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Colombia

Rock y reguetón: la historia de mi amigo que se pasó al Dembow y escribió un libro sobre la revolución latina del Reguetón. Entrevista con Pablito Wilson.

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Los que me leen saben que soy un rockero de corazón que ama el sonido de las guitarras eléctricas, las baterías potentes y las letras rebeldes. Sé que muchos de ustedes comparten mi pasión por este género musical que nos ha acompañado durante décadas y que ha marcado nuestra identidad cultural. Pero también sé que hay otros géneros musicales que tienen su público y su valor, aunque no sean de nuestro agrado. Uno de ellos es el reguetón, ese ritmo urbano que se ha tomado las radios, las discotecas y las redes sociales con sus pegajosas melodías y sus polémicas letras y del cual muchos despotricamos en los bares.

Sé lo que están pensando: ¿qué hace este man hablando de reguetón? ¿Acaso se ha vendido al sistema? ¿O es que quiere burlarse de ese género que tanto detesta? Pues les voy a contar una historia que quizás les sorprenda y les haga reflexionar. Resulta que tengo un amigo, Pablito Wilson, que era tan rockero como cualquiera de nosotros, esta historia es diferente a la de tantos gestores que he conocido en el país que por afán del dinero dejaron el rock y se volcaron a buscar un espacio en la “industria” y ahora ganan dinerito y hablan pestes del rock.

Pablito ama la música y de hecho cuando comenzó a escribir comenzó escribiendo un libro de rock, pero hace unos años, algo cambió en su vida y de repente comenzó a interesarse por el Reguetón, obviamente me dio como una especie de comezón, pero después vi que el tema iba mucho más en serio de lo que yo creía, Pablito escribió uno de los libros referentes del género llamado “Reggetón: Entre El General y Despacito” y justo ahora está estrenando un segundo tomo llamado “Reggaetón: Una revolución Latina”.

Así que mis queridos lectores, he decidido enfrentar mis prejuicios y mis miedos y entrevistar a mi amigo Pablito Wilson, quiero saber qué piensa, qué siente, qué hace, qué sueña. Quiero conocer su historia, su proceso, su trabajo, quiero entender su pasión por el reguetón y ver si hay algo que podamos aprender los rockeros o sencillamente reforzar nuestra postura. Quiero hacer una entrevista divertida, respetuosa, sincera y profunda. Quiero hacer una entrevista en la que no voy a refutar nada sencillamente a escuchar para que cada uno de ustedes, así como yo, saquemos nuestras conclusiones.

¿Qué pasó Wilson con el rock? ¿Qué te motivó a escribir un libro sobre el reguetón y adentrarse en esa práctica?

Bueno hermano, pasaron muchas cosas. El rock sigue estando en mi vida naturalmente. Yo sigo escuchando mucho rock, casualmente en estos días escuchaba el nuevo disco de Metallica, que me pareció muy bueno. Lo que pasa también es yo entendí que al hablar de música no sólo estaba hablando de música sino también de otras cosas, entonces era muy bonito hablar de rock y contar cosas que pasan en el rock, pero también descubrí que el reguetón como un género pop mainstream me permitía funcionar como un vehículo para contar otras cosas. A mí posiblemente nadie me habría abierto micrófonos o al menos muchos espacios a los que he llegado con este libro de reguetón, no los habría tenido si no fuera porque estoy hablando de reguetón precisamente y son espacios donde yo he podido hablar de cómo es la realidad de las calles, de cómo se vive el sexo en la actualidad, del empoderamiento femenino, pero no porque yo sea un experto, sino porque sería triste haber hecho un libro de reguetón sin reconocer el talento de las mujeres que están haciendo cosas muy grandes dentro del movimiento, todo eso pasó.

¿Qué opinas de la crítica que se le hace al reguetón por su contenido sexual, violento o machista?

Yo creo que hay muchas cosas que están en debate en la actualidad y que no se trata simplemente de lo que piense yo, entonces me parece que toda crítica es válida. Me parece que es válido decir que el reguetón tiene un alto contenido sexual violento, machista, pero sí me parece triste cuando la gente se queda ahí y no mira a otros géneros musicales. Las letras del bolero y el tango a veces llegaban a ser súper machistas, porque también era el pensamiento de época, no se trata tampoco de satanizar al bolero y al tango, pero si vamos a hablar de machismo en serio, vamos a agarrar todos los géneros musicales, hablar que tienen de machistas o que tienen que se podría cambiar o se podría mejorar, sería bárbaro, bienvenido al debate, pero si se va a agarrar el reguetón como un chivo expiatorio en ese si no me monto.

¿Qué artistas de rock admiras o te han influenciado en tu carrera?

Muchos, mucho rock, vos que me conoces bien, sabes que yo he escuchado muchas cosas de rock, naturalmente que cuando empecé a formar mi mentalidad como persona que escuchaba rock más o menos a los 13 años, entré por Metallica, escuché muchas bandas, pero de las bandas que todavía me siguen gustando podemos nombra a Héroes del Silencio o The Police, Entonces bueno, un poquito más adelante me fui por el New Metal y por el Punk, siempre estoy escuchando rock, cosas más o menos mainstream, por ejemplo, yo creo que en este momento la única banda de rock mainstream que existe, o sea que puede llegar a espacios como los que llegaba el rock en sus grandes épocas es Maneskin y puede ser una banda pop, pero me parece que están haciendo algo super interesante.

¿Cómo ves la relación entre el rock y el reguetón en la actualidad? ¿Crees que hay una rivalidad o una colaboración entre ambos géneros?
No hay precisamente una colaboración pero a veces hay tolerancia, por ejemplo, en una ciudad como Medellín, el reguetón ha dado trabajo a muchas personas e ingenieros de sonido, entonces por ahí puedes encontrar un productor que produce reguetón, pero que escucha rock, que tiene amigos de bandas de rock, que mejor ejemplo de eso que el de Camilo Restrepo de providencia, el cantante de una de las bandas de reggae más grandes del país, que ha sido por muchos años el corista de Ñejo y es muy bacano porque entonces es como que “listo este mi trabajo con Ñejo, voy, canto hago esto, pero mi vida personal con la música que me gusta l vivo de la manera que me gusta”. Acercamientos entre rock y el reguetón los han habido, yo creo que el primer encuentro entre el rock y el reguetón, fue cuando Rabanes hace años hicieron una canción con Don Omar, creo que fueron súper visionarios, año 2004 más o menos, hicieron un temazo con Don Omar cuando el reguetón recién estaba saliendo, pienso que es un poco como dice Dréxler que no se trata tanto de atacar la música que no nos gusta, sino que podemos aprender de esa música o cómo podemos interpretar esa música de una manera que a nosotros nos parezca más adecuada.

¿Qué desafíos has enfrentado como autor de este libro? ¿Cómo los has superado?

Desafíos muchos, pero lo que pasa es que yo soy una persona muy previsora, por ejemplo, algo que yo sabía que me iba a pasar desde que comencé el libro es que no iba a ser fácil llegar a las fuentes, que no iba a poder llegar a todas las fuentes que quería y que muchas cosas no iban a salir como esperaba, en medio de ese panorama yo dije “bueno, a ver cómo lo voy a solucionar” entonces, por ejemplo, así escribí mi primer libro que es un libro de rock, es un libro donde yo simplemente opinaba y de vez en cuando metía el bocado de alguna persona, en cambio en este libro ya tenía una intención mucho más periodística y ya me ponía un poco más atrás como autor, porque si bien está mi opinión en él, ahora más que convencer a la gente de lo que yo pienso, lo que quiero es darle todas las herramientas para que la gente piense lo que quiera pensar, entonces entendí que me iba a tener que inspirar mucho en entrevistas de internet y combinarlas con entrevistas de producción propia, que siempre es lo ideal. Así que lo importante era tener una base muy sólida para que lo que yo no pudiera lograr en entrevistas lo pudiera sustentarse en esa base sólida.

Cuando vos agarras “Reguetón, una revolución latina” ves que es un libro que tiene muchísima información y tiene al menos unos 15 o 20 libros en la bibliografía y eso está entre las cosas que más me elogiaron en los medios de comunicación cuando salía a promocionarlo, creo que a la larga todo va hacia el mismo punto, trabajo duro, trabajo constante, trabajo de corazón y tratar de hacer el mejor trabajo posible.

¿Qué proyectos tienes para el futuro? ¿Te gustaría experimentar con otros géneros musicales?

Me gustaría mucho experimentar con otros géneros musicales, pero en este momento sí me quiero ir cada vez más a lo mainstream por esto que les contaba anteriormente, por ejemplo, el libro que estoy haciendo ahora es un libro muy mainstream y es un libro que va a hablar de amor, de familia, de salud mental y también va a hablar, digamos, de este mundo de la música mainstream, pop, urbana y reguetón. Entonces no descartó el día de mañana, de pronto hacer el libro de un músico de pop rock que admiro un montón, pero en este momento, si quiero un mensaje cada vez más mainstream, porque siento que estamos desaprovechando mucho los espacios de poder que tenemos en la sociedad y digo espacios de poder porque la gente que controla el poder creo que nos jode mucho, porque nosotros nos peleamos mucho entre nosotros, no aprovechamos espacios que podríamos usar para difundir un mensaje y contraatacar, entonces yo sí prefiero como irme detrás de esos espacios, por ejemplo que el día de mañana de pronto tenga un programa de entrevistas y entreviste a un YouTuber y que todo ese público que sigue este YouTuber me sea útil para decirle cosas a los jóvenes que verdaderamente importan y que verdaderamente les ayuden a comprender mejor lo que pasa en su país.

¿Qué mensaje quieres transmitir con tu libro?

El mensaje pues siempre va por la música, yo tengo muy claro que el libro es grande porque es un tema Pop, es un tema del que todo el mundo está hablando, un libro de reguetón es un tema hiper-vendible en cualquier medio de comunicación, entonces es muy fácil que a uno le abran puertas para una entrevista pero a la larga la única intención que tengo es la de hacer el mejor trabajo posible y que sentir que puedo cambiar algunas cosas, así sea una pequeña escala, cada vez que veo gente que me dice por ejemplo “No parce yo tenía otra visión del machismo y ahora entiendo mejor” pienso que estoy ayudando a cambiar cosas.

¿Qué prefieres: una guitarra eléctrica o un Dembow?

Yo soy un tipo al que incluso le cuesta elegir sus comidas preferidas, entonces a ver, incluso te diría que prefiero una guitarra eléctrica porque vengo de una estructura muy rockera, pero es muy relativo, porque por ejemplo, a lo largo de mi vida creo que he escuchado más Dance Hall que Rock, pero también lo que pasa es que en el rock es que el virtuosismo musical de algunos tiene que ver mucho con el haber sido músico de conservatorio, con el hecho de tener otro tipo de formación musical que en la música urbana, pero en lo urbano si vemos chicos con un talento enorme, con una capacidad de conectar con su público y eso no se puede demeritar y con una inteligencia muy grande que no será la inteligencia de la academia pero que muchas veces es “sabiduría de calle” que con dos o tres palabritas que te dicen te dejan pensando, porque son pibes que verdaderamente han tratado de comprender lo que ocurre a su alrededor.

¿Qué opinas de los rockeros que critican el reguetón? ¿Y de los reguetoneros que critican el rock?

A mí me parece que la crítica siempre es muy válida desde que se haga de un lugar de no de “criticar por criticar” sino de verdaderamente comprender lo que está sucediendo. Yo entiendo que hay músicos que están hartos de buscar espacios y no tener esos espacios porque están ocupados por otros géneros musicales y también entiendo que ahí hay algo de dolor que hace que a veces no se expresen de la mejor manera posible. Me parece que es súper válido, pero pues lo ideal es que demos un debate cada vez mejor. Incluso a mí me encantó cuando vos leíste mi primer libro de rock colombiano, que me dijiste, me encantó el libro, pero ahora estoy mucho más firme en lo que he pensado toda la vida y vos sabes que yo te admiro un montón como amigo, como músico, como organizador de eventos, pero tenemos formas muy diferentes de ver la escena nacional y de ver muchas cosas, me parece brutal eso, poder decir que nos admiramos mutuamente, pero tenemos formas muy distintas de verlo.

¿Qué le dirías a un fanático del rock que dice que el reguetón no es música? ¿Y a uno del reguetón que dice que el rock es aburrido?

Mira, yo creo que hace años un amigo músico lo explicó mucho mejor que yo. Él, como músico de academia decía que es ridículo decir que cualquier género musical no es música, yo creo que tenemos que elevar el nivel de debate, a mí una persona que me dice que el reguetón no es música, hasta me da pereza hablar con esa persona, en cambio una que me dice que el reguetón es aburrido es diferente, porque es una percepción que parte desde lo subjetivo, no parte de esa soberbia de querer tener la razón, sino decir “parce todo bien con el reguetón, pero no es mi onda” y me parece que está perfecto, si estoy hablando con una persona que es una persona que es súper abierta, músico, productor o algo así, le diría “bueno, píllate, esto es reggaetón, un poco diferente al reguetón mainstream, es una propuesta reggaetón feminista Argentina con unas letras súper ingeniosas”

¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta del rock? ¿Y del reguetón?

Lo que menos me gusta, el rock es el radicalismo absurdo. Porque existe el radicalismo que tiene una causa, digamos, el de las personas que se informan y entienden cómo funciona todo y dicen, yo me paro acá y de acá no me muevo, me parece una chimba, pero el radicalismo absurdo, el de odiar, sin siquiera tomarse el mínimo tiempo para leer Wikipedia, ese me rompe las pelotas.

Del Rock naturalmente que me encanta su libertad, su capacidad, digamos de llevar este mensajes transgresores. Me encanta el hecho de haber vivido un momento en el que el rock fue lo más grande que había a nivel mundial y que se lograron muchas conquistas. Me encanta ver que los chicos jóvenes que hoy escuchan reguetón también están escuchando rock y que pueden entender que sí, que el reguetón les gusta y con eso conectan con sus amigos y bailan con las chicas en la discoteca, pero pueden ir a su casa y escucharse toda la discografía de Iron Maiden, eso me encanta.

Y del reguetón, digamos que el contenido mainstream de hoy en día me jode un poco la inmediatez, que todo sea como tan efímero. Y, me gusta el hecho de que, al ser tan masivo, tan absurdamente masivo, cuando se mandan mensajes simples como ligados a ser buena persona, a colaborar con otros artistas, a reconocer artistas de otros géneros que fueron grandes en otras épocas, a llevar mensajes simples como está pasando ahora con las mujeres que simplemente quieren mandar un mensaje de unidad, de fortaleza, de valor en lo que dice la mujer que esos mensajes tengan un impacto tan gigante. Eso me encanta del reguetón y de toda la música mainstream de ahora.

Y entonces con la llegada de las IA y todo lo que sucede, que predicciones tienes para el futuro en estos géneros y en la música.

Uy el tema de las llegadas de la IA está jodidísimo, porque no hay que tenerle miedo a la tecnología, pero sí es cierto que toda la tecnología que nos está llegando apunta hacia el mismo lugar, abaratar la mano de obra y que cada vez las máquinas hagan que se dependa menos de las personas. Yo siempre pongo el ejemplo de cuando llegaron los teclados en los años 80, la gente decía “Wow” de la canción Final Countdown, decían “que buena canción” y sí era una canción tremenda y los teclados permitían polifonía, pero también significaba que iban a haber menos músicos en el estudio, entonces cada vez nos estamos volviendo más individualistas y cada vez se requerirá menos de la mano de obra. Es un panorama bastante complejo, yo creo que tenemos que ser lo más inteligente posible con la inteligencia artificial, acoplarla de la mejor manera posible, ver cómo nosotros podemos hacer cosas que sean, combinación entre nuestro talento y lo que permite la inteligencia artificial, porque si no nos va a comer vivos.

¿Dónde conseguimos el libro?

El libro está temporalmente agotado pero ya está próximo a llegar a las librerías en distintas partes del continente, entonces hay que estar super pendientes para preguntarlo, depende de la distribuidora de España, pero sé que va a ser muy pronto, así que en toda librería de confianza y sobre todo librerías que trabajen con títulos muy específicos de música. Ahí creo que lo pueden preguntar y si no es ahora en un par de semanas lo van a conseguir.

@felipeszarruk

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Del talento ajeno al negocio propio: Los parásitos del rock

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Les va a doler… este artículo no está hecho para complacer a nadie sino para incomodar. Seguramente va a causar escozor en muchos porque toca fibras sensibles en un ecosistema donde muchos han vivido cómodamente a costa del trabajo ajeno durante años. Pero es un escrito necesario. Porque si la música —y en especial el rock— quieren avanzar en este país, primero tiene que deshacerse de los parásitos que se han enquistado en su cuerpo, esos que se llaman a sí mismos “agentes de la industria musical”, pero que rara vez están al servicio del artista. Este texto no es un ataque gratuito. Es una denuncia urgente respecto a un grupo de personas que ha estado minando a nombre de las artes creyendo que hacen un favor.

En las últimas dos décadas, el discurso de la “industria musical” en Colombia ha ganado terreno en los espacios institucionales, académicos y comerciales. Este relato impuesto por las ideologías del nuevo milenio ha impulsado la idea de una cadena de valor cultural organizada, donde múltiples actores (músicos, managers, curadores, bookers, productores, entre otros) trabajan de forma articulada para construir una economía sólida alrededor de la música, pero si nos colocamos a observar la práctica diaria en escenarios locales, especialmente en contextos alternativos o independientes nace una paradoja: la mayoría de los llamados “agentes de la industria” no construyen procesos reales con los músicos, sino que se sostienen gracias a ellos, parasitando y capturando recursos y legitimidad simbólica sin rendir cuentas ni mostrar resultados verificables.

El término “agente de la industria musical” no tiene una definición unívoca, lo usan para todo, puede referirse a una serie de profesionales que participan en la creación, circulación, distribución y promoción de música, es decir managers, promotores, curadores, productores, disqueras, distribuidores digitales, entre cientos que se inventan cada día y su función, en teoría, es actuar como puentes entre el talento artístico y las oportunidades del mercado o la institucionalidad cultural… en teoría.

En Colombia, esta categoría ha sido promovida por políticas públicas, por plataformas institucionales publico-privadas y también por monopolios disfrazados y protegidos por el Estado como Sayco y un ecosistema emergente de ferias, ruedas de negocios y encuentros académicos eterno. Y obvio esto no es algo malo, es algo necesario, pero siendo honestos, esta “profesionalización” ha sido más discursiva que estructural y ha generado una figura que muchas veces funciona sin reglas, sin códigos éticos y sin evaluación objetiva, no todos los espacios son inútiles, pero si hay muchos que están sublimados y que solo les sirve a los organizadores y no a los músicos, hemos asistido a cientos de estos encuentros no solo en el país sino en el exterior y la verdad es difícil encontrar la oportunidad real para el músico entre tanto charlatán.

Uno de los problemas más graves, es que precisamente son los músicos, especialmente los independientes, lo que no acceden a estos agentes como aliados, sino como obstáculos o intermediarios interesados. Se repite una dinámica de dependencia vertical en donde el agente se aproxima al artista no para construir un proceso, sino para aprovechar su potencial, su visibilidad o su funcionalidad estratégica, son personas que se asocian a artistas sólo cuando estos ya tienen reconocimiento local o nacional, sin haber contribuido a su desarrollo. Gestores culturales que viajan a ferias internacionales usando a músicos como carta de presentación sin que eso genere circulación efectiva de la obra. Curadores que repiten programaciones con los mismos artistas o redes de confianza, restringiendo la rotación de oportunidades y replicando modelos clientelares.

Esto es una forma de extractivismo simbólico, lo cual quiere decir que los artistas producen el contenido, el valor cultural, el relato de identidad y los tales agentes extraen ese valor para sostener su propia legitimidad profesional.

Lo que es preocupante acá, es que muchos de estos “agentes” operan sin estructuras empresariales formales, sin contratos, sin indicadores de impacto ni rendición de cuentas, casi siempre son trabajadores informales o freelance con poca o nula formación pero con muchos “amigos” y mucha capacidad para circular por los espacios de poder cultural, participar como jurados, ser invitados a paneles, o acceder a convocatorias institucionales. Algún día en su mente dijeron “vamos a ser agente musical” y se autonombraron porque así lo permite la informalidad de la cultura de este y otros países y a eso ahora le llaman “networking” otra de las palabras que se apropiaron para darle seriedad al asunto.

Esta falta de formación, sumada a la captura del discurso de la profesionalización, lo que ha logrado es nada más que un ecosistema en el que lo simbólico reemplaza lo funcional, los agentes son validados por sus apariciones, no por sus resultados; por sus redes, no por sus procesos; por su presencia institucional, no por su eficacia con los músicos, ellos en su mente son los “rockstars” y así es que se ha consolidado un modelo de visibilidad sin circulación, donde la industria es más una escenografía que una red productiva real y el músico es el sujeto precarizado, especialmente el músico emergente, que queda relegado a un lugar de fragilidad, sin acceso directo a circuitos de circulación, sin poder negociar con entidades públicas y muchas veces sin herramientas legales o empresariales, incluso vetado muchas veces, el artista entonces cree que depende de estos agentes que se autoerigen como mediadores naturales.

Y todo esto se vuelve aún más tóxico cuando se institucionaliza, por ejemplo con convocatorias que exigen alianzas con agentes para poder postularse, jurados de estímulos que pertenecen a los mismos círculos de gestión o curaduría, ferias donde los artistas pagan por “educación” y contactos sin retorno real y el resultado es lo que hemos visto durante años… un ecosistema vertical, elitista y cerrado en donde la promesa de industria oculta una lógica de exclusión y cooptación.

¿Quién de los cientos de miles de agentes que parasitan en la música nacional es transparente? Usa contratos claros, compromisos medibles, rendición de cuentas a los artistas ¿Cuántos tienen formación real? capacitación en gestión, derechos, producción y desarrollo de audiencias o suelen operar desde entidades formales, no desde la improvisación personal ¿Cuántos en realidad tienen ética profesional o se centran en el artista y no en el beneficio propio?

Sin una base estructural sólida, una formación ética y un modelo de trabajo centrado en el artista, no hay industria real, sino un teatro de profesionalización vacío y profundamente desigual. Es muy cómico que en Colombia se conocen más algunos nombres de estos personajes que de los mismos músicos y creadores porque la tal industria sigue siendo un show.

Uno de montajes más increíble del ecosistema musical colombiano de hoy, es la existencia de una red cada vez más “famosa” de agentes culturales que en lugar de abrir caminos, se dedican a izar las banderas de sus propios egos, se presentan como gestores, curadores, promotores o asesores que salvaran al músico, pero que su práctica diaria no está centrada en la música, sino en el hambre y en el posicionamiento de su imagen como “profesionales del sector”, hasta se maquillan y se peinan para esto. La música, en ese esquema se convierte en una excusa útil, un decorado de fondo para una carrera personal construida sobre la visibilidad simbólica.

A estos “agentes” les gusta operar desde una narrativa de profesionalización, de industria, de desarrollo de públicos, de internacionalización… pero la realidad, lo que se observa es una maquinaria informal, ineficaz y oportunista, utilizan el lenguaje creado para ignorantes como el de la “economía naranja” y “la circulación cultural” pero sus acciones giran en torno a capturar recursos del Estado, obtener viajes a festivales, participar en ruedas de negocio donde rara vez hay acuerdos reales y sobre todo, alimentar sus propios nombres, es decir el favor invertido, el gesto de arrogancia institucionalizada, ellos creen y juran que le están haciendo al artista “un favor”.

Una característica odiosa de este tipo de agente es la forma en que trata al músico. Actúan como si trabajar con un artista fuera un acto de generosidad, como si el hecho de incluir a un músico en una feria, una playlist o una charla fuera un regalo que él otorga desde una posición superior, es una lógica pedante que invierte por completo la relación de valor, se les olvida que es el músico el creador del contenido, el portador del riesgo y el productor central, pero ellos lo tratan como un beneficiario pasivo que debe estar agradecido por ser gestionado y la verdad con la necesidad en la que casi todo viven, dejan que pase, lo permiten, agachan la cabeza… Sí, por favor ayúdeme.

Este trato paternalista y jerárquico es evidente en el uso de convocatorias públicas, muchos de estos agentes construyen su “trayectoria” presentándose año tras año a becas, estímulos y apoyos culturales donde el músico es la fachada del proyecto, pero la intención real es la remuneración del gestor y lo peor es que lo logran, la mayoría lo logra. El arte queda subordinado a la viabilidad administrativa. En este modelo, el agente no trabaja para el músico; el músico trabaja para que el agente cobre y lo peor es que eso ya es una normalidad, se logró el monopolio de oportunidades y cierre del ecosistema en manos de lo que podemos llamar “parásitos”.

A estos agentes les fascina monopolizar los espacios, lejos de abrir oportunidades o descentralizar los circuitos, les encanta reproducir sus propios círculos de confianza, recomendando a los mismos artistas en todas las ferias, participando como jurados de convocatorias donde luego aparecen como ganadores, e incluso asesorando procesos que ellos mismos luego integran y por supuesto destruyendo y despotricando de los que no les caen bien, acabándolos con lenguas viperinas para que “no se metan en su camino”. Y el resultado es una red de cooptación y deshonestidad que cierra las puertas al artista emergente, al gestor regional o a las propuestas no alineadas con el discurso dominante y asi se ha creado así una casta simbólica de gestores culturales que gira en torno a sí misma, que aparecen en los mismos paneles, dictan los mismos talleres, asisten a las mismas ferias y producen una y otra vez el mismo relato: que Colombia tiene una industria musical emergente gracias a ellos. La música, en este discurso, queda reducida a ilustración, a contenido de fondo para una narrativa personal que no siempre se traduce en beneficios reales para los artistas.

Pero acuérdense siempre… sin el músico, no hay agente.

El agente cultural sólo tiene sentido en la medida en que su acción esté al servicio del artista, si no abre puertas, si no genera circulación, si no construye procesos sostenibles, no está siendo un agente, está siendo un intermediario simbólico que se apropia del valor ajeno. Y si, además, se comporta con arrogancia o sentido de superioridad, se convierte en una distorsión peligrosa de la cadena de valor cultural, en una industria musical justa, los gestores son aliados, no protagonistas, trabajan por el crecimiento de los artistas, no por el brillo de su propia firma, no monopolizan los espacios, los multiplican. No se sirven de los músicos…los sirven ¿Les suena familiar?

El gran error de este modelo no es sólo ético sino es estratégico, porque una escena musical fuerte no se construye desde los currículos de los gestores, sino desde la solidez, la autonomía y la visibilidad de sus artistas. Sin músicos, ningún agente existe. Y sin respeto por los músicos, ninguna industria es legítima.

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Colombia

Las 10 bandas nacionales recomendadas por Subterránica para ver en Rock al Parque 2025

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En Colombia la riqueza musical se gesta en los barrios, los garajes y los pequeños escenarios, cada edición de Rock al Parque debe ser la oportunidad de poner el foco sobre las bandas nacionales que, con esfuerzo y autenticidad, han construido el pulso de la escena Rock y Metal del país. En un contexto donde lo internacional suele acaparar la atención mediática y los grandes titulares, es fundamental reivindicar el valor de lo local, de los proyectos que han resistido, innovado y dado identidad a generaciones enteras. Los nombres que aquí destacamos no solo encarnan el presente y lo tradicional del rock y el metal colombiano, sino que son la prueba viva de que la creatividad y la fuerza de nuestra música se encuentran, sobre todo, en casa. Para eso es que debe existir este festival.

DEVASTED

Desde el corazón del thrash metal colombiano, Devasted se ha consolidado como una de las bandas más demoledoras de la escena. Su discografía, que incluye títulos como Planeta Guerra (2018) y Demencia y Caos (2021) es un manifiesto de resistencia y denuncia social. En vivo, la banda despliega una energía inagotable, con puestas en escena donde personajes como “Maniático Thrasher” y “Siniestro” encarnan la narrativa de lucha contra la opresión. Devasted ha compartido escenario con referentes internacionales y este año lanzará su nuevo álbum Siniestro en el marco del festival, prometiendo un show de alto voltaje.

SOMBERSPAWN


El metal extremo colombiano encuentra en Somberspawn una de sus expresiones más sofisticadas y contundentes. Su propuesta, que fusiona black y death metal fue una de las más sólidas en la última edición de Wacken Metal Battle, Somberspawn fue una de las grandes sensaciones, llevando la bandera nacional a uno de los escenarios más exigentes del momento en donde fuimos testigos de su técnica, brutalidad y atmósfera oscura y eso los convierten en una cita obligada para los amantes del metal extremo.

HEREJÍA

Con una propuesta de death metal sinfónico, Herejía ha sabido combinar la agresividad del género con arreglos orquestales y una puesta en escena de gran impacto. La banda ha recorrido los principales festivales del país y su presencia es una oportunidad para presenciar la evolución de un proyecto que apuesta por la sofisticación sonora y la potencia lírica y que ha sabido sobreponerse al paso del tiempo y de las pruebas de la vida.

KEEP THE RAGE


Keep the Rage representa la nueva ola del melodic groove metal colombiano. Su música es una declaración de principios: canalizan la ira colectiva y la transforman en una herramienta de conciencia social. Con letras profundas y una puesta en escena poderosa, la banda convierte cada presentación en un acto de catarsis colectiva, enfrentando la irracionalidad y la decadencia contemporánea desde el escenario.

Sin Pudor

Sin Pudor es una de las agrupaciones más representativas del punk colombiano actual, destacando por su formación y su mensaje directo. La banda es un recordatorio de la vigencia del punk como vehículo de protesta y de la importancia de la diversidad en la escena nacional. Sus shows son sinónimo de energía cruda y autenticidad.

APOLO 7

Apolo 7 fusiona el poder del rock con la vitalidad de los ritmos latinos, logrando un sonido fresco y potente que ha conquistado escenarios dentro y fuera del país. Han representado a la escena en escenarios internaciones de envergadura y creado colaboraciones con músicos de élite, es una banda que además de sonar bien, es divertida y llena de energía. Su propuesta, definida como “rock con bravura” es una invitación a la celebración y la experimentación sonora.

RAIN OF FIRE

Desde Tuluá, Rain of Fire ha revolucionado la escena metalera con su fusión de heavy, power y metal progresivo, ganadores de un premio Subterránica este mismo año. Letras de lucha y superación, melodías envolventes y una ejecución impecable han hecho de esta banda una de las más prometedoras del país. Su ascenso ha sido meteórico como nueva referencia del metal nacional.

TENEBRARUM

Tenebrarum es sinónimo de historia y evolución en el metal colombiano. Con más de dos décadas de trayectoria, la banda ha explorado desde el doom y el gothic hasta el metal sinfónico, manteniendo siempre una identidad sólida y una propuesta visual y sonora de alto nivel. Su legado se siente en cada generación de músicos y su show es garantía de calidad y emotividad.

REENCARNACIÓN

Pioneros del ultrametal, Reencarnación es una leyenda viva del metal colombiano. Su influencia trasciende generaciones y géneros, habiendo marcado el camino para innumerables bandas nacionales. Su presencia en la capital es una oportunidad para presenciar la fuerza y el misticismo de un proyecto que ha hecho historia en la música pesada latinoamericana.

LA DERECHA

Hablar de La Derecha es hablar de uno de los clásicos indiscutibles del rock colombiano. Con una carrera que abarca varias décadas, la banda ha sido testigo y protagonista de la evolución del género en el país. Sus canciones, himnos para varias generaciones, y su capacidad para reinventarse los mantienen vigentes y necesarios. Ver a La Derecha en vivo es, sin duda, una experiencia fundamental para entender la historia del rock nacional.

Rock al Parque debe ser, ante todo, una plataforma para lo local, un escenario donde el talento colombiano encuentre eco, proyección y reconocimiento. Estas diez bandas, con trayectorias, propuestas y sonidos diferentes, son la mejor muestra de la riqueza y vitalidad de nuestra escena. Apoyarlas y escucharlas en vivo es celebrar el presente y el futuro del rock hecho en Colombia, lleguen a ver a los locales que son la verdadera esencia y razón de ser de un evento como estos.

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Colombia

La iglesia que viola niños quiere seguir censurando conciertos de Rock

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Por Subterránica

En este mundo de hipócritas que ondea falsamente la bandera de la libertad de expresión, la secularidad de los Estados y la autonomía del arte, todavía hay espacios donde las voces más rancias y criminales del pasado insisten en dictar la agenda cultural. Hoy, nos enfrentamos a una de esas ironías brutales y grotescas que solo puede producir la historia: la Iglesia Católica —con una trayectoria documentada de abusos sexuales, encubrimientos sistemáticos y crímenes contra menores— exige, desde su pedestal de falsa moralidad, la cancelación de artistas como Marilyn Manson en San Luis Potosí, México, o la banda de black metal Marduk en Colombia y otros países.

Según ellos, son “satánicos”, “incitan al mal” y “corrompen la juventud”. Como si lo anterior no fuera exactamente lo que hicieron cientos de sus propios sacerdotes durante décadas. Como si no hubiera condenas penales firmes por parte del sistema judicial en Colombia, México y otros países contra miembros de su institución por delitos gravísimos.

La realidad documentada de la Iglesia Católica es un prontuario criminal impresionante… condenas reales, no canciones.

Hablemos con datos, porque parece que muchos tienen la memoria corta y la hipocresía larga.

En Colombia, según el trabajo de investigación de los periodistas Juan Pablo Barrientos y Miguel Ángel Estupiñán (autores de El archivo secreto), se han documentado más de 600 sacerdotes acusados de abuso sexual, de los cuales al menos 51 han sido condenados judicialmente por delitos como violación, acceso carnal violento y actos sexuales con menores. Entre ellos están nombres como:

William de Jesús Mazo Pérez, condenado a 33 años de prisión. https://www.elespectador.com/judicial/en-firme-condena-contra-sacerdote-por-pederastia-article-603103/

Luis Enrique Duque Valencia, sentenciado a más de 18 años por abuso a niños de 7 y 9 años. https://www.elcolombiano.com/colombia/por-pederastia-iglesia-debera-pagar-1-300-millones-BL2850407

Fabio Isaza Isaza, 5 años y 4 meses por abuso sexual de un menor incapacitado. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12743283

En San Luis Potosí (México), donde ahora la iglesia local pide cancelar la presentación de Marilyn Manson, el sacerdote Noé Trujillo fue condenado por estupro a un menor. Y Eduardo Córdova Bautista, antiguo representante legal de la arquidiócesis, tiene más de 100 denuncias por abuso sexual de menores. Está prófugo de la justicia.

Entonces, ¿en serio tenemos que soportar que esta institución —cuya historia en muchos países latinoamericanos está manchada de impunidad, dolor y abusos comprobados— se atreva a censurar a artistas que jamás han cometido delitos equivalentes? ¿Qué clase de estupidez es esta? Y no dejemos atrás a los políticos que los respaldan, es su mayoría ignorantes sin estudios, adoctrinados y pertenecientes a los partidos más radicales, violentos y asesinos.

Para el dolor de los santos, Marilyn Manson, con toda su teatralidad y controversia, ha tenido apenas una condena menor por una falta administrativa (sonarse la nariz sobre una camarógrafa). No ha sido condenado por ningún delito sexual ni violento. Las demás acusaciones han sido desestimadas o resueltas civilmente y dejemos en que sonarse sobre una camarógrafa es algo mínimo comparado con lo que los periodistas sufrimos en esta cagadero de país, como cuando el Estado atacó de frente a Subterránica desde sus redes sociales, se robo medio presupuesto de los festivales, sacaron burlas en un portal de noticias falsas que eran sus contratistas y ¿Qué pasó? Nada… porque Colombia, México y otras fincas latinoamericanas están diseñadas para que los torcidos sean sus dueños y la falsa moral su biblia.

Marduk que ya fue censurado por las acciones de un personaje nefasto , no registra condenas penales ni antecedentes judiciales por ninguna parte. Pero en Colombia han sido vetados y cancelados por presiones morales, muchas veces sin ninguna base legal, solo por su estética y lírica anticristiana.

Entonces, ¿quiénes son los verdaderos criminales? ¿El músico que crea desde la provocación simbólica o la institución que ha protegido violadores en sus filas por décadas?

Señores, lo que pasa es que el homínido promedio no ha entendido que la libertad de expresión no es negociable, se supone que vivimos en Estados laicos, donde la Iglesia no debería tener poder político, ni control sobre lo que una sociedad libre escucha, ve o dice. Sin embargo, la censura clerical continúa activa en muchos niveles, disfrazada de moral, pero actuando como un mecanismo de represión ideológica.

La cancelación de conciertos de metal extremo no es un debate sobre cultura. Es un síntoma de algo mucho más grave: el intento constante de los sectores más oscuros de controlar el discurso público, de silenciar lo incómodo, de imponer una única visión del mundo basada en dogmas… y de tapar sus propios crímenes con una sotana manchada de sangre y que cansancio de verdad tener que vivir en estos países en donde cada día vemos asesinatos a sangre fría, cuerpos en las calles, injusticias, etc y que declaren el rock como enemigo público, pobres pendejos. Solo recuerdo cuando a Subterránica lo sacaron de SOFA porque unos vecinos de Corferias decidieron que era inmoral… “Apaguen el Rock” fue la frase y los cobardes de los organizadores en lugar de luchar se callaron, se escondieron en su oficina y guardaron silencio, como todo en estos países. Si al perro le van a quitar el hueso el perro se agacha.

Casos como el de Marduk ha son blanco de campañas de censura por parte de grupos religiosos que sin ninguna prueba judicial ni delitos cometidos por los integrantes, han logrado bloquear conciertos en ciudades como Bogotá y Medellín. Las justificaciones son siempre las mismas: “atentan contra la moral”, “promueven el satanismo”, “son una amenaza para los jóvenes”. Los medios, timoratos y muchas veces aliados de las élites clericales, replican el discurso sin contrastarlo. Y los gobiernos locales, más preocupados por el escándalo que por la libertad, ceden ante las presiones y cancelan eventos legítimos.

En 2018, por ejemplo, el concierto en Bogotá fue cancelado por presión de organizaciones cristianas. No hubo ningún análisis jurídico, ni se consultó a la comunidad cultural. Simplemente se obedeció al dogma. Más grave aún, lo mismo ha ocurrido con otras bandas como Watain en Ciudad de México o Mayhem en varios países de América Latina ¿La evidencia de delito? Ninguna. Pero cuando la Iglesia levanta el dedo, los gobiernos se bajan los pantalones.

Es aquí donde la hipocresía alcanza su punto más nauseabundo. Mientras los curas pederastas siguen oficiando misas o se esconden en casas de retiro bajo protección institucional, mientras las víctimas siguen esperando justicia que nunca llega, mientras los archivos se mantienen cerrados y el Vaticano guarda silencio, son los músicos —los artistas— los que son vetados públicamente. No por dañar a nadie, sino por expresar ideas incómodas, por criticar a la religión, por utilizar símbolos que alteran la sensibilidad de los herederos del poder inquisitorial. Es decir, por ejercer su libertad de creación lo vimos hace poco con Behemoth en Polonia en donde casi son apresados por “insultar” una figura religiosa.

La censura clerical no solo es una amenaza a la libertad de expresión. Es una forma brutal de reescribir la historia, de manipular al público, de distraer a la sociedad con espectáculos morales mientras se ocultan los crímenes reales. Cancelar un concierto de Marilyn Manson no salva a ningún niño, no impide ningún abuso, no mejora ninguna vida. Solo perpetúa el control de una institución que ha demostrado no merecer autoridad moral.

Y sí, este es un país laico. Al menos en el papel. Porque en la práctica, seguimos viendo cómo obispos, sacerdotes y feligreses organizan cruzadas contra lo que no entienden o no quieren aceptar. Pero no los vemos organizando cruzadas contra los abusadores de su propia casa. No los vemos pidiendo perdón por los crímenes del clero. No los vemos renunciar a sus privilegios fiscales ni entregar a la justicia a sus violadores.

La ironía es insoportable. Los mismos que predican amor, tolerancia y piedad, son los que linchan mediáticamente a artistas cuya única “falta” ha sido hacer música que no se arrodilla. Los mismos que protegieron a Córdova Bautista en San Luis Potosí, a Mazo y Duque en Colombia, a decenas de sacerdotes acusados y condenados, son los que hoy se escandalizan por una puesta en escena teatral, por un maquillaje, por una metáfora.

Tal vez lo que más le tienen miedo es que el arte hable en voz alta, porque el arte, cuando no es domesticado como la mayoría del rock colombiano que ya es un perro sometido al estado, recuerda cosas que quieren que olvidemos. Recuerda que la iglesia no es sinónimo de moral, que el dogma no es ley y que el verdadero peligro no está en un escenario oscuro, sino en las sotanas que se pasean impunes por los altares.

¿Quieren censura? Aquí tienen memoria. ¿Quieren callarnos? Aquí tienen sus gritos con la verdad, la iglesia católica tiene más criminales que muchas mafias. Seguiremos escribiendo, tocando, cantando porque la libertad no se negocia con quienes protegieron violadores y ahora se visten de santos.

En Colombia, el artículo 19 de la Constitución Política garantiza expresamente la libertad de cultos, pero también la libertad de conciencia, de expresión y de creación. El artículo 20 establece que “se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios de comunicación masiva. Son libres la expresión artística, cultural y científica.” Y si eso no basta, el artículo 1 declara al país como un Estado social de derecho, democrático y pluralista, no confesional. Cualquier autoridad civil que cancele un evento artístico solo porque molesta a un grupo religioso está violando directamente la Constitución.

Y aún más claro es el precedente establecido por la Sentencia T-391 de 2007 de la Corte Constitucional, donde se afirmó que la libertad de expresión incluye manifestaciones que puedan ser impopulares, provocadoras, polémicas o contrarias a la moral tradicional. La Corte ha sido enfática en que el arte no debe someterse a criterios religiosos o morales arbitrarios, y que “la protección de la libertad de expresión es más fuerte precisamente cuando lo expresado no gusta o incomoda”.

En México, la situación es igual de clara. El artículo 6º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos protege la libertad de expresión, y el artículo 7º garantiza la libertad de difusión sin censura previa. Además, el artículo 130 declara de forma explícita la separación del Estado y las iglesias, y prohíbe que las asociaciones religiosas interfieran en asuntos políticos o civiles. Es decir: la Iglesia Católica no tiene ningún derecho legal a incidir en decisiones gubernamentales sobre espectáculos públicos.

Pero lo hace. Lo hace a través de presión social, de discursos incendiarios, de manipulación mediática. Y cuando los funcionarios públicos ceden ante esas presiones —como ha ocurrido con las cancelaciones de conciertos de Marduk, Manson, Watain y otros—, están violando la ley, incurriendo en actos de discriminación ideológica, y en algunos casos, cometiendo abuso de autoridad.

No se trata solo de una batalla cultural. Esto ya es una batalla jurídica. Porque si el Estado laico permite que la moral religiosa imponga sus dogmas sobre la programación artística, entonces deja de ser laico. Si el Estado cede ante el chantaje clerical, entonces ya no es un Estado de derecho, sino un Estado confesional por la puerta de atrás. Y eso, en México, en Colombia, y en cualquier democracia moderna, es inaceptable.

Censurar conciertos por “ofender la religión” es como prohibir libros por hacer pensar. Es como quemar discos por sonar distinto. Es un acto de ignorancia institucionalizada. Pero también es una violación a los derechos humanos, a las normas internacionales de libertad artística, y a los principios más básicos del pluralismo. Por eso no es solo estúpido. Es ilegal.

Quizá lo más doloroso de todo esto no es que la Iglesia intente censurar, sino que lo logre. Que en pleno siglo XXI, con todas las herramientas legales, democráticas y tecnológicas disponibles, todavía tengamos que ver cómo se apagan conciertos, se silencian artistas y se castiga la disidencia creativa por culpa de instituciones que deberían estar rindiendo cuentas, no dando sermones.

La escena del rock, del metal, del arte independiente en México y Colombia lleva años desangrándose. No solo por la corrupción de las entidades culturales, que siguen entregando presupuestos públicos a las mismas redes clientelistas, a los mismos eventos tibios y domesticados, sino por la ignorancia de sectores que nunca entendieron que el arte no existe para adorar al poder, sino para cuestionarlo. Por eso les duele. Por eso lo persiguen. Porque el rock aún representa una amenaza, aunque lo hayan intentado desactivar desde dentro.

Pero si hay algo que deberíamos estar cuestionando, si hay algo que verdaderamente merece censura —una censura social, ética y política— es la historia criminal de una institución que ha quemado mujeres en hogueras por pensar diferente, que ha saqueado civilizaciones enteras en nombre de su dios, que ha condenado libros, perseguido científicos, impuesto dictaduras morales y callado generaciones de voces.

¿Vamos a seguir permitiendo que esa misma institución decida qué podemos oír, qué podemos ver, a quién podemos aplaudir? ¿Vamos a permitir que los que torturaron a Galileo, colonizaron América, asesinaron a miles en las cruzadas y la inquisición, manipularon la verdad, quemaron brujas y libros, escondieron pederastas y callaron víctimas vengan ahora a darnos clases de moral y a cancelar festivales de metal?

Si algo necesita una revisión profunda y una sanción real, no son los artistas, no son los músicos, no son los conciertos. Es esa Iglesia que durante siglos ha sido juez y verdugo, y que ahora pretende jugar a la víctima para seguir dictando normas en sociedades que se pretenden libres. Tal vez, después de todo, el verdadero peligro para la juventud no son las letras oscuras ni las guitarras distorsionadas, sino las sotanas que aún pretenden controlar el pensamiento.

Y eso sí debería darnos miedo…

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