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Wacken 2025: Reflexiones tras la tormenta y el barro… volver por el rock, por la región, por la hermandad

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Mi nombre es Felipe Szarruk y he transitado escenarios en más países de los que imaginé, pero ningún destino, ningún festival ha marcado mi vida como ese lodazal mítico llamado Wacken Open Air. Si cierro los ojos, aún puedo las botas hundiéndose en la tierra mojada, el eco de miles de voces desafiando la tormenta y el olor metálico del barro convertido en insignia de guerra.

Mi peregrinaje a Wacken no comezó en el avión a Hamburgo, ni siquiera el día en que recibí la acreditación, comenzó mucho antes, cuando ese nombre ¡Wacken! dejó de ser solo un lugar y se transformó en una promesa, siete años detrás de poder ser el representante para Suramérica hasta que se logró. En un continente como el nuestro en donde la lucha por la música se libra contra el olvido y la indiferencia, llegar a Alemania era más que una meta, era un reto mítico, algo que nadie había logrado y que queríamos, Wacken dejaba de ser una ficción lejana para convertirnos en parte de ella.

Aterrizar en la tierra del metal por primera vez en 2024 y cruzar las puertas de ese pequeño pueblo fue como entrar en otro universo, las primeras imágenes no fueron solo de pasión sino también de asombro, miles de personas con camisetas negras, sonriendo entre charcos, levantando sus jarras de cerveza como quien celebra una victoria. Todo un ejército de almas dispuestas a empaparse literal y espiritualmente de la energía única de Wacken, todo era diferente a cualquier cosa que hubiera vivido en el Rock y el Metal.

Pero para 2025, la segunda vez que llegaba al festival como jurado y promotor el verdadero recibimiento no fue el de las tarimas; fue el del barro. Ese barro traicionero, helado y omnipresente, que te saluda en la entrada, se cuela en cada rincón de las tienda de campaña y te cubre las piernas como una segunda piel. El lodo de Wacken no discrimina, envuelve por igual a europeos, asiáticos y sudamericanos. Al principio parece el enemigo silencioso, el obstáculo que amenaza con quitarte la comodidad, con dañar el festival como se ve en otras partes, en joder la limpieza y la dignidad. Pero poco a poco descubres su poder transformador, el barro en el campo sagrado es sencillamente un requisito, es parte del alma del festival, uno pasa del enojo y el fastidio al “ya valió este mundo, vamos a destruirnos”.

En ese barro cada paso es una decisión consciente de seguir adelante, cada tropiezo es una oportunidad de solidaridad, extraños de lenguas distintas te extienden la mano, se ríen contigo de la caída y hasta comparten consejos para sobrevivir. En el barro, las jerarquías se borran y solo queda la música, la resistencia y la hermandad. Ningún otro festival tiene esa capacidad de convertir la incomodidad en rito de iniciación, cruzar Wacken es ser bautizado de nuevo, es mirarse cubierto hasta la cintura y entender que la experiencia no se mide en pulcritud sino en intensidad, el barro es el precio y también la recompensa.

Es natural preguntarse por qué uno querría regresar una y otra vez, a un sitio donde la lluvia amenaza con desbordarlo todo, la primera experiencia en 2024 fue muy diferente, no llovió, todo estaba seco. Pero ahí radica la clave, regresar es una afirmación de pertenencia, el deseo de volver a sentirse parte de esa tribu donde nadie juzga el aspecto, el idioma ni el origen, porque el lodo ya nos igualó a todos, como reza su lema “Rain or Shine” es una obligación, un mantra.

Cuando te vas, el barro se seca y se convierte en huella, te acompaña de regreso a casa, en los zapatos y en la memoria, como prueba de que estuviste ahí, como testimonio de una experiencia tan brutal como hermosa. Regresar es, en el fondo, buscar revivir ese choque con lo auténtico, con lo físico y lo espiritual de la música y la comunidad, es querer recibir de nuevo el llamado del lodazal y responder con orgullo: “Aquí estoy, y volvería mil veces más”.

El origen de una batalla épica

El sueño de llevar el metal suramericano a Wacken Open Air, el festival de metal más grande del mundo, empezó como una osadía impulsada por la pasión. La batalla, en nuestro continente, no es solo musical: es logística, económica y emocional. Metal Battle Suramérica nació para romper fronteras, para conectar escenas diversas y para demostrar que aquí también hay talento que merece resonar en los escenarios más grandes del planeta.

Después de conseguir los espacios como promotor para el festival formamos un equipo que ha sido motor esencial en la consolidación del concurso, la competencia rápidamente se convirtió en un faro para las bandas independientes de Colombia, Venezuela y Ecuador y desde 2025 también para Perú y Bolivia. Más de 280 bandas respondieron en su primera edición al llamado y más de 400 para la segunda, superando incluso cifras registradas en países europeos.

Subterránica, se transformó en el colectivo esencial en la organización y promoción, tendiendo puentes entre bandas, productores y medios. Si hay algo que distingue a Metal Battle Suramérica de otras experiencias, es el grado de compromiso de quienes lo hacen posible. Ser promotor no es solo organizar conciertos. Es enfrentar rutas interminables, burocracia, falta de recursos, migraciones hostiles y un escepticismo histórico hacia nuestra música, la recompensa va más allá del reconocimiento, es sentir que de un pequeño círculo regional puede surgir la chispa de una hermandad continental, somos más que nuestra burocracia local.
A lo largo del camino, nacen anécdotas, bandas atravesando fronteras con instrumentos alquilados porque no pueden costear el transporte; miembros de la organización resolviendo problemas técnicos sobre la marcha; noches eternas ajustando detalles para que todo funcione aunque las condiciones sean adversas. Aquí los triunfos se celebran el doble porque nada se da por hecho, nada es regalado, el gobierno acá no tiene convocatorias, solo hay talento y ganas, las derrotas enseñan más que cualquier premio.

Metal Battle Suramérica no solo impulsa el crecimiento de bandas, sino que también crea lazos invisibles pero sólidos entre países rivales en la cancha, pero hermanos en la música. Hay hospitalidad genuina, bandas como Mini Pony, de Ecuador prestaron su equipo a los venezolanos de VHILL para que pudieran lograr el sueño de tocar en la final regional ante una multitud. Ese espíritu solidario distingue al movimiento de Metal Battle en Suramérica y fortalece el sentido de pertenencia a una comunidad más grande que cualquier frontera. La competencia impulsa a las bandas a dar lo mejor de sí, no solo como músicos, sino como embajadores de sus escenas locales, cada eliminatoria es una reunión de talentos y sueños, donde lo que está en juego no es solo un viaje a Wacken, sino la dignidad y la representación de todos los países que conforman nuestra región.

El camino hacia Wacken

Este proceso de selección es arduo y competitivo, cada país realiza eliminatorias nacionales, de donde surge una banda ganadora que representa a su nación en la gran final regional. Solo una logra el boleto final a Alemania, convirtiéndose en embajadora del metal suramericano ante el mundo. Así fue como INFO (Colombia) y VHILL (Venezuela) inscribieron sus nombres en la historia, pero detrás de cada victoria hay decenas de batallas ganadas en camaradería y resistencia colectiva. Metal Battle Suramérica no es solo un concurso, es un acto de fe colectiva, una red que desafía las adversidades propias del continente y una escuela de resistencia para músicos, productores y promotores que entienden que el ruido no es solo sonido, sino una declaración de supervivencia en países en donde a veces nisiquiera entienden qué es el rock y la cultura está dominada por personajes que trabajan para llenar sus bolsillos y manipular los discursos de la música destruyendo el género como lo conocemos, caso de Colombia en donde ahora la cumbia y el Hip Hop, incluso el folclor es llamado Rock.

INFO fue la primera banda suramericana en lograr traspasar la frontera del Metal Battle Suramérica para pisar el escenario de Wacken. En su viaje, llevaron no solo sus guitarras y baterías, sino también el espíritu andino, ese que lucha contra la adversidad cotidiana y trasciende en cada nota. Su selección fue fruto de un proceso riguroso y lleno de desafíos, donde desde la logística hasta la preparación fueron una odisea. Llegar a Alemania representó para INFO no un punto de llegada, sino de partida; un reconocimiento al nivel que el metal colombiano podía alcanzar. En Wacken, cada acorde que tocaron resonó con la fuerza de quienes han forjado su camino a base de lucha constante y pasión irrestricta. Más que una banda, se convirtieron en símbolos de una escena que no se resigna a ser invisible y consiguieron lo impensable, la primera vez que pisábamos tierra sagrada como concursantes, su impacto, música y show los pusieron en el podio, un logro que queda en la historia del rock colombiano y Latinoamérica para siempre no había sucedido. INFO lo logró solo, sin roscas, solo con música como debe ser.

Y el relato de VHILL es, sin duda, uno de los episodios más emotivos y poderosos de Metal Battle Suramérica. En 2025, esta banda venezolana enfrentó tragedias desgarradoras como la pérdida de su baterista fundador amenazó con desintegrar el grupo y detener su sueño, pero liderados por una fe inquebrantable y la solidaridad de la comunidad metalera, decidieron levantarse, realizaron una gira relámpago con apenas cinco conciertos, enfrentando dificultades logísticas mayúsculas, desde la obtención de visas hasta el traslado de sus instrumentos a través de múltiples fronteras y cordilleras. Su actuación en la final regional en Riobamba, Ecuador, fue una victoria épica que llevó a la banda a la final del Metal Battle en Alemania, siendo la primera banda venezolana en lograrlo. Su paso por Wacken fue mucho más que una competencia, a pesar de no quedar entre los cinco primeros, su performance fue una demostración de resistencia y hermandad. VHILL no solo tocó con un nivel técnico impecable, sino con el corazón puesto en cada nota, representando el dolor, la esperanza y el coraje de una región entera.

Mientras que en otras latitudes las batallas pueden ser más asequibles en recursos y facilidades, para las bandas sudamericanas cada avance significa superar obstáculos monumentales. Desde vuelos largos y costosos hasta la adaptación a un entorno totalmente diferente, todo añade un grado de complejidad que transforma cada logro en un verdadero acto heroico, pero esa dureza también fortalece el sentido de pertenencia y la unión entre los participantes. A diferencia de competiciones en zonas con más acceso, donde a menudo impera la competencia fría, en Suramérica la empatía y el apoyo mutuo son tan importantes como la música misma.

El choque cultural… cómo te tratan en Wacken vs Suramérica

En mi experiencia y la de muchos promotores y bandas de Metal Battle Suramérica, el contraste entre ser tratados en el festival Wacken Open Air y en los festivales de la región es profundo. Este choque cultural no solo afecta la logística y la producción, sino también el respeto, la inclusión y el sentido de comunidad que cada escena genera.

En Wacken, la hospitalidad es una verdadera cultura, a todos los participantes se les brinda un trato respetuoso y digno, sin importar su país de origen o experiencia previa, allá nadie te trata como “la cuota exótica” o el latino por explicar, sino simplemente como parte de la gran tribu metalera global. Los voluntarios, técnicos y organizadores están comprometidos con la experiencia; ayudan en lo que sea necesario y trabajan para que cada banda pueda dar lo mejor de sí, es un ambiente donde se siente un apoyo genuino y donde se fomenta la hermandad.
Esta profesionalización se traduce en una logística pulcra, una infraestructura preparada para miles y el reconocimiento real de la historia y el esfuerzo de cada banda. Cada integrante sabe que está allí porque su talento y trabajo fueron valorados, no por cuotas o gestos simbólicos. Esto genera un impacto emocional y profesional inmenso, potenciando el crecimiento de las bandas y su motivación.

Al contrario, en muchos festivales de Suramérica, en donde las bandas y promotores enfrentan situaciones que pueden ser desmoralizantes, desde problemas básicos como la falta de camerinos adecuados, equipos técnicos incompletos o condiciones precarias, hasta actitudes que marginan o subestiman el esfuerzo de los músicos. El trato puede ser frío, desconectado y a veces, cargado de prejuicios, como si la escena metalera local tuviera menor valoración y como si los organizadores y curadores fuera una especie de seres superiores que “están haciendo un favor”, he peleado con esto durante años pero sencillamente parece que no lo entienden, parece que somos ignorantes por naturaleza, no se han dado cuenta que sin artistas no hay festival y en Suramérica tratan a los artistas como perros de la calle, no en todas partes pero sí en la mayoría de espacios, además de haber formado mafias culturales y una dependencia económica del estado, han convertido a los músicos en seres dependientes.

Estas diferencias evidencian un sistema donde aún se lucha mucho por la profesionalización y la visibilidad digna de la cultura musical metalera. La logística, si bien apasionada, choca con limitaciones financieras y estructurales que muchas veces deben ser salvadas por el ingenio y sacrificio personal de los organizadores, como sucede en Metal Battle Suramérica.

Así es que transitamos entre ambos mundos, para quienes han vivido la experiencia de Wacken, regresar a Suramérica puede ser un recordatorio de lo mucho que aún falta y al mismo tiempo, una certeza de que su lucha tiene sentido. La sensación de pertenecer genuinamente a una comunidad mundial les otorga fuerza para seguir construyendo puentes en sus escenarios locales y para representar con orgullo el metal de su región en el exterior.

Tengo esa sensación de que ser respetados y valorados en Wacken cambia la perspectiva sobre lo que significa profesionalizar la música en Suramérica. Más que una meta económica, es un acto simbólico de dignidad, inclusión y pertenencia que debería ser el estándar en todos lados y eso hace que siempre quiera seguir adelante, porque nuestra realidad puerca no es la realidad del rock en el mundo y vamos a seguir tratando de cambiar esa realidad.

El misterio de la mística ¿por qué aguantarse el pantano?

El contraste entre la edición pasada de Wacken, cuando el clima fue seco y relativamente cómodo, esta fue la primera experiencia pantanosa para nosotros. La forma en que se vive el festival cambia radicalmente cuando el terreno se transforma en barro y el pantano se instala, pero lo que parecía un obstáculo insalvable se convirtió en una de las pruebas más poderosas y significativas de la mística de Wacken.

Para muchas de las bandas y promotores suramericanos, 2025 marcó el primer enfrentamiento real con el barro de Wacken. Después de haber vivido la edición seca, donde la logística parecía más amable, el cambio fue brutal, lluvias intensas transformaron los caminos en ríos de lodo, las carpas flotaban y todo parecía una batalla constante contra la naturaleza. No se podía caminar, había piscinas de lodo, mucho se partieron literalmente las piernas, es más, tienes muletas marca “Wacken” para estos casos, uno no lo podía creer ¿Cómo putas pagan 400 euros por entrar a este lodazal? Hasta que comenzamos a darnos cuenta que siempre ha sido así, que la edición seca fue una rareza y que el barro y el lodo son parte esencial del festival, como dijo el cantante de Clawfinger: Los Guerreros del lodos, los surfers del fango. Todo se arregla con una botas plásticas, pero en nuestra inexperiencia no las llevábamos.

Este pantano no es solo una cuestión física o de comodidad; es una experiencia colectiva que obliga a cada persona a salir de su zona de confort, a enfrentarse a la adversidad con compañerismo y resistencia. La experiencia nos enseñó, como promotor y parte de Metal Battle Suramérica, que el barro simboliza una transformación interna que hace al festival único y memorable.

El lodo en Wacken no es enemigo, sino aliado en la construcción de una comunidad especial. Cada paso en el pantano es un acto consciente de entrega y perseverancia. El barro iguala, humecta la piel y la alma, borrando diferencias y creando un vínculo tangible entre asistentes de todo el mundo. Es en ese lodazal donde la mística se siente más intensa, donde la música cobra un significado mayor porque se toca y se escucha en medio de la adversidad, y donde la camaradería se fortalece al ayudar a un compañero a sacar la bota atascada o compartir un respiro bajo la tormenta. La experiencia pantanosa representa la pureza del metal, la resistencia, la honestidad y la unión a prueba de inclemencias.

La clave para entender la atracción irresistible de Wacken es que, aunque la experiencia sea a veces dura, nunca es sencilla ni superficial. El festival no vende comodidades, vende memorias intensas, desafíos superados y una conexión que trasciende lo cotidiano. Nosotros, como representantes de Suramérica, aprendimos que aguantar el pantano es una metáfora de nuestra propia lucha musical y cultural, no importa cuántas dificultades enfrentemos, seguimos adelante. El barro es el recordatorio de que la mística de Wacken no se construye en escenarios pulcros, sino en el abrazo colectivo frente a la tormenta, en el sudor compartido y en la sensación de que, a pesar de todo, pertenecemos a algo mucho más grande.

Epílogo

Al caer la noche en Wacken, cuando el sonido de las guitarras se apaga y el lodo empieza a secarse bajo el frío de la madrugada, queda en cada alma una marca imborrable, una historia de resistencia y fraternidad que se lleva para siempre. Volver a este lodazal, a esta comunidad que no conoce fronteras, es mucho más que nostalgia; es un llamado vital a quienes llevan el metal como bandera de identidad y lucha.Después de nuestra primera experiencia pantanosa en 2025, entendemos que el barro no solo representa un desafío físico, sino un ritual eterno que forja la hermandad más profunda. Es en esas dificultades donde Wacken revela su poder, transformar adversidad en saga, incertidumbre en camaradería y cansancio en euforia compartida porque sí, uno queda totalmente destruido físicamente.

Este espíritu es el que nos llama a regresar, porque en cada gota de lluvia que vuelve a convertir el terreno en pantano se renueva la oportunidad de vivir algo único, intenso y profundamente auténtico. Saber que el lodazal está ahí, esperando nuestras pisadas, convierte cada regreso en un homenaje a quienes somos y a las historias que aún nos quedan por contar, pero esta vez lo haremos con botas y con la preparación adecuada.

El próximo año, 2026, Wacken Open Air celebrará sus 35 años que más que un número, es un símbolo de perseverancia y evolución constante, de un festival que ha sabido mantenerse fiel a sus raíces mientras une generaciones de metaleros de todo el mundo. Esta edición promete ser épica, un punto de encuentro ineludible para quienes creemos en el metal como forma de vida, un festival que comenzó con dos amigos, seis bandas, una carpa y 800 personas es hoy el Festival más importante del rock y el Metal mundial y aunque después de haber sido comprado por una multinacional la magia y el misticismo se han vuelto más comerciales, el alma y las ganas de los metaleros lo mantienen vivo y esperamos que sea por algunos años más, esto ha sido sin duda una escuela, una universidad un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos y de todo lo que tenemos que cambiar en nuestra escena.

Para Metal Battle Suramérica y todas las escenas que representamos, ese 35 aniversario es una invitación a elevar aún más nuestra voz. A traer no solo nuestras bandas, sino nuestras historias de lucha, resiliencia y pasión, para que el mundo vea y sienta que el metal suramericano es un poder imparable. El lodazal de Wacken espera a aquellos que se atrevan a ensuciarse las botas y limpiar el alma en la tormenta. A quienes quieran ser parte de un ritual donde el barro es el símbolo de que resistimos, de que juntos somos invencibles, y de que la música verdadera no se mide en escenarios brillantes, sino en la fuerza que nace del barro compartido. Que el 35 aniversario sea una nueva página en la épica de la comunidad global del metal. Que cada paso en ese lodazal sea también un paso hacia un futuro donde más y más bandas, promotores y fans de Suramérica lleguen para afirmar con orgullo: aquí estamos, y siempre volveremos.

Wacken no es solo un festival, es un pacto con la música, la resistencia y la hermandad. Y ese pacto se renueva cada vez que alguien pisa el barro y responde al llamado del lodazal con el corazón abierto.

Nos vemos en 2026, donde el lodo, la música y la historia volverán a encontrarse como nunca antes, por que a pesar de todo, muero de ganas por regresar, así escribiendo esto me duelan las piernas y me sienta agotado, veo los videos y las fotos y sé que en ninguna otra parte sentiré esa mística, ese orgullo y esas ganas de seguir llamándome “rockero”.

P.D. Eso sí con ese maldito barro tienen que hacer algo…

@felipeszarruk
Phd© en Periodismo, Magister en Estudios artísticos, Músico, comunicador social, director de Subterránica y Promotor regional de Metal Battle Suramérica.

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