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Colombia

La necesidad de una reforma urgente a la anacrónica y descarada ley de derechos de autor en Colombia.

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La ley de derechos de autor en Colombia es la Ley 23 de 1982, que tiene como objetivo proteger las obras literarias, científicas y artísticas, así como los derechos conexos de los intérpretes, productores y organismos de radiodifusión, se supone que esta ley debe ampararlas facultades exclusivas de disponer, aprovechar y defender la obra de cada creador, así como el derecho moral del autor, los derechos patrimoniales y los derechos morales entro otras cosas más.

Sí señores estamos en 2023 y es la hora en que no solo no ha cambiado esta ley por más de 30 años, sino que propicia la corrupción y Colombia está entre los países que más descuidan este derecho, dándole dádivas a monopolios privados amparados por el estado y enriqueciendo a todo el mundo a excepción de los autores.

Y es que esta vieja ley está llena de falencias y anacronismos que se han señalado pero que nadie quiere escuchar, porque está ahí tranquila, instalada repartiendo dinero a los corruptos y eso no les conviene que se acabe.

Algunas de las falencias más graves son:

La falta de claridad y coherencia en la regulación de las obras en colaboración, las obras colectivas y las obras derivadas, lo que genera confusión e inseguridad jurídica sobre la titularidad y el alcance de los derechos.

La ausencia de una regulación específica para las obras creadas con el uso de inteligencia artificial o algoritmos, lo que plantea desafíos sobre la originalidad, la autoría y la responsabilidad de estas obras.

La insuficiencia y rigidez de las excepciones y limitaciones al derecho de autor, que no permiten un equilibrio adecuado entre los intereses de los titulares y los usuarios, ni responden a las necesidades de la sociedad de la información y el conocimiento.

La falta de armonización con los estándares internacionales en materia de derecho de autor, especialmente con los tratados administrados por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), lo que dificulta la integración y cooperación con otros países.
La falta de mecanismos eficaces y accesibles para la gestión colectiva, el licenciamiento y la resolución de conflictos relacionados con el derecho de autor, lo que limita el ejercicio y el respeto de los derechos.

Estas son algunas de las críticas que se han hecho a la ley de derechos de autor en Colombia, que evidencian la necesidad de una reforma legislativa que actualice y modernice el marco normativo en esta materia, pero por más de que se ha tratado y se ha denunciado nada funciona. ¡Normal!

La falta de regulación adecuada de las modalidades de gestión colectiva de los derechos de autor y los derechos conexos en el ámbito musical genera problemas de transparencia, eficiencia, representatividad y competencia entre las entidades de gestión, ya hemos visto a Sayco desfalcar durante décadas el país a nombre de los compositores sin que nadie los frene y ahora que se supone el autor puede escoger, el gobierno sigue manteniendo el monopolio y han nacido cientos de “pequeños Saycos” que buscan enriquecerse y no repartir el dinero con los músicos, por eso y a eso se debe la falta de adaptación a las nuevas tecnologías y plataformas digitales que permiten la creación, difusión y consumo de música, para poder seguir monopolizando, ya que saben el desafío que implica en materia de licenciamiento, remuneración, fiscalización y sanción de las infracciones al derecho de autor y los derechos conexos actualizar esta ley como lo ha hecho el planeta tierra o al menos en su gran mayoría.

Para modernizar la ley de derechos de autor en Colombia, se requiere una reforma legislativa que busque reconocer y proteger los derechos de los artistas intérpretes o ejecutantes sobre sus interpretaciones o ejecuciones fijadas en cualquier soporte, garantizando sus derechos morales y patrimoniales, así como una remuneración equitativa por el uso de sus obras, pero que lo haga honestamente, no a la manera “colombiana”, que lo haga en realidad de manera justa, no se entiende por qué en el país cuesta tanto compartir y repartir la riqueza de manera justa y equitativa.

Una ley que regule adecuadamente las modalidades de gestión colectiva de los derechos de autor y los derechos conexos en el ámbito musical, estableciendo criterios de transparencia, eficiencia, representatividad y competencia entre las entidades de gestión, así como mecanismos de control y supervisión por parte del Estado pero que sobre todo se adapte a las nuevas tecnologías y plataformas digitales que permiten la creación, difusión y consumo de música, estableciendo modalidades de licenciamiento, remuneración, fiscalización y sanción de las infracciones al derecho de autor y los derechos conexos acordes con la realidad del mercado musical.

Una ley que le de a los músicos y agentes de la música prioridades, derechos y reconocimiento para surgir en el dificil mundo de la industria y no que los hunda más en el hoyo y les coloque cientos de trabas por robarse 10 pesos, en resumen, es hora de que Colombia deje de ser corrupta en cuanto a la música, que los parásitos sean limpiados del gremio y que si el gobierno va a meter mano en las artes que la meta bien y dejen de robar y aprovecharse como lo han hecho hasta ahora junto con sus secuaces.

Sayco debe acabar y se deben replantear las formas de recaudo de derechos de autor, regalías y otros pagos por representación, distribución y ejecución, Sayco ha sido un cancer para la música del país.

En el año 2012, la Dirección Nacional de Derecho de Autor (DNDA) suspendió la personería jurídica y la autorización de funcionamiento de SAYCO por un mes, debido a que encontró irregularidades en el manejo administrativo y financiero de la entidad, así como en el recaudo y distribución de los derechos de autor.

En el año 2018, el Senado hundió un proyecto de ley que pretendía modificar la ley de derechos de autor y derechos conexos, que había sido presentado por el Gobierno Nacional con el fin de actualizar y modernizar el marco normativo en esta materia. Entre las razones que se esgrimieron para rechazar el proyecto, se mencionaron los intereses particulares de algunos sectores involucrados, la falta de socialización y consenso con los actores del sector cultural y la posible afectación a los derechos de los autores.

En el año 2019, la Contraloría General de la República abrió un proceso de responsabilidad fiscal contra SAYCO por presuntas irregularidades en el manejo de más de 14 mil millones de pesos correspondientes a los derechos patrimoniales de autor. Según el ente de control, SAYCO habría incurrido en una gestión ineficiente e ineficaz, al no realizar una adecuada identificación, recaudo y distribución de los recursos, lo que habría generado un detrimento patrimonial para los autores.

Y sin contar el engaño a la Asociación de Músicos Independientes de Colombia AMIC a quienes le firmaron un acuerdo para luego romperlo, vetar a sus integrantes y seguir robando de lo lindo. Solamente basta una pequeña búsqueda en Internet con la frase “escándalos y corrupción en Sayco” para encontrar una lista interminable y esto no demora en suceder con las pequeñas empresas de recaudo que han nacido.

Es una situación compleja y preocupante, que afecta a los creadores musicales y al desarrollo cultural del país. Sin embargo, es posible que haya esperanza de que se puedan lograr cambios positivos si se trabaja de manera conjunta y participativa entre los diferentes actores del sector musical, el Estado y la sociedad civil, lo que falta es ganas y sobretodo mucha, pero mucha dignidad en la música.

Nota: Es importante que los creadores de música entiendan que Sayco no tiene nada que ver con el registro de canciones, es un error muy común que cometen músicos y otros agentes La única entidad que registra derechos de autor en Colombia es la Dirección Nacional de Derechos de Autor http://derechodeautor.gov.co:8080/home

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Devasted lanzó “Siniestro” un disco que desafía la corrupción desde el thrash metal colombiano

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Devasted

Devasted es reconocida como una de las propuestas más sólidas e innovadoras del metal nacional en la actualidad, recientemente presentaron su nuevo álbum conceptual “Siniestro”. La banda fue fundada en Palmira en 2008 y actualmente radica en Bogotá y ha construido una identidad sonora y escénica que se distingue por la agresividad y coherencia de su mensaje.

“Siniestro” es un trabajo que gira en torno a un personaje corrupto, símbolo de la decadencia y el caos que afectan a la sociedad. Este ser, que mueve los hilos desde las sombras, representa a quienes perpetúan la injusticia y el sufrimiento a través de decisiones que impactan todos los ámbitos, lo político, social, mediático, lafuerza pública y el crimen organizado. El álbum, producido por César Molina y Ricardo Gámez de Colapso Records, entre 2022 y 2025, aborda la corrupción desde diferentes perspectivas y propone una reflexión crítica sobre la realidad contemporánea.

El diseño visual de “Siniestro” estuvo a cargo del artista bogotano David Zambrano también conocido como David ArtWorks, quien logró plasmar en la portada la esencia oscura y perturbadora del concepto central, además, el disco cuenta con colaboraciones destacadas de Mauricio Obregón de Victimized y Briam Moreno de SwampTales en “Insanidad”, Adrian Manrique de Cobra y Andrés Triana en “Sociopatía” y Maximiliano Rincón en “Trampa Mortal”.

La puesta en escena de la banda es otro de sus sellos distintivos, en sus conciertos incorporan personajes como el Maniático Thrasher, un antihéroe sin ley y el propio Siniestro, esencia corrupta y amo del mal, quienes protagonizan la narrativa visual y musical del grupo. Esta teatralidad refuerza el mensaje de denuncia y confrontación que caracteriza a Devasted.

Con una discografía que incluye “Worst Than Ever” (2010), “Infierno” (2011), “Planeta Guerra” (2018) y “Demencia y Caos” (2021), han participado en los principales festivales de rock y metal del país, como Rock al Parque, Palmira Metal Fest, Rock INC Festival y Tunja Metal Fest, consolidándose como referente de la escena colombiana.

“Siniestro” es un disco que no solo reafirma la potencia musical de la banda, sino que también invita a la reflexión sobre las estructuras de poder y corrupción que marcan la vida social, demostrando nuevamente por qué es considerada una de las más relevantes e imprescindibles del metal colombiano actual.

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Rock al Parque 2025 balance final: Tres días que confirman lo ganado y evidencian lo pendiente.

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Culmina una nueva edición de Rock al Parque y tras tres días de programación, queda claro que el evento sigue siendo una estructura sólida, pero rodeada por un ecosistema que no necesariamente evoluciona con la misma solidez. Fue una edición de contrastes, de aciertos técnicos y cuestionamientos estructurales. Una edición donde lo musical se sostuvo pero no alcanzó a elevarse, en la que como cada año se evidenció que producir un evento de esta magnitud es un reto mayor que simplemente asistir, tomar nota y opinar.

Hay que decirlo, hacer un festival gratuito con múltiples escenarios, decenas de artistas y una afluencia masiva en un país como Colombia no es sencillo, la producción requiere sincronía, experiencia, atención al detalle. Lo fácil es lo que hacemos desde los medios… ir, cubrir, criticar lo que no nos gusta y aplaudir lo que sí, el ejercicio de análisis es necesario, pero también lo es reconocer que lo que ocurre detrás del telón implica un grado de dificultad que merece respeto.

Idartes que lleva muchos años ya al frente del festival, ha logrado avances que hace una década eran impensables como la inclusión de zonas de consumo legal de licor, los patrocinios explícitos en pantalla, la apertura de espacios para emprendimientos culturales y sellos alternativos, son señales de que hay una comprensión más amplia sobre lo que debe ser un festival en el siglo XXI. La gestión de Héctor Mora ha sido clave para este reordenamiento, con años de compromiso con el rock colombiano y siendo parte de él, Mora regresó al festival en un momento complejo, tras una curaduría anterior que dejó grietas irreparables. En dos años, ha intentado redireccionar una estructura muy pesada, y eso dentro de todo, es positivo para la escena local.

Como lo anticipamos en Subterránica antes del festival, el punto más alto estuvo en las bandas nacionales, con escenarios medio vacíos, es cierto, pero con propuestas valiosas, especialmente dentro del metal, el punk, el ska y el rock clásico. Hay buenos sonidos y buenas agrupaciones, pero el riesgo sigue siendo el mismo, que muchas bandas desaparecen o se diluyen después de tocar en el festival, Rock al Parque debería ser un trampolín, no un techo. El reto está en convertir esa fecha en un punto de partida real para las agrupaciones locales y no en una meta simbólica que agota el impulso de una banda ¿ahora qué hacemos? Y ahí viene el momento complejo.

El festival, en términos generales funcionó. Sonido, pantallas, tiempos, accesos, todo fluyó dentro de lo esperado, pero hay dos puntos que no pueden obviarse… El primero es el público que dejó claro una vez más que el rock nacional no convoca como debería. El grueso de asistentes apareció únicamente para ver a Don Tetto y al Cuarteto de Nos el último día. El escenario Plaza, eje del festival, estuvo la mayor parte del tiempo vacío y la conclusión es incómoda pero evidente e innegable, hay una gran masa que solo consume lo consagrado o lo internacional, un público que no siembra, que solo cosecha, que se enorgullece de ser “rockero” cuando el éxito ya está garantizado, de resto, bares vacíos, venues vacíos y un Rock al Parque que salvo por unas franjas específicas también lo está. El público rockero colombiano podría aprender algo de los hinchas de la selección, apoyar en las buenas y en las malas incluso cuando jamás se ha ganado nada, porque apoyar una banda en su inicio es más revolucionario que corearla en su punto alto.

El segundo punto crítico tiene nombre propio: GSP, la empresa logística. Su historial es largo y no por esta edición en particular, esta empresa siempre ha mostrado fallas estructurales. Cuando se empodera a personajes sin formación, solo porque portan un chaleco, se habilita el abuso. El trato que muchos periodistas y fotógrafos recibieron en esta edición fue lamentable. El caso de una fotógrafa de 24 años agredida en el escenario Bio por parte del personal de seguridad no es algo aislado, en el escrito anterior habíamos denunciado el maltrato a los periodistas y ya antes, en otros contextos como Hard Rock Café de Bogotá, esta empresa ha protagonizado situaciones que terminaron en disculpas institucionales. Empresas que crecen con dinero público deberían pasar por auditorías reales y rendir cuentas, especialmente cuando se trata de eventos culturales, estos contratos deben revisarse, las personas a cargo deben tener criterios, no poder arbitrario.

En contraste, el escenario Bio fue el más sólido de todo el festival, siempre lleno, activo y con un público participativo. Irónicamente, lo que demuestra que el público sigue prefiriendo los lenguajes reconocibles, los clásicos, lo que entra fácil.

Bandas como Piangua o Los de Abajo —excelentes en lo que hacen— se sintieron fuera de lugar en un festival de rock, no por calidad, sino por contexto. Piangua es un proyecto con enorme proyección, pero quizás en escenarios distintos. Lo mismo sucede con apuestas como Silvestre y La Naranja o Derby Motoreta’s Burrito Kachimba que son sonidos de nicho, con una estética de culto, celebrados en su círculo cercano pero lejos de convocar masivamente en espacios abiertos. La sensación es clara, hay una desconexión entre lo que se quiere impulsar desde la curaduría y lo que realmente ocurre en el parque. Hay mérito en la diversidad, pero también se necesita estrategia

En un artículo posterior publicaremos nuestro top 10 de presentaciones destacadas, por ahora queda claro que el balance es bueno aunque complejo. El festival sigue siendo un bastión para el rock colombiano pero necesita más que logística, tal vez más personas involucradas que en realidad conozcan la escena nacional a profundidad y no de manera superficial, más expertos y menos bookers y dueños de festivales rondando como chulos y las bandas deben entender que conectar con el público no es una consecuencia automática del talento, hay que volver a seducir a las audiencias y el público también tiene que asumir que no se puede exigir sin involucrarse. Muchos prefieren pagar millón y medio para asistir a Estéreo Picnic que caminar a Rock al Parque gratis. Tal vez el problema es de percepción, tal vez la imagen del festival se distorsionó para las nuevas generaciones.

En 2026 Rock al Parque celebrará 30 años. Será una edición simbólica. Ojalá también sea una edición consciente. En Subterránica seguiremos insistiendo en lo mismo: apoyar el rock nacional los 365 días del año. Asistir a los conciertos, estar en los circuitos, escribir, grabar, documentar. Que no se vuelva a llenar el festival para ver lo de siempre mientras lo nuevo queda en el olvido. No porque falte talento, sino porque falta voluntad.

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Cuando el ruido no alcanza y el silencio dice más: Una asesoría gratuita a Idartes para el trato de medios en Rock al Parque. Reflexiones del segundo día de festival.

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El segundo día de Rock al Parque 2025 fue en términos musicales, prescindible… No hubo una sola banda que merezca una mención destacada, es incómodo decirlo, pero necesario, el cartel fue una mezcla de agrupaciones que repiten fórmulas agotadas y nombres que a pesar de tener historia, no tienen presente. Fue una jornada dominada por bandas de personas cincuentonas cantando sobre romances adolescentes, sonidos domesticados disfrazados de rebeldía, colaboraciones forzadas para justificar la presencia de artistas eternos en cartel y géneros que poco tienen que ver con la identidad del festival, como el bolero y la cumbia, presentados sin ningún contexto que justifique su inclusión. A pesar de pequeños nichos de fervientes seguidores de algunos nombres del cartel a los cuales se les justificaba la presencia, estuvo aburrido.

Ni propuesta, ni narrativa, ni emoción, fue un evento programado en piloto automático. Una jornada construida con nombres y no con ideas como si el único objetivo fuera llenar las franjas horarias para cumplir con un deber administrativo y no con una visión cultural, de nuevo el público ausente y la lluvia no ayudó. A falta de música que valga la pena destacar, este texto se convierte en una asesoría gratuita para quienes organizan el festival, sin ánimo de lucro y con la firme intención de darles una clase sobre cómo se debe tratarse a los medios de comunicación y su importancia para el festival. Si no pueden defender artísticamente lo que programan, al menos escuchen lo que se está haciendo mal en lo técnico, lo logístico y sobre todo, en la relación con los medios.

Porque si hay algo que quedó claro este domingo, es que Idartes no entiende el papel de la prensa musical, no sabe quiénes somos, no sabe cómo se trabaja con medios y mucho menos le importa establecer relaciones serias con quienes llevamos años cubriendo el movimiento. Es absurdo que un medio como Subterránica y otros con mucha experiencia, con más de dos décadas de trabajo continuo, reciba únicamente dos acreditaciones para cubrir tres escenarios durante tres días pero a Caracol que nisiquiera nombra el Rock nacional le entreguen 50, es absurdo que no haya conectividad en el parque, que no haya internet para poder hacer reportajes en vivo, es absurdo que los periodistas deban resolver todo por su cuenta mientras personas acreditadas sin un medio verificable revenden manillas o simplemente entran al foso a tomarse fotos y es absurdo que medios independiente nuevos que están 100% dedicados al rock no sean acreditados pero si personas que solamente va a ver a los nombres extranjeros, todo esto se resume en una sola cosa… falta de preparación y desconocimiento profundo de la escena.

El diseño del foso de prensa en el escenario Plaza es ridículo. No es que los periodistas estén lejos, es el público el que ha sido desplazado, el foso es innecesariamente enorme, tanto que coloca a los músicos a más de cien metros del público, creando un vacío físico y emocional imposible de justificar. Los periodistas no necesitamos más de cinco metros para hacer nuestro trabajo, tomar fotos, escuchar con atención y registrar lo que ocurre, lo que se ha construido ahí no es un espacio para la prensa, es una barrera absurda que desconecta al festival de su razón de ser: el público.

Pero lo más grotesco es el trato indigno de parte del equipo logístico contratado por Idartes, GLS Logística. Gente sin experiencia en el manejo de prensa, que trata a los periodistas como intrusos, que ignora por completo cómo opera un medio y que parece más interesada en “controlar” que en facilitar el trabajo. La reventa de manillas, los múltiples colores que nadie entiende, los retenes innecesarios, la información mal transmitida y el constante irrespeto a quienes cubrimos el evento, son síntomas de una administración que funciona sin criterios claros y sin profesionales reales al frente, es de quinta categoría que una persona de prensa vaya preguntando a cada persona que entra al foso de qué medio es o a que medio pertenece porque la incapacidad para controlar las manillas se les sale de las manos, es ofensivo para nosotros que vamos a cubrir el festival con pasión y sin un pago solamente por cubrir y mantener el espíritu del rock vivo, es decir por hacer el trabajo que muchas veces los equipos oficiales son incapaces de hacer.

Y todo esto impacta directamente al festival. Porque sin periodistas en campo, no hay memoria. No hay crítica. No hay conversación. No hay relato. Quedando solo la dictadura cultural, las cifras infladas, las frases de autoelogio, las cuentas oficiales, las fotos vacías y la ilusión de que todo está bien cuando claramente no lo está. Las bandas que sí hacen el esfuerzo de crear algo nuevo no tienen quién las narre. El público no sabe a quién seguir. Y los medios que podrían generar contenido valioso, se ven reducidos a pelear por una manilla o a quedarse en casa.

Acá cubriendo…

También hay que decirlo, parte de la culpa la tiene la prensa misma. Muchos de los que reciben acreditaciones nunca aparecen durante el evento, otros llegan al final, toman tres fotos, suben un carrusel y publican una columna de elogios vacíos. Columnas que modelan una verdad que no existe. Que adornan un evento que no necesita aplausos, sino preguntas. No se puede seguir validando un modelo de cubrimiento donde el periodismo musical se reduce a posar como influencer y mucho menos se puede seguir aceptando que desde el Estado se elijan medios con base en popularidad y no en trabajo comprobable.

La prensa es necesaria no porque decore el festival, sino porque le da sentido. Porque lo observa desde afuera, lo traduce, lo analiza, lo conecta con la historia. Si Rock al Parque quiere seguir existiendo como algo más que un evento gratuito masivo, necesita con urgencia contratar personas que sepan de periodismo cultural, de escena local, de producción real. No se trata de cumplir un requisito, se trata de saber qué hacer con él. Porque cuando los músicos no proponen, y la organización tampoco permite narrar lo que pasa, el silencio comienza a sonar más fuerte que el volumen de las tarimas.

Y eso, para un festival de rock, es imperdonable.

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