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Con Metal Battle, hemos armado el circuito más grande del Metal en Suramérica: Estas son las bandas seleccionadas.

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En un hito sin precedentes para la escena del metal en Suramérica, el Metal Battle ha logrado reunir a más de 200 bandas inscritas, con más de 100 de ellas participando en los heats en Colombia, Ecuador y Venezuela. Este evento masivo representa una oportunidad sin igual para las bandas emergentes de mostrar su talento, conectarse con la audiencia y abrirse camino hacia el éxito en el género. Metal Battle se ha convertido en un verdadero referente y posiblemente en la iniciativa más importante para el desarrollo del metal en la región.

Subterránica, como siempre, se encuentra impulsando grandes cosas para el rock y el metal.
Con una participación tan masiva de bandas, el Metal Battle ha generado una energía sin igual en la escena del metal en Suramérica. La pasión y el compromiso de los músicos emergentes son palpables en cada etapa del concurso. Desde la etapa de selección de bandas hasta las batallas en vivo, Metal Battle ofrece una plataforma invaluable para que las bandas muestren su talento y establezcan conexiones con seguidores y otros músicos.

Wacken Metal Battle no solo se trata de una competencia musical, sino que también representa una oportunidad única para las bandas de metal de la región. La visibilidad que ofrece este evento puede abrir puertas hacia futuros conciertos, giras, grabaciones y contratos discográficos. Además, el intercambio de experiencias y conocimientos entre las bandas participantes puede enriquecer la escena y fomentar el crecimiento conjunto de la comunidad metalera.

Metal Battle está inspirado en el prestigioso festival Wacken Open Air, uno de los eventos más importantes y respetados en la escena del metal a nivel mundial. Wacken ha sido un trampolín para numerosas bandas exitosas y ha contribuido significativamente al crecimiento y la consolidación del género. Al llevar el espíritu y la esencia de Wacken a Suramérica, el Metal Battle se ha convertido en un símbolo de esperanza y progreso para los músicos emergentes de la región.

Sin lugar a duda este es uno de los logros más significativos para el metal en Suramérica. Nunca se había visto una iniciativa de esta magnitud, capaz de reunir a tantas bandas y brindarles una plataforma para destacarse. La visión y el esfuerzo de Subterránica y sus aliados al impulsar este proyecto han sido fundamentales para su éxito y reconocimiento en la escena metalera.

Este logro monumental es el resultado de años de perseverancia y dedicación por parte de Subterránica, quien ha perseguido incansablemente la realización del Metal Battle en Suramérica. Con la colaboración de excelentes aliados como Cresta Metalica en Venezuela, Aquelarre Metal en Ecuador e Independent Booking Artist Management en Colombia, además del apoyo oficial de las tres embajadas alemanas en estos países. Subterránica y su visión vanguardista en la gestión musical, ha demostrado una vez más por qué es una referencia indiscutible en la escena del rock y el metal en la región.

Subterránica siempre ha estado a la vanguardia de la industria musical, liderando y pionera en diversos aspectos. Su compromiso inquebrantable con la promoción y apoyo de bandas emergentes aun a pesar de lo corrosiva y dificil que es la escena local, ha dejado una huella duradera. Desde la creación de plataformas de difusión hasta la organización de eventos y la generación de contenidos especializados, Subterránica ha desempeñado un papel fundamental en el crecimiento y desarrollo de la música underground.

No es sorprendente que Subterránica haya sido capaz de materializar este sueño del Metal Battle en Suramérica, ya que siempre ha sido un agente de cambio y un promotor incansable de nuevas oportunidades para las bandas emergentes. Su capacidad para unir fuerzas con aliados estratégicos y crear sinergias entre diversos actores de la industria es lo que ha hecho posible que el Metal Battle se convierta en una realidad sin precedentes.

Subterránica ha establecido un legado admirable en la escena del rock y el metal en Suramérica, y su éxito en la realización del Metal Battle es solo un testimonio más de su dedicación y visión. A medida que este evento masivo se lleva a cabo, seamos testigos de cómo Subterránica continúa liderando el camino y abriendo nuevas oportunidades para las bandas emergentes, estableciendo así un precedente en la gestión musical y en la promoción de la música underground.

¡¡¡Rock Independiente arriba!!!

Estas son las bandas seleccionadas:

  1. 3.33
  2. ÁLVARO PLÚAS
  3. ANCESTRAL CEREMONY
  4. APOFIS
  5. ATRYUM
  6. CERTURION FIRE
  7. CHERXOR
  8. CORAJE
  9. CRIMONIO
  10. DEMON HUNTERS EC
  11. DESERET
  12. DIABLO
  13. DISTIMIA
  14. DRIZZT
  15. EBLIS DESPERATION
  16. EUFHORIAEC
  17. GENOXIDA
  18. GOOD PLANTATION
  19. GORGONIA
  20. GUALGURA
  21. HORIZON INC.
  22. IGNOMINUS
  23. IMPERIO NEGRO
  24. MADBRAIN
  25. MASHMAK
  26. NEBUXYS
  27. NECROFOBIA
  28. NIGHT OWL INSOMNIA (NOI)
  29. OIZIS
  30. PENTAKLE
  31. PERVERSOR
  32. PIKAWA
  33. RITUALISM
  34. SACRIFICIUM TAGAERI
  35. SUCURBENOTH
  36. SUEÑO ETERNO
  37. THE WINEKÜRS
  38. TRISKËLL
  39. UN TAL JUAN
  40. WAR MACHINE
  41. WISHFOR
  42. ZAKEO
  43. AETHERNAM
  44. ALIENVADER
  45. ALTARS OF REBELLION
  46. ÄRKHANON
  47. ASFALTO
  48. ASHES
  49. ASHES OF GOTH
  50. ATOMIC PLAGUE
  51. AURA IGNIS
  52. AURANTII
  53. BEYOND I DIE
  54. BLASTFIRE
  55. COSMOLOGY X
  56. DARK MANTHRA
  57. DARK SHADOW
  58. DEATHLORD
  59. DEFACED
  60. DIATERMIA
  61. EGAHEITOR
  62. EPHEMERAL EXISTENCE
  63. EPILEPSIA DC
  64. EPIPHANY
  65. EXEQUIA
  66. FLAMING SKULL
  67. HELLSEEK
  68. HYBRID MINDS
  69. HYPNOTIKA
  70. IN A GLASS DARKLY
  71. INFO
  72. INVOKER
  73. KEEP THE RAGE
  74. KILL
  75. KING´S VALLEY
  76. LAS POKER
  77. LICANTROPIA
  78. MACHINA DEI
  79. MASKHERA
  80. METALTOUCH
  81. NARCOCRACIA
  82. NARWHAL
  83. NUESTRO ODIO FUE ENGENDRADO
  84. OCTAGON
  85. ONEIRIC AETHER
  86. PATRICIO STIGLICH PROJECT
  87. PERCANTOR
  88. POISON THE PREACHER
  89. POWER OF CERO
  90. ROUND UP ULTRA
  91. SALVAGUARDIA
  92. SANGRE PICHA
  93. SHARON TATE Y SUS INVITADOS
  94. SPARTANUS
  95. STEELBREATH
  96. STENCHES BEYOND REPULSIVE
  97. SYRACUSÆ
  98. THE AFTERLIGHT
  99. THELEMATA
  100. UBERGEHEN
  101. VICTIMIZED
  102. WARRIOR SWORD
  103. A RAÍZ DE NUEVAS CAUSAS
  104. ALEXIS MATTEY
  105. CARIBE
  106. DEATH MORTOR
  107. DERIAN
  108. HECATOMBE
  109. MORTYR
  110. NOMEN OMEN
  111. SCAPE
  112. SIBELIUS

Pueden leer el acta completa de selección en www.metalbattlesuramerica.com

Bandas de Colombia participantes.

ÚNASE A WACKEN METAL BATTLE SURAMÉRICA REGIÓN NORTE:

En países como Colombia, la industria de la música ha sido afectada por estigmas que han limitado el reconocimiento y el desarrollo de géneros como el rock y el metal. Existe la creencia errónea de que estos estilos no generan beneficios económicos. Sin embargo, la realidad es completamente diferente. Tan solo en Bogotá, contamos con más de 4.000 bandas y un público leal que, a diferencia de otros géneros comerciales, busca propuestas musicales auténticas y genuinas.

Lo que distingue a la escena del rock y el metal es profesionalismo con el que sus agentes abordan su arte. Los músicos y profesionales involucrados en esta industria se dedican con pasión y compromiso a su trabajo. Además, el mercado del rock y el metal en Suramérica está listo para ser explorado. La demanda y el interés por este género son evidentes, reflejados en la cantidad de seguidores, festivales y conciertos que se llevan a cabo cada año en la región.

Es especialmente emocionante contar con el respaldo de las tres embajadas de Alemania en la región, quienes reconocen el potencial de Suramérica y están dispuestas a apoyar y colaborar en este proyecto. Esta es una oportunidad única para que patrocinadores y aliados estratégicos se unan a nosotros y descubran un mercado poderoso y vibrante.

Si su empresa o entidad busca expandir su alcance, conectar con una audiencia apasionada y explorar nuevas oportunidades comerciales, lo invitamos a unirse a Metal Battle Suramerica. Juntos, podemos desafiar estereotipos, impulsar la escena musical y construir un futuro próspero para el rock y el metal en nuestra región, además de contar con todo el paquete de promoción y patrocinio que lo conectarán con músicos, medios y agentes en tres países durante seis meses de eventos.

No pierda la oportunidad de formar parte de este cambio y de apoyar a las más de 200 bandas y cientos de seguidores que conforman esta comunidad de Metal Battle. Juntos, podemos hacer historia en la industria musical de Suramérica.

Si está interesado en obtener más información sobre Metal Battle Suramerica y cómo puede formar parte de esta emocionante iniciativa, no dude en ponerse en contacto con nosotros. Estamos disponibles para responder a todas sus consultas y explorar las diferentes formas de colaboración.

Únase a nosotros y sea parte de una revolución musical.

Escribir a metalbattle@subterranica.com o a director@subterranica.com

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Cheyne Stokes Experience se sumerge en la introspección con Perfect Days, el nuevo capítulo de The Empress

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El universo de Cheyne Stokes Experience vuelve a expandirse con Perfect Days, una pieza instrumental e introspectiva que abre las puertas de The Empress, su segundo larga duración, ya disponible en Bandcamp. La banda bogotana, conocida por su enfoque conceptual y su capacidad para unir lo etéreo con lo brutal, presenta esta composición como un preludio emocional a un disco que se adentra en las profundidades de la existencia, los duelos y la energía femenina que habita en cada ser.

Grabado en El Bunker Studios durante agosto y septiembre de 2024, el álbum contó con la producción y arreglos de Nicolás Sadovnik (Tras las Púas, Los Carrangomelos), quien acompañó a la banda en un proceso de creación meticuloso, extendido entre jornadas de pre y postproducción que dieron forma a una obra cargada de fuerza, sensibilidad y ambición. Las influencias son claras —Alcest, Opeth, Soen, Mastodon, Gojira o The Ocean Collective—, pero lo que emerge de The Empress es una identidad absolutamente propia, un sonido que se construye desde la emoción y el pensamiento, más que desde la simple técnica.

En esta nueva entrega, la emperadora —esa figura enigmática que ya había aparecido en The Labyrinth of E²— revela su rostro como una encarnación simbólica de la muerte, la transformación y el cuestionamiento interior. Cada video y cada tema se articulan como capítulos de un relato introspectivo donde los protagonistas enfrentan su propia finitud, sus vacíos y la búsqueda de significado en un mundo hostil. Perfect Days es el sexto episodio de esta historia audiovisual, y también su punto de inflexión: un tema sin palabras, donde la música es la única voz posible ante la reflexión más profunda de todas —¿qué es realmente un día perfecto y vale la pena seguir viviendo por él?—.

The Empress amplía además el espectro emocional del grupo incluyendo reinterpretaciones de Pagan Poetry de Björk y Artemis de Aurora, piezas que en manos de Cheyne Stokes Experience se convierten en un manifiesto sonoro sobre la vulnerabilidad y la ferocidad de lo femenino. Este enfoque artístico se complementa con la visión visual del ilustrador Void Espíritu (Daniel Esteban Gómez), quien una vez más plasma en la portada del disco su estilo críptico y espiritual, explorando la brutalidad y la belleza que coexisten en la muerte y el duelo.

El álbum completo está disponible de manera exclusiva en Bandcamp, mientras que su lanzamiento físico y digital oficial se celebrará el próximo 29 de noviembre en B Bar, Bogotá, junto a Ashes, Mauna y el DJ Alcapone, en una noche dedicada al metal progresivo, la melancolía y el poder creativo.

Con Perfect Days, Cheyne Stokes Experience reafirma su lugar dentro del metal alternativo colombiano como una de las propuestas más profundas, conceptuales y arriesgadas de la escena. En un panorama donde el ruido suele imponerse sobre el sentido, la banda invita a detenerse, mirar hacia adentro y, aunque duela, descubrir la luz que habita en nuestras sombras.

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IN NOMINE OBSCURITATIS: El Retorno Triunfal de HEREJÍA la Leyenda Colombia del Death Metal Sinfónico

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La oscuridad tiene nombre en Colombia y se representa en algunas bandas que se han hecho mito. El próximo 31 de octubre, justo bajo el manto de Samhain, la legendaria agrupación bogotana HEREJÍA lanza “IN NOMINE OBSCURITATIS”, una obra sinfónica que promete redefinir los límites del Death Metal en Latinoamérica y retumbar más allá de fronteras.

Fundada en Bogotá en 1988 por el guitarrista y compositor Ricardo Chica Roa (Q.E.P.D), HEREJÍA es pionera del death metal sinfónico en Colombia. Su trayectoria de más de tres décadas los ha convertido en estandartes de la escena metal local, llevando el sonido colombiano a festivales y públicos que celebran su potencia, identidad y profundidad conceptual.​

Hoy, liderados por Andrés Triana (teclados) y fieles a su impulso creativo, HEREJÍA presenta un álbum que es mucho más que música pesada “IN NOMINE OBSCURITATIS” fusiona la fiereza del death metal con arreglos orquestales impecables, logrando un universo sonoro que es tan oscuro como sofisticado, un viaje donde cada composición revela capas emocionales y complejidad instrumental.​​

El álbum, integrado por diez obras, expone la madurez compositiva de una banda que ha sabido sobrevivir a las transformaciones de la industria y del propio metal. Temas como “Abandonado Por La Luz” y “Eterna Oscuridad” son evidencia de que HEREJÍA no solo honra la tradición, sino que la reinventa a través de arreglos neoclásicos, letras profundas y una presencia escénica demoledora.​

La historia de HEREJÍA está marcada por episodios duros y renacimientos. Tras la dolorosa partida de Ricardo Chica en 2021, la banda supo reinventarse sin perder identidad, apostando por alineaciones y colaboraciones que han sumado riqueza a su propuesta. Este cuarto de siglo en activo los acredita como leyendas: nunca han dejado los escenarios, siempre están presentes en festivales emblemáticos, escenarios internacionales y se mantienen vigentes en el contexto digital y físico del metal colombiano.

Como anticipo especial para la comunidad más cercana de HEREJÍA, “IN NOMINE OBSCURITATIS” está disponible para escucha limitada en Bandcamp. Pronto llegará a todas las plataformas de streaming y se anunciará la edición física, que los coleccionistas y fieles seguidores aguardan con expectativa.​

Con “IN NOMINE OBSCURITATIS”, la banda reafirma que el metal colombiano tiene voz, fuerza y espíritu propio. Su propuesta artística es el reflejo de miles de seguidores que se han identificado con letras densas, melodías poderosas y una puesta en escena que transforma el dolor, la rabia y la oscuridad en arte.

El nuevo lanzamiento de la banda es un llamado a las nuevas generaciones de músicos metaleros colombianos a seguir explorando la sinergia entre lo extremo y lo sublime, lo oscuro y lo luminoso. HEREJÍA desafía con su legado y sigue construyendo el camino para el metal sinfónico en el continente.

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La trampa de la raíz: Cómo el “sonido local” nos desconectó del rock mundial.

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Escribo este artículo motivado por una experiencia reciente que me dejó pensando a profundidad sobre uno de los discursos más arraigados —y a mi juicio, más dañinos— del rock latinoamericano. Fui invitado a la ceremonia Raíz y Resonancia, organizada por Hodson Music, un encuentro impecablemente producido que reunió a artistas, gestores y pensadores en torno a la idea de la identidad sonora y al reconocimiento de algunos artistas y gestores, entre ellos yo, lo cual agradezco enormemente. Durante uno de los conversatorios, surgió nuevamente el concepto del “sonido local” como bandera de autenticidad, como si la raíz cultural fuera una condición indispensable para validar una propuesta musical. Y aunque la reflexión fue valiosa, salí de allí de nuevo con la inquietud que desde hace muchos años no me suelta ¿no estaremos repitiendo, con nuevos términos, el mismo error que nos aisló hace décadas? ¿No fue precisamente esa obsesión por la raíz mal entendida, politizada y mitificada, la que impidió que el rock latino se consolidara como una fuerza verdaderamente global? Este artículo nace de esa incomodidad, de la necesidad de repensar lo que durante años nos vendieron como verdad, la idea de que debíamos sonar diferentes para ser auténticos, cuando en realidad esa diferencia se convirtió en una frontera que nos alejó del resto del planeta y su industria musical.

En los años noventa, nos vendieron una idea y la aceptamos con la ingenuidad con que se compra cualquier moda de temporada, MTV Latino puso en el mapa a una generación entera con el eslogan del “sonido local” y esa etiqueta que fue vendida como orgullo cultural, terminó funcionando más como jaula que como bandera. La promesa era al principio una idea genial, sonar a nuestra ciudad, a nuestra tierra, a nuestras raíces; pero algo se perdió en la traducción entre la intención y el resultado. Lejos de abrirnos un camino hacia el mundo, esa idea contribuyó a encerrarnos en una estética circunscrita, repetida hasta el cansancio en discos con baterías apagadas, guitarras sin ataque y mezclas que jamás escaparon al sonido doméstico de un estudio sin oficio para el rock. Lo que se celebraba como identidad muchas veces era en términos técnicos, ausencia de experiencia; un “sonido bogotano” que no era celebración sino accidente por la inexperiencia de grabar rock, sonidos con sonido crudo casi de garaje, y que la industria y la crítica prefirieron romantizar antes que corregir.

Pero esto no fue sólo un fallo de ingeniería de audio, fue un gesto explícito de politiqueo cultural. En los noventa y el inicio del siglo XXI, la reivindicación de lo propio tomó también forma de resistencia frente al catálogo internacional, y la retórica cultural de la izquierda recién llegada por primera vez a Bogotá, con sus nobles y torpes esfuerzos por deconstruir hegemonías, se mezcló con el discurso artístico del triunfo de Carlos Vives y sus “rockeros” derivados, hasta convertir la autonomía estética en una consigna casi teórica. La consecuencia perversa fue pedagogía invertida, se premió la diferencia por sí misma, se celebró el desacoplamiento del estándar global como si fuera un acto de libertad y se terminó confundiendo independencia con aislamiento. Así, en nombre de no “ceder al imperio”, muchos sellos, festivales y curadores aceptaron y reprodujeron un producto que por falta de oficio y por voluntad política, nunca quiso o supo competir en las mismas reglas técnicas y comunicativas del rock global, así nos instalaron esa doctrina tropical y eléctrica que asesinó el rock colombiano y nos tiene viviendo más de 30 años en una cámara de eco.

Creo firmemente —y esta es la hipótesis que cruzará este texto— que esos conceptos van contra la esencia misma del rock. El rock no es una tribu con fronteras idiomáticas; es, por definición, un lenguaje universal compuesto por riffs, golpes, tensión y catarsis que producen la misma lectura emocional en Tokio, Estocolmo que en Medellín. Si queremos introducir elementos nuestros —instrumentos folclóricos, ritmos autóctonos, paisajes líricos— la tarea no es imponerlos como sello de autenticidad y punto final, sino traducirlos para que funcionen dentro del vocabulario universal del género. Traducir no significa borrar ni venderse; significa encontrar la forma en que una cumbia, una caja o una melodía andina se convierten en motor dramático del rock, en lugar de en un accesorio exótico que sólo genera sorpresa y sonrisa en el extranjero. Porque si no pasa por esa traducción, lo único que consigue es sostenerse como curiosidad, un objeto encantador en vitrinas ajenas, una postal sonora para turistas culturales, ya lo hemos comprobado mil veces.

Esa es la razón por la cual, hasta hoy, el rock latino nunca ha conseguido ocupar un lugar verdaderamente masivo y sostenido en el escenario mundial, la escena se quedó atrapada entre la caricatura y la anécdota. No confundamos fenómenos de exportación comercial que utilizan elementos autóctonos —los casos de Juanes o Shakira son otra conversación y no tipifican al rock— con la verdadera proyección internacional del género. Por otro lado, ya existen bandas que demuestran lo contrario de mi tesis, grupos que suenan de frente al mundo sin pedir clemencia ni exotismo, que aterrizan en festivales como si hubiesen tocado siempre allí y no como rareza programada. Nombres como INFO, Vhill en Wacken o las bandas que han invitadas por Copenhell —Psycho Mosher y Syracusae— muestran que se puede competir por sonido, por intensidad y por oficio, sin sacrificar lo local ni convertirlo en guiño folklórico.

El rock es una gramática compartida; llevar una papayera eléctrica a un escenario europeo sin haberla hecho hablar en términos del género es el equivalente sonoro al bufón musical, claro, funciona como chiste una vez, genera fotos y titulares, pero no construye continuidad ni respeto artístico. Es igual que aquellas ocurrencias de antes en las que se trajo a la Orquesta de La Luz de Japón a cantar Salsa solo por el factor sorpresa, simpático en la foto, olvidable en la historia. Si queremos que el rock latino deje de ser una anécdota curiosa y pase a ser parte del mapa común, debemos empezar por negarnos a la excusa del “sonido local” como fin último y en su lugar, aprender a hablar el idioma que ya domina los estadios y los festivales del mundo, pero eso no es lo que quiere el gobierno que tiene arrodillados a los rockeros por hambre ¿cierto? Eso al parecer no es lo que el músico nacional quiere porque el hambre está primero que el género musical, por eso han permitido su degradación.

El rock, en su concepción original, jamás necesitó pasaportes. No nació para representar una bandera, sino para dinamitarla. Fue y sigue siendo una lengua franca de la inconformidad, un idioma emocional que se comunica con electricidad, ritmo y actitud. Desde sus primeros acordes en los cincuenta, el rock se expandió como un virus noble, cada ciudad, cada generación y cada contexto social lo absorbieron y lo tradujeron sin traicionar su esencia. Los británicos lo reinventaron con elegancia, los estadounidenses con rabia, los australianos con rudeza, los japoneses con precisión, los nórdicos con oscuridad. En todos los casos, lo que definía al género no era el lugar de origen, sino la intensidad y la honestidad del sonido. La universalidad del rock siempre radicó en su capacidad de ser comprendido más allá de la lengua, como un grito compartido que prescindía de aduanas.

Pero en América Latina el rock fue tomado como una trinchera política, un terreno más dentro del mapa ideológico del siglo XX. A medida que el discurso antiimperialista crecía, especialmente desde los sectores culturales de izquierda, el rock comenzó a ser leído no como una herramienta de expresión, sino como una extensión del poder hegemónico norteamericano. Esa interpretación reduccionista que pretendía liberar al arte de las garras del imperio generó una paradoja devastadora, los mismos que hablaban de independencia terminaron construyendo muros. Surgió entonces la necesidad de “descolonizar” el rock, de vestirlo con ropajes autóctonos, de forzarlo a sonar distinto para no ser “otra copia del norte”. Y así nació la trampa del “sonido propio”, una consigna más política que musical que pronto se convirtió en norma estética.

Ese “sonido propio” se volvió mandato. Se esperaba que las bandas hicieran visible su contexto cultural en cada riff, que las letras fueran testimonio social, que los timbres reflejaran la tierra, que las producciones sonaran diferentes por principio. El problema fue que, al intentar crear una versión “liberada” del rock, se perdió su lenguaje. En lugar de apropiarse de la herramienta y hacerla crecer, se la deformó hasta el punto de la autocaricatura. Lo que empezó como una búsqueda de autenticidad se convirtió en un ejercicio de corrección política: había que sonar distinto no por creatividad, sino por ideología. Muchos críticos, periodistas y promotores repitieron el eslogan sin detenerse a pensar que el rock, precisamente por ser universal, no necesitaba justificarse a través de una identidad nacionalista y los que peleamos contra eso, fuimos vetados, ridiculizados y hechos parias por los ladrones a los que este discurso les favorece para poder llenarse los bolsillos con las políticas culturales y espacios de circulación.

De esa confusión entre independencia y aislamiento surgió una generación de bandas que competían en un torneo imaginario para demostrar quién era más local, quién tenía más raíz, quién lograba mezclar más “ritmos del pueblo” sin perder la distorsión. El resultado fue predecible y muchas veces patético, el rock latino terminó atrapado entre el folclorismo y la caricatura. Por un lado, bandas que disfrazaban la falta de técnica con discursos de identidad; por otro, oyentes internacionales que veían en esas fusiones un espectáculo pintoresco, exótico, pero irrelevante dentro de la conversación global del género.

Esa apropiación ideológica afectó la competitividad internacional del rock latino de forma estructural. Mientras el resto del mundo profesionalizaba su sonido, consolidaba escuelas de producción y establecía estándares técnicos que garantizaban calidad exportable, en Latinoamérica se mantenía la autocomplacencia disfrazada de rebeldía. Se aplaudía sonar distinto incluso cuando eso significaba sonar mal. Se confundió la precariedad con autenticidad, y la distancia con independencia. Y cuando los festivales europeos o estadounidenses miraban hacia el sur, lo que encontraban no era una escena fuerte ni cohesionada, sino una colección de curiosidades sonoras, interesantes en lo cultural pero débiles en lo musical.

El rock, como todo lenguaje universal, se sostiene en su capacidad de traducir emociones humanas en sonido. No hay fronteras en la rabia, en la melancolía, en la euforia o en la energía que lo define. Pero la politización del “sonido propio” desvió esa esencia hacia un terreno donde el rock dejó de ser comunicación para convertirse en manifiesto. Y en el momento en que el rock se volvió manifiesto, dejó de ser rock.

Y Colombia es el mejor ejemplo, una cosa es no poder distinguir muy bien entre una fusión y una jerarquía, pero otra que ya raya en la estupidez es creer que por cambiarle el nombre a Los Gaiteros de San Jacinto se convierten en Rock. Eso es manipulación del discurso, robo, estafa, adoctrinamiento. El verdadero desafío del rock colombiano nunca ha sido encontrarle una etiqueta que lo diferencie del resto del mundo, sino lograr que lo que somos, nuestra historia, nuestra rabia, nuestra belleza, nuestras heridas, puedan decirse en el mismo idioma sonoro que el planeta ya entiende. No se trata de injertar una papayera eléctrica ni de enchufar un tiple distorsionado para “latinoamericanizar” el género, sino de traducir la emoción local al lenguaje global del rock. El arte no necesita atuendos folclóricos para ser auténtico; necesita verdad, energía y una producción que esté a la altura de su intención. Cuando esa traducción se logra, la identidad emerge sola, sin forzarla, como una consecuencia natural de la experiencia humana que le da origen.

Eso es exactamente lo que empieza a suceder con las nuevas generaciones de bandas latinas que, sin pedir permiso, suenan al nivel de cualquier festival europeo. INFO, Loathsome Faith y Vhill, desde la plataforma de Metal Battle, o Psycho Mosher y Syracusae en Copenhell ya nombradas anteriormente, son ejemplos contundentes de esa nueva mentalidad, músicos que entienden el rock como lenguaje universal, que trabajan con rigor técnico, con estética contemporánea y con la certeza de que competir en la liga global no significa renunciar a lo propio, sino hacerlo comprensible sin recurrir al exotismo. Estas bandas no viajan al extranjero a representar la “curiosidad tropical” de una escena colorida y pobre, sino a tocar con la misma potencia y dignidad que cualquier agrupación danesa, alemana o estadounidense. Su sonido no se sostiene en la rareza, sino en la calidad y eso es lo que el rock colombiano nunca ha podido entender, no porque no quiera sino porque si lo hace todo el aparato mafioso de la dictadura cultural se les cae.

Ese es el camino que el rock latino ha tardado décadas en entender, que no se conquista el mundo apelando a la compasión cultural ni al exotismo del turista, sino hablando el idioma que todos los oídos reconocen. El rock, cuando es real, no tiene nacionalidad; tiene energía. Y cuando esa energía se canaliza con técnica, con visión y con oficio, deja de importar de dónde viene el amplificador o en qué lengua se canta. Lo que queda es la emoción, la verdad eléctrica que nos une como especie.

Durante años nos hicieron creer que la autenticidad estaba en la carencia. Que sonar mal era sinónimo de ser honestos. Que nuestra versión del rock debía ser artesanal, precaria y autóctona, como si la pobreza fuera una estética y no una consecuencia de la desigualdad. MTV, la academia, los críticos, las universidades, los festivales, todos repitieron ese dogma hasta hacerlo norma. Pero el tiempo terminó demostrando que no hay nada más deshonesto que disfrazar la falta de calidad con discurso identitario.

Hoy, después de tantos años de confundir la ruina con la raíz, comienza a abrirse una nueva conciencia: la de que la autenticidad no está en sonar “latino”, sino en sonar bien, en sonar real. El futuro del rock de este continente dependerá de quienes entiendan que la única frontera que importa es la del sonido.

Nos vendieron que para ser auténticos teníamos que sonar pobres. Que el rock era un lujo del norte y que nosotros debíamos hacerlo con ruanas eléctricas. Pero el rock nunca pidió pasaporte. El rock se entiende en cualquier idioma —menos en el de la excusa

@felipeszarruk

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