado de dramatismo y un discurso emocional que no teme exponer fragilidad.

Where It Begins es un retrato crudo de la lucha interna contra los recuerdos que se niegan a morir. La canción dibuja la figura de un héroe atrapado en un bucle de ilusiones perdidas, sosteniendo un corazón puro pero desgarrado, paralizado ante el peso de un pasado que no se deja soltar. Las guitarras, majestuosas y densas, sostienen una voz que se mueve entre la épica y la vulnerabilidad, mientras la producción refuerza la sensación de estar frente a un relato casi cinematográfico donde cada acorde parece un intento desesperado por romper cadenas invisibles.
El tema se mueve entre la idealización y la aceptación, con un dramatismo que bebe tanto de la grandilocuencia del metal sinfónico como de una sensibilidad íntima que podría pertenecer a cualquier persona enfrentada a la necesidad de renunciar a lo que ya no volverá. En el centro late la idea de que avanzar requiere un equilibrio entre coraje y rendición, un acto de honestidad brutal que Abstracted Mind sabe convertir en música expansiva y emocionalmente devastadora.
Con este tercer adelanto de su álbum debut previsto para 2026, la banda no solo mantiene el nivel de expectativa que construyó con Eternals y Despair, sino que perfila un universo sonoro cada vez más sólido y ambicioso. El videoclip, estrenado simultáneamente en plataformas digitales el mismo día del lanzamiento, refuerza ese viaje emocional con imágenes que evocan caos interno y la búsqueda de luz en medio de la oscuridad, un recurso visual que dialoga con la potencia de la música y le da rostro a esa batalla silenciosa que todos libramos alguna vez.
En un momento en el que el metal sinfónico busca reinventarse para no quedarse anclado en los clichés de la grandilocuencia vacía, Abstracted Mind ofrece un golpe de sinceridad emocional envuelto en una producción impecable. Where It Begins no es solo un nuevo sencillo: es un recordatorio de que la épica también puede ser íntima y que, detrás de la distorsión y la orquesta, puede haber una lucha profundamente humana por soltar y seguir adelante.
Colombia
Grita cumple 18 años y lo celebra con un cartel que sacude a Manizales

Han pasado dieciocho años desde que Grita irrumpió en la escena colombiana para convertirse en algo más que un simple festival. Lo que comenzó como un espacio para la música alternativa hoy es un ritual que mezcla sonidos, culturas y generaciones enteras. Este 2025, el encuentro vuelve con la madurez de quien ha resistido el tiempo sin perder la esencia, ofreciendo una experiencia que sigue siendo vital para quienes creen en la independencia y la diversidad sonora.
La cita será los próximos viernes 10, sábado 11 y domingo 12 de octubre en Expoferias Manizales, con programación ininterrumpida desde la 1:00 p. m. hasta las 11:00 p. m. Tres días que prometen una descarga de energía distinta en cada jornada, reafirmando que Grita es más que un festival: es un territorio donde caben todas las tribus sonoras.

Viernes 10 de octubre – La apertura que rompe géneros
El primer día apuesta por la diversidad pura. Los Calzones llegan desde Argentina con su irreverente ska-punk; Lion Reggae representará el espíritu jamaicano hecho en Colombia; y desde Bélgica, La Chiva Gantiva desplegará su fusión explosiva de ritmos afrocolombianos, rock y funk. Junto a ellos, nombres locales que han sabido hacerse un lugar en la escena: Acusbeats, Rex Marte, Stayway, Bajado Con Espejo y Besana, confirmando que el inicio del festival será un viaje sonoro sin etiquetas.

Sábado 11 de octubre – Punk y hardcore sin concesiones
La segunda jornada es puro sudor y distorsión. Envidia Kotxina desde España traerá su punk combativo, Cro-Mags aterrizará con su hardcore neoyorquino cargado de historia, y Appendix representará la vieja escuela finlandesa. La cuota local repetirá con fuerza: Acusbeats, Rex Marte, Stayway, Bajado Con Espejo y Besana, demostrando que la escena nacional no se queda atrás frente a los colosos internacionales.

Domingo 12 de octubre – El ritual extremo
El cierre será un golpe directo al pecho para los amantes del metal en todas sus mutaciones. Triptykon desde Suiza promete oscuridad y peso monumental; Forbidden, leyenda del thrash estadounidense, hará vibrar a los puristas del género; y Krisiun descargará todo el poder del death metal brasileño. Junto a ellos, la fuerza local de Moth, Okinawa Bullets, Danger, No Absolution y Oblitus para un final que apunta a ser devastador.
A lo largo de estos 18 años, Grita ha sobrevivido a cambios de industria, crisis y modas pasajeras. Ha mantenido una identidad que mezcla resistencia, comunidad y amor por la música sin filtros. Su capacidad de renovarse sin perder autenticidad lo ha convertido en un referente para la escena alternativa y metalera de Colombia y la región.
Este 2025, el festival no solo celebra la mayoría de edad: reafirma que la música independiente sigue viva y poderosa cuando se defiende con convicción. Manizales será, una vez más, el epicentro de esa celebración.
Colombia
Este 26 de spetiembre MANDINGASEA transforma el dolor en arte con el estreno de “ToxiLove” en Bogotá

Bogotá será escenario de una experiencia sonora y escénica que rompe los moldes tradicionales del lanzamiento musical pues este viernes 26 de septiembre de 2025 a las 6:00 p.m. la banda bogotana presentará su nuevo sencillo “ToxiLove” en el Muelle de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (FUGA).
Lejos de ofrecer un simple showcase, MANDINGASEA apuesta por un concierto-performance que mezcla música, artes visuales y danza contemporánea, la propuesta está atravesada por una narrativa teatral derivada de El Musiquiatra, proyecto escénico que el grupo ha construido como hilo conductor de su identidad artística. Esta nueva puesta en escena no solo busca impactar al público desde el sonido, sino generar un diálogo sensorial y emocional que vincule a quienes asisten con las capas profundas de su mensaje.
“ToxiLove” llega como un relato frontal y visceral sobre las relaciones dañinas, escrito desde la vulnerabilidad pero con la contundencia de un manifiesto colectivo, su letra no esquiva la crudeza de los vínculos tóxicos y lanza frases como “Y no un tóxico como yo, como él, como tú”, desnudando las dinámicas afectivas que hieren y condicionan a muchas personas, este enfoque conecta con una generación que cuestiona la normalización del amor nocivo y busca nuevas formas de relacionarse emocionalmente.
La canción forma parte de “Conductual”, el nuevo EP de la banda, que continúa el viaje conceptual iniciado con “Cognitivo” (2024). Mientras aquel proyecto exploraba la mente y las emociones desde una perspectiva íntima y social, Conductual amplía la mirada hacia los comportamientos humanos, las relaciones de poder y la toxicidad emocional, esta continuidad le da a Mandingasea un lugar único dentro de la escena alternativa que no se limita a producir canciones sueltas, sino que construye universos en donde la música dialoga con el teatro, la psicología y las artes visuales.
Detrás del sonido de “ToxiLove” está la experiencia de Pedro Rovetto (Superlitio) como productor, la banda dice que su trabajo aporta solidez y refinamiento sin restarle el filo contestatario que los caracteriza. En el escenario, los integrantes Andrés González, Sebastián Cogua, John Loaiza y Alejandro Lopera se entregan a un show que no teme combinar crudeza y poesía, vulnerabilidad y catarsis colectiva.
El concierto-performance se da además como parte del premio de circulación de artes vivas y musicales que han ganado, confirmando que su propuesta está siendo reconocida por su innovación y su impacto social. Para la banda, no se trata solo de tocar en vivo, se trata de crear experiencias que cuestionen, conmuevan y dejen huella.
La entrada será libre hasta completar aforo.
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