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De nuevo lo único que suena en el rock colombiano son los chismes ¿Qué hacer por esta escena tóxica y patética?

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La escena del rock colombiano, conocida por su potencial y, lamentablemente, por su toxicidad, ha vuelto a ser protagonista en las redes sociales debido a un escándalo que involucra a músicos burlándose de colegas. Este incidente, aunque no es nuevo en el ámbito musical, destapa una realidad incómoda sobre la falta de unidad y profesionalismo dentro de esta comunidad. Un comentario de hace casi 10 años en redes sociales ha desatado una serie de preguntas válidas, cuestionando la integridad de aquellos que se llaman a sí mismos músicos. Pero más allá de los chismes y los enfrentamientos, el verdadero problema radica en la escasa producción musical y el limitado impacto que el rock colombiano tiene tanto en el país como en el ámbito internacional.

En los últimos días, la escena del rock colombiano ha vuelto a encenderse, no precisamente por la fuerza de sus guitarras, sino por un escándalo que ha sacado a la luz la discordia y falta de unidad entre los músicos. Un comentario incisivo en redes sociales ha arrojado luz sobre la paradoja que envuelve a esta comunidad, donde el chisme parece ser moneda corriente, mientras que la lucha por causas más importantes ha quedado en segundo plano.

El interés por este viejo comentario que desencadenó esta reflexión contrasta con una serie de episodios en los que la comunidad rockera calló ante situaciones problemáticas, revelando una falta de cohesión y una propensión a privilegiar el ego sobre la música. Desde la indiferencia ante investigaciones de corrupción hasta la aceptación tácita de calumnias, la escena parece estar más enfocada en el escándalo y la atención mediática que en la creación musical auténtica, es realmente una comunidad patética de escaso talento musical y excesivo talento para el chisme, la burla y el matoneo.

El señalamiento, aunque duro, no carece de fundamento, pero la reacción de los músicos es más un espectáculo que una búsqueda de justicia, cuando al músico en cuestión lo nombraron como jurado en Rock al Parque ahí sí a muchos parecía no importarle nada y como ovejitas acudían al llamado del corrupto festival. Sin embargo, cuando se anunciaron los ganadores que incluían bandas de cumbia y ranchera nadie dijo nada, hace un par de días se anunció una investigación oficial hacia Sayco, las redes permanecieron sorprendentemente silenciosas.

En este juego de sombras, Syracusae introdujo cizaña en el evento Metal Battle, sembrando discordia y desconfianza. ¿Dónde estaba la voz unificada de la escena rockera para denunciar estos actos? ¿Por qué el silencio cómplice persistió mientras la integridad del evento se veía amenazada?

La Contraloría emitió una confirmación de corrupción en Rock al Parque, pero los músicos continuaron inscribiéndose en el festival. El silencio abrumador de la comunidad frente a este escándalo revela una desconcertante falta de cohesión y compromiso con la transparencia en una escena que debería ser un bastión de autenticidad.

Cuando Subterránica fue objeto de una campaña difamatoria por Leonardo Guzmán tras ser nominado, la respuesta de la comunidad rockera fue nuevamente el silencio. ¿Por qué la fuerza y la valentía que se demuestran en las redes sociales ante conflictos menores no se traduce en una defensa férrea ante ataques personales y campañas de desprestigio? ¿Es nuestra escena una escena patética, cobarde y conveniente? Los hechos respaldan esta afirmación.

Es importante abordar el tema del limitado impacto del rock colombiano que, a pesar de contar con talentosos músicos y bandas, el género ha luchado por encontrar su lugar tanto en la industria musical nacional como en la escena internacional. La falta de apoyo institucional, la excesiva corrupción en lo público y lo privado y la escasa difusión de las propuestas locales contribuyen a que el rock colombiano no alcance el reconocimiento que merece. Mientras que otros géneros musicales florecen en el país, el rock parece quedarse rezagado y agonizando dentro de las redes que son al parecer el único lugar de exposición que le queda a los cada vez más necesitados “rockeros”. Lamentablemente al rock colombiano no lo conoce nadie en el mundo.

Según cifras recientes, las reproducciones de bandas de rock colombiano en plataformas de streaming son significativamente inferiores en comparación con otros géneros populares. Además, eventos emblemáticos como Rock al Parque han experimentado una disminución en la asistencia y la relevancia a lo largo de los años (Así Idartes diga lo contrario e infle los datos). Todo esto revela una brecha entre el potencial artístico de la escena y su impacto real en la sociedad.

Así que los constantes escándalos que nada tienen que ver con la música y que tienen en estado crítico a la escena rockera colombiana plantean una pregunta fundamental: ¿están los músicos más preocupados por su ego y los escándalos que por la verdadera esencia de la música? Es momento de una autoevaluación honesta y de un cambio de enfoque, alejándose de la cultura del chisme y abrazando la verdadera pasión por la creación musical, hoy en día el rock colombiano se reduce a lo que en los noventas los gremios de buses llamaron “la guerra del centavo” y una carrera por ver quien tiene el mejor tributo para poder comer.

Para revitalizar el rock colombiano, es esencial que la comunidad musical se una en torno a la música misma. Se necesitan esfuerzos colaborativos, apoyo mutuo y un cambio de mentalidad hacia la creatividad y la calidad artística. La superación de las disputas internas y la concentración en la verdadera esencia del rock pueden abrir las puertas a una nueva era para este género en Colombia.

En el eco del último escándalo que ha sacudido las redes sociales, la escena del rock colombiano parece más enfocada en los chismes y las peleas internas que en la creación musical auténtica. Un comentario contundente ha puesto de manifiesto una realidad incómoda: la falta de unidad y profesionalismo dentro de esta comunidad, que se muestra rápida para el chisme, pero débil ante las verdaderas luchas que deberían abrazar.

La revitalización del rock colombiano requiere más que espectáculos mediáticos y chismes. Necesita una comunidad unida, comprometida con la transparencia y la autenticidad, dispuesta a luchar por la música y su impacto real en la sociedad. La elección está en manos de los músicos y de toda una escena que tiene el poder de redefinir su destino. En lugar de ser agua del mismo frasco, es tiempo de ser la fuerza unificada que el rock colombiano necesita para volver a resonar, no solo en las redes sociales, sino en el corazón de la música.

Atravesamos una crisis de identidad, de creatividad y de reconocimiento. La escena local se ha vuelto tóxica, llena de escándalos, de envidias y de mediocridad. Los músicos se dedican más a criticar, a burlarse y a sabotear a sus colegas que a producir buena música. El público, por su parte, se muestra indiferente, desinteresado o decepcionado. El resultado es que el rock colombiano produce muy poca música, buena música y no nos conoce nadie en el mundo.

Estos episodios evidencian la falta de profesionalismo, de ética y de solidaridad que existe entre los músicos de rock colombiano. En lugar de apoyarse, de colaborar y de aprender unos de otros, se dedican a destruirse, a competir y a descalificar. En lugar de hacer música, hacen escándalo. En lugar de crecer, se estancan.

En el ámbito internacional, el rock colombiano ha tenido una presencia marginal y esporádica. Aunque hay algunas bandas que han logrado trascender las fronteras y participar en eventos, giras o mercados internacionales, estas son la excepción y no la regla. El rock colombiano no ha logrado posicionarse ni diferenciarse en el panorama global, ni ha generado una industria sólida y sostenible que lo respalde.

El rock colombiano tiene potencial, tiene talento, tiene historia. Solo necesita volver a hacer música y dejar de ser patético. Solo necesita recuperar su esencia, su fuerza, su voz. Solo necesita creer en sí mismo, en su música, en su rock.

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Devasted lanzó “Siniestro” un disco que desafía la corrupción desde el thrash metal colombiano

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Devasted

Devasted es reconocida como una de las propuestas más sólidas e innovadoras del metal nacional en la actualidad, recientemente presentaron su nuevo álbum conceptual “Siniestro”. La banda fue fundada en Palmira en 2008 y actualmente radica en Bogotá y ha construido una identidad sonora y escénica que se distingue por la agresividad y coherencia de su mensaje.

“Siniestro” es un trabajo que gira en torno a un personaje corrupto, símbolo de la decadencia y el caos que afectan a la sociedad. Este ser, que mueve los hilos desde las sombras, representa a quienes perpetúan la injusticia y el sufrimiento a través de decisiones que impactan todos los ámbitos, lo político, social, mediático, lafuerza pública y el crimen organizado. El álbum, producido por César Molina y Ricardo Gámez de Colapso Records, entre 2022 y 2025, aborda la corrupción desde diferentes perspectivas y propone una reflexión crítica sobre la realidad contemporánea.

El diseño visual de “Siniestro” estuvo a cargo del artista bogotano David Zambrano también conocido como David ArtWorks, quien logró plasmar en la portada la esencia oscura y perturbadora del concepto central, además, el disco cuenta con colaboraciones destacadas de Mauricio Obregón de Victimized y Briam Moreno de SwampTales en “Insanidad”, Adrian Manrique de Cobra y Andrés Triana en “Sociopatía” y Maximiliano Rincón en “Trampa Mortal”.

La puesta en escena de la banda es otro de sus sellos distintivos, en sus conciertos incorporan personajes como el Maniático Thrasher, un antihéroe sin ley y el propio Siniestro, esencia corrupta y amo del mal, quienes protagonizan la narrativa visual y musical del grupo. Esta teatralidad refuerza el mensaje de denuncia y confrontación que caracteriza a Devasted.

Con una discografía que incluye “Worst Than Ever” (2010), “Infierno” (2011), “Planeta Guerra” (2018) y “Demencia y Caos” (2021), han participado en los principales festivales de rock y metal del país, como Rock al Parque, Palmira Metal Fest, Rock INC Festival y Tunja Metal Fest, consolidándose como referente de la escena colombiana.

“Siniestro” es un disco que no solo reafirma la potencia musical de la banda, sino que también invita a la reflexión sobre las estructuras de poder y corrupción que marcan la vida social, demostrando nuevamente por qué es considerada una de las más relevantes e imprescindibles del metal colombiano actual.

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Rock al Parque 2025 balance final: Tres días que confirman lo ganado y evidencian lo pendiente.

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Culmina una nueva edición de Rock al Parque y tras tres días de programación, queda claro que el evento sigue siendo una estructura sólida, pero rodeada por un ecosistema que no necesariamente evoluciona con la misma solidez. Fue una edición de contrastes, de aciertos técnicos y cuestionamientos estructurales. Una edición donde lo musical se sostuvo pero no alcanzó a elevarse, en la que como cada año se evidenció que producir un evento de esta magnitud es un reto mayor que simplemente asistir, tomar nota y opinar.

Hay que decirlo, hacer un festival gratuito con múltiples escenarios, decenas de artistas y una afluencia masiva en un país como Colombia no es sencillo, la producción requiere sincronía, experiencia, atención al detalle. Lo fácil es lo que hacemos desde los medios… ir, cubrir, criticar lo que no nos gusta y aplaudir lo que sí, el ejercicio de análisis es necesario, pero también lo es reconocer que lo que ocurre detrás del telón implica un grado de dificultad que merece respeto.

Idartes que lleva muchos años ya al frente del festival, ha logrado avances que hace una década eran impensables como la inclusión de zonas de consumo legal de licor, los patrocinios explícitos en pantalla, la apertura de espacios para emprendimientos culturales y sellos alternativos, son señales de que hay una comprensión más amplia sobre lo que debe ser un festival en el siglo XXI. La gestión de Héctor Mora ha sido clave para este reordenamiento, con años de compromiso con el rock colombiano y siendo parte de él, Mora regresó al festival en un momento complejo, tras una curaduría anterior que dejó grietas irreparables. En dos años, ha intentado redireccionar una estructura muy pesada, y eso dentro de todo, es positivo para la escena local.

Como lo anticipamos en Subterránica antes del festival, el punto más alto estuvo en las bandas nacionales, con escenarios medio vacíos, es cierto, pero con propuestas valiosas, especialmente dentro del metal, el punk, el ska y el rock clásico. Hay buenos sonidos y buenas agrupaciones, pero el riesgo sigue siendo el mismo, que muchas bandas desaparecen o se diluyen después de tocar en el festival, Rock al Parque debería ser un trampolín, no un techo. El reto está en convertir esa fecha en un punto de partida real para las agrupaciones locales y no en una meta simbólica que agota el impulso de una banda ¿ahora qué hacemos? Y ahí viene el momento complejo.

El festival, en términos generales funcionó. Sonido, pantallas, tiempos, accesos, todo fluyó dentro de lo esperado, pero hay dos puntos que no pueden obviarse… El primero es el público que dejó claro una vez más que el rock nacional no convoca como debería. El grueso de asistentes apareció únicamente para ver a Don Tetto y al Cuarteto de Nos el último día. El escenario Plaza, eje del festival, estuvo la mayor parte del tiempo vacío y la conclusión es incómoda pero evidente e innegable, hay una gran masa que solo consume lo consagrado o lo internacional, un público que no siembra, que solo cosecha, que se enorgullece de ser “rockero” cuando el éxito ya está garantizado, de resto, bares vacíos, venues vacíos y un Rock al Parque que salvo por unas franjas específicas también lo está. El público rockero colombiano podría aprender algo de los hinchas de la selección, apoyar en las buenas y en las malas incluso cuando jamás se ha ganado nada, porque apoyar una banda en su inicio es más revolucionario que corearla en su punto alto.

El segundo punto crítico tiene nombre propio: GSP, la empresa logística. Su historial es largo y no por esta edición en particular, esta empresa siempre ha mostrado fallas estructurales. Cuando se empodera a personajes sin formación, solo porque portan un chaleco, se habilita el abuso. El trato que muchos periodistas y fotógrafos recibieron en esta edición fue lamentable. El caso de una fotógrafa de 24 años agredida en el escenario Bio por parte del personal de seguridad no es algo aislado, en el escrito anterior habíamos denunciado el maltrato a los periodistas y ya antes, en otros contextos como Hard Rock Café de Bogotá, esta empresa ha protagonizado situaciones que terminaron en disculpas institucionales. Empresas que crecen con dinero público deberían pasar por auditorías reales y rendir cuentas, especialmente cuando se trata de eventos culturales, estos contratos deben revisarse, las personas a cargo deben tener criterios, no poder arbitrario.

En contraste, el escenario Bio fue el más sólido de todo el festival, siempre lleno, activo y con un público participativo. Irónicamente, lo que demuestra que el público sigue prefiriendo los lenguajes reconocibles, los clásicos, lo que entra fácil.

Bandas como Piangua o Los de Abajo —excelentes en lo que hacen— se sintieron fuera de lugar en un festival de rock, no por calidad, sino por contexto. Piangua es un proyecto con enorme proyección, pero quizás en escenarios distintos. Lo mismo sucede con apuestas como Silvestre y La Naranja o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba que son sonidos de nicho, con una estética de culto, celebrados en su círculo cercano pero lejos de convocar masivamente en espacios abiertos. La sensación es clara, hay una desconexión entre lo que se quiere impulsar desde la curaduría y lo que realmente ocurre en el parque. Hay mérito en la diversidad, pero también se necesita estrategia

En un artículo posterior publicaremos nuestro top 10 de presentaciones destacadas, por ahora queda claro que el balance es bueno aunque complejo. El festival sigue siendo un bastión para el rock colombiano pero necesita más que logística, tal vez más personas involucradas que en realidad conozcan la escena nacional a profundidad y no de manera superficial, más expertos y menos bookers y dueños de festivales rondando como chulos y las bandas deben entender que conectar con el público no es una consecuencia automática del talento, hay que volver a seducir a las audiencias y el público también tiene que asumir que no se puede exigir sin involucrarse. Muchos prefieren pagar millón y medio para asistir a Estéreo Picnic que caminar a Rock al Parque gratis. Tal vez el problema es de percepción, tal vez la imagen del festival se distorsionó para las nuevas generaciones.

En 2026 Rock al Parque celebrará 30 años. Será una edición simbólica. Ojalá también sea una edición consciente. En Subterránica seguiremos insistiendo en lo mismo: apoyar el rock nacional los 365 días del año. Asistir a los conciertos, estar en los circuitos, escribir, grabar, documentar. Que no se vuelva a llenar el festival para ver lo de siempre mientras lo nuevo queda en el olvido. No porque falte talento, sino porque falta voluntad.

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Cuando el ruido no alcanza y el silencio dice más: Una asesoría gratuita a Idartes para el trato de medios en Rock al Parque. Reflexiones del segundo día de festival.

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El segundo día de Rock al Parque 2025 fue en términos musicales, prescindible… No hubo una sola banda que merezca una mención destacada, es incómodo decirlo, pero necesario, el cartel fue una mezcla de agrupaciones que repiten fórmulas agotadas y nombres que a pesar de tener historia, no tienen presente. Fue una jornada dominada por bandas de personas cincuentonas cantando sobre romances adolescentes, sonidos domesticados disfrazados de rebeldía, colaboraciones forzadas para justificar la presencia de artistas eternos en cartel y géneros que poco tienen que ver con la identidad del festival, como el bolero y la cumbia, presentados sin ningún contexto que justifique su inclusión. A pesar de pequeños nichos de fervientes seguidores de algunos nombres del cartel a los cuales se les justificaba la presencia, estuvo aburrido.

Ni propuesta, ni narrativa, ni emoción, fue un evento programado en piloto automático. Una jornada construida con nombres y no con ideas como si el único objetivo fuera llenar las franjas horarias para cumplir con un deber administrativo y no con una visión cultural, de nuevo el público ausente y la lluvia no ayudó. A falta de música que valga la pena destacar, este texto se convierte en una asesoría gratuita para quienes organizan el festival, sin ánimo de lucro y con la firme intención de darles una clase sobre cómo se debe tratarse a los medios de comunicación y su importancia para el festival. Si no pueden defender artísticamente lo que programan, al menos escuchen lo que se está haciendo mal en lo técnico, lo logístico y sobre todo, en la relación con los medios.

Porque si hay algo que quedó claro este domingo, es que Idartes no entiende el papel de la prensa musical, no sabe quiénes somos, no sabe cómo se trabaja con medios y mucho menos le importa establecer relaciones serias con quienes llevamos años cubriendo el movimiento. Es absurdo que un medio como Subterránica y otros con mucha experiencia, con más de dos décadas de trabajo continuo, reciba únicamente dos acreditaciones para cubrir tres escenarios durante tres días pero a Caracol que nisiquiera nombra el Rock nacional le entreguen 50, es absurdo que no haya conectividad en el parque, que no haya internet para poder hacer reportajes en vivo, es absurdo que los periodistas deban resolver todo por su cuenta mientras personas acreditadas sin un medio verificable revenden manillas o simplemente entran al foso a tomarse fotos y es absurdo que medios independiente nuevos que están 100% dedicados al rock no sean acreditados pero si personas que solamente va a ver a los nombres extranjeros, todo esto se resume en una sola cosa… falta de preparación y desconocimiento profundo de la escena.

El diseño del foso de prensa en el escenario Plaza es ridículo. No es que los periodistas estén lejos, es el público el que ha sido desplazado, el foso es innecesariamente enorme, tanto que coloca a los músicos a más de cien metros del público, creando un vacío físico y emocional imposible de justificar. Los periodistas no necesitamos más de cinco metros para hacer nuestro trabajo, tomar fotos, escuchar con atención y registrar lo que ocurre, lo que se ha construido ahí no es un espacio para la prensa, es una barrera absurda que desconecta al festival de su razón de ser: el público.

Pero lo más grotesco es el trato indigno de parte del equipo logístico contratado por Idartes, GLS Logística. Gente sin experiencia en el manejo de prensa, que trata a los periodistas como intrusos, que ignora por completo cómo opera un medio y que parece más interesada en “controlar” que en facilitar el trabajo. La reventa de manillas, los múltiples colores que nadie entiende, los retenes innecesarios, la información mal transmitida y el constante irrespeto a quienes cubrimos el evento, son síntomas de una administración que funciona sin criterios claros y sin profesionales reales al frente, es de quinta categoría que una persona de prensa vaya preguntando a cada persona que entra al foso de qué medio es o a que medio pertenece porque la incapacidad para controlar las manillas se les sale de las manos, es ofensivo para nosotros que vamos a cubrir el festival con pasión y sin un pago solamente por cubrir y mantener el espíritu del rock vivo, es decir por hacer el trabajo que muchas veces los equipos oficiales son incapaces de hacer.

Y todo esto impacta directamente al festival. Porque sin periodistas en campo, no hay memoria. No hay crítica. No hay conversación. No hay relato. Quedando solo la dictadura cultural, las cifras infladas, las frases de autoelogio, las cuentas oficiales, las fotos vacías y la ilusión de que todo está bien cuando claramente no lo está. Las bandas que sí hacen el esfuerzo de crear algo nuevo no tienen quién las narre. El público no sabe a quién seguir. Y los medios que podrían generar contenido valioso, se ven reducidos a pelear por una manilla o a quedarse en casa.

Acá cubriendo…

También hay que decirlo, parte de la culpa la tiene la prensa misma. Muchos de los que reciben acreditaciones nunca aparecen durante el evento, otros llegan al final, toman tres fotos, suben un carrusel y publican una columna de elogios vacíos. Columnas que modelan una verdad que no existe. Que adornan un evento que no necesita aplausos, sino preguntas. No se puede seguir validando un modelo de cubrimiento donde el periodismo musical se reduce a posar como influencer y mucho menos se puede seguir aceptando que desde el Estado se elijan medios con base en popularidad y no en trabajo comprobable.

La prensa es necesaria no porque decore el festival, sino porque le da sentido. Porque lo observa desde afuera, lo traduce, lo analiza, lo conecta con la historia. Si Rock al Parque quiere seguir existiendo como algo más que un evento gratuito masivo, necesita con urgencia contratar personas que sepan de periodismo cultural, de escena local, de producción real. No se trata de cumplir un requisito, se trata de saber qué hacer con él. Porque cuando los músicos no proponen, y la organización tampoco permite narrar lo que pasa, el silencio comienza a sonar más fuerte que el volumen de las tarimas.

Y eso, para un festival de rock, es imperdonable.

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